domingo, 19 de febrero de 2023

Anel Marduck (5)


Meses interminables de festejos trascurrían en la gran capital en tanto que en Harram, Asunthemoth, sumo sacerdote de la Diosa Luna, abochornado por la conducta de su rey y de su pueblo, hacía penitencia tras las altas murallas del templo. Llegó el momento de no poder continuar en aquella espera insufrible y decidió abandonar el silencio de los sagrados recintos para marchar en una caravana, con su hijo Nabonido, hasta Babilonia.

Hete aquí que al llegar a la ciudad capital del vasto imperio enclavado entre los dos inmensos ríos, el sumo sacerdote hubo de hospedarse en el templo de Marduck Esagila y desde allí, tras ayunar durante varios días con sus noches, hubo de invocar al dios de la ciudad para que la cordura regresase a la mente de su rey. Mas nada de cuanto pidió le fue concedido. Su hijo, el pálido Nabonido, hubo de ser admirado por los sacerdotes y los sabios del templo; sus conocimientos sobre los astros, la profundidad de su pensamiento religioso y sobre todo sus palabras apaciguadoras y llenas de proféticos mensajes, embelesaron a los religiosos. Arrobados ante el encanto de la susurrante voz de Nabonido, le escucharon con especial atención y así, el hijo del sumo sacerdote penetró en el santuario de Marduck, se postró ante la gran estatua de oro y después hubo de sentarse en el trono dorado recamado de preciosas gemas, ante el desconcierto expectante de los sacerdotes quienes veían en su figura, una premonición, una esperanza para cambiar los tiempos, una salida para todo cuanto estaba aconteciendo en la convulsionada ciudad.

Asunthemoth se sintió orgulloso de su hijo Nabonido, porque estaba insuflado por el fuego sagrado y se podía sentir como emanaba de él esa fuerza trémula de algo muy poderoso, algo divino que habría de prevalecer ante las bajezas de los humanos, despreciables y perecederos, seres quienes sobrevivían arrastrándose ante el corrupto soberano, quienes corroían, durante aquellos interminables días, las entrañas del reino.

El rey Anel Marduck llegó a extremos insospechados en sus disparates diarios y comenzó a propalarse el rumor de que había sido contaminado con ideas igualitarias, quizás influenciado por miembros de las tribus de Judá quienes vivían en cautiverio en Babilonia desde hacía muchos años. Todo parecía indicar que el soberano se negaba a respetar al gran Marduck y a su cortejo de dioses, no visitaba el templo, se declaraba abierto enemigo de los sacerdotes y no le interesaban las ceremonias que lo acercaban a las divinas deidades, por otra parte, era amante de la sensualidad y de los placeres llevando a la ciudad a una larguísima temporada de desenfrenados festejos. Se mofaba del viejo sumo sacerdote y había dicho públicamente que no le importaban los designios de los dioses. Hete aquí que los sacerdotes del templo murmuraban y después clamaban a Marduck, pero no eran escuchados, no recibían señal alguna...

¡Oh sol matinal que emerges del mar, hijo de Ea señor de las profundidades, rey de la sabiduría!, ¡Oh gran Marduck! Por la divina Ishtar, por Allatu quien habita el tenebroso mundo de los demonios, por ella, la que puede devolver la vida a los muertos con su fluido vital, por Anu quien creó el cielo y la tierra y los ríos y las ciénagas, por Schmac, sol matinal que oscurecido no emergería en aquel día nefasto, día siete, el signo que sellaría el nacimiento del rey Anel a quien su padre quiso llamar Anel Marduck, para vergüenza y oprobio de los estudiosos, de los doctos y sagrados sacerdotes de Babilonia...

Así transcurrieron días y semanas y meses y el hijo de gran Nabucodonosor, rey de reyes, quien fuera amo y señor de Babilonia bajo cuyas botas se arrastraran otrora los pueblos asirios y en la misma ciudad de Marduck, aún gemían cautivos los hijos de Yavé. Sucedió entonces que el hijo díscolo, el rey Anel Marduck, decidió liberar de la prisión a Jeomías, el rey de los Judíos. Era un hecho desquiciado y como un simún se esparció la noticia por las cámaras del palacio y salió hacia la calle, el mismísimo rey de Babilonia le retiró de sus manos las cadenas y envolviéndolo en una blanca túnica lo sacó a la luz del sol. Seguramente el rey obraba tan solo guiado por su corazón de carne y en su infortunio, olvidaría sin duda alguna que él ya no era un hombre, él era el portador del fuego de Spanida en su espada, era la voz del poderoso Marduck ante su pueblo, cuando postrado ante la estatua gigantesca, él, todo embadurnado de oleosas pinturas, cubierto con mirra y antimonio había aceptado los rituales de su coronación, ahora no podía darle la espalda a su pueblo y ellos murmuraban, azuzados por los sacerdotes clamaban recriminándole al soberano el regreso a los convencionalismos, un poco de cordura, un deseo imbricado en un larvado temor aupado por los sacerdotes, quienes ya describían los horrores de una suprema venganza del gran Marduck Esagila...

La fuerza y el poder en manos de los dioses, Gilgamesh, dios-hombre quien bebiera el jugo de la planta de la juventud imperecedera, no logró liberarse del maleficio y así, tampoco pudo represarse la presión de los religiosos quienes como arañas habían comenzado a tejer una intrincada conspiración.

Hete aquí que en esos días estaba en Babilonia el sumo sacerdote, cuando hubo de acercarse al templo un cuñado del rey escandaloso, Negrilisar era buen amigo del anciano Asunthemosth, y a su oído fue relatándole las andanzas del poderoso soberano. Negrilisar con su poblada barba llena de rizos, dividida en dos marañas que le caían sobre el pecho siempre protegido por un peto cubierto por delgadas escamas perladas, cansado ya de casi dos años de locuras y desenfrenos protagonizados por su famoso cuñado Anel Marduck el soberano de Babilonia, ante el anciano sacerdote y ante su hijo el pálido Nabonido, expuso sus ideas sobre el nuevo dios del placer y de la corrupción y concretó su deseo más hondo, había que acabar con él.

Así fue como Negrilisar y el sumo sacerdote, planificaron la muerte del soberano de Babilonia. Y él le juró fidelidad al sumo sacerdote y a los religiosos del templo y ese mismo día, en las cámaras reales, con sus propias manos Negrilisar dio muerte al rey. Muy pronto se hizo sentir el repudio del pueblo, aquellos cientos de miles de ciudadanos quienes se divertían y estaban felices con su soberano libertino, sintieron pena por su desaparición, por lo que Negrilisar hubo de limpiar su conciencia enviando a los calabozos del Babel al anciano Asunthemoth sumo sacerdote, en tanto que él se presentó ante su pueblo como el nuevo soberano quien llegaba lleno de amor, de justicia y probidad para restablecer la cordura en la ciudad erigida entre los dos ríos.

Ocurrió que el año 560 antes de Cristo, Nabonido se encontró solo en Babilonia. Su padre era prisionero del rey y él estaba preso en el templo de Marduck, recluido dentro de su extraña personalidad, rumiando sus ideas, rehusando dejar las estancias sagradas bajo el zigurat, ensimismado en sus pensamientos, mirando fluir el agua de las fuentes que regaban todo el año los jardines de Nebo.

Quiso la suerte que, en las lejanas tierras de Arabia, lejos de la fértil Mesopotamia, a oídos de su hermano Azurlasar llegase la noticia del cautiverio de su padre. Entonces su corazón guerrero se llenó de pena por su venerable y anciano progenitor. Poco tiempo antes había desposado a una hermosa hija de un poderoso jeque berebere y ambos hablaron sobre la decisión de ir hasta Babilonia para reclamar, por la fuerza si fuese necesario, la libertad del sumo sacerdote.

Maracaibo, domingo 19 de febrero del año 2023

No hay comentarios: