sábado, 1 de octubre de 2022

¿Para qué investigar? (1)



Este artículo con algunas modificaciones puntuales, fue intitulado como “Investigación submarina y el cine imperecedero” y salió publicado en el blog el miércoles, 24 de junio del año 2015. En noviembre del año 2020 el de la pandemia- el año de la peste-, volví a modificarlo en “Investigar, para que?”. De nuevo lo traigo al blog. Hoy, desde el UK, supongo que más por re-enganchar en el tema del cine que por volver a hablar de las dificultades pasadas como investigador de la patología humana usando microscopios. Al publicarlo con algunas variaciones, he modificado el orden de las palabras del título y confío me excusen por el abuso.

… “Cuando vos te empeñabas en querer investigar aunque tuvieras que ser casi un submarino, con ballenas y otros peces grandes del cine, con o sin piratas, evidentemente, a mí sí que me constan tus avatares en la persistente insistencia de tus proyectos para hacer investigación, patología experimental, o ultraestructural, o neurobiológica… ¿Qué sé yo? Esas ideas en tu tierra, del sol amada resultaron, un “fao al stand”. Así me las describiste vos mismo. Sumadas a tus disparatadas complicaciones personales, y es que era por demás evidente que las primeras dificultades ya te las habían planteado, precisamente tus colegas, los mismísimos amigos de tu propia universidad. Recuerdo como me explicabas que recién llegado del norte, a quienes les hablabas de tus proyectos, les parecían sencillamente absurdos.

Lo elemental (querido Watson) era que a nadie le podrían interesar sencillamente por, que, eran, “vainas improductivas”. ¡Lo importante son los cobres mijo! Te lo decían y te lo repetían. Además y para rematar, todos insistían en que la investigación no era actividad para ejercerla en estas latitudes, que no era un trabajo compatible con estos climas tropicales. No estaba hecha para nosotros como pueblo hispano-parlante. ¿Qué tal? Repetían tercamente su teoría insistiendo en que deberías dejarte de esas cosas (esas vainas era como las llamaban) para los gringos, que tienen dólares… Estas y otras jaibas más y mucho peores, te las machacaban a diario, todos, sin excepción Era como en una especie de ritornello en perpetua y persistente negación. Solo me faltaba decir…¡Ve qué molleja!

Sé que es muy cierto lo del rechazo a la investigación, y no ha variado mucho con el correr de los años. Ahora, en los tiempos actuales -de 1999 para acá, ya es de todos conocida la catástrofe- y yo diría que ha sido mil veces peor… Pero así me lo contaste vos, y yo, así debo creérmelo pues me consta que en nuestro país, “así son las cosas”, como repetía Oscar Yánez, brillante periodista lamentablemente ya fallecido. Recuerdo haber oído tus explicaciones sobre los esfuerzos que hiciste por convencerles, sin lograr nada. Finalmente, para vos, tu regreso se transformó en una tragicomedia. Se me ocurre pensar que, ni un Martín Romaña como el de Bryce lograría una constelación de eventos tan disparatados y rocambolescos como los que vos protagonizaste. Seguramente por eso te volviste escritor de novelas; y es comprensible… Esto, lo digo yo al recordar cuando me preguntaban, para qué le puede servir a nadie tanta publicadera de experimentos, de vainas sobre animales enfermos, y en revistas que están otro idioma, ¡pa más cojones!

Entonces me dijiste, que vos no sabías si reír o llorar. Estaba visto que sin existir ni una pizca de interés entre tus interlocutores, tus esfuerzos no tendrían mucho sentido. Supusiste entonces que sería mejor margullirte, hacerte el loco y transformarte en una especie de investigador submarino. De allí surgió la idea de darte ese apodo. Serías una especie de Maik Nelson, el investigador submarino, y habrías de distinguirte (charrasca e goma) cómo un personaje discreto, aparentemente errático en medio de tus elípticas elucubraciones sobre el trabajo científico, la vida y el amor. Me lo trataste de explicar de esa manera...
 
 
Submarino, dijiste y recordé a James Mason en el Nautilus, para luego pensar en Ismael, el grumete de Melville, y mi mente regionalista me llevaba de vuelta a otro Ismael, regresaba a Ismael Urdaneta, el legionario poeta, pues era evidente que la lucha en mis propios predios parecía querer transformarse ya en una batalla campal que aparentemente, científicamente, tendría que ser librada a largo plazo o en otros predios y pensé en Hernán Cortés y aquella desesperada idea de quemar las naves, o quizás, el exilio, sí, eso ¿un exilio?, ¿para siempre?, ¿un exilio dorado?...
 A propósito de Ismael, habiéndolo nombrado, regresé a Moby Dick, uno de los libros preferidos como lectura infantil de Pablo Antonio, mi hijo en sus años de infancia allá en nuestro hogar caraqueño, en la Avenida El Parque de Las Acacias… Creo igualmente recordar que utilicé el símil de la ballena blanca para uno de mis personajes femeninos, la seductora valquiria maracaibera Alicia Barrera en mi novela “Escribir en La Habana”.

En realidad he llegado hasta aquí, interrumpiendo la inclemente cháchara de mi amigo, “tirándoselas de queso-duro sin llegar a cuajaita”, como si quisiera él dárselas de mi alter-ego para permitirme yo, personalmente, hablar más del cine que de la investigación –y es que puedo jurarlo ahora: insistir en aquello otro, no tiene caso-. Así que, caí sin querer queriendo, en el tema de las ballenas y el de los balleneros, quizás porque tuvieron siempre un poderoso atractivo para mí, tanto así, que una historieta gráfica, (https://bit.ly/3SiGxJT) eso que podrían denominar “comic” (los tebeos de los españoles para entendernos mejor), dibujada durante el bachillerato, -y tengo las cartulinas, coloreadas cada cuadro con creyones “prismacolor”-. Pues bien, allí trataba yo del tema de un ballenero, el Forward, y dibujaba en mi adolescencia con afán la caza de ballenas, antes de que existiese la película sobre la ballena blanca de Melville.

En realidad, como creo que ya lo mencioné antes, Walt Disney había creado en 1954 el Nautilus de Julio Verne (https://bit.ly/2KQGEvU) en Veintemil Leguas de viaje submarino y James Mason como su capitán me había gustado, no sé si por haberlo conocido ya en la película de Mankiewicz del 52 basada en la Operación Cicerón, pero su actuación me pareció mejor que el papel desempeñado por Gregory Peck como Ahab al frente del ballenero Pequod, - mejor estuvo en Matar a un ruiseñor- (https://bit.ly/2OYczcO) aunque nadie negará que la imagen de Orson Wells como el predicador en una noche tenebrosa, reprodujo una escena inolvidable en la producción de John Huston del 56.

En Londres todavía, hoy sábado 1 de octubre y hasta aquí con la parte 1, de dos episodios de: ¿Para qué investigar? que terminará mañana domingo.



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