viernes, 7 de octubre de 2022

Otra vez en Babilonia!


Me perdonarán, pero quisiera regresar a otro de esos mis muy antiguos desvaríos mesopotámicos…

A eso de las diez de la noche él abrió la puerta del Mercedes Benz de Gisela y se despidió de ella con un sonreído hasta lueguito. Desde que puso pie en tierra se esmachetó como si lo persiguieran mil demonios escapados del control de Marduck y esmondingadamente corrió para penetrar al edificio por una pequeña entrada lateral al lado de la emergencia de niños. El portero con su peto de escamas plateadas le vio pasar sin atreverse a soltar su lanza ni siquiera para mirar la hora y se quedó pensando que ya se acercaba el cambio de guardia y a él también le tocaría irse a descansar en su casa.

Como rumor viajero, se dijo él, e iba acariciando sus ideas cuando vio como en el fondo del pasillo el gigantesco ascensor se abría solito, como si ofreciera tragárselo. Fue engullido y escurriéndose entre el carro con la comida que venía descendiendo desde el sexto piso y llenaba casi todo el ascensor de carga vio a Arelis quien metida en su uniforme verde lo arrinconó hacia atrás y él sonrió como quien no quiere la cosa. Así quedaron pegados a la pared de hierro, detrás del carro metálico lleno de bandejas de acero inoxidable, con tazas de aluminio chorreadas con las sobras del café con leche, migas de pan y conchas de guineos. El miró el arroz en los platos, le quedaba en las narices y lucía desparramado sobre los restos de fritas de plátano maduro y todo teñido de una salsa grasienta.

Los cabellos lacios de Arelis, ante él, pintados de amarillo, casi en sus narices parecían salir como flechas tras la cofia verde sobre su oreja blanca. El dulce apretón apasionado duró largos segundos, mientras iban ascendiendo, la lengua penetrando, irguiéndose ante la sonrisa pícara de Arelis, ricamente carnosa, con olor a talco de nene, en el rápido ascenso al quinto piso, y él se puso de acuerdo. Sí, de aquí a un ratico, en la central de suministros nos vemos, chau, chao pues, y ¡uf!

Él salió de las entrañas del monstruo de acero en una suspiradera y se fue pensando en lo mullidas que iban a resultar las sábanas, los paquetes de gasa, los campos quirúrgicos y las rumas de monos verdes, para acomodar a la mismísima Arelita, tan blanda, allí acolchada, entre el trapero, otra vez, de aquí a un ratico, en la central de suministros, y en el baño mientras iba enjabonándose, pensaba aún en su camarera preferida, la misma a quienes todos los residentes apodaban tachuela, siempre clavada, buen sobrenombre para la catiramalbañada...

Después del baño rápido, escasamente tuvo tiempo para secarse y ponerse el pantalón y una inmaculada bata de tela de blanca sábana. Estaba listo para la guardia, y ya iba casi saliendo, cuando, ¡bértica!, sí, ¡de seguro que es Nora! Lo presintió cuando la sintió tamborileando con sus uñas muy cortas en la puerta. Esperate un minuto, ay Norita, mirá, ya me voypalaemergencia…fijate, puede que venga el otro residente…

¿Sí?, ¡Doctora Nora! ¿Ya terminó tu guardia? ¡Te adoro! ¡Vai bersia! Vos si me estáis gustando. ¡Chico ve que yo si te quiero! ¡Cuidado! Nora, esperate un momento, ¡Ay sí mijito! ¡Cuño! Yo estoy pendiente, sí, ¿Caliente? Un poquitico solamente… ¿Por detrás? ¡Chico, aquí atrás de la puerta! ¡Aybertia! Arrecostándola así, él estaba espachurrando a Nora, la doctora. Él besando a Nora la de las manos rápidas, y él dizque experto, y ella que cachea mejor que policía de aeropuerto, y él que la deja, y ella que anda buscando un arma oculta, hasta que la encuentra. ¡Ay Nora! Ahora sí pues, atendeme mijito. Que ya es la hora. ¡Ay mi Nora! Nos veremos ahora. Tené paciencia, ve que me esperan en la emergencia...

Un momento después él se embala, y como bólido va corriendo por los pasillos, y rápido se desliza luciendo feliz sonrisa, porque justamente es hora y atrás quedó la doctora. Mientras él baja saltando por la escalera, recuerda que esa noche era, era no: és el turno de Luisa, la más hermosa enfermera, la bella que está durísima, y en la puerta la divisa, mas sin querer en su mente, reaparece, un pensamiento demente, Gisela, su novia eterna, lo bien que la pasaron esa tarde, no es posible que quiera casarse con Froilán, ella por éld dice estár de a toque, pero… ¡Como tiene de cobres el patán! Siempre anda en su coche, de día o de noche, ella es un bonche y cuando al autocine van... Gisela ¿Porqué decime vos?, tanta imaginación y qué tragedia, cristiana, estáis empeñada en casarte con Froilán.

¡Las mujeres son una jaiba seria! Él lo piensa y abre al punto la puerta de la emergencia. Tarde pero seguro, les dice. Aquí estoy yo y se acabó el carburo. Él siempre trabajaba con más ganas en la emergencia, cuando estaba inspirado, despejado, empepado o emperrado, era igual, pero es que él se volvía un alfandoque al estar cerca de Luisa. Suspiró entonces y le dijo al guajirito... Vai, botá el aire… Mientras auscultaba al tachoncito, él aspiraba el aire que envolvía a la enfermera. De esa manera, él hubiese podido pasar en vela madrugadas enteras, auscultar millones de pulmones oyendo el rumor del aire entrando y saliendo por los bronquios, ensimismado en ella, mientras chorrean los mocos, pringan los estornudos y las toses quintosas arrullan la sonrisa de Luisa.

No lloréis coñito, no lloréis. Ella lo abraza y le dice... Callate niñito. Pero se lo dice muy pasito, tal vez, de tan quedo que el tachoncito no le escucha o quizás no le entiende. Luisa no habla wayuú y el tachón sigue berreando con unos alaridos que hacen estremecer la emergencia. Él decidido, le quita las costras, y lava la sanguaza y deja que vayan brotando los pequeños gusanos. En un instante el tachón de los berridos se ha dormido. Cesó el dolor. Él se lo dice a Luisa sonreído y ella sin soltar la criatura le acerca la riñonera de metal para que él los vaya poniéndo allí, uno por uno. Me da una grima, le dice ella al observar como reptan compactándose en una montonera. El tachoncito ronca ahora. Él le va limpiando la brecha en carne viva hasta no ver más larvas, entonces piensa.Vale la pena este trabajo, y respirar su aliento, sentir a Luisa tan cerquita, casi escuchar su corazón, latiendo y lo hará rápido, pero no creo que sea por mí, quizás será, por los gusanos del carajito…

“Que tengo que hacer, lavar los pañales y hacer de comer, duérmete niñito... Ella le mira con ternura y en ese momento vos levantáis tu rostro y te percatáis que estáis en un fanguero y te restregáis los ojos ya casi sin vista, pues te encontráis de nuevo frente al muro de mosaicos amarillos y de malaquita con pedacitos de lapislázuli. Otra vez, la misma jaiba, te lo decís vos mismo cuando te percatáis al ver los avechuchos grabados en las paredes, esos seres con cabeza de ave de rapiña y plumas que dominan a los Siriushy y los Mushrus, y tenéis que aceptar que tenéis que estar frente al palacio o por lo menos ante el zigurat de Marduck…

En realidad vos te estabas miando y sentirías como un escalofrío al salir el chorro pero te quedaste ahí, mirando como los orines iban mojando poco a poco la pared y entre tanto, leías las cosas que estaban inscritas en el muro de arcilla en aquella enredada escritura cuneiforme, allí y vos dándotelas de lector cuando notáis que es Ninibiones es quien mea a tu lado, sí, el mismísimo que siempre insiste en que podéis conquistar la inmortalidad con tu actuación en vida y empezó a hablarte, o hablaba él solo, pues de momento mirando el techo filosofando sobre cómo enfrentar los designios de Marduck…

Otro fragmento de viejas “historias mesopotámicas”, hoy en Londres, el día viernes 7 de octubre del año 2022



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