El año 2014, fui invitado por el Movimiento poético
de Maracaibo, a recrear por escrito y brevemente a un Quijote, pero me pidieron
que me refiriese a uno que fuese mío, y por ende, apócrifo. Como ni nací en
Alcalá de Henares, ni batallé en Lepanto, les dije que “ha mucho tiempo” que no
estamos en el siglo de oro español, pero acepté el reto.
Quise entonces poder hablar de un Quijote nuestro,
uno criollo, uno quien además tuve la suerte de conocer personalmente, uno
nacido en un lugar del país donde las arenas son tibias y bajo el claror de la
luna los chuchubes modulan cantares.
En Coro la ciudad de los médanos, el año 1905, nació Pedro Iturbe Leiba, nuestro Quijote quien tendría una larga y
meritoria vida que dejaría una huella imborrable en el Zulia y en la medicina
nacional.
Pedro Iturbe, se fue de Coro a Caracas, estudió Medicina y al graduarse, se dedicaría a la Neumonología. Hizo post grados de Medicina
del tórax, en Italia, en Francia y en los Estados Unidos, y se vino a esta
tierra para fundar en 1932, un Dispensario Antituberculoso. Lo hizo cerca de un
camino de trillas que iba hacia el sur de Maracaibo. Así era San Francisco en
aquellos días, un pueblecito de sembradores, lleno de molinos de viento, que
Pedro Iturbe recordaría los de Cervantes en La Mancha, pero no confundió con
gigantes… todo lo contario.
Allá lejos, al final de la Arreaga y de Los
Haticos, lanza en ristre se montó sobre un cerro de piedra de ojo, situado
al comienzo de una vía que se estaba creando para los automóviles y luego de
una curva que originaba la entonces conocida Carretera de los Pozos se perdía
una larga vía que conducía a unos pozos de agua en el camino hacia Perijá, los
cuales fueron el inicio del acueducto en Maracaibo, precisamente allá sobre
aquel cerro, un peladero, creó “el Dispensario”.
Ese Dispensario al final de Los Haticos, se
transformó luego, en 1948, en el Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo, y hoy
es el hospital General del Sur que lleva su nombre. Allí nuestro
Quijote, no solamente combatiría la tuberculosis, sino que enseñaría a cientos
de enfermos a trabajar en manualidades, orfebrería, ebanistería, labores de
terapia para a los pacientes formándolos para el trabajo. Además, alrededor de
Iturbe, nacería un extraordinario grupo de médicos y cirujanos, donde ya desde
aquellos años comenzarían a hacerse maravillas, en cirugía cardiovascular, y
hacían transplantes de órganos, y hasta llegaría a existir un microscopio electrónico
apadrinado por el genial científico maracaibero Humberto Fernández Morán.
Desde mis años de estudiante, conocí en el doctor
Iturbe un ejemplo de dedicación y entereza en la lucha por demostrar como la
Medicina podía transformarse en un apostolado y podía llenar toda la vida de un
hombre proyectándola sobre su pueblo. Esto solo es posible cuando se trabaja
con un gran entusiasmo y cuando se hace en pos de un ideal; esto nos lo decía y
lo repetiría frecuentemente. El objetivo de sus campañas había sido la salud
pública de los más necesitados. El incansable
Quijote Iturbe, desarrolló intensas campañas para detectar los indígenas que
estaban enfermos de los pulmones siguiendo una estrategia de pesquisa en
camiones equipados con aparatos de Rayos X, que se movían por las
polvorientas trillas arenosas de la región, y con el personal adiestrado en
estas lides, logró acabar con la tuberculosis que diezmaba las tribus de los
indígenas wayúus. Su tenacidad lo llevó a modificar las
cifras estadísticas en la mortalidad por tuberculosis hasta conseguir que este
flagelo casi desapareciera en el occidente del país. Se centraban sus luchas en
particular en la defensa de nuestra desprotegida y empobrecida población
indígena.
En lo personal, ningún éxito hubiera tenido en mis
esfuerzos por hacer investigación si no hubiese contado con el apoyo de este
don Quijote quien además era el padrino de mi promoción médica del año 1963.
Sus ideales de luchador incansable, sus axiomas visionarios, sus maneras de
enfrentar los problemas, donde muchas de sus actuaciones ejemplificaban su
manera de ser, que él consideraba artimañas de zorro viejo, todo esto y más, lo
fui copiando, tratando de imitar, absorbiendo y aprendí con él, a desear muchas
cosas, a querer mucho más de lo que uno espera poder conseguir lo anhelado. Él
nos decía que para lograr las cosas uno debe pelear duro, pedir por más de cien
si aspira por una sola, porque así es nuestro medio.
Este don Quijote, Pedro Iturbe, era pequeñito y
arrugado, pero tenía una vitalidad tal que asombraba a todos los que le
conocían. Como don Quijote de la Mancha tuvo grandes obstáculos en sus luchas,
fue execrado, y lo acusaron los políticos, y colegas envidiosos, dijeron que
como Fernández Morán era un loco y además, que era “perezjimenista”, y tuvo
siempre que moverse sorteando dificultades en todos los frentes para lograr sus
objetivos. Él decía que prefería que creyesen que de veras era loco, ya que le era
más fácil así, “hacerse el loco” para lograr sus propósitos. Siempre nos
mostraba un cuadro del pintor zuliano Gabriel Bracho, “el abanderado”, donde un
obrero va hacia delante portando la bandera del triunfo, casi envuelto en ella.
Así hay que ser, nos decía.
El Dr. Iturbe no podía descansar sobre sus laureles
y se dedicó en sus últimos años a la Medicina Familiar, esta
es aquella Medicina de principios del siglo XX que de cierta manea practicaron
los viejos médicos de la ciudad, aquellos que hacían visitas a domicilio, y
educaban, y ayudaba en lo posible y cobraban honorarios muy bajos o simplemente
su trabajo lo hacían gratis. Los méritos de nuestro don Quijote Pedro Iturbe en
este campo, lo llevaron a ser considerado hoy día, como “el padre de la medicina familiar”.
Moriría en esta ciudad de Maracaibo en 1993. Hoy,
ya en el año 2025 de este infortunado para Venezuela, siglo XXI, he querido
recordarlo y presentarlo ante ustedes para que compartan conmigo la emoción de
haber conocido a un Quijote en Maracaibo.
Para lapesteloca, en Maracaibo, el día viernes 4 de julio del año 2025
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