sábado, 19 de julio de 2025

La Polonesa …

Swissair 727… Acuéstate Fernando. Te aturde una polonesa de Chopin, ajustas mejor los audífonos. No te rías Fernando que te vas a ahogar... Escuchas los acordes del piano, son las manos de tu madre, y te sientes estando patas arriba, o lo que es igual cabeza abajo, apoyado en el cojín del sillón, tela gruesa de arabescos en punto de cruz... Pablito, no le des con el pie a tu hermano… Ya pronto se dormirán…

Recostado contra el respaldar de mimbre trenzado, en esa posición, al revés, el mundo se ve de una manera muy especial, escuchar así la polonesa, en tu postura favorita, todo patas arriba y las notas musicales que quieres separar una por una, para seguir con la imaginación las teclas y los dedos, pero se te mezclan… Duérmete tranquilito, se confunden y ascienden, re fa sol, la escala, se agrupan y se funden en un ritmo brillante y sonoro, Polonesa Número tres…

Ajustas mejor el volumen de tus audífonos, en Fa Mayor Opus Cuarenta, presionas el botón levemente, el respaldar cede un poco… Pásame ese tetero Pablo, ajá Fern ya está a punto, ojitos cerrados… El pianista es Vladimir Ashkenasy, ahora eres tu quien cierras los ojos, te sientes otra vez patas arriba, regresas a la sala de tu casa y escuchas a tu madre interpretando la eterna polonesa de tu niñez, y como siempre, con Chopin, surgen ellas, tu madre en el piano y ese rostro, vago y confuso

La imagen de la mujer que siempre viene con las polonesas ha regresado… Es ella, la de los aires de Manuelita, la misma que has visto cientos de veces cabalgar al lado del Libertador, negros cabellos partidos en la frente, has llegado a creer que es la figura de una dama polaca que tal vez vivió en tiempos remotos, engendrada en las manos de tu madre sobre las teclas del pieno, y hasta has pensado que pudiese tener algo que ver con George Sand y con Chopin, una asociación misteriosa en el fondo de tu mente…

Sand, Sanz… ¿Sera algo que leíste en tu infancia y ya no lo recuerdas? No es el rostro de la escritora. ¡No! Sin duda alguna, o quizás tendrá que ver con el idilio tormentoso y esa ventana que golpea con la brisa marina interrumpiendo el nocturno, entreabierta imagen cinematográfica en blanco y negro, desgarra en notas una hemoptisis. Chopin tose allá lejos en Palma de Mallorca...

Realmente casi ya se han dormido tus hijos, pareciera… Lo piensas y tú, regresas a imaginar que no sabes quién es ella, pero tiene que ser alguien especial, y sin saber porque razón has confundido este recuerdo recidivante con la visión reciente en tu viaje a Viena, y de madame Donné… ¿Te gustaría que siempre hubiese sido ella? ¿Por qué no? Ahora que lo piensas más seriamente… Todo parece girar y sientes que te mareas pues de nuevo giras con los acordes del piano… Cierras los ojos y regresas a las teclas de tu madre en La Polonesa, sus notas, y ahora ves la cálida sonrisa de madame Donné…

Sientes como vibra la música en tus “238 audífonos” y mientras miras el doble cristal de la ventanilla, ves cómo se va llenando el azul de nubes algodonosas y hacia arriba, el cielo tan azul tiene un tono acerado… Dios te bendiga Fernando, lindo niñito, mira como tu hermano Pablito ya se está durmiendo... Que extraño es todo esto de los recuerdos… ¿Cómo pudiste verla como latina si ella es gringa? Hablaba en francés, y… ¿cómo entonces te pareció criolla?, ¿Quizás presentías algo en su mirada? Puede que sea eso lo que ahora te trae la Polonesa Número tres…

Un algo en su mirada, sí… Opus 53, si, es La Polonesa heroica… Pero sus ojos no son tan grandes, son negras sus pupilas, brillan e irradian simpatía… Suena en  mi mayor y después en re sostenido mayor y creo poder sentir como las octavas van cayendo, descendentes y son seguidas por este, ahora, especie de aire de marcha militar… Madame Donné está casada con un cirujano francés, parece un rubio vikingo y viven en Lyon. Con las notas del piano crees ver cómo te sonríe, te deja ver sus dientes perfectos. Los acordes de la Polonesa resuenan en tus oídos, ahora vibrantes y te dejas llevar por las notas, y subes el volumen de tus audífonos hasta que retumban bajo las teclas y te dices… Su nariz es recta, pero luce ese gesto cuando despliega sus cabellos negros y lacios sobre su hombro derecho…

¿Dónde estará el origen de todo esto? ¿Será lo que llaman charm latino? Lo buscas en los hoyuelos de sus mejillas, y desaparece su imagen pero vuelves a interrogarte con preocupada curiosidad -¿Cómo puede ser gringa? Ahora el piano desgrana un sinfín de notas finales, y hace burbujas el tetero cuando le retiras el biberón de la boca a Pablito.

Sientes las burbujas y piensas en el oleaje marino… Después recuerdas la caracola sosteniendo la puerta del zaguán y percibes las suaves pisadas de la abuela, es mamaña, sí… Ahora el murmullo se está tornando en un raudal de notas, in crescendo cada vez más y más y los aplausos de un público desconocido resuenan en tus oídos y nos aturden a todos, casi que los despiertan, y los miras dormir, y tú me miras y sonríes, y hay más aplausos...

NOTA: el texto con indudables variaciones es tomado de mi novela “La Entropia Tropical” (EdiLuz 2003)

Maracaibo, sábado 19 de julio del año 2025


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