Swissair 727… Acuéstate Fernando. Te aturde una polonesa de Chopin, ajustas
mejor los audífonos. No te rías Fernando que te vas a ahogar... Escuchas los acordes del piano, son las
manos de tu madre, y te sientes estando patas arriba, o lo que es igual cabeza
abajo, apoyado en el cojín del sillón, tela gruesa de arabescos en punto de
cruz... Pablito, no le des con el pie a tu hermano… Ya pronto se dormirán…
Recostado contra el respaldar de
mimbre trenzado, en esa posición, al revés, el mundo se ve de una manera muy
especial, escuchar así la polonesa, en tu postura favorita, todo patas arriba y
las notas musicales que quieres separar una por una, para seguir con la
imaginación las teclas y los dedos, pero se te mezclan… Duérmete tranquilito, se confunden y ascienden, re fa sol, la
escala, se agrupan y se funden en un ritmo brillante y sonoro, Polonesa Número
tres…
Ajustas mejor el volumen de tus
audífonos, en Fa Mayor Opus Cuarenta, presionas el botón levemente, el
respaldar cede un poco…
Pásame ese tetero Pablo, ajá Fern ya está a punto, ojitos cerrados… El pianista es Vladimir Ashkenasy, ahora eres tu quien cierras los ojos, te
sientes otra vez patas arriba, regresas a la sala de tu casa y escuchas a tu
madre interpretando la eterna polonesa de tu niñez, y como siempre, con Chopin,
surgen ellas, tu madre en el piano y ese rostro, vago y confuso…
La
imagen de la mujer que siempre viene con las polonesas ha regresado… Es ella,
la de los aires de Manuelita, la misma que has visto cientos de veces cabalgar
al lado del Libertador, negros cabellos partidos en la frente, has llegado a
creer que es la figura de una dama polaca que tal vez vivió en tiempos remotos,
engendrada en las manos de tu madre sobre
las teclas del pieno, y hasta has pensado que pudiese tener algo que ver
con George Sand y con Chopin, una asociación misteriosa en el fondo de tu
mente…
Sand,
Sanz… ¿Sera algo que leíste en tu infancia y ya no lo recuerdas? No es el
rostro de la escritora. ¡No! Sin duda alguna,
o quizás tendrá que ver con el idilio tormentoso y esa ventana que golpea con
la brisa marina interrumpiendo el nocturno, entreabierta imagen
cinematográfica en blanco y negro, desgarra en notas una hemoptisis. Chopin tose allá lejos en Palma de
Mallorca...
Realmente
casi ya se han dormido tus hijos, pareciera… Lo piensas y tú, regresas a
imaginar que no sabes quién es ella, pero tiene que ser alguien especial, y sin
saber porque razón has confundido este recuerdo recidivante con la visión
reciente en tu viaje a Viena, y de madame Donné… ¿Te gustaría que siempre
hubiese sido ella? ¿Por qué no? Ahora que lo piensas más seriamente… Todo parece
girar y sientes que te mareas pues de nuevo giras con los acordes del piano… Cierras los ojos y regresas a las teclas de
tu madre en La Polonesa, sus notas, y ahora ves la cálida sonrisa de madame
Donné…
Sientes
como vibra la música en tus “238 audífonos” y mientras miras el doble cristal
de la ventanilla, ves cómo se va llenando el azul de nubes algodonosas y hacia arriba,
el cielo tan azul tiene un tono acerado… Dios
te bendiga Fernando, lindo niñito, mira como tu hermano Pablito ya se está
durmiendo... Que extraño es todo esto de los recuerdos… ¿Cómo pudiste verla
como latina si ella es gringa? Hablaba en francés, y… ¿cómo entonces te pareció
criolla?, ¿Quizás presentías algo en su mirada? Puede que sea eso lo que ahora te
trae la Polonesa Número tres…
Un algo en su mirada, sí… Opus 53, si, es La Polonesa heroica… Pero
sus ojos no son tan grandes, son negras sus pupilas, brillan e irradian
simpatía… Suena en mi mayor y después en re sostenido mayor
y creo poder sentir como las octavas van cayendo, descendentes y son seguidas
por este, ahora, especie de aire de marcha militar… Madame Donné está
casada con un cirujano francés, parece un rubio vikingo y viven en Lyon. Con
las notas del piano crees ver cómo te sonríe, te deja ver sus dientes perfectos.
Los acordes de la Polonesa resuenan en
tus oídos, ahora vibrantes y te dejas llevar por las notas, y subes el volumen de
tus audífonos hasta que retumban bajo
las teclas y te dices… Su nariz es recta, pero luce ese gesto cuando
despliega sus cabellos negros y lacios sobre su hombro derecho…
¿Dónde estará el origen de todo
esto? ¿Será lo que llaman charm latino? Lo buscas en los hoyuelos de sus
mejillas, y desaparece su imagen pero vuelves a interrogarte con preocupada
curiosidad -¿Cómo puede ser gringa? Ahora
el piano desgrana un sinfín de notas finales, y hace burbujas el tetero cuando
le retiras el biberón de la boca a Pablito.
Sientes las burbujas y piensas en
el oleaje marino… Después recuerdas la
caracola sosteniendo la puerta del zaguán y percibes las suaves pisadas de la
abuela, es mamaña, sí… Ahora el murmullo se está tornando en un raudal de
notas, in crescendo cada vez más y más y los aplausos de un público
desconocido resuenan en tus oídos y nos aturden a todos, casi que los
despiertan, y los miras dormir, y tú me miras y sonríes, y hay más aplausos...
NOTA: el texto con indudables
variaciones es tomado de mi novela “La
Entropia Tropical” (EdiLuz 2003)
Maracaibo,
sábado 19 de julio del año 2025
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