lunes, 12 de mayo de 2025

Los bonobos


El bonobo también llamado chimpancé pigmeo es uno de los grandes simios y una de las dos especies que componen el género Pan. La otra especie del género Pan es el chimpancé común (Pan troglodytes). ​ Inicialmente se pensaba que los bonobos eran una subespecie de chimpancé (Pan troglodytes) pero ahora son reconocidos como una especie distinta. Ya en octubre de 2018 hablamos de los bonobos en este blog (https://surl.li/gdsspm) lapesteloca.

 

El bonobo a pesar de tener un tamaño corporal similar al del chimpancé común, era conocido como “chimpancé pigmeo”, ​desde 1954, cuando el zoólogo austriaco Eduard Paul Tratz y el biólogo alemán Heinz Heck propusieron el nombre de “bonobo” como un término genérico nuevo y separado para los chimpancés pigmeos. Fue en el río Congo, cerca de donde se recogieron los primeros ejemplares de bonobo en la década de 1920, sin embargo, una explicación aceptable es que el origen del nombre “bonobo” proviene de la palabra “ancestro” en un antiguo dialecto bantú.



Los bonobos no se ven fuera de su hábitat natural y no son tan conocidos como los chimpancés comunes, aunque a primera vista se parecen mucho, suelen tener la cara negra, las orejas más pequeñas y las piernas más largas. Viven en las densas selvas húmedas de África central, un área de 500 000 km² de la Cuenca del Congo, en la República Democrática del Congo. Se alimentan principalmente de frutos y hojas que cosechan de los árboles.

 

Aunque sus respectivos linajes divergieron hace millones de años, bonobos y humanos comparten el 98,7% de su genoma (igual con los chimpancés). Están en peligro de extinción, quedando no más de 20.000 en selvas protegidas de la República Democrática del Congo, se conoce su gran capacidad comunicativa, incluso con las personas. Una investigación publicada en Science muestra que combinan sus vocalizaciones de forma similar a como los humanos juntan palabras para formar frases y comunicar así mensajes más complejos. Se creía que esta capacidad era exclusivamente nuestra.

 

Hace apenas unos meses, que las revistas más prestigiosas de la ciencia han publicado trabajos sobre las ballenas que cumplen leyes esenciales de las lenguas humanas o que el proceso cerebral de los periquitos a la hora de sus vocalizaciones no es muy diferente del humano. El investigador Ivan G. Torre quien se formó estudiando los sistemas de comunicación animal recuerda que a finales del siglo XIX y comienzo del XX, cuando nacieron las modernas teorías lingüísticas, lo hicieron “con un sesgo antropocéntrico, reservando el lenguaje a los humanos”. Pero los datos en contra se acumulan…


Mélissa Berthet, quien estudia la comunicación animal en el departamento de antropología evolutiva de la Universidad de Zúrich (Suiza) necesitaban primero entender el significado de las vocalizaciones individuales que iba a investigar:  en el conocimiento de que las lenguas humanas cumplen un principio que los lingüistas llaman de composicionalidad, principio que fue postulado en el siglo XIX por el matemático y filósofo alemán Gottlob Frege, que en su versión más simple recuerda a una fórmula matemática que dice: “el significado de una combinación es la suma de los significados de sus partes”.

 

“Queríamos ver si los bonobos también tienen esta capacidad”, dijo Melisa Berthet quien pasó meses con tres grupos de la Reserva Kokolopori Bonobo, un santuario de estos primates. “Allí seguí a los bonobos entre 12 y 15 horas al día, observando su comportamiento y vocalizaciones”, dice la primatóloga. “Mientras los seguía, usé un micrófono para registrar sus vocalizaciones y documentar sistemáticamente el contexto en el que se producía cada vocalización”.

 

“En concreto, probamos varios criterios de composicionalidad, examinando si la combinación de dos vocalizaciones producía una cuyo significado podría entenderse a partir de los significados de las llamadas individuales”, explica la primatóloga Melisa Berthet. En trabajos previos habían identificado hasta 11 tipos de vocalizaciones… Encontraron y analizaron 38 combinaciones de dos de estas llamadas individuales, pero grabaron otras más complejas de tres, cuatro o más elementos que reservan para otro estudio y pronto comprobaron que cumplían con la versión simple del principio de composicionalidad.


 

Hay una dimensión más compleja de este principio “en la composición no trivial, uno de los elementos está modificando al otro, está completando al otro”. Existe otra dimensión del lenguaje, el de la infinitud discreta, cuando un conjunto finito de unidades (morfemas o palabras) da lugar a una cantidad infinita de combinaciones. “Una vez que yo tengo una expresión del tipo quiero agua, puedo seguir construyendo: quiero agua fríaquiero agua fría en un vasoquiero agua fría en un vaso transparentequiero agua fría en un vaso transparente que esté limpio...” Esto también lo cumplirían los bonobos.

 

Pueden parecer pocas (aunque quedan por estudiar las combinaciones de más de dos vocalizaciones), pero es la primera vez que en una especie distinta de la humana sus miembros cumplen al completo el principio de composicionalidad. Para el catedrático Salguero (Universidad de Sevilla) quien no ha intervenido en este estudio, “si esto de verdad está presente en los bonobos, aunque sea a ese nivel tan básico de dos señales con significado, de modo que una de ellas depende de la otra, explicaría cómo es posible que tras un periodo evolutivo tan largo como el que lleva hasta nuestra especie, haya habido efectivamente sistemas de signos que hayan ido desarrollando esa característica y que la hayan ido haciendo cada vez más compleja”.

 

El profesor Simon W. Townsend, experto en comunicación animal de la Universidad de Zúrich, es autor sénior de la investigación actual y sobre sus implicaciones dice: “El hecho de que encontremos evidencias de composicionalidad en humanos, chimpancés y ahora en bonobos sugiere que nuestro último ancestro común que vivió hace unos siete millones de años también tenía habilidades compositivas básicas y, por lo tanto, esta característica central del lenguaje había comenzado a evolucionar mucho antes de que surgiera el lenguaje”.

 

Para él, la clave es la necesidad de comunicación, se trate de la especie que se trate. Centrado en las leyes lingüísticas, donde comprobaron que en la interacción entre plantas e insectos cumplen la llamada ley de Zipf, formulada en la década de 1940 por George Kingsley Zipf, lingüista de la Universidad de Harvard, según la cual en una determinada lengua la frecuencia de aparición de distintas palabras sigue una distribución que puede aproximarse por una formula matemática que establece que los elementos (palabras en caso de la comunicación humana) más comunes tienden a ser más cortos que los menos habituales.

 

Lo mejor está por venir. Barthet grabó más de 3.600 vocalizaciones durante 400 horas y muchas son de más de dos vocalizaciones. Habrá que esperar a ver qué dicen los bonobos en sus combinaciones de tres, cuatro, cinco o más sonidos que hasta ahora nos parecían aullidos

 

Para el director del Laboratorio de Lingüística Cuantitativa, Matemática y Computacional de la Universitat Politècnica de Catalunya, Ramón Ferrer i Cancho, con el lenguaje está sucediendo lo que pasó con la capacidad de usar instrumentos, que también parecían ser algo exclusivamente humano. “Después supimos que los chimpancés utilizaban instrumentos, que los delfines usan una esponja para protegerse la nariz al pescar peces que se esconden bajo la arena, que los cuervos curvan palitos para atrapar gusanos... Con el lenguaje ya sabemos lo mismo, que no es exclusivo de los humanos”, dice Ferrer i Cancho, uno de los mayores expertos en lingüística humana y comunicación animal.

 

Maracaibo, lunes 12 de mayo del año 2025

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