Una película de laca húmeda
brillaba sobre el asfalto. Había llovido y el subsuelo respiraba ansioso por
las alcantarillas con tenues silbidos. Bocanadas y chorros de un vaho grisáceo
y denso, emergían por grietas y poros en las bocacalles, flotaba y ascendía
encrespándose sobre las aceras. El sol era opaco y no parecía que fuesen las
tres y cuarenta y cinco minutos de la tarde.
Robby masticaba concienzudamente
su cheeseburger, sentado, de espaldas a la calle, diagonal a la puerta, de
frente al mostrador, en Ham & Eggs,
la cafetería de la esquina en la calle 42 con la Quinta Avenida. Levantó por un
momento la vista, y contempló en los espejos frente a él su rostro pálido y
ojeroso. Masculló entonces, Goddammit!, y en silencio continuó
rumiando su hamburguesa. Vestía un sobretodo negro ya verdoso, camisa de rayas
azules muy delgadas, corbata negra de seda y un pantalón de franela gris.
Frente a él, con una visera
amarilla, Raymond iba y venía atendiendo a los clientes. El corpulento moreno
uniformado de blanco, miraba de reojo a Robby diciéndose a sí mismo. Ahora
viene a Ham & Eggs tan solo un
par de veces a la semana y se pierde de vista en cualquier momento, pasa meses
enteros sin aparecer, ahora escasamente se detiene un rato, quizás unas horas,
sorbiendo un sundae o comiéndose su acostumbrado cheeseburger, luego se va y
pasan días, no es como antes, ¿cuánto tiempo hace?, ¿un par de años quizás?...
La época cuando Robert
frecuentaba la esquina de la 42, con todo aquel grupo de conocidos, los gays de
la Quinta, ¿o eran de Madison Avenue?, en ese entonces se le veía con gente muy
metida en el crack y en vicios peores, posiblemente delincuentes, unos tipos
que ¡francamente!, desentonaban con su apariencia distinguida, su aspecto de
antes, ¡de señorito bien!, sus amigotes era la mayoría gente del Village
seguramente, pero él no se había visto nunca desaliñado, a pesar de andar
mezclado con adictos, algunos muy agresivos, casi todos maricas y niñas
mariposas. Años revoloteando entre la 42 y la 40.
¡Cómo ha cambiado! En aquellos
días Raymond también era más joven, pero Robert ahora era otro. Raymond nunca
olvidaría como se lo habían presentado, él le había preguntado al saberlo
médico. Are you some kind of
nut, doc? Era que el médico, desentonaba entre sus abigarrados compinches, quizás
por su edad, pues evidentemente él era mayor que sus amigos, ¿por su
indumentaria tal vez?, ¿cómo saberlo?, pero su educación se evidenciaba en el
trato, ¿o sería aquel acento indescifrable de su inglés de corte clásico? Raymond
lo miraba ahora de reojo recordándolo como era antes, cuando contrastaba con el
desaliñado aspecto de algunos de sus conocidos. Viéndolo ahora, pensó… Sigue
siendo un misterio, el mismo acertijo de años atrás...
Cuando se enteró de que Robby
era médico pronto se convenció de que sencillamente estaba chiflado. Luego
cuando el mismo Roberto le confesó que él además de médico era psiquiatra,
Raymond lo confirmó. He´s a nut
shrink! Más de
cuatro años trabajando en Ham & Eggs
y todavía el doctor venía a chuparse su sundae de fresa. Ray creyó que
dejaría de verlo en un par de oportunidades, algunas ausencias se tornaron muy
largas, tanto que hacían temer por él y el joven moreno lo imaginaba engullido
por el infierno de la gran ciudad. De pronto, reaparecía.
Esos seres extraños, siempre
desaparecían así, muy pronto, pero… ¡Vaya con Robby doc! Allí estaba, queriendo
parecer aún elegante pero muy acabado, físicamente consumido y no obstante
masticaba lentamente su cheeserburger y sorbía su strawberry milkshake pausadamente.
Era la droga, casi con toda seguridad, la heroína acababa con la salud de
cualquiera...
Los ecosistemas de la ciudad se
habían modificado con los años. En la 41 el mercado de la carne había sido
reemplazado por la heroína y el crack. Ahora casi no revoloteaban las
prostitutas y los homosexuales, todos parecían estar en otra cosa, de más
intensidad... A hamburger? Raymond
escuchó la respuesta. A cheeseburger with
lots of onion and bacon. How about
a Coke? Sure, is ok!
Raymond siguió dándole vueltas a
la imagen de Robby, se había deteriorado exageradamente en los últimos meses...
Lo pensaba mientras lo miraba de reojo a través del espejo y automáticamente le
colocaba un rutilante cherry a un copetudo helado de vainilla. Puede que sea
otra víctima de AIDS, eso es posible. Lo pensó y volteándose se acercó al
doctor sonriendo.
Hi Robby Doc? Roberto Cuello levantó la vista
del plato y esbozó una sonrisa. Hello
Ray? Raymond iba a hacerle un comentario cuando una voz chillona gritó
desde el extremo opuesto del mesón. May I have
some french fries pleeease! Raymond asintió con la cabeza diciendo - Yeessss maam, y se alejó del doctor Cuello. Robertico pensó
entonces en el hecho disparatado de venirse desde el Bronx hasta la altura de
la Quinta y la 42 para comerse una hamburguesa, concienció nuevamente que eso
no era lógico. Pero, ¿acaso la razón tenía algo que ver con sus andanzas? Tan
solo la ilusión de revivir aquella época del Village cuando compartió tantos
meses con Chuck y todo un año con el frágil Birdy…
Tantas evocaciones justificaban
ese viaje en el subway. Una estupidez quizás, sin lugar a dudas un riesgo
innecesario. ¿Riesgo? Ya ni eso existía. Como cambian las cosas, ahora no le
importaba mucho el dejar un rato su apartamento, su vida de lobo solitario en
aquel cubil cada día más roñoso, en pleno Bronx, donde vivía y venirse hasta Ham&Eggs...
¡Qué cosas las del destino!,
ahora estaba viviendo tan solo a un par de cuadras del elevado y del piso donde
cohabitara con Pauline en su primera vida, cuando Nueva York lo recibió en su
juventud. Ahora, allí vegetaba, soportando a Mrs Klinder, la vieja casera
polaca que le rentaba el apartamento. Había logrado sostener y mantener un
acuerdo, un pacto con ella, lo aceptaba por ser médico, pero no se inmiscuía en
su vida, no obstante mes a mes le iba subiendo el alquiler. Si esperaba forzar
su salida se equivocaba totalmente, la vieja bruja. Afortunadamente la arpía
polaca no husmeaba... En alguna oportunidad él tendría que hacer una
limpieza...
Era que cada día estaba más
cansado, había perdido tantas libras con su último quebranto, un par de meses
atrás, la maldita criptosporidiasis por poco se lo lleva al otro mundo, sentado
en su inodoro, tuvo que suspender su trabajo en el hospital casi por una
semana, hell!, días enteros en el waterclock hasta perder la cuenta de sus
evacuaciones, ya después de ir más de cincuenta veces no queda otra cosa que
hacer sino hidratarse bebiendo té y usar las hojas para ponerse emplastos que
mitigaran el ardor de su carne esfacelada.
Nota:
el texto de este trabajo es extraído de mi novela LaPesteLoca (Maracaibo, 1997) y continuará y finalizará mañana
miércoles 14.
En
Maracaibo, el martes 13 de mayo del año 2025
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