viernes, 16 de mayo de 2025

Lepra de novela


A finales del pasado siglo XX, Arístides Sarmiento y Silvester Korzeniowski ya contaban con la ayuda del joven Víctor Pitaluga cuando decidieron incorporar también en sus proyectos a Rodrigo Gartán, un anatomopatólogo que había desarrollado un modelo experimental en ratas preñadas para demostrar los daños intrauterinos provocado por el virus encefalítico.

 

Estos trabajos de investigación introdujeron al joven Víctor Pitaluga, recién graduado como Biólogo en LUZ, en un mundo de ratones, ratas, fetos y placentas en diversas especies animales examinadas detenidamente durante sus meses de entrenamiento y aprendizaje con Rodrigo Gartán. Víctor se entusiasmó particularmente con las cosas novedosas que aprendía y cuanto le mostraba a través del microscopio el doctor Gartán. Los resultados de algunos de aquellos experimentos eran cotejados con los virólogos del equipo del doctor Navarro.

 

Gartán y el joven Pitaluga habían logrado corroborar las teorías de un profesor austriaco ya fallecido, el doctor Hans Wagner, propuestas en la década de los sesenta luego de haber demostrado casos de fetos con necrosis cerebral masiva en las autopsias que les practicaron, tras haber nacido muertos, eran todos hijos de madres wayúus quienes estando embarazadas habían padecido de fiebres en la Guajira en los años 1962 y 63. El patólogo le comentaría estos hechos a Víctor y la experiencia del joven Pitaluga como novel investigador se ampliaría considerablemente con los trabajos experimentales. Finalmente, su interés derivaría hacia el estudio de la patogenia de la lepra bajo la tutela de Silvester Korzeniowski.

 

Los doctores Itriago y Sarmiento, y un poco más tarde Korzeniowski, habían trabajado desde el inicio de los años cincuenta en el leprocomio de la isla de Lázaros dirigidos por el profesor Fernández, un médico leprólogo con alma de investigador interesado en la bacteriología, quien muchos años atrás decidió ausentarse para aprender más sobre el bacilo de Hansen en el Instituto Pasteur de París. Diversos aspectos sobre la historia local y nacional de las corinebacterias autóctonas, los había aprendido Arístides Sarmiento del doctor Fernández.

 

A su regreso de Europa, juntos habían revisado en detalle los trabajos realizados en el siglo XIX por Luís Daniel Beauperthuy sobre la curación de la lepra, por lo que algunas observaciones interesantes de Fernández y Sarmiento, procedían de la lectura cuidadosa de las notas escritas por el doctor Beauperthuy, quien también fuera conocido como “el médico de Cumaná” y quien describiera detalladas indicaciones sobre el tratamiento del mal de Lázaro cuando trabajaba en un leprocomio que crearon para él los ingleses en la isla Kaow, en medio del río Esequibo.

 

Sarmiento había examinado con Korzeniowski algunos cultivos de bacilos locales e intentaron diversas técnicas dirigidas a alterar la cubierta celular de las bacterias inicialmente, sin obtener respuestas favorables. En la isla de Lázaros frente a la denominada por el doctor Negrette “la ciudad de fuego”, ellos habían ensayado con los enfermos aplicando los tratamientos propuestos por Beauperthuy, pero tampoco lograron mejorías aparentes de la enfermedad.

 

Cuando regresara de Francia el consagrado investigador leprólogo Arquímedes Fernández, quien volvía “a dejar sus huesos enterrados en su tierra natal”, según él mismo lo había declarado, se entrevistó con el profesor Sarmiento, y tras elogiar los trabajos sobre las cepas del bacilo de Koch que su amigo Arístides había logrado descubrir con Korzeniowski en el Sanatorio, les propuso dedicasen sus esfuerzos a examinar el bacilo de Hansen. Sarmiento, siempre dispuesto estuvo de acuerdo y fue entonces cuando decidió darle más responsabilidades en el proyecto al joven Pitaluga.

 

Al entrar en contacto con Silvester Korzeniowski, el joven Víctor y su tutor polaco, se entusiasmaron con el estudio de los bacilos de la lepra cultivándolos en las almohadillas plantares de ratones, pero nuevamente, los resultados que obtuvieron fueron muy poco alentadores. Víctor Pitaluga aprovecharía un viaje a la capital para documentarse en la biblioteca del IVIC y discutió estas ideas con unos investigadores que trabajaban con el famoso profesor Convincit de quien decían que había inventado una vacuna para el mal de Hansen.

 

Fue él quien allá le planteó a Víctor la posibilidad de comenzar a experimentar con los cachicamos. Así fue cómo surgió la idea de crear un laboratorio para reproducir cachicamos en cautiverio y el profesor Sarmiento entusiasmado, decidió iniciar una cría de cachicamos y sin escatimar esfuerzos hizo lo necesario para la construcción del laboratorio con ese propósito en la Cañada de Urdaneta al sur de la “ciudad de fuego”.

 

Con del advenimiento de las Sulfonas, y en particular de la Dapsona desde la década de los 50 del pasado siglo XX, la resolución acordada por los organismos de Sanidad del país desde el año 1947 comenzaría a aplicarse. Al utilizar éstos y otros medicamentos locales y sistémicos, los tratamientos ambulatorios tenían que haber suplantado la política de confinamiento de los pacientes en leprocomios y el lazareto en la isla ubicada a la entrada del lago Coquivacoa, desde ese entonces, estuvio irremediablemente, destinado a desaparecer.

 

Los 17 pabellones para mujeres y para hombres, los locales para la hospitalización capaces de albergar cerca de un millar de enfermos, habrían de ser derribados. Las 60 casas para las parejas de enfermos que hacían vida marital, la casa de los médicos construida en 1951, las dos iglesias, una para católicos y otra para los protestantes, la escuela de artes y oficios, el cine, la oficina de correos, la cárcel, el cementerio, las plazoletas y demás estructuras físicas que así como las monedas de uso interno, que habían existido en aquella isla, desde el año 1828 cuando Simón Bolívar, presidente de la República de Colombia ordenó la edificación de un leprosario en la isla llamada “de los Mártires” luego denominada de “Providencia” o de “Lázaros” y dejó establecido que para su funcionamiento se contaría con las rentas derivadas de los derechos aduanales de los barcos que fondearan en La Vela de Coro y el proveniente de las numerosas galleras que existían en el Departamento del Zulia.

 

 En viejos papeles amarillentos, propiedad de Alejo Plumacher, tenía suficientes evidencias de una lejana época cuando su pariente lejano, Cónsul de los Estados Unidos de Norteamérica en Maracaibo, había estado interesado en el problema de la isla en el lago Coquivacoa. Pero los años transcurrirían inexorablemente y el profesor Fernández ya había fallecido cuando el joven Pitaluga y su maestro microbiólogo Korzeniowski decididamente quisieron penetrar en los secretos de los armadillos.


 

Así ellos comenzarían a trabajar con aquellos extraños animales de caparazón calcáreo adornado con nueve bandas protectoras, investigando la presencia natural en ellos de los bacilos de la lepra. Estando siempre en contacto con el importante grupo de investigadores de la capital y de acuerdo a un convenio entre científicos con similares metas, decidieron instalar un bioterio para criar armadillos al sur de la “ciudad de fuego”, y sería durante la integración de este proyecto y estando en la capital, cuando Víctor Pitaluga convencería también a Ruth Romero de Plumacher, una joven médico, oriunda de la región del lago y los palmares, para que terminase su tesis de Maestría sobre la lepromina en los Laboratorios de la Escuela de Medicina Dr José María Vargas en la capital, mientras todos se preparaban para trabajar en los experimentos con los cachicamos en su tierra natal.

 

Ellos avanzaban lentos pero seguros en sus experimentos y esperaban el regreso de la doctora Romero… Cuando …

 

NOTA:

Esta historia es parte de sucesos desarrollados en mi novela “El año de la lepra” (2011) que pude leerse en ausencia de los libros de la publicación original (2011), accediendo a ella a través de la plataforma de Amazon.

 

Maracaibo, viernes 16 de mayo del 2025

No hay comentarios: