No
he tenido la suerte de haber leído “El sabor de la tierruca” de
José María de Pereda, y no sé cuándo ni dónde me enteré, de la existencia de
esta obra, pero su título siempre me llamó la atención. Hoy desvelo en
lapesteloca algunos detalles interesantes sobre este escritor español cántabro
y su obra literaria muy apegada a su terruño.
José María
de Pereda y Sánchez de Porrúa (1833-1906) fue un novelista español del período realista, autor de célebres novelas costumbristas. Fue Miembro
de la Real Academia Española, distinguido con la Gran Cruz de la Orden Civil de
Alfonso XII(1903) también político, afiliado al carlismo.
Sus obras más conocidas son Peñas arriba, De tal palo tal astilla, La puchera y, particularmente
Sotileza, la que dio lugar a que ya en 1872
fuese nombrado miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Sus padres
eran de Polanco y de Comillas ambas localidades
en Cantabria. La pareja tuvo veintidós hijos, aunque
solo nueve sobrepasaron la juventud y llegaron a adultos. Vivieron de la
agricultura y la ganadería en el pueblo natal y se trasladaron a la
capital, Santander, para que José María pudiese
preparar su ingreso en el Instituto Cántabro. A los once años, en 1843, ya fue alumno
del instituto en el que también estudiaron Menéndez Pelayo, Gregorio Marañón y Gerardo Diego.
De
temperamento neurótico e hipersensible desde
niño, durante el bachillerato fue un estudiante más amante de la caza, la pesca
y la vida en contacto con la naturaleza que de otras ocupaciones, por lo que no
avanzó mucho. Terminados los estudios de Humanidades, en el otoño de 1852, se
trasladó a Madrid para cursar la preparatoria del ingreso en la Academia de Artillería de Segovia.
Allí junto a otros estudiantes de su provincia, se interesó poco por los libros
científicos, y se dedicó más a las tertulias en el café de “La Esmeralda”, los
bailes de Capellanes y el teatro.
Por entonces
es testigo de la Revolución de 1854, donde
casi fallece a consecuencia de los tiroteos en las calles, sucesos a los que
aludiría más adelante en su novela Pedro Sánchez (1883).
En esa época escribió La fortuna en un sombrero (1854),
comedia que no se llegó a publicar. Pereda regresaría a Santander donde en 1855
fallece su madre y él contrae poco después el cólera.
Al año siguiente “una neurastenia”
le dejó postrado y obligó a su familia a enviarlo a Andalucía, el año 1857.
En 1864 Escenas
montañesas, le convirtió en una celebridad local. El mismo año en
Madrid, empezó a publicar en El Museo Universal y en
1866 colabora con otros autores en el libro colectivo Escenas de la vida, colección de cuentos y cuadros de costumbres.
Su segundo libro fue, Tipos y paisajes. En abril de
1869 se casa con Diodora de la Revilla y dos años más tarde inicia su carrera
política presentándose como diputado carlista por
el distrito de Cabuérniga. Salió elegido por
escaso margen, lo que le hizo ampliar sus amistades en Madrid y darse a
conocer. Sus ideas carlistas, sin embargo, no le impiden hacer amistad con
escritores de ideología contraria, como Galdós y Leopoldo Alas
“Clarín»”.
Sobre su
experiencia política escribió la novela corta Los hombres de pro,
incluida en su libro Bocetos al temple (1876). Decidiría
dejar la política para consagrarse a sus hijos durante cuatro o cinco años.
Pero estimulado por Marcelino Menéndez Pelayo y Gumersindo Laverde, volvió a la
literatura, más centrado en la narración extensa y realista que en el cuadro de costumbres. Sus
novelas estaban ambientadas casi siempre en La Montaña,
salvo Pedro Sánchez (ambientada en Madrid) donde presentaba
la idealización de las costumbres del pueblo frente a las urbanas.
En 1881, encontramos el primer testimonio epistolar de Pereda en el que anuncia a su amigo, maestro y consejero literario, Don Gumersindo Laverde, su compromiso de editar la novela El sabor de la tierruca con la Biblioteca Arte y Letras. Las palabras del novelista de Polanco a su amigo dejan constancia de su conocimiento de las anteriores obras de esta colección. El volumen resultante de esa determinación fue la edición en 1882 de El sabor de la tierruca, con grabados de C.Verdaguer sobre ilustraciones del excelente dibujante catalán Apeles Mestres, quien llegó a desplazarse a Polanco, pueblo natal de don José María y referente real de su relato, para realizar los bocetos sobre los que compondría las ilustraciones. En 1882 se publicaría El sabor de la tierruca. Copias del natural, con ilustraciones de Apeles Mestres y grabados de C.Verdaguer, (Barcelona, Biblioteca Artes y Letras, 1882).
Entre sus
obras más destacadas se encuentra Sotileza (1885), en la que
retrata la forma de vida de los pescadores, y Peñas arriba (1895),
centrada en los habitantes de montaña. Autores actuales han interpretado en la
obra de Pereda un intento de recuperar el “habla montañesa”, utilizando esta variante lingüística para
caracterizar a sus personajes según su ámbito social, entorno rural o urbano,
su profesión, etc. Para Pereda, aunque
consciente de que esta variante desnaturalizaba la lengua culta, con su obra
costumbrista buscaba reflejar fielmente el habla viva de la Cantabria de su
tiempo.
En 1875, Pereda respondió a una carta donde se le
pedía que investigara el modo de hablar de La Montaña. En una carta-informe enviada por la Real Academia
Española el 1 de junio de 1874, Pereda señala que en esa región se hablaba de
un modo muy particular documentando en qué zonas se oyen sus voces y cómo
varían en otras, pero apuntando que se trata de un idioma vulgar.
En tal informe se lee: de todas las de
España que no tienen dialecto propio, y aun exceptuando entre las que le
tienen, únicamente aquellas en las cuales se habla vascuence, la de Santander es, a no dudar, la que
más desnaturaliza y afea el castellano en su lenguaje común.
El
suicidio en 1893 de Juan Manuel, hijo de
de José María de
Pereda, le sorprendió cuando estaba
redactando el vigésimo primer capítulo de su último libro (Peñas arriba), y
este acontecimiento le afectó muchísimo, tanto que abandonó casi completamente
la escritura; sumergido en una honda tristeza con complejos de culpabilidad que
derivaría en una crisis existencial y religiosa y agravándose su neurastenia envejeció prematuramente.
Únicamente publicó su desganada novela corta Pachín González,
basada en un hecho real, la explosión en noviembre de 1893 del vapor Cabo Machichaco, atracado en el puerto de Santander con un
cargamento de dinamita.
Su hija
contrajo matrimonio en junio de 1903 con Enrique Rivero, de Jerez de la Frontera, hecho
que levantó algo sus ánimos, pero en la primavera de 1904 sufrió una apoplejía que le dejó hemipléjico del lado izquierdo, y murió el
1 de marzo de 1906. Su cuerpo reposa en el cementerio de su natal Polanco,
donde tiene un busto en su honor.
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