“Mi lago contaminado”
Ese era el título de una de mis pinturas al óleo… Era
una una época, cuando uso decir que “vivía
de mi arte”, en los tiempos en que recién mudado a la capital, y como
profesor universitario habría de homologar mi cargo (de LUZ para la UCV) y
aquel sencillo procedimiento que posiblemente tomaba algunos meses, me mantenía
aferrado al sueldo básico de instructor. Para ese entonces, tenía 5 hijos en
colegios privados y decidí, ayudarme pintando. Lo hacía de noche y logré vender
más de un centenar de pinturas al óleo, la mayoría sobre temas de mi tierra.
Hube de hacerlo prácticamente para sobrevivir, y hoy he recordado uno de
aquellas telas pintadas al óleo, similar a otra que puedo mostrar aquí, la cual
llevaba en el título el asunto de la contaminación, que para aquellos años, no era
tan grave. El recuerdo y el título me da la oportunidad de regresar aquí al
final de mi novela “Ratones desnudos”
(Mérida, 2011), donde me refiero a mi lago de Maracaibo, desde hace muchos años,
desde antes, ya muy contaminado.
Estuve en la isla de Toas,
ciertamente… Allí, descubrí algunas las piezas que le faltaban al rompecabezas.
El sin par Alonso Guerra, me relató una historia completa sobre el profesor
Soriano y se explayó en detalles de los experimentos que habían hecho en el INP
con los ratones desnudos. En la isla de Toas, de frente al mar Caribe y al lago
de Coquivacoa, aquel individuo todavía era joven, en apariencia, y yo no sabría
decir en aquel momento si acaso lo fuese también en espíritu, parecía haber
abandonado totalmente sus afanes investigativos y científicos y estaba, en una
onda de preservación ambiental. Me recibió en su casa. Alonso e Ixora vivían en
una aldea de pescadores y me invitaron a acompañarles durante varios días.
Él
se ocupaba de fomentar una cooperativa, confiando en que aceptarían sus ideas
para luchar por mejorar las condiciones de vida de los habitantes de aquella
comunidad. Ella, trabajaba en una escuela y evidentemente le apoyaba en todos
sus proyectos. Ahora todo aquello está ya en el pasado. Así me dijo ella,
sonriendo, mientras escuchaba a su marido conversar apasionadamente sobre sus
planes. Quería lograr la limpieza de las aguas del lago contaminadas por los
derrames de los tanqueros petroleros y por los desechos industriales, e
intentaba también sanear las aguas de la isla. Me explicó, que provenían de
pozos artesianos y de cómo sus aguas estaban en peligro de infectarse con el
virus de la hepatitis. La primera noche en su casa, Alonso se emocionó
hablándome de proyectos ecologistas y recalcó como la contaminación del lago
estaba acabando con los recursos naturales de toda la región.
Recuerdo
que fue la primera vez que escuché hablar sobre el Vanadio. Me comentó… ¿Has
oído hablar del Vanadio? Yo negué y luego él me explicó. Es un elemento que
proviene de las porfirinas del petróleo crudo y se integra a la cadena
alimenticia porque existe como compuesto estable. ¿Sabes dónde existe Vanadio
en abundancia? En las almejas. Así se respondió él mismo. Esto se debe a que
ellas filtran gran cantidad de fitoplancton, y es que el Vanadio es un metal
gris que se puede usar en aleaciones de metales ferrosos y se añade en las
aleaciones de las tuberías de acero. Este y otros elementos contaminan el lago.
¿Por qué en las almejas? Ante mis preguntas, él respondía… En los peces
igualmente.
En
la industria petroquímica, ya iremos a ver el complejo petroquímico desde el
lago, allí en El Tablazo, el Vanadio es usado como un catalizador, sobre todo
para producir plástico y ácido sulfúrico. El Vanadio llega al agua en
suspensión, pero se vuelve un coloide y se retiene en el limo y en los
sedimentos. Allí en el sedimento se acumula. Es eso que cuando llueve se
percibe como gredoso, eso que la gente denomina “el sipero”, allí es donde en
toda la extensión del lago se depositan los contaminantes y los hay más
peligrosos, como el mercurio y el cobre, que además son muy solubles, tanto que
los absorben los peces. ¿Entiendes la gravedad de lo que te estoy explicando?
El mercurio se transforma en metil–mercurio y se va al fondo, se mezcla en el
sedimento y hay peces que son bentónicos. Así se les dice a los que viven en la
profundidad y por tanto se arrastran en el sedimento, se tragan todo el Vanadio
y el mercurio. Esto les pasa a los bagres y al pez que llaman armadillo. Ellos
se arrastran, y se van contaminando…
Aquella
noche dormí intranquilo. Desperté varias veces sin saber si era por el resonar
del oleaje o por mis pensamientos que iban y venían como los marullos. Amaneció
y visitamos la isla. Hablamos con mucha gente. Alonso era una especie de
intermediario entre los pescadores y las exiguas autoridades locales. En la tarde,
estábamos en la costa oriental cargando combustible para el motor cuando las nubes
en el sur se transformaron en lluvia. Así fue como mientras nos movíamos raudos
por el lago y pasábamos bajo el puente y frente a la isla de Lázaros y luego
ante las torres del complejo Petroquímico de El Tablazo, la lluvia y un tiempo
borrascoso de sur a norte parecía perseguirnos. Alonso con gran serenidad me
comentaba sobre una nube asalmonada nacida del complejo pertroquímico y de cómo
a veces cubría la ciudad de fuego cuando el viento soplaba hacia el oeste. Él
me habló de las descargas de lluvia ácida, y yo le confesé que ya antes había
escuchado sobre este tema. Recordé algo que había leído en una novela, en la que
se decía que cada pescado del lago tenía más mercurio que un termómetro de
hospital. Alonso asintió sonriendo y me informó que había sido un tal Lucidio
Soto quien había hecho las denuncias desde la Asamblea Legislativa del Estado,
pero nada se había modificado.
Si
volvemos a los peces, me dijo; tienes que saber que el Vanadio es capaz de
provocar efectos genotóxicos en los peces. Es algo que está comprobado. Se les estudian
los cromosomas y son anormales, me informó, para luego añadir. Va a comenzar a
llover, pero déjame que te diga dos palabras sobre las Tilapias. Yo ni sabía a
qué se iba a referir, pues jamás había escuchado el nombre de Tilapia. Es un
pez, me aclaró y es originario del África, es muy resistente, robusto, soporta
aguas calientes como pueden ser las del lago al mediodía. Bien, resulta que trajeron
Tilapias para hacer unos experimentos con ellas y poder demostrar las anormalidades
en sus cromosomas, pero luego, irresponsablemente las echaron en el lago y han
creado un desorden ecológico. Estos peces son muy voraces y están acabando con
otras especies autóctonas, son depredadores. Como ves, algunas veces los
problemas son creados por los mismos investigadores. No es la primera vez que
los científicos son los culpables…
Cortó
su frase un relámpago que surgió de las aguas y se escuchó el retumbar de un
trueno sobre nuestras cabezas. Él prosiguió como si nada sucediese. Menos mal
que los pescadores comercian con las Tilapia porque tiene bastante carne y se
venden. ¿Con cuánto mercurio y cuánto Vanadio? ¿Con cuántas anormalidades
cromosómicas? Eso no le importa a nadie… Entonces fue cuando comenzó a llover
sobre nosotros. Afortunadamente, pensé, ya estábamos muy cerca de la isla. Llovía
a cántaros y los truenos resonaban sin tregua. Yo achicaba el agua con un
envase metálico y mientras nos protegíamos con unas mantas de plástico Alonso
sonreía y me comentaba que era muy importante que yo hubiese vivido,
disfrutado, gritaba él, de un chubasco en el lago.
Al
final, terminamos emparamados y al momento de atracar y dejar la lancha yo ya
estaba entumecido. Desde el muelle hasta su casa, corrimos bajo el aguacero y
llegamos chapaleando en un barrizal. Su mujer nos esperaba con café caliente y
unas toallas, con las que nos secamos y nos cubrimos mirando a través de las
ventanas como caía el aguacero. Ya
sentados en la mesa del comedor, Alonso terminó de relatarme algunos de sus
secretos sobre la creación de un aparato en el cual había estado trabajando con
sus manos. Me explicó que estaba ya listo para poder medir el espectro de los
metales en cualquier muestra biológica a través de una técnica denominada por
él, cromatografía de vapor frío. Será como un espectrofotómetro de absorción
atómica, me informó, pero mucho más sensible, y puedo jurarte que con este
equipo podré demostrar trazas de oligoelementos en seres que todavía estén
vivos.
Esa
noche tuve el privilegio de entrar en una habitación aislada de su casa, el
único cuarto que tenía aire acondicionado, con puertas y ventanas selladas y
donde aquel soñador incansable guardaba una cantidad de objetos de la más
extraña apariencia. Los detalles técnicos los voy a obviar, pero todo cuanto
observé, sirvió para hacerme creer que habría de llegar el momento, cuando
desde allí y para beneficio de su gente, aquel hombre, algo deberá decirle al
mundo.
Después
de un par de días de convivir con Ixora y con Alonso, y a pesar de haber
hallado la respuesta para casi todas mis preguntas, desafortunadamente no pude
lograr detalles precisos sobre los sucesos del 27 de febrero de aquel trágico
año de 1989 y con Alonso discurrí en torno a la posibilidad de que Diego hubiese
desaparecido en la capital durante la convulsionada semana cuando dejó la
ciudad de fuego. Era tan solo una teoría. La insinuación de que quizás lo
enterraron en una fosa común, cubierto de cal, como un muerto más entre los
muchos que perecieron arrastrados por la violencia del drama social y político
en aquella crisis, no logró convencerme. Ni mis insinuaciones lograron que
Alonso me ofreciese alguna pista adicional. Con todo esto en la mochila, decidí
reunirme, ya de vuelta, con quien habría de aparecer como el autor de estos
textos para dejar constancia de mi extenuante labor...
Maracaibo,
sábado 18 de abril 2020
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