Las delicias del jardín
En esta
prolongada cuarentena donde como si hubiésemos regresado al medioevo, nos está
tocando sobrevivir en medio de la pandemia desatada por el coronavirus
Covid-19, vemos que Italia nos retrotrae a escenas del Decameron de Bocaccio,
mientras las naciones del mundo se debaten intentado proteger la humanidad, y
hay tantas preguntas como pudiesen hacerse sobre el significado de las pinturas
de El Bosco, por lo que aprovecho el momento para hacer algunas consideraciones
sobre algunas de las explicaciones que se han planteado.
En
septiembre del año pasado 2019, había hablado en este blog sobre Jheronimus
van Aken, (https://bit.ly/2ULek1P) conocido
también como El Bosco (1450-1516),
y llamaba la atención sobre la vida de este pintor holandés de finales de la
Edad Media, autor de “El jardín de las
delicias” y de numerosos cuadros, en particular de curiosos infiernos y de juicios
finales con personajes muy extraños. Destacaba igualmente, como su vida está recreada
en mi novela “Para subir al cielo…”
(https://bit.ly/2kqHrJN) la cual reeditada en 2016, hoy
día está a la venta en la Librería Europa del Centro Comercial Costa Verde de Maracaibo.
Durante
más de diez siglos medievales de oscurantismo, de supersticiones, de ignorancia
y de imposición de códigos, normas e intereses “divinos” sobre la razón, nacería
en los Países Bajos
Jheronimus El Bosco, en quien el condicionante geográfico y tradicional
influiría en su obra en medio de la piadosa religiosidad del arte flamenco,
cómo se vivía en aquellos días. Recordaremos qu además de la situación
socio-política, una crisis religiosa y moral generalizada sacudía a Europa a
finales del siglo XV y ella se refleja en el Elogio de la locura de Erasmo y en La Nave de los locos, de Brandt, la que el mismo Jheronimus llevaría a la
pintura. Estos
eventos conducirán
a la Reforma y en 1517, un año después de la muerte de El Bosco, cuando Lutero
clavará sus 99 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg.
En
aquella pequeña ciudad de Hertogenbosch,
una próspera burguesía acomodada, cerrada y cargada de desconcierto y
desencanto espiritual, nos encontramos al pintor que reflejó en su obra la
impotencia ante el desquiciado momento por el que pasaba Occidente. En el año 1947 Wilhelm Fraeger
asomaría la posibilidad de que El Bosco fuese miembro de “La Hermandad del Espíritu
Libre”, un grupo herético que había florecido en Europa a partir del siglo
XIII. Aunque no existe mucha información sobre esa agrupación, que es
considerada por algunos como una secta de la que se decía que sus ritos a
través de una búsqueda de la inocencia perdida por Adán en el Paraíso, incluían
prácticas de promiscuidad sexual. Por esta razón, también se les conocía a sus
seguidores como Adamitas.
Los
Adamitas aparecieron en Bruselas desde 1411 y aunque se plantea que puede que hayan
sobrevivido hasta el siglo XVI, en realidad es difícil pensar que Jheronimus El Bosco, fuese algo más
que un cristiano ortodoxo, quien por demás era un reconocido miembro de La Hermandad de Nuestra Señora, una
comunidad de clérigos y laicos de su ciudad, muy diferente a la que caracterizó
a Los Hermanos del Espíritu Libre. Según Fraenger, “El jardín de las delicias” habría sido pintado por El Bosco para un
grupo de Adamitas de Hertogenbosch, donde vivía el pintor. Un erudito escritor, M.Gauffreteau-Sevy quien
publicó un tratado sobre El Bosco en 1967, no coincide con las ideas Fraenger y
considera que el pintor quiso en “El
Jardin”, condenar los placeres de los sentidos que ciegan a la humanidad,
como lo hiciera en su tríptico de “El
carro del heno”.
Felipe de
Guevara, gentilhombre de Carlos V y heredero y coleccionista de su obra, heredó
la colección de su padre Diego y en 1570 la compraría, para Felipe II y sus
descendientes, junto a los bienes confiscados en Flandes, como El Jardín de las delicias confiscado en
1567-1568 a Guillermo el Taciturno y que vía Fernando de Toledo, hijo bastardo
del Duque de Alba, incrementará su colección de “Boscos” que finalmente
acabarán en El Prado y El Escorial. Por ese interés manifiesto del rey Felipe
II, un ferviente católico, por las pinturas de El Bosco es muy poco probable
que en una época cuando la Santa Inquisición perseguía cualquier desviación del
dogma y la doctrina católica, no existe evidencia alguna de que estas pinturas
en manos del rey hayan sido criticadas o condenadas por el Santo Oficio.
Finalmente,
a finales del siglo XVI se produjo una denuncia de que las obras de El Bosco
estaban viciadas de herejía y esta acusación tuvo que se enfáticamente
desmentida por un sacerdote historiador, poeta y teólogo español, Fray José de Singüeza, monje de la Orden de San
Jerónimo.
El Santo Oficio presentó varios testimonios hostiles a Sigüenza quien decidió
presentarse voluntariamente en abril de 1592 ante el Tribunal de Toledo y se le encerró
en el Monasterio de la
Sisla
hasta octubre cuando finalizó su causa con apenas una reprimenda que se le dio el
25 de julio de 1593. En 1603 fue elegido prior y reelegido en 1606 ya hasta su
muerte. Todas las “diablerías”, sus demonios y las sugerencias libidinosas de
“el jardín” hechas sobre la obra del pintor, quedarían como en suspenso durante
siglos.
Sería
en el siglo XIX cuando de la mano de Dvorák, Friedländer, Tolnay, Fraenger,
Bax, Combe, Salas y Freud, así como de Jung y de la Escuela de Viena,
reaparecerán comentarios sobre las obras de El Bosco, algunos de los cuales nuevamente
lo relacionaron con los Adamitas, con lo herético, el esoterismo, el Catarismo,
la astrología, la alquimia, el hermetismo, el ateísmo, los naipes, el tarot, la
sodomía, la ironía, el folclore y particularmente el refranero popular
neerlandés, que parecía burlarse de todos con el humor y la sátira. Algunos de
los nuevos “descubridores” del viejo pintor decidirían citarlo como “enfermo
erótico”, “febril inventor de monstruos”, “inventor de absurdos”, hasta llegar
a decir que sus pinturas parecían el “delirio indecente de un fraile tísico”.
Aunque su
influencia entre los surrealistas, y en especial en Dalí, es indiscutible, El
Bosco no podría ser surrealista a finales del medioevo. Simplemente, tomó los elementos de la realidad y con ellos
crearía figuras antropomórficas, seres irreales y demonios, en quienes llevado
por su imaginación, los iría construyendo con objetos de la vida cotidiana,
creando una mezcla de realidad y ficción, que si nos interesa, nos puede llevar
a meternos en el fantástico mundo de Jheronimus,
algo que de veras vale la pena. Una sugerencia para estos meses de
confinamiento puede ser profundizar en este tema, y podrán detallar además que como
pintor Jheronimus van Aken fue
un paisajista excepcional.
Maracaibo sábado 4 de abril, 2020
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