Boleros y literatura
El Caribe “suena”, lo dijo Alejo Carpentier hace
muchos años, y así, en la década de los noventa del pasado siglo XX los ritmos
caribeños se hicieron escuchar cada vez más en la polifonía de su literatura y
esos escritos conquistaron un lugar para el bolero y otros géneros afines en
manos de autores como Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres(1964), como Pedro Vergés en Sólo cenizas hallarás
(1980), y Luis Rafael Sánchez con La importancia de llamarse Daniel Santos (1988), Parece que fue ayer de
Denzil Romero y Te di la vida entera (1996) de Zoé Valdés.
Estos escritores caribeños son fundamentales al
mencionar las denominadas “novelas de bolero”, libros estos que quedaron
marcados en
su ritmo, en su argumento o en su tema, por la música, las
canciones, y la vida de los músicos e ídolos populares. El bolero rebasaría las
fronteras y no sólo se presentó como forma pan-caribeña sino también
pan-latinoamericana. Se puede analizar la presencia del bolero y su integración
al texto en El beso de la mujer araña (1976) del argentino Manuel Puig, en Tantas
veces Pedro (1977) del peruano Alfredo Bryce Echenique y en The
Mambo Kings Play Songs of Love (1989) del cubano-americano Óscar
Hijuelos. Observamos también al bolero y su reiterada presencia en Escribir
en La Habana (1997) de quien subscribe Jorge García Tamayo y hemos
visto el bolero integrado a la narrativa española, en El cuarto de atrás (1978)
de Carmen Martín Gaite y en Te trataré como a una reina (1983)
de Rosa Montero, pudiendo destacar que está por demás presente en muchas de las
películas de Pedro Almodóvar…
Para reflexionar sobre
la riqueza interpretativa que proporciona el recurso del bolero en la
literatura, Rita de
Maeseneer, profesora de literatura y
cultura españolas e hispanoamericanas en la Universidad de Amberes (Bélgica), escribiría un trabajo titulado “Denzil Romero, Enriquillo Sánchez y Zoé Valdés a
ritmo de bolero”,
concentrándose en tres novelas de los años noventa; donde el bolero está presente
desde el mismo título. En esta oportunidad y resumiendo lo expresado por la
profesora Rita de Maeseneer, concretamente me referiré en mi
blog (lapesteloca) nuevamente al escritor Denzil Romero (https://bit.ly/2qUoEJB) quien combinó en una novela, un
título de bolero Parece que fue ayer con el subtítulo de “Crónica de un happening
bolerístico” (1991).
Otros libros examinados
por la profesora Maeseneer fueron la novela Musiquito (1993) del
dominicano Enriquillo Sánchez (1947) y Te di la vida entera (1996) de la
cubana exiliada Zoé Valdés (1959)pues estos tres autores, nacieron en tres
décadas diferentes, y ellos no se destacan precisamente por su constante
énfasis en la música popular. De ellos, es a Denzil Romero, como hemos ya
señalado que se le asocia con la novela histórica o como lo diría él mismo con,
“lenguaje, erotismo e historia”
(Romero,1999). Denzil estuvo fascinado sobre todo por la figura de Francisco de
Miranda La tragedia del Generalísimo (1983); Grand Tour (1987), y Para
seguir el vagavagar (1998) novelas donde según sus palabras, encarnaría
“toda nuestra idiosincrasia y nuestra
calidad de venezolanos mestizos-acriollados-euro-centrados-desarraigados”. Destacará Rita Maeseneer, que los boleros no están totalmente
ausentes de las demás obras de los autores mencionados por ella, ya que hasta
Miranda canta boleros en Para seguir el vagavagar. En la
dedicatoria de Parece que fue ayer, Denzil Romero menciona a un amigo bogotano
que le “indujo a escribir estos textos”
que él mismo califica como, “una novela
en la onda bolerística”.
Parece que fue ayer. Crónica de un happening
bolerísticoo, es “juego, pérdida, desperdicio y placer: es
decir, erotismo, transgresión de lo útil”, la profesora Maeseneer refiere
que Denzil utiliza una escritura barroca que recuerda a Severo Sarduy, y en la
que su texto funciona como una declaración de principios. Se reproduce una cita
larga tomada de un ensayo de Carlos Monsiváis titulado “El hastío es pavoreal que se
aburre de luz en la tarde (Notas
del Camp en México)”, en una nota donde el narrador/autor implícito,
advierte que sus reflexiones se pueden aplicar a cualquier país
latinoamericano. El texto de Monsiváis constituye una especie de meditación y
reescritura de “Notes on ‘camp’” de
Susan Sontag dentro de un contexto mexicano. Monsiváis dice irónicamente al
inicio de su ensayo: “Universales, nos
corresponde registrar lo que sucede en Estados Unidos; coloniales, debemos
verificar su viabilidad, sus posibilidades de nacionalización” (Monsiváis
1970: 171). Si miramos las definiciones propuestas, la novela de Denzil crea la
expectativa de un divertimiento juguetón.
Uno de los detalles consiste en
la reproducción de la letra completa del bolero Parece que fue ayer (1967) del mexicano Armando Manzanero, canción
que recuerda el inicio de un amor feliz que perdura hasta hoy en día, situación
bastante excepcional en este género donde abunda la tristeza y los fracasos
amorosos. De ahí que quizá la amada a la que se dirige Parece que fue ayer sea
el mismo bolero, por quien se sugiere un amor eterno: “Soy tan feliz de haber vivido junto a ti por tantos años”… A la
canción le sigue un epígrafe icónico, ya que se reproduce la cara A de un
elepé, al que más adelante le sigue la cara B, y así cada parte/cara incluye
seis capítulos/números, que conforman el happening de un grupo de bolerómanos
integrado mayoritariamente por venezolanos, aunque también se apuntaron a la
performance un cubano, un puertorriqueño y un costarricense. Estos compinches,
se han reunido en un bar caraqueño dos días seguidos, de la noche del 13 al 14 de
febrero de 1990, el Día de los Enamorados, fecha de lo más simbólica...
En la novela, los contertulios
discurren sobre los boleros y sus medios de difusión, sobre sus intérpretes
preferidos, que provoca delirios sensuales y sexuales expresados en un lenguaje
danzante a veces bastante vulgar. Así los boleros dan lugar a fantasías eróticas
situadas en el pasado. Al llevar por ejemplo como título: “‘Silbido’ de ánima cuenta la pasión incestuosa que sintió por su hermana
Encarnación”. Todos recuerdan canciones de las grandes estrellas del
bolero, del mexicano Agustín Lara, o de la cubana Olga Guillot, y los
compinches cantan sus boleros “adagiándolos;
adagietándolos; allegrocantabilizándolos; agitándolos o agitatándolos;
tergiversando las letras; corrompiéndolas; estragándolas; arruinándolas no
pocas veces; haciéndoles segregaciones”. Todos se divierten inventando
adivinanzas a las que contestan con una frase de bolero o insertan boleros en
contextos nuevos, lo que provoca efectos cómicos.
En la cara A6, titulada “Los juegos
del bolero”, se empieza por variar la letra del bolero Parece que fue ayer,
cambiando primero la letra original, muy casta, en unos juegos metafóricos de
clara índole sexual, pero también de crítica social: “Parece que fue ayer /cuando eras mi secre y robábamos lo que queríamos
/ parece que fue ayer / cuando en Miraflores felices vivíamos” (92-93).
Otros juegos son los idiotismos de Beatricita la Gata que “dice que su padre, cada vez que pagaba con un billete de a cien
bolívares, le daba un beso a la efigie de El Libertador y tarareaba “Por si no
te vuelvo a ver”. Cuando cruzaba con un entierro, invariablemente repetía: Espérame en el cielo” (97). El pintor
Felipillo, que hace alarde de erudito, boleriza las peripecias amorosas del
dios Júpiter contando sus hazañas amorosas mediante una hilera de boleros, o en
la cara B1, Pucho el Jíbaro, bolerista que reúne todas las características
típicas barrio-bajeras, hace un repaso alfabético de todas las prostitutas
poseídas citando cada vez un bolero que incluye su nombre.
La erudición desmesurada de
Denzil Romero abruma y llega a cansar con un texto excedido de canciones y a lo
largo de sus páginas van desfilando compositores e intérpretes de todo el mundo
latinoamericano, de manera tal que el libro se transforma en una discografía e
historia de la canción romántica latinoamericana. En un constante ¿a que no sabes?, el lector llega a una especie
de saturación, en particular si la lectura no va aligerada por una
reminiscencia auditiva. Como cada número del libro/disco tiene otro narrador, a
veces se convierte en un verdadero locutor de radio, por lo que se crea una
fragmentación y polifonía aún reforzadas por la inserción constante de letras
de boleros, con un efecto multiplicador de voces según él o la intérprete que
conozcamos. Además, las citas de las canciones añaden un registro a la
heteroglosia que caracteriza la narración: visto el tema se imponen unas
evocaciones sabrosas llenas de venezolanismos con un vocabulario que es
francamente de burdel, pero que de vez en cuando pasará a un lenguaje culto
salpicado de citas más cultas aun, a veces rozando con la pedantería; todo ello
entremezclado con la letra cursi de corte modernista de los boleros.
Lo que Denzil Romero, o quizá sus
editores presentaron como novela, en realidad resultó ser un palimpsesto en el
que “la aventura del lenguaje es una de sus más altas conquistas” (Torres
1998). Ya conocemos (y lo hemos trajinado) como este género musical se presta de maravilla a una inserción
intertextual en la literatura, donde nuevamente, la introducción de boleros en
los discursos vuelve a plantear la problemática relación entre oralidad y
palabra escrita. Además, estos “sonidos”, como diría Augusto Roa Bastos, no
sólo remiten al canto, sino también al baile, al movimiento, dimensión aún más
difícil de reproducir en un texto escrito.
Maracaibo, viernes 1 de noviembre 2019
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