Fue en el departamento
de Silvina Ocampo y su marido, Adolfo Bioy Casares, donde Estela Canto conoció a “Georgie”.
Era agosto de 1944. Ella tenía 26 y él, 45, y ambos participaban de reuniones
de literatos en aquel dúplex con bibliotecas que, según Canto “parecían tener todo lo que se había escrito
en el mundo”, ubicado en la esquina de Santa Fe y Ecuador. Como las declaraciones de amor de
Borges están muy bien documentadas, sabemos que aquella misma noche, había
quedado fascinado por Estela y como solía hacer frecuentemente, Borges le
declaró su amor. Seguirían siendo amigos durante muchos años.
Estela Canto no
solo era una escritora que solía polemizar con los intelectuales de la época,
sino que era militante comunista, muy avanzada en sus costumbres sexuales ya
que hablaba de ellas en público, en una época en la que las mujeres, aun las más
liberales solían ocultarlas. Con Estela Canto, la relación entre ella y Borges
fue diferente a la mayoría de las otras amistades amorosas, siempre platónicas,
descritas en la vida personal de Borges y se tiene una casi certeza plena de
que Borges, jamás tuvo una relación sexual física con otra persona.
En febrero de 1945
Borges le contó a Estela Canto que estaba escribiendo un cuento que hablaba de
un objeto que permitía ver todos los objetos y lugares del universo desde
cualquier punto de vista (y de esa manera
cada objeto era infinitos objetos en un universo que, a su vez, era infinito).
Y le dijo también que ese "aleph"
(ya lo llamó así) estaría ubicado en San Telmo, en la calle Garay, cerca de
donde ella vivía -en México y Tacuarí- y que el cuento le estaría dedicado a
ella. De hecho, cuando Borges hizo pasar su cuento en limpio para entregarlo a
la revista Sur para su publicación le regaló el manuscrito a Estela Canto.
En octubre de 1945
ocurrió como un hecho de relevancia en la literatura de Argentina, la revista Sur publicaría el cuento "El Aleph", de Jorge Luis
Borges (el cual más adelante en el año 1949, integraría el libro "El Aleph" publicado por
Losada). Hasta 1955, cuando Borges quedó ciego, todos sus textos fueron
escritos a mano. Jamás usó una máquina de escribir… Su relato se iniciaba de la
manera siguiente: “La
candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una
imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al
miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían
renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues
comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese
cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no,
pensé con melancólica vanidad;”
Borges conocía las
habladurías de su círculo intelectual sobre los amores incestuosos entre Estela
Canto y su hermano Patricio, también escritor. En la primera versión de El Aleph Borges decía que Beatriz
Viterbo (alter ego de Estela Canto, pero
también de otras mujeres que Borges había amado) y Carlos Argentino Daneri
eran hermanos, y tenían una relación incestuosa. Sin embargo, en la versión
final eso no quedó así y convirtió a Beatriz y a Carlos en primos hermanos,
aunque también incestuosos. “El Aleph”
iba a llegar a los kioscos porteños unos pocos días antes del 17 de octubre de
aquel año 1945.
Alba Estela Canto (1915-1994) escritora, periodista y traductora argentina, era descendiente de una tradicional familia del Uruguay. Alba Estela tuvo variados trabajos durante los años 1930 y 1940. Fue bailarina "por pieza" en un local bailable, donde los hombres pagaban a las mujeres un importe para que bailasen determinadas piezas con ellos.
En 1944, en la casa de Adolfo Bioy Casares y Silvina
Ocampo, cuando conoció a Jorge Luis
Borges; ella lo observó con admiración y aunque no le interesaban los
romances con intelectuales, en otra reunión en casa de Bioy, Borges se ofreció
a acompañarla y caminaron y charlaron hasta tarde, descubriendo que ambos
admiraban a George Bernard Shaw y Borges se enamoró de
Canto.
Alba
Estela fue destinataria de
varias cartas románticas del escritor, que luego publicaría en su libro de 1989
sobre Borges y en este libro sobre la relación que mantuvo ella escribiría: “La actitud de Borges me conmovía. Me
gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era
indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a
destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no
sentía”.
Contrariando a su madre Leonor Acevedo Suárez, quien no veía con
buenos ojos a Alba Estela debido a
su pensamiento y su liberalismo sexual, Borges le propone casamiento, pero ella
le respondería: “Lo haría con mucho
gusto, Georgie, pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No
podemos casarnos si antes no nos acostamos”.
El paso del tiempo fue borrando el amor que Borges sintió por ella,
y muchos años más tarde volvieron a encontrarse, como amigos.
El cuento El Aleph le
está dedicado a Alba Estela y el
original le fue obsequiado por Borges, en gratitud por la ayuda prestada al
mecanografiárselo.[
Este manuscrito fue vendido por Alba Estela Canto a la casa de subastas Sotheby's por
treinta mil dólares, y fue comprado luego por la Biblioteca Nacional de España (Madrid).
La reconstrucción de los acontecimientos indican que Estela pidió permiso a
Borges para vender El Aleph durante un
almuerzo, tomando una botella de vino blanco, en el hotel Dora ubicado en Maipú
al 900, frente a la casa de Borges.
En Borges, vida
y literatura (Emecé), Alejandro
Vaccaro detalla el encuentro que despertó en Borges
sensaciones nuevas, pocas veces experimentadas.“Estela era joven, hermosa, hablaba fluidamente su idioma preferido y
además admiraba a George Bernard Shaw. Era
desinhibida, comunista, buena lectora. La mujer ideal para pensar en compartir la vida y para, en un hombre como él, ganarse un sinfín
de problemas.
Una noche de verano, Borges y Estela
salieron juntos de aquella casa ubicada en la esquina de Santa Fe y Ecuador. Alba
Estela relataría… “Me preguntó a dónde
iba. Le contesté que a casa y que iba a tomar el subterráneo. Llegamos a la
estación. Ya nos disponíamos a bajar la escalera cuando Georgie se detuvo y
tartamudeó: “Eh… ¿no te gustaría que
camináramos unas cuadras?”. Acepté de buena gana. Echamos a andar,
olvidados de las próximas estaciones y los horarios (…) “¿Puedo acompañarte hasta tu casa?”, me preguntó. Y emprendimos la
marcha hacia el sur, que él sentía como algo vasto y libre… …Habíamos llegado a
la Avenida de Mayo. Entramos a un bar. Yo pedí un café y él un vaso de leche.
Al alejarse el mozo, él me escudriñó con la mirada, como si me estuviera viendo
por primera vez y dijo en inglés: “La
sonrisa de la Gioconda y los movimientos de un caballito de ajedrez”. Me
sentí halagada. Borges era un hombre a quien yo impresionaba, uno más, y –al
parecer– no sólo por lo que veía. Y añadió: “Es
la primera vez que encuentro a una mujer a quien le gusta Bernard Shaw. ¡Qué
extraño!”.
En 1990, el mediometraje La novia de Borges fue producido por el cineasta peruano Ricardo
Arroyo sobre la base de una historia escrita por el escritor chileno Omar Pérez Santiago. Luego se hizo una
adaptación cinematográfica en 1999, llamada Un amor de Borges, que dirigió Javier Torre.
Maracaibo, martes 7 de octubre del 2025
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