En esta segunda vuelta sobre el asunto (iba a
decir “el negocio”… ¡Que pretensión!) de escribir literatura, hoy trataré de
centrarme en el tema de “La voluntad de crear”.
Con el bagaje de todas las experiencias provenientes de la lectura de
textos, con las variables que los autores de los mismos nos ofrezcan, sumadas a
lo que nace de la introspección y de las experiencias adquiridas, amén de las
habilidades personales de cada cual, todavía puede ser que la creación
literaria se vea restringida si no existe una firme y decidida voluntad de
trabajar seriamente para crear una obra literaria.
A eso me refería con lo de “la
voluntad” de crear. La memoria literaria de cualquier texto siempre tendrá
algún elemento autobiográfico, aun inadvertidamente, las cosas que se escriben
deben surgir de la persona misma, de quien escribe. Lo que se escribe -recordemos
que estamos hablando de la voluntad de crear- aunque sea inequívocamente
ficcional, el escritor las alimentará con la memoria personal.
Roland Barthes dijo una vez
que “toda autobiografía es ficcional y toda la ficción es autobiográfica”. Podemos
decir que la ficción unirá los retazos de momentos que han resultado ser
significativos para quien escribe, aunque parezcan hechos banales, esos
instantes serán con instancias imaginadas, los que conducirán hacia la creación
de la escritura para cualquier relato novelado o no.
Rosa Montero afirmaba que “la
ficción es la manera de sacar a la luz un fragmento muy profundo del
inconsciente”. Al narrar, usualmente se recrearán escenas,
algunas veces imitando secuencias cinematográficas como si estuviésemos en el
cine y no importará que sean reales o imaginarias, cualquier situación llegará
con el recuerdo de algo visto, o leído, de alguna ficción o de algún suceso
históricamente real; estos son hechos que no ameritan dudas, son así.
Rosa Montero ha opinado sobre la escritura de las novelas lo siguiente: “Cuando te encuentras escribiendo una novela, en los momentos de gracia de la creación del libro, te sientes tan impregnado por la vida de esas criaturas imaginarias, que para ti no existe el tiempo, ni la decadencia, ni tu propia mortalidad. Eres eterno mientras inventas historias”.
La literatura, decía Oscar Wilde, “es el arte de mentir”, y esta
frase resume la gran verdad sobre el escritor quien tendrá la opción de ser él
y ser otro. Por eso la literatura puede verse como el ejercicio práctico de eso
denominado, “la otredad”. Lo más
interesante de todo este asunto, es que en esa búsqueda de cuanto se tenga que
decir, el escritor solo contará con un instrumento, y éste será el lenguaje.
Según Goethe, todo ya está dicho, lo difícil es saber
cómo decir las cosas otra vez. Por estas razones, sobre el tema del escritor y
del escritor de novelas en particular, el planteamiento de cómo escribir y
específicamente de cómo escribir literatura, no es tan sencillo, pues no basta
con repetir historias, no se trata de volver a decir ciertas cosas, hay que
escribirlas y hay que cumplir ese cometido de cierta manera, de un modo
especial que conlleve siempre un nivel de excelencia en el lenguaje.
Lo hemos conversado en otras ocasiones: si vamos a escribir, con la
voluntad de hacerlo, no se trata de “echar
un cuento”. El asunto es más difícil de “como decirlo”, el asunto está en “como escribirlo”. Por eso repetimos que
escribir puede ser un verdadero “oficio”
y que este no es fácil, requiere mucho trabajo y en particular en el caso de
las novelas, el cometido debe ser cumplido con paciencia, resistencia y mucha
pasión.
La escritura como oficio requiere un estricto régimen de disciplina, el
cual puede ser variable en sus formas, pero sin duda alguna, la disciplina es
indispensable, especialmente para quien se decide por la tarea de escribir
novelas. Hay escritores rigurosos, quienes por su cuenta fijan horarios y hasta
número de páginas a ser escritas en determinados períodos de tiempo; algunos de
estos, trabajan como jornaleros, piensan posiblemente como decía Miguel
Ángel Asturias que el escritor de novelas es “la araña de la literatura”.
Estos insignes trabajadores de las letras, quienes a veces resultan ser,
como dijera Carlos Fuentes que “no creen en la inspiración
sino en las nalgas”. También existen otros escritores, más
lentos, quienes se toman su tiempo, al estilo de algunos cuentistas como fueron
Julio Garmendia o Augusto
Monterroso, de quienes sabemos que produjeron sus obras literarias
pausadamente.
Lo importante del tema, es que para crear, para sentarse a escribir lo
más importante es tener la voluntad de hacerlo. Alejo Carpentier le
confesó una vez a Antonia Palacios su sistema para haber
creado esas sus obras de largo aliento, y decía él, que “el único secreto es la página diaria”. Cada una, sumada, va a
hacer 365 páginas al año. Evidentemente, que hay que tener disciplina para
cumplir diariamente con esa tarea pautada. Todo lo dicho, viene a reforzar lo
antes expuesto y ratifica que para decidirse a escribir una novela, es muy
importante la voluntad de querer hacerlo. Estos datos los obtuve hace ya unos
años a través de quien fuera mi maestro Eduardo Liendo durante un par de años cuando tuve la suerte de
asistir a su Taller de creación literaria en los 90 de pasado siglo XX.
El éxito de un escritor dependerá de su capacidad de convicción. Para
esto, será importante la manera de enfocar el asunto que se tenga en mente,
bien sea fantasioso o realista, la verdad personal de quien escribe deberá
prevalecer en el texto. Esta premisa puede sonar extraña pues cualquiera se
preguntará ¿Cuánto de verdad y cuanto de ficción puede haber en un relato, o en
una novela?
El escritor, y en particular el escritor de novelas, debe estar muy
atento, pues el camino para la creación de las mismas estará sembrado de
trampas. No se debe escribir para relatar la vida, se tiene que escribir para
inventar la vida. Así pues, el éxito de quien escribe dependerá de sus poderes
para involucrar al lector, persuadirlo de lo que dice y para ello, repito que
solo vas a contar con las armas del lenguaje que habrás de usar para
transformarlo en escritura.
Citaré de nuevo a Eduardo Liendo sobre el tema de lo real y lo ficticio. “El escritor no puede dejarlo todo al capricho de su imaginación y saqueará constantemente la realidad real”. Así, con esa redundancia pareciera recordarnos que la realidad prevalecerá e igualmente refrendará su idea al expresar. “Podría decirse que la calidad de la imaginación es la levadura que puede producir una transmutación poética de la realidad”. Paradójicamente John Updike, escritor y periodista estadounidense, quien escribió 20 novelas, decía en Conversaciones de escritores. “Repudio cualquier conexión esencial entre mi vida y lo que escribo.”
Para mí, personalmente, prefiero pensar que quien escribe debe sentir
que está viviendo lo que relata. Si el escritor no se sumerge en su historia,
sino la siente y la padece, le sucederá como al niño cuando su barco pirata
zarandeado por un huracanado temporal se le trasforma en la realidad de su
cama. Asediado en una trinchera, él deberá padecer como su personaje las
consecuencias de sus actos.
El lenguaje textual de una novela revelará un estado consciente e
inconsciente del escritor, los símbolos y las metáforas que habitan en su mente
habrán de transparentarse en su escritura. Por eso es que no habrá grandes
diferencias entre las historias, bien sean reales o imaginarias, no podemos sustraernos
al hecho bien conocido de que, en ocasiones, la realidad supera con creces la
ficción.
Esta aventura de conversar sobre literatura continuará mañana…
Maracaibo, lunes 20 de octubre del año 2025
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