La historia de César Cuello en
cuatro partes (III)
TERCERA PARTE
Don César, sentado cómodamente en su sillón ojea las viejas fotografías
regadas sobre su escritorio. Ha separado un grupo y en una de las cintas
escribe con cuidado 1930-1935. Se retira un poco para ver el efecto de la tinta
sobre el verde de la tela y piensa. ¡Cómo han pasado los años! Meticulosamente
selecciona una de ellas y lee en el respaldo amarillento. Dieciocho de Abril de
mil novecientos treinta y cuatro. Haciendo memoria dice para sí. Ese fue un
buen año, ya Clara Rosa había salido de la cuarentena del segundo hijo... Fue la
noche cuando César llevó a su señora esposa al Club del Comercio, y de su mano
ascendió por las escaleras hacia los altos del elegante edificio donde
funcionaba el Club desde hacía un par de años. Lucía paredes verdes y amarillas
con una orla ocre, con entradas por la calle Comercio y el frente miraba hacia
la avenida Libertador. Después de más de treinta años de vida social activa en
la Plaza Baralt, el Club del Comercio estrenaba aquel nuevo local que había
sido transformado en un dechado de elegancia, buen gusto y refinamiento. Con amplios
salones, aristocrático mobiliario y alfombras sobre el piso de parquet, todo
parecía estar de acuerdo con el cachet de los socios y el prestigio que iban
tomando las consuetudinarias reuniones sociales.
En aquella ocasión revivida en las fotografías, de César, Maracaibo
estuvo disfrutando de la primera función de cine parlante, en privado, solo
para los socios del Club. Esa noche el equipo de cine maravilló a César. La
Directiva lo había contratado en alquiler a la Casa MacGregor y él admiró sus
grandes carretes plateados, la negra película de 16 milímetros, y el mecanismo
de sus pequeñas piezas niqueladas cautivó su imaginación hasta el punto de
apasionarse desde aquel instante por el cine, llevando su locura hasta
planificar y proyectar argumentos de películas y a buscar los sitios donde habría
de realizar sus filmaciones. César llegó a soñar con la posibilidad de crear
las bases para el desarrollo de una industria nacional de cine, cuyas películas
competirían en los mercados internacionales. Esos planes, fueron acariciados,
medidos y pesados durante muchas horas de su vida, pero nunca se materializaron
por causas ajenas a su voluntad.
Clara Rosa, quien vivió con él la magia del cine sonoro por primera vez,
tuvo aquella noche el privilegio de conocer en persona al General Vicencio
Pérez Soto, Presidente del Estado y eximio representante del Benemérito. Clara
Rosa presentada con la zalamera galantería característica de su marido,
departiría con la esposa y con las hijas del General Pérez Soto toda la noche
para crear vínculos de afecto y lealtad, mayores que los que ya por todos lados
sostenían a César. Allí, con su nueva cámara de cajón, su orgullo para el
momento, él tomó muchas fotografías. De la amistad surgida entre su mujer,
Clarita y las hijas del General Pérez Soto, se producirían varias nuevas
oportunidades sociales y sería la esposa de César quien prepararía el homenaje
a Herminia y a Maruja, casi un año después, poco antes de la caída del régimen
del General Gómez, cuando el General Pérez Soto se despidiera de la Presidencia
del Estado. Entonces Clara Rosa con las damas de la sociedad marabina
adornarían el Club de una manera exquisita para tan significativa ocasión.
Admirando la grácil figura de su esposa en las fotografías de aquellos días, él
se quedó extasiado en sus recuerdos y suspiró al captar la dulzura de su mirada
juvenil y dichosa. Don César en su estudio rememoró los últimos meses del
gobierno gomecista. Las fotografías hablaban por sí solas.
En Diciembre del año treinta y cinco, cuando murió el General Gómez, él
se encontraba en los Estados Unidos viajando para afianzar los contactos con
los gringos en varios negocios. Malos ratos pasó ante el telégrafo pensando en
Clara Rosa y en sus hijos, preocupado ante las noticias que le llegaron sobre
las vicisitudes de muchos amigos del gobierno. Se enteró de lo acaecido, cuando
hordas de vándalos deseaban arrasar con el patrimonio de las familias decentes.
¿Cómo permitirles atentar contra quienes por años fueron el baluarte de la
cultura nacional? Pero su familia no corrió ningún peligro y él regresó de su
viaje, incólume, con mejores perspectivas y mayor campo para sus negocios. De
esa época datan gran número de fotografías. Nevadas en Nueva York, envuelto en
su bufanda en Búfalo, con amigos en Rochester y en Atlantic City.
Fin de la Tercera parte.
DesdeToronto, y como regalo,
“La historia de César” que es sencillamente un relato dentro de la novela
“LaPesteLoca”; 7 de diciembre del año
2016
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