De Chucho y de Enrique, buenos recuerdos: in memoriam.
Hoy desperté
recordando a unos amigos y subrepticiamente llegó a mi mente un comentario
sobre la amistad y la edad. Este breve relato sobre dos buenos amigos, quienes
hace tiempo ya que no están con nosotros, se me ocurrió escribirlo hoy, al recordar un comentario filtrado al espabilarme, referido a uno de
los problemas de envejecer; “sobrevives, pero te vas quedando sin amigos”. De
veras no logro recordar quien me lo dijo pero lo hacía señalando el asunto
como la peor parte del proceso evolutivo natural del ser humano.
En fin, Chucho
le decíamos a Jesús Vivas y los tres, él, Enrique y yo, nos conocimos en
diciembre del año 1968 recién regresando al terruño luego de cuatros años de estar estudiando
patología en Norteamérica. A Jesús lo había visto cuando estudiábamos Medicina,
era un joven andino que llevaba las bandejas con piezas anatómicas en
las presentaciones en la morgue del patólogo alemán Gerhard Franz. Al conocerlo, Jesús me fue presentado como un joven
interesado que había estudiado preparándose en Citotecnología
y no obstante, ante nuestra propuesta, estuvo dispuesto a irse al IVIC en
Caracas para aprender técnicas de microscopia electrónica. Digo nuestra, al
referirme al planteamiento del doctor Pedro Iturbe, director del hospital quien
había logrado como donación un microscopio electrónico para su Sanatorio
Antituberculoso y me había
llamado para que me encargase su instalación esperando ponerlo al servicio de
la Institución. En el IVIC se preparó Chucho y
tendríamos a su
regreso al mejor técnico en ultramicroscopía de la
ciudad por muchos años. ¡Enrique era un fenómeno! Un joven colombiano quien había
llegado hasta Malmo sirviendo en la armada del hermano país, era el fotógrafo
del Sanatorio y además trabajaba en la Facultad de Ciencias Veterinarias.
Cuando alguien visitaba el Sanatorio, él tomaba fotos con flash de bombillito y
corría a revelarlas de manera que al despedirse, el personaje recibía
de manos del Director del hospital, las fotografías como muestra de haber visitado la que era
para la época nuestra muy prestigiosa institución. Enrique pasó a ser también
el indispensable fotógrafo del microscopio electrónico. Enrique en 1968, al no conseguir yo el prometido cupo
en la Facultad de Medicina, facilitaría mi ingreso en la Facultad de Veterinaria
de la Universidad del Zulia. En 1971 durante el VIII
Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Patología que se dio en el hotel del
Lago, en Maracaibo, presentaríamos una exposición fotográfica con los
resultados del trabajo de Chucho y de Enrique sobre nuestras investigaciones
que ya había recibido los elogios del doctor Fernández Morán en su visita a
nuestro sitio de trabajo, el Laboratorio de Microscopia Electrónica del
Sanatorio de Maracaibo.
Fueron años de intenso trabajo probados por la calidad de las publicaciones en
revistas internacionales y en eventos en muchos países, donde las investigaciones
del laboratorio se apoyaban en el trabajo de mis dos amigos, mis directos
colaboradores.
Los tres amigos,
entre 1968 y 1975 rodamos por muchos sitios corriendo aventuras inimaginables.
En un Volswagen amarillo pollito, manejando Enrique recuerdo un evento
científico en Mérida, y me resulta inolvidable el regreso a casa al cruzar a
las 11 de la noche el pico del Águila, a 4000 metros y el cielo despejado lleno
de estrellas, mientras al volante nuestro amigo fotógrafo nos contaba como él
era capaz de salir desde Maracaibo a las 6 de la mañana y subir hasta el pico,
con su esposa Rosina para almorzar con un minestrón y regresar a la ciudad del lago y los palmares el mismo día.
Me parece vernos de nuevo en el escarabajo amarillo por las costas de Falcón o
en la península de Paraguaná, buscando muestras de burros enfermos durante una
epizootia de encefalitis equina venezolana. Muchas de estas peripecias
estuvieron matizadas por el regusto por los tangos y por la cerveza que valían
para tener las taguaras precisadas por la temperatura de las frías y sus
rockolas con los tangos de Gardel. Con Jesús y su mujer, Aura, quien era histotecnóloga[BGM1] en Veterinaria y con Enrique, el batallador fotógrafo de la Facultad,
quien era compadre de ambos, llegamos a conformar un verdadero equipo,
posiblemente inadvertido para quienes nos conocían, incomprensible para quienes
nunca visualizaron las potencialidades para hacer investigación del microscopio
electrónico del Sanatorio que pronto habría de transformarse en el hospital
General del Sur, desde donde durante casi siete años se publicarían numerosos
trabajos de investigación en revistas indexadas y se presentarían en muchos
eventos científicos nacionales e internacionales.
Un día, con un dejo de mortificación Jesús me
plantearía el problema de haber recibido una oferta para irse a trabajar en la
Universidad, con mejor sueldo y las ventajas de ser empleado de la Facultad de
Medicina. Le dije que ni lo dudase un instante, y él me ofreció entrenar a
Kiko, su hijo para que aprendiese su trabajo. En unos meses, Kiko llego a ser
un excelente técnico y Chucho paso a
LUZ. Enrique estaba trabajando a destajo con unos oftalmólogos y a corto plazo
se transformó en un experto en angiofluororetinografía, una técnica que
precisaba de un persona preparada en fotografía capaz de crear en horas
informes con fotografías para los pacientes. En menos de un año, el doctor
Guillermo Pereira, brillante retinólogo marabino, se llevó a Enrique a Caracas
y nuestro amigo se transformó en el mejor especialista en técnicas
oftalmológicas del país. Operado del corazón años más tarde, siguió trabajando
incansablemente durante años con la ayuda de sus hijos, siendo reconocido su
trabajo en el país y en el exterior. Jesús y Aura, terminarían por jubilarse de
la universidad y Chucho aprendió de su compadre los trucos de la
angiofluroretinografía y entrenaría a una de sus hijas como también lo hiciera
Enrique y todos saldrían adelante en la vida.
Han transcurrido ya muchos años, tantos que ya
Jesús, Aura, Kiko, Enrique y Rosina no están con nosotros. Hace ya más de diez
años que he regresado a Maracaibo luego de un largo exilio en la capital, y me
tropiezo en estos tiempos de oscuridad y de tristes expectativas hacia el
futuro de la patria con el amable recuerdo de tan buenos y desinteresados
amigos. Pensar en sus vidas de trabajo y dedicación, me trae rescoldos de nostalgia,
ciertamente, más sirven también de catarsis al pensar en cuanto hicimos y con
tantas dificultades que vencimos y me place saber que ellos estarán siempre en
mi recuerdo y en el de quienes tuvieron la suerte de conocerlos.
Toronto, 12 de diciembre del año 2016
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