El pequeño gigante de la Bahía de Monterrey
En 1900 un científico identificó el
primer larváceo gigante y lo dibujó con todos sus detalles. Lo nombró Bathochordaeus
charon, en honor a Caronte, el barquero de la mitología griega que
transporta las almas de los muertos por la laguna Estigia. Pero resultó entonces
que este animal desapareció, y quedó envuelto en sombras tan profundas como las
del mismísimo Hades. Un siglo más tarde, resulta que los científicos del
Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey en California
(EE.UU.) tomaban unas muestras rutinarias, cuando han sacado a la luz a la
criatura a la cual nos referimos en esta breve historia como el larváceo
gigante hallado en la Bahía de Monterrey. Perdida desde hacía ya un siglo,
cuando del frágil y raro Bathochordaeu charon solo había un dibujo y nada más,
los científicos lo han identificado ahora en aguas de California. Los larváceos
son animales marinos muy comunes, pero muy pequeños y quizás por eso la mayoría
de las personas nunca han oído hablar de ellos. Acostumbran a ser solitarios y
vivir lejos de las costas. Miden por lo general menos de un centímetro de
longitud, pero algunos «gigantes» crecen hasta nueve centímetros, y son estos
los más grandes, los que prefieren la oscuridad de los fondos marinos.
Los larváceos (apendicularias), en
realidad son organismos transparentes y se encuentran en grandes
concentraciones en las capas superficiales del mar. Su morfología es similar a
la de una larva renacuajo de ascidia doblada en ángulo recto, o con la típica
forma de U de las ascidias que habitan en los mares de todo el
planeta, pero las cuales, a diferencia de otros seres que nadan libres formando
parte del plancton, las ascidias son sésiles, o sea, que ellas permanecen fijas
en rocas o conchas y tienen dos hendiduras branquiales, la boca en posición
anterior y el intestino se abre en la parte ventral. Regresando a los larváceos,
ellos conforman un pequeño grupo de 70 especies planctónicas, todos menores de
medio centímetro. La principal característica de estos animales es que no
tienen túnica, sino que el epitelio superficial (epitelio oicoplástico)
secretor de una sustancia gelatinosa que puede envolver completamente el animal
formando una especie de casa que es renovada varias veces al día. La familia
más conocida es la Oikopleuridae; en
ella el animal entero se encuentra en el interior de la capa gelatinosa, que
tiene varios orificios de entrada y salida de agua. Las corrientes son creadas
por la cola del animal y así el agua entra dentro de la casa y sale de ella;
las zonas de entrada son unas mallas que evitan el paso de partículas grandes
al interior. Dentro de la casa el animal filtra el agua una segunda vez por dos
filtros todavía más finos y pasa a la boca donde el alimento queda recogido por
el moco producido por el endostilo.
“Lo sorprendente es que fueran capaces de recoger un animal en la década
de 1890 utilizando la tecnología de la época y encima fueran capaces de hacer
un gran dibujo” dijo Rob Sherlock, investigador de MBARI, señaló como desde
una vieja ilustración ya conocida, los científicos se habían esforzado por
identificar otro espécimen que tuviera las características que se ajustan al
Bathochordaeu, pero la falta de resultados arrojaba dudas sobre la exactitud de
la descripción original, y la confusión persistía, lo que había llevado a
muchos científicos a cuestionar la certeza de B. charon como especie, pero el
investigador Rob Sherlock, y su equipo estaban interesados en larváceos debido
al importante papel que estos animales juegan en el transporte de los alimentos
en las profundidades del mar. El ejemplar “gigante” se recogió durante una
inmersión típica usando un vehículo de control remoto. Cerca del final de la
inmersión, en la sala de control del robot, Sherlock observó cómo el animal
aparecía en pantalla y pidió a los pilotos del instrumento que pararan y lo
recogieran. De vuelta en el laboratorio, Sherlock pudo observarlo bajo el
microscopio. Tenía unos nueve centímetros, era excepcionalmente grande. Al
principio Sherlock estaba desconcertado porque no se veía bien. Entonces se dio
cuenta de que el animal era un B. charon. “¡Lo encontramos! ¡Sí existe!”, gritó
emocionado a sus colegas. Ellos echaron un vistazo... y estuvieron de acuerdo. Después
de este avistamiento, la investigadora Kristine Walz, también de MBARI, ha
revisado 25 años de vídeos archivados de aguas profundas, en busca de larváceos
similares, y ha encontrado doce observaciones más de estos animales.
Toronto,
26 de diciembre del 2016
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