martes, 6 de diciembre de 2016

La historia de César Cuello en cuatro partes




La historia de César Cuello en cuatro partes.

PRIMERA PARTE

César concentrado en sí mismo se siente de nuevo caminando por la calle Obispo Lazo, temprano, más de cuarenta años atrás. Ya tienes trece años y hoy es un día muy importante, le había dicho su tía Aminta al besarlo en la frente cuando empezaba a clarear el día. Aminta, siempre impregnada de ese olor, tan suyo, a jabón de almendras. Su tía más querida, lo había sacado de la cama muy temprano. Le tenía preparado un desayuno con arepas y un revoltillo de huevos y después el café con leche como solo ella lo sabía endulzar. En la puerta antes de salir lo abrazó. César se sentía tan importante en aquella mañana de Mayo de 1917 que le parecía como si el mundo estuviera recién hecho solo para él. Su primer trabajo. La esperada oportunidad de ganarse un dinero y comenzar a ser alguien en la vida. Pasaría de niño a hombre gracias a la circunstancia favorable de haber sido contratado como el muchacho de los mandados de la Casa Blohm.
Acercándose con paso ligero a la plaza Bolívar, César se encontró pensando en la Sabana de Mendoza y las tierras que se extienden hasta el lago con sus montañas bajas llenas de piedras blancas y arenisca bermeja. Entonces él volvió a ver la enteca figura de su tío Arquímedes sobre la mula rucia. Fue en aquellos tiempos ya idos, en los días del comercio de café entre Maracaibo y los Estados Mérida y Trujillo, cuando su tío se apersonó en su casa, una de tantas tardes calurosas, en su pueblo eternamente olvidado de Dios. Ese mismo día César le oyó hablar por primera vez de los alemanes. En boca de su tío, escuchó las maravillas del trabajo incansable que ejecutaban “los teutones de Maracaibo”. Su tío, eterno viajero trashumante, venido desde la ciudad del lago para conversar con su padre sobre negocios nunca efectuados, para invitarlo a regresar a la ciudad del lago de cristal, para hablarle interminablemente de historias de esperanzas idas, o de oportunidades lejanas, conversaciones asentadas en taburetes de cuero de chivo, desde donde hablaban los hombres de tantas cosas inalcanzables, cuantas podrían existir para los habitantes de aquel puñado de casas grises y de calles de tierra adornadas por cochinos, perros y gallinas, donde sólo existía algo de verdor gracias a las aguas cercanas de un arroyuelo afluente del Motatán, el río donde lavaban la ropa las mujeres, entre las aguas llenas de piedras blancas gigantescas como huevos de dinosaurio. Allí aprendió César a crecer y a leer, en el regazo de su madre, rodeado por sus hermanos, viendo a su padre trabajar de sol a sol en el campo. Allí supo, oyendo las historias de su tío Arquímedes, quienes eran y que hacían los alemanes en Maracaibo.
Cuando el viento del sur infló las velas y se llevó al joven César, sobre las aguas, en la piragua “Luisa Cecilia”, para él, aquel fue un acontecimiento crucial. En la piragüita de plátanos llegaría hasta las playas marabinas y de la mano de su tío Arquímedes conocería la ciudad del lago y las palmeras. Muy lejos quedaría su madre, sus pequeños hermanos y su padre, quien meses antes descendiera en una caja de madera hasta el fondo de una fosa profunda. Atrás quedó la mirada de su viejo tiritando por las fiebres palúdicas y su madre rodeada siempre de pequeñuelos. El recuerdo de las paladas de tierra polvorienta, cubriendo poco a poco la fosa del cementerio del pueblo, ante el cura de sotana raída en una tarde con el cielo encapotado de gris y lleno de tristes nubes sucias, quedó atrás para César y la brisa de la mañana con los marullos del lago acariciando el casco de la piragua “Luisa Cecilia”, parecieron lavar en su rostro todos aquellos recuerdos ingratos.
César cruzó la Plaza Baralt y ya en la calle Colón divisó los altos arcos de la Casa Blohm. Entre los transeúntes que convergían tempraneros hacia el mercado, se sintió desvalido por unos segundos. Esforzándose, se llenó de bríos, levantó el rostro y avanzó de frente a encontrarse con cualquier cosa que el destino le tuviera preparada. César desde su sillón con los ojos entornados recordó la mirada del señor Behnke. Desde lo alto el gigante rubio lo escrutaba cuando creyó oírse el mismo decir con un hilito de voz. Soy César Cuello a sus gratas órdenes señor. El alemán observó con benevolencia la esmirriada humanidad de aquel muchacho, el sobrino de Arquímedes Cuello, el agente viajero ejemplar de Blohm. Después le sonrió.

Fin de la Primera Parte

DesdeToronto, y como regalo, “La historia de César” que es sencillamente un relato dentro de la novela “LaPesteLoca”;  6 de diciembre del año 2016

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