miércoles, 16 de diciembre de 2015

Tributo al Cine Francés



TRIBUTO AL CINE FRANCÉS

¿Te acordáis Néstor de la época cuando jugábamos a Tarzán?, ¿con la casa de tablas montada en lo alto del pino? Vos tenéis que recordar que queríamos estar arriba todo el santo día y que ni siquiera queríamos bajar a comer. …En lo alto del pino, Tarzán, Boy y Chita, columpiándose, como en el cine...

Creo que fue “Con el Diablo en el cuerpo”, si, estoy casi seguro de que ese era el nombre de la película, “Le diable au corps”, cuando la vi en el “Venecia”, y desde ese instante, pienso que comencé a querer al cine francés. Era un drama de comienzos de los años cuarenta, con una impecable actuación de Gèrard Philipe, en blanco y negro, la pantalla era cuadrada, se veía ridículamente chiquita al lado del telón cinemascópico, el director era Claude Autant-Lara y la actriz, una jovencita, Micheline Presle, a mí me impresionó el drama y la fotografía. Unos días después nos tocó ver “Rififí entre los hombres” de Jules Dasin con el actor Jean Servais, la secuencia del robo, todos en silencio, duraba casi media hora, los automóviles con su trompa larga, los efectos del blanco y negro se afianzaban en la temática tajante, rápida, cruda pero llena de un sentido tan humano que me impresionó. Era algo nuevo. Comencé a entender mejor el sentido del cine, en francés, a entender el francés y a percibir algo en esa cinematografía, tan diferente al cine gringo de los cincuenta. Así que poco a poco, fui tomándole el pulso y cada vez más y más fui aficionándome a el cine francés. Conocí poco a poco a los actores, el nombre de los directores, era importante, eran gentes de quienes antes nunca había oído hablar, pero me impresionaba saber de Jean Renoir quien era un señor ya mayor, Jan Luc Godard era genial y saber que Rene Clement y Rene Clair eran dos Renés diferentes, Alan Resnais, Claude Chabrol, Francois Truffat y Louis Màlle. Moviéndose entre estos nombres estaban los personajes, inolvidables caracterizaciones, cada uno con su estilo tan particular, cada película para un papel brillantemente interpretado, Jean Gabin, Jean Pierre Aumont, Jean Marais, Jean Paul Belmondo y entre tantos Jeanes, pues Jeanne Moreau, el gesto de su boca inolvidable!, ¿y los ojos rutilantes de Michele Morgan?

Cuando vimos “El salario del miedo”, con aquellos camiones cargados de nitroglicerina conducidos por Ives Montand y por otro actor que no me acuerdo, a través de polvorientas carreteras y de tremendos precipicios, entonces si me creyeron mis amigos, la cosa valía la pena, y me acompañaron a volverla a ver y así fue como todos nos volvimos fanáticos del suspenso en el cine francés, y acuñamos la frase, ”final de cine francés” para todo aquello que resultase absurdo e imprevisto. Después vino la película famosa del director Cluzot, el tipo se botó, para todos no había como “Las diabólicas”, y pasamos noches de terror porque después de la película no podíamos dormir pensando en la maldad de Simone Signoret y en la cara del hombre aquel sumergido en la bañera, cuando abría los ojos, coño!, esos ojos no nos dejaban conciliar el sueño, pero después volvíamos a verla, regresábamos al Venecia para de nuevo  sentir el suspenso del cine francés. Aquello era el non plus ultra, o mejor como aprendimos a decir con el lenguaje de las películas, era ¡la cream de la merde!, todo por una bagatela, un cine fantástico que solo se podía ver desde las sillas del Venecia, bajo las estrellas marabinas.
¿Te acordáis Néstor de lo que llamábamos nosotros, los juegos peligrosos?, con ese nombre de película francesa, "les jeux interdits", no solo cuando decíamos, “se arriesgan la vida solo por complacer al público”, sino todo el tiempo, desde que comenzaban los ensayos y en medio de la función. Hacíamos de trapecistas, equilibristas y éramos bastante buenos en la cuerda floja, aprendimos a caminar por los cordeles como monos, y en el trapecio volábamos y en las argollas nos descoyuntábamos y en la barra fija girábamos sin parar, sin secretos para ninguno, dábamos vueltas para salir por el aire y caer siempre de pie.  

¿Por casualidad te acordaréis Néstor de la mirada de María Schell?, vos tal vez no, pero yo sí, ¡chico!, era tan dulce la expresión en aquellos ojos claros, en blanco y negro, cuando hacía el papel de la cojita, "Gervaise", en una hermosa película de Renè Clement, era como ver todo lo descrito por Zolá en una paleta impresionista y lo más impresionante era que a pesar del blanco y negro, las lavanderas tenían más colores que las de Degas y el vapor en el ambiente brillaba girando como el humo en la estación de San Lázaro de Monet, y las callecitas, los bajos fondos de Paris, parecían pintados por Camile Pissaro, y no importaba para nada la sordidez de las escenas de Casque d´or ante la joven y suculenta Simone Signoret, o la pobreza bajo techos y chimeneas de oscuras buhardillas donde se desarrollaban los grandes dramas de amor, como la tragedia del mismo Zolá, la impresionante "Teresa Raquin", con Raf Vallone y también con Simone Signoret, dramáticamente humana, terriblemente real, allá, con un puñado de estrellas titilando sobre nosotros, bajo el cielo del Venecia.


Modificado de CINEMATECA II “La Entropía Tropical”, Novela publicada por Ediluz Edits, Maracaibo, Venezuela, 2003

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