sábado, 19 de diciembre de 2015

Segunda parte de: Aimé Jacques Alexandre Bonpland






AIMÉ JACQUES ALEXANDRE GOUJAUD

ALIAS BONPLAND



S E G U N D A   P A R T E


Existe una idea de que los sabios naturalistas, esos investigadores, habrían de tener una vida apacible para poder examinar cuidadosamente y en silencio los misterios de la naturaleza. La historia que aquí relatamos sobre un célebre francés en la América del siglo XIX, nos demuestra que no siempre es así. Accidentes y situaciones fortuitas, se darían en la vida de Aimé Bonpland, con instantes gloriosos, tras soportar enfermedades, agresiones y años de cárcel, matizados con amores o pasiones sublimes.  Tal y como lo hemos relatado en este par de entregas la saga de los dos científicos europeos que examinaron las ciencias del ambiente, la meteorología, la fitogeografía y la geofísica de América, se puede apreciar en los 40 volúmenes de ‘El Viaje a las Regiones Equinocciales’ sin duda, uno de los grandes monumentos de la ciencia del siglo XIX.

El Viaje a las Regiones Equinocciales, se transformó en una larga aventura iniciada por el entusiasmo de dos jóvenes amigos naturalistas y fue una empresa que no estuvo patrocinada por potencias europeas. El viaje se logró gracias a la fortuna del barón Alejandro Humboldt, y a pesar de que esa situación era muy personal, los dos naturalistas estuvieron siempre conectados con los centros de saber científico europeos, particularmente con la Academia de Ciencias de Francia. Con esta frase de Aimé Bonpland que podría servir de epígrafe, comienzo esta segunda parte: “La muerte no es el sueño eterno, es el comienzo de la inmortalidad”.

María Josefina Rosa Tascher de la Pagerie, nació en 1763 y vivió en la una plantación de caña de su familia, los Tascher, en una las Antillas Menores, la Martinica hasta 1780 cuando contrajo matrimonio en París con Alejandro de 17 años, vizconde de Beauharnais, Tendrían dos hijos, Eugenio y Hortensia, nacidos en 1781 y 1783. A finales de 1783 se separó de su esposo y poco después regresará al Caribe, donde ordenará la economía familiar en medio de la sublevación de esclavos de 1791 y regresará luego a Europa para vivir durante el proceso de la Revolución francesa. En París gracias a sus conexiones sociales conocerá a Napoleón Bonaparte con quien contraerá matrimonio en 1796, dos años después de que su primer esposo falleciera bajo la guillotina. Josefina de Beauharnais, compró Malmaison, una finca a ocho millas al oeste del centro de París, que abarcaba casi 150 acres de bosques y prados en abril de 1799. En diciembre de 1804 Josefina será coronada emperatriz de Francia por su segundo y último esposo, el emperador Napoleón. Josefina consiguió transformar la gran finca en «el más bello y curioso jardín de Europa, un modelo de buen cultivo». Buscó activamente flora y fauna junto a animales exóticos y raros de todo el mundo. En esto la ayudó el botánico Aimé Bonpland, quien también fue su amigo personal. Años más tarde, en 1810, por no serle posible dar un hijo heredero a Napoleón, la pareja se divorció y Josefina se retiró al Castillo de Malmaison de su propiedad. Después de divorciarse de Napoleón, Josefina recibió con su propiedad, una pensión de 5 millones de francos al año.

De regreso a Francia, después del largo periplo cumplido con el barón von Humboldt, Aimé Bonpland conoció a la emperatriz Josefina, para quien trabajó como botánico e intendente de su jardín, cargo que ocupó desde 1808 hasta 1814. En los jardines se construyó un invernadero calentado por una docena de estufas de carbón. Pájaros y animales de toda clase, canguros, cisnes negros, cebras, ovejas, gacelas, avestruces, gamuzas, una foca, antílopes y llamas, comenzaron a llenar los jardines de Malmaison, donde se les permitía vagar libres. La propiedad alcanzó fama perdurable por su jardín de rosas. Desde 1803 hasta su muerte en 1814, en Malmaison se cultivarían casi 200 plantas nuevas en Francia. Allí, en Malmaison, sería Josefina quien le presentó a la que sería su mujer Adeline Delahaye. Casada, con una hija de su matrimonio, Emma, Adeline y Aimé se enamoraron.


En 1814 fallecería la emperatriz elogiada por los franceses, quienes la llamaban l'bonne Josephine (Josefina, la buena). Sin poder esperar un divorcio que estaba prohibido en aquel entonces, Aimé Bonpland dejó su cargo en Malmaison y se fue con Adeline y Emma a Londres pues  maduraba la idea de regresar a América pensando aceptar el ofrecimiento de Simón Bolívar para radicarse en Venezuela. Conocería entonces a Bernardino Rivadavia, Sarratea y Belgrano quienes lo invitaran a viajar en el barco Saint Víctor a Buenos Aires, ciudad a la que llegaría el 26 de noviembre de 1816. Bonpland arribaría por el Río de La Plata con su familia, dos jardineros, libros, gran cantidad de semillas y dos mil plantas (medicinales, frutales y hortalizas), dispuesto a fundar un Jardín Botánico. Llegaba a la Argentina con la idea de echar las bases definitivas del Museo de Historia Nacional y con la oferta de ser profesor en la Facultad de Medicina. Las necesidades de la guerra de la Independencia demorarían su iniciativa.

Mientras estuvo en Buenos Aires, Bonpland ejerció su profesión de médico y colaboró con periódicos locales en cuestiones vinculadas con las ciencias naturales. Compró una quinta en las afueras de Buenos Aires, donde estudió entre otras cosas la hierba mate pues pensaba había sido el éxito de los jesuitas en sus misiones y estudió su posible exportación. En 1819 fue acusado de participar en un complot por sus comentarios políticos y la actitud subversiva de su esposa Adeline quien había hecho algunas declaraciones políticamente inconvenientes que la llevarían a un proceso judicial. Desde 1818 Aimé Bonpland había obtenido el cargo de Profesor de Historia Natural de las Provincias Unidas y emprendería diversas expediciones por el interior del país y también por la isla Martín García, volviendo siempre con mamíferos, peces, plantas, reptiles, fósiles y flores. En un informe a la Academia de Ciencias de Francia describirá más de 3.000 nuevas especies de plantas. Viajando por la Argentina, se establecería en la zona de Corrientes, a vivir allí por su cuenta y Aimé aprendió a cultivar la hierba mate, que era silvestre, y muy demandada. También cultivará el índigo con muy buenos resultados. En octubre de 1820 partió hacia el norte y en el Paraguay, visitó las antiguas misiones de los jesuitas y fundó una pequeña propiedad que en poco tiempo prosperó, pero sus instalaciones fueron quemadas por los paraguayos al año siguiente en lucha contra los correntinos que se habían declarado independientes.

Las dificultades de Bonpland en los límites paraguayos no mejoraría con la ascensión al poder de José Gaspar de Francia y Velasco, conocido simplemente, como el Doctor Francia, un personaje que había llevado adelante la independencia del Paraguay de la corona española, de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del Imperio del Brasil, y quien por aclamación, había sido designado Dictador Perpetuo de la República del Paraguay. Para el doctor Francia, el afincamiento de Bonpland en zonas fronterizas se debía a razones estratégicas y a planes invasivos de entrerrianos, porteños y franceses. El doctor Francia conoció que el sabio había levantado un plano de la región y “el supremo” desconfiaba de los franceses, a los que considera espías imperialistas. Aimé Bompland fue hecho preso y condicido al Paraguay. Adeline regresó a Europa, allí escribió y publicaría una novela, y cuando solicito ayuda de sus amigos Arago y Humboldt, éste al saber de las andanzas de la mujer de Bonpland escribió “la sentimental señora de Bonpland es una bribona”. Aimé Bonpland estuvo diez años arrestado y como era amigo de San Martín, Ribadavia y de Bolivar, todos le ayudaron solicitando su liberación. Simón Bolívar le escribiría al dictador doctor Francia: “Dígnese oir Excelencia, el clamor de cuatro millones de americanos liberados por el ejército que yo mando, todos los cuales a mi vera imploran la clemencia de Vuestra Excelencia en homenaje a la humanidad, la sabiduría y la justicia y en homenaje al señor Bonpland… Yo mientras tanto lo esperaré con la ansiedad de un amigo y el respeto de un discípulo, a tal punto que sería capaz de marchar hasta el Paraguay para liberar al mejor de los hombres y el más famoso de los viajeros” De más está decir que para el doctor Francia la carta del Libertador no valió de nada. Aimé no estuvo preso en una cárcel sino, para su fortuna, en una casa donde él continuó desarrollando sus cultivos, y un activo dispensario médico donde curó a muchos soldados paraguayos heridos, algunos de la partida que lo secuestró y lo llevó prisionero al Paraguay, trató por una mordedura de serpiente a un indio, mientras esperaba ser liberado en Itapuá, de manera que Bonpland no dejó de prestar servicios como médico. Su generosidad y su disposición para con los enfermos, fueron rasgos que, por repetirse en todos los testimonios parecen exceder la leyenda que atraería la atención del dictador Francia y quien al visitarlo, decidiría optar por expulsarlo del país. Al ser liberado  Aimé no buscó a Adeline y a Emma. Adeline en Francia, había metido a su hija Emma de 17 años en un convento, y con las manos libres, partió hacpia Río de Janeiro, atravesó el Brasil por el Mato Grosso, por mar dobló el Cabo de Hornos y llegaría hasta Lima y a La Paz. Recorrió Sudamérica entre 1821 y 1830. Mientras Adeline le buscaba en lo que sería toda una aventura, Bonpland se enamoraba de nuevo y se casaría con María, hija de un cacique, con quien tendría dos hijos. Tras vivir en Paraguay y en Brasil, Aimé terminó volviendo con María a su estancia en Corrientes, en el Paso de los Libres, lugar en el que seguiría trabajando y donde murió a los 86 años cuidado por su hija Carmen, posiblemente añorando volver a ver a su gran amigo Humboldt y su adorada Francia.

Fin de la Segunda y última parte.

Maracaibo, 20 de diciembre del año 2015

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