LA
ROSA NIÑA
Ruben
Darío
Escuché a
mi madre recitar muchas veces esta poesía y estando ya en esta Navidad, no puedo
hacer menos que recordarla.
Son palabras
del genial poeta nicaragüense Rubén Darío.
Cristal, oro y rosa. Alba en Palestina. Salen los
tres reyes de adorar al rey, flor de infancia llena de una luz divina que
humaniza y dora la mula y el buey. Baltasar medita, mirando la estrella que
guía en la altura. Gaspar sueña en la visión sagrada. Melchor ve en aquella
visión la llegada de un mágico bien. Las cabalgaduras sacuden los cuellos
cubiertos de sedas y metales.
Frío matinal refresca belfos de camellos húmedos
de gracia, de azul y rocío. Las meditaciones de la barba sabia van acompasando
los plumajes flavos, los ágiles trotes de potros de Arabia y las risas blancas
de negros esclavos. ¿De dónde vinieron a la Epifanía? ¿De Persia? ¿De Egipto?
¿De la India? Es en vano cavilar. Vinieron de la luz, del Día, del Amor. Inútil
pensar, Tertuliano. El fin anunciaban de un gran cautiverio y el advenimiento
de un raro tesoro. Traían un símbolo de triple misterio, portando el incienso,
la mirra y el oro.
En las cercanías de Belén se para el cortejo. ¿A
causa? A causa de que una dulce niña de belleza rara surge ante los magos, todo
ensueño y fe. ¡Oh, reyes! ?les dice?. Yo soy una niña que oyó a los vecinos
pastores cantar, y desde la próxima florida campiña miró vuestro regio cortejo
pasar. Yo sé que ha nacido Jesús Nazareno, que el mundo está lleno de gozo por
El, y que es tan rosado, tan lindo y tan bueno, que hace al sol más sol, y a la
miel más miel. Aún no llega el día... ¿Dónde está el establo? Prestadme la
estrella para ir a Belén. No tengáis cuidado que la apague el diablo, con mis
ojos puros la cuidaré bien.
Los magos quedaron silenciosos. Bella de toda
belleza, a Belén tornó la estrella y la niña, llevada por ella al establo, cuna
de Jesús, entró. Pero cuando estuvo junto a aquel infante, en cuyas pupilas
miró a Dios arder, se quedó pasmada, pálido el semblante, porque no tenía nada
que ofrecer.
La Madre miraba a su niño lucero, las dos bestias
buenas daban su calor; sonreía el santo viejo carpintero, la niña estaba
temblando de amor. Allí había oro en cajas reales, perfumes en frascos de
hechura oriental, incienso en copas de finos metales, y quesos, y flores, y
miel de panal. Se puso rosada, rosada, rosada... ante la mirada del niño Jesús.
(Felizmente que era su madrina un hada, de Anatole France o el doctor Mardrús).
¡Qué dar a ese niño, qué dar sino ella! ¿Qué dar a
ese tierno divino Señor? Le hubiera ofrecido la mágica estrella, la de
Baltasar, Gaspar y Melchor... Mas a los influjos del hada amorosa, que supo el
secreto de aquel corazón, se fue convirtiendo poco a poco en rosa, en rosa más
bella que las de Sarón. La metamorfosis fue santa aquel día (la sombra lejana
de Ovidio aplaudía), pues la dulce niña ofreció al Señor, que le agradecía y le
sonreía, en la melodía de la Epifanía, su cuerpo hecho pétalos y su alma hecha
olor.
Maracaibo
25 de diciembre del año 2015
1 comentario:
Bella poesia. El niño crecio y se dio a si mismo en obediencia al Padre, en amor al hombre, y cargo con cada pecado, para que cada uno que le reconoce como Señor y Salvador no se pierda, sino que tenga vida eterna. El niño nos regalo vida y en abundancia y nos dejo por sobre todo Amor, del bueno, del puro, del que da su vida por el amigo, y nos escogio como sus amigos
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