La noche
del oráculo
Como en un
juego de muñecas rusas, Paul Auster escribió “La noche del oráculo”. Nos
hallamos ante una novela dentro de una novela que está dentro de otra novela.
En medio de todas esas tramas mágicamente creadas, pensará y disertarán él y sus
personajes escritores como él, sobre el hecho de escribir, sobre los secretos y
los misterios que encierran las historias que cuenta y que parecieran mezclar
las incidencias de sus curiosos personajes, escritores como él, con las suyas
propias.
Auster
escribió esta novela el año 2003, publicada en español por ANAGRAMA en el 2004
y en ella se narra la historia de Sydney Orr, y sucede que cuando Sydney habla
de su vida, pareciera que es el mismo Auster, quien está hablando de la suya.
Sindey ha estado muy enfermo, cercano a la muerte y será precisamente en su
convalecencia cuando encontrará la librería del señor Chang, y comprará el
cuaderno azul, y con este en sus manos
decidirá volver nuevamente a escribir. Los encuentros con Chang y sobre la
fijación que le crea el cuaderno azul, con la compulsión a escribir, su
encuentro con una prostituta y otras situaciones asociadas al señor Chang parecieran
ser producto de la imaginación en medio de la historia que escribe Sydney donde
se cruzan las llamadas en pie de página con detalles sobre la vida de Grace, la
esposa de Sidney.
Surge entonces la historia de John Trause, su
amigo, quien tiene la edad de Auster, es escritor como él, vive en su barrio, y
sus nombres tiene las mismas aunque letras ordenadas de manera diferente.
Trause le entregará el manuscrito de una novela suya pero antes de leerla Sídney
lo perderá en el metro. John le ha sugerido a Sidney la idea de escribir sobre
un personaje de Hammet que aparece en “El Halcón Maltés” llamado Flitcraft
quien un buen día decide irse de su casa y ser otra persona. Esa será la historia
que Trause habrá escrito, la de Richard Bowen un primo de su mujer, obsesionado
con imágenes de un estereoscopio que lo llevarán al pasado, la muerte tras el
recuerdo la pérdida de sus seres queridos. Bowen como Sidney ha estado cerca de
la muerte, y Auster finalmente decidirá con su segundo personaje, Nick Bowen inventado supuestamente por Trause, dejarlo encerrado en refugio
antiaéreo y no volverá a mencionarlo.
Sydney Orr creará
en la novela que escribe, sus propios personajes, generalmente precisados a
través de notas a pie de página, Rosa Leightman pudiese parecerse a Grace, de manera que será a través de la literatura cómo Sidney relatará aquello
que sospecha sucedió entre Grace y John. Lo hará en una escritura de
suposiciones que habrá de servirle de catarsis. De manera que mientras Bowen
escapó hacia Kansas City y se llevó un manuscrito que leía compulsivamente para
olvidar su pasado, Sydney escribía para no querer conocer el verdadero pasado
de su esposa Grace.
La
literatura será utilizada por todos como un medio de escapar de la realidad. Pero
también “La noche del oráculo” nos hablará de la literatura como premonitora de
acciones futuras. Un hecho que quien escribe ha percibido con cierto dramatismo.
¿Puede acaso la literatura incidir en situaciones que se trasporten al futuro? Sydney
recordará haber conversado con John sobre un poeta quien escribiera sobre un
niño ahogado, a quien unos meses después se le ahogó su hija. Para Sydney, era absurda
la relación entre lo escrito y la realidad, y lo explicaba de esta manera: “Los
pensamientos son reales. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a
veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aunque nunca estemos
conscientes de ellas. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en
nosotros”.
En mi
novela “Para subir al cielo…”, premiada en la bienal de Literatura Elías David
Curiel, el año 1997, utilicé una poesía de José Asunción Silva sobre la muerte
para acercarme al dolor de uno de mis personajes, una mujer, Ligia quien
padecía de cáncer y habría de fallecer en Cumarebo a orillas del mar. Unas
secuencias bastante tristes, que inventé sin saber que poco tiempo después, a
partir de ese mismo año 1997 habría de vivir situaciones igualmente dolorosas
relacionadas con el cáncer. Hasta hubo épocas, ya después del año 2001, cuando
releyendo la novela creí hallar ciertas conexiones que son absolutamente
irreales, pero que no dejan de preocuparme… Años más tarde, leería “La noche
del oráculo” y Auster llegó para inquietarme con sus planteamientos sobre el
azar, el destino y las coincidencias de lo que la literatura es capaz de
expresar.
Jorge García
Tamayo
Maracaibo 5 de
diciembre de 2015
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