Elogio a las letras de Hispanoamérica
Yo a veces me pregunto si tú sabrás en realidad quién es La Maga(1). Pienso que quizá si lo sabes, pero no obstante, puede que te haya ocurrido como a mí, ese instante de vivir la sensaci ón de conocerla tanto que has llegado a quererla, casi a soñar con ella. No sé si habrás notado, como yo, ese descuido suyo, si has logrado percibir su olor, captar su desenfado, despiste, desparpajo, desgano alternando con oleadas de amor concentrado, ese tanto-todo que te dice en silencio su mirada, ese algo-mucho que parece aureolar a la mujer de Horacio, a La Maga, engendrada por Julio, el del cigarrillo humeando eternamente entre sueños y recuerdos, y de vez en cuando como sin quererlo, eructando un conejito blanco(2). Yo creo que no te tienes que preocupar por Horacio, entiende que él nunca sabrá cuanto amamos a La Maga, y es que él, está todo enredado, entre miles de hilos, los filamentos trenzados de su vida, esos que van y vienen cruzando su habitación de un lado a otro. Al menos yo, creo que estoy claro, y tú, espero que permanezcas lúcido, lo necesario al menos para que puedas percibir ese por siempre-jamás que nace en la sonrisa triste de La Maga, allí sentada contigo en un café, o cuando va prendida de tu brazo por un boulevard, bañada en la lluvia y el viento que ha destrozado su paraguas de basurero, o tal vez al calor de leños chisporroteando en una habitación, cálida dulzura en la mirada de osita de autostop, húmeda, hallada en un recodo del camino hacia Kindberg(3), mientras por la ventana, podrás otear los techos y las chimeneas de ese suburbio parisino que siempre padece de otoño. Tal vez la viste acercarse caminando por un puente del Sena, y como yo una vez, estático, te quedaste esperando su encuentro. Puede que fuesen aquellos los mismos sitios por donde corriera el mutilado Polo, hombre sándwich, tan solo cubierto por dos cartones, escapando de las turbas de flagelantes salpicados por la sangre y las carnes que saltaban a cada chicotazo, el mismo Polo, sí, quien inválido no se hallaba a sí mismo y presentía germinar en sus espaldas una cruz queloidea (4). Polo, anticristo que una vez fue engendrado en sudorosos ritos de sanguinarios aztecas, sobre las rocas porosas y negras por el uso, esponjas de sangre y filo de obsidiana, o quizás en alguna oscura covacha Toledana escuchando recitar salmos del Talmud, en cualquier lugar del mundo donde lo hubiese decidido Carlos, allí iba a estar Polo en su afán de compenetrarse con Ludovico y con Guzmán para ascender cual una Trinidad hasta el Post des Arts, sobre el Sena, mientras percibiría como en su propia carne se metamorfoseaba con Celestina quien lo había esperado entre el humo del tiempo y el polvo de la historia para fundirse con él(4). Verás llegar a La Maga paso a paso, avanzará hacia ti, se acercará sobre el puente, pero pasarán los segundos y podrás comprobar que nunca llega, y sentirás como se te aleja, se te escapa entre las carcajadas de La Dama Loca y los aullidos de la enana Barbarica, grotesca danzarina acondroplásica sobre el cadáver ya apergaminado del antes hermoso Felipe y todos se alejan y se pierden entre la niebla.
Es por ese pensamiento mágico, el de Julio y de Carlos, por lo que me atrevo a preguntarte, ¿es que acaso tú no les conoces? Con pena me cuesta imaginar lo que será de ti sin saber nada de los sueños misteriosos de Julio, no conocer de famas ni de cronopios, ni haber oído del libro de Manuel, ni del fuego de todos los fuegos. ¡Nada! Ni tan siquiera sabrás del otro Julio, del nuestro… Ciertamente, más fácilmente llegan las imágenes a través de la caja cuadrada, la de vidrio que logró desquiciar con sus reflejos a Ceferino Rodríguez Quiñones, puede que ni llegases a verlo luciendo sus calzoncillos “Herculino”(5), pero, ¿te imaginas lo lamentable que resultaría saber que nunca te enteraste de cómo Don Julio fue lanzado al espacio sideral con el cometido singular de perseguir unas enaguas sin consultarle?, qué osadía, ¡a las nubes!(6). Pero ya ves cómo años después de haber desaparecido de este mundo, a pesar de todo y de su ausencia física, gracias a las páginas impresas Don Julio regresó para quedarse entre nosotros, por segunda vez, y para describir para siempre, aunque fuese apenas un recién nacido, la alcurnia de su origen. Es que siempre se puede leer y hasta releer, la literatura se hizo para la re lectura. Bueno, en tu favor acoto que supe de una vez, cómo en uno de tus viajes, conociste a Úrsula, y ¿quién no? Hoy día no existe un ser que no respete sus manías y no acepte sus opiniones, pues su fama trascendió más allá de las salobres planicies entre Santa Marta y Río de Hacha, en otros tiempos, quizá más difíciles, cuando las circunstancias te llevaron a visitar al coronel Aureliano, quien para la época todavía estaba cuerdo, a pesar de que ya vivía haciendo pescaditos de oro a la sombra del árbol en el solar de los Buendía(7). Supe que fue también en aquellos días de guerras y bananeras, cuando hablaste con el viejo Melquíades, a quien ahora algunos quieren confundir con Asclepius(8). En ese entonces, sé que hasta la tía Amaranta te desveló algunas facetas íntimas de su resentido corazón. Hasta allá habías llegado por la ruta de Maicao, pues son tuyas esas tierras guajiras, las de Demetrio Montiel (9) y bebiste chirrinche con los Aurelianos hasta emborracharte para conocer de las trochas y mochas de los caminos verdes que nos unen al hermano pueblo Neogranadino, tan Reinoso... Lo que nunca pude averiguar, y es que de eso no hablamos, digo, si has sentido como yo el embrujo de la noche. Si alguna vez te ha acontecido como a mí, hallarte envuelto a la hora de la conciencia y del pensar profundo(10), en una aura trémula de misterio y de miedo, y si has visto aletear detrás de tus pupilas, así cual si revoloteasen dentro de tu cabeza, cientos de mariposas del color de la flor del abrojo(7). Si le prestas atención al fenómeno, si logras fijarte en alguna de ellas específicamente, al concentrarte, podrás llegar a entender cómo es que entre tus ojos, siempre estará allí la esquina, ese punto que contiene todos los puntos, ese rincón, el más profundo del sótano en la casa de Beatriz Viterbo(11), el centro de tu mente donde Jorge Luis conociera de los prodigios del memorioso Ireneo de Fray Bentos(12), antes de penetrar en el jardín donde se bifurcan todos los senderos detectables gracias a sus dotes de invidente(13). No creo que sea una de tus ambiciones llegar a poseer una bacinilla heráldica como la de Fernanda(7), pero te puedo asegurar que necesitas cabalgar un rato por la orilla del mar al atardecer cuando todo se vuelve como naranjas amargas y cae el sol de los venados. Algún día lo deberás hacer, puede que sea tan solo con el poder de la imaginación, pues bien vale lograrlo sin salir de ti mismo, y es que aceptemos que es difícil ensillar un caballo en estos tiempos, más si lo haces, cuando se esté ocultando el sol, y trotes o te lances al galope tendido frente al mar, entonces podrás, sobre el lomo sudado de tu corcel, observar cómo se hunde el astro rey chisporroteando. Así, tal cual, como lo habría de recordar Lorenzo, con una ilusión desesperada, soñando en ese momento crepuscular, de cabalgar en el conticinio de una vez y por siempre por la orilla cambiante, e ir con Dolores, su miliciana en la grupa, ambos sobre su cálido corcel brioso que chapoteaba el agua, como lo hicieran sus cascos saltando chispas sobre las duras piedras, con barro y lluvia, tan cerca ya de la frontera francesa y de su desgracia, para sentir entonces apagarse el verde de su joven mirada bajo la ráfaga asesina de aquel avión tudesco que apareciera en el cielo lechoso (14).
Quizá algunas de estas cosas que te escribo, las asociarás seguramente con cosas que leíste o viviste en tu niñez, pues aunque no quieras aceptarlo, entiendo que estás, o mejor dicho, nos estamos, poniendo viejos. Recuerdo que yo era tan solo un muchachito cuando me tropecé con aquel muerto tendido en la calle y sentí llegar los músicos a la esquina donde vociferaba el pulpero y luego percibí como comenzaron a vibrar con un no sé qué desgarrador, los primeros compases del himno nacional y la música sacudió mis nervios de niño y en mi sangre venezolana se encendieron los atavismos guerreros de mi raza y rompí a aplaudir y a cantar, pero mi madre me tomó por el brazo indignada y me enseñó al muerto que estaba tendido en la calle y me dijo con una voz inolvidable. Mira “el bravo pueblo”(15). Niñez valenciana revivida por mi entre páginas amarillentas ya, quizá escritas en el original con cabito de lápiz en las ergástulas de La Rotunda, o en las mazmorras del Castillo de Puerto Cabello, entre cangrejos y grilletes en el castillo de San Carlos, desde el exilio en Quebec, o en Nueva York, creadas por José Rafael, luchador, como Miguel. Te fuiste tú sintiendo a tu patria decadente y han pasado los años y ¿dónde estamos? Avanzamos y retrocedemos quizás a cada paso renunciamos un poco de lo que antes quisimos y al final, ¡cuántas veces el anhelo menguante pide un pedazo de lo que antes fuimos!(16). Caminando con Miguel, de su mano por los polvorientos caminos donde campean las fiebres palúdicas(17), o por los campos petroleros con esa fiebre (18) que inflama la sangre y seca el llanto de sus Victorianos(19), será una maravilla saber que te has desternillado de risa con su ingenio humorístico. Ojalá hayas tenido la suerte de haberte paseado por el socavón infinito de sus noches de azabache y carbón donde ni los cascos de los centauros ni una piara de diablos gruñidores te impedirán cabalgar en un caballo blanco, galopando desde la raya del horizonte, afilando con alas de alcatraces la luz, el mismo resplandor que guió al Tirano desde las montañas, por las selvas hasta el mar, la luz que animó a sus marañones, traidor, peregrino, soldado de la ira de Dios desatada sobre la Margarita, el príncipe de la libertad(20), y tú con él, de la mano de Miguel, sin soltarle, sin dejarle pues te ha reconfortado ese calor que irradia la piedra de amor que nos legara antes de partir para quedarse eternamente entre nosotros(21). Pero no era mi intención hablarte sobre Miguel, ni del padre de Doña Elvira, ni que por mí lo hiciese Castor Fulgencio(22), yo quería tan solo preguntarte si recuerdas a alguien que para mí es un mito, uno de tantos nacidos de la pluma del maestro Gallegos, como Barbarita, o el bachiller Mujiquita(23), uno que como el río de las siete estrellas(24) hace ya tiempo que desbordado ha florecido en nuestra tierra. Me preguntaba si conocías acaso al hombre que estuvo desnudo en el centro mismo de la tormenta, cuando reventaban copiosas magas de agua contra la selva de ramas vigorosas, quien abrazado a un mono araguato aquella vez se decía a sí mismo. ¡Qué hubo, se es o no se es! A un Marcos Vargas inmortal yo me refiero (25). Regresar a Gallegos, es saludable. Vuelve a tus viejas lecturas y dime si te acuerdas de Alberto Soria, un desadaptado en nuestro mundo desde que despuntara el siglo pasado(26), parangonable a tantos habitantes de tu país actual, o a unos cuantos, tipos como Rodrigo Pola el hijo de Gervasio tan marcado por el silencioso y sufrido carácter de su madre(27), o a gente como Guillermito, mito, el vástago de Claudia Nervo castradora y dominante mujer(28) ¿y qué me dices de Federico Robles y de su mujer, Norma Larragoiti?, rapaces con voracidad de un incendio, y es que un día de estos, cuando menos lo esperes, te los vas a tropezar en la calle, ellos están vivos y se repiten, en La Habana algunos se suicidan transformándose en teas humanas, como lo hiciera Norma en el afán de vengar a la raza de Ixca y de su madre Teódula Monctezuma(27), y es que todos ellos, hijos de los genios de la escritura nacen y reencarnan en otras gentes, habitantes cualquiera de los pueblos hispanoamericanos. Puede que habiten en las pampas, en el altiplano, en los llanos, en la selva amazónica, en la cuenca del Alto Ventuari, en inhóspitas tierras llenas de indios con taparrabos y largas flechas, pobres, más ricos en sus culturas ancestrales, muchos carentes de pirámides, quizás ahora enfermos de las pestes de los civilizados, caribes, guajiros, guaraos, motilones, paraujanos, habitantes autóctonos de extensiones umbrías azul verdosas por la gran humedad, sus ríos y sus cascadas, o de desérticos parajes cuarteados por los vientos de sal, tierra de Amadises(29), con casuchas revestidas de arenisca y de polvo de tiza y cal rojizo donde las gentes no tardan en enfermar de fiebres hemoglobinúricas, melancólicas o palúdicas que terminan por reducir a escombros sus casas ya abandonadas a su suerte por el destino infausto(17). No sé si te ha tocado la suerte de tener que adoptar a algún ángel decrépito con alas emplumadas para que habite en tu solar y lo proteja, y que duerma en la tierra, como cualquier animal, o llegar al colmo que haberte hecho cargo de una ballena, digo una vieja inmensa como la abuela de Eréndira, la chica de la sabanita almidonada y es que estarás conminado a mantenerla y hacer que sea feliz mientras ella la entalca con harina y va arrullándola para impedirle que se inmiscuya en asuntos ajenos, que no le vaya a dar por romper el idilio de Ulises y su nieta(29), porque la increíble cetácea es muy capaz de influenciar para que se disuelva hasta el triángulo de amor más colérico que inventara el Gabo, como el de Florentino y de Fermina con el doctor Juvenal Urbino, o eliminar al loro para que no se cumpla el episodio que llevará a Fermina y a Florentino a viajar para siempre en aguas del Magdalena(30). Al doctor Urbino, creo que le sentaría bien acercarse a la taguara de Bonifacia, pues seguro estoy de que disfrutaría con las cadencias del arpa nacidas en las manos prodigiosas del viejo Anselmo mientras la selvática dueña sirve los tragos luciendo sus encantos de puta(31), y todas estas situaciones tendrían lugar en uno de aquellos burdelitos de medio pelo, seguramente de los preferidos por el bandido de Florentino Ariza(30), o en realidad mejor habrían de funcionar si lo regentase Pantita, el mejor promotor de negocios en las verdes marañas del Piura(32), eficiente el Pantita, para sus amigos y conocidos, toda la clientela del barrio de La Maganchería y aledaños, donde si te fijas llegará Fuschía con el práctico Nieves(31) y Parrita con Manrique y Jimmy con Pablo Lira(33) y de repente y tal hasta puede que se aparezca José Arcardio, siempre dispuesto a emborracharse por Remedios La Bella(7) y estará todo el público presente extasiado, embelesado, atento al vibrar de las cuerdas del arpa del viejo Anselmo quien se inspirará virando sus ojos, poniéndolos en blanco como si soñara con la cieguita, mientras que detrás del mostrador la Chunga Chunguita estará siempre temerosa por la posible aparición de Lituma con sus primos y que se forme un lío para que les eche a perder la noche a todos los presentes(31).
Si conocieras a todo este gentío, te puedo asegurar que serías un feliz lector y si alguno se te escapa, yo te lo presento… A unos cuantos. Fíjate que siempre quise hacerlo con Moncho, me hubiese gustado que le conocieras y así lo acordé el otro día con Rubén, pero al final él insistió en que lo dejara así porque Rubén sabe muy bien que a ti no te gustan los arribistas, los trepadores, aunque sean de Lagunillas o de Bachaquero, pero le dije que no te molestarías porque tú bien sabes que esas son tonterías, al fin y al cabo así siempre serán las cosas de la política(34). Uno de estos días, casi como quién no quiere la cosa, voy y te presento a Moncho y a Zoraida, y esta Zoraida no es la mujer del cachaco scarface que detestaba Daniel Vargas (35), pero te aseguro que sin tener que ser devoto del doctor milagroso no será necesario que te conviertas en un Alfiero cualquiera y vayas a reventarle la cabeza a los locos dejando un reguero de sesos por la carretera para quedarte así, ido, mirando zigzaguear a las moscas hasta caer en una depre balurda de esas pata de cábricas, medio abrapalábricas(34). ¿Ves por qué le dieron a Luis su premio hace años ya? Si interviniese siempre el doctor milagroso, quizás le echemos a perder la historia a Carlos, una reláfica tan buena in artículo mortis como aquella, ¡caray!, pero, ¿qué tal si viene el hombre y se levanta? ¡Ah Chirión mi Artemio!(14), así le hubiese dicho mi hermanazo Mario… Porque te digo, el tipo podía estar cuasidifunto pero es que era uno de esos políticos de marras. Pues verás, ¡qué problema!, o que contrariedad, contratiempo, o contratema, es como si al final del viaje no hubiese existido nunca una bomba en el maletín de Adriano(36). Son los peligros de las letras y del milagro, ni que decirte de las guerras, las de cada cual, cuando la ficción se vuelve un camino de astucias para arribar al olvido, así pudo Olivier luchar su último round como si él mismo fuese su amigo Teo y es que de esa manera cualquiera puede entrar en el in-fight en las cuatro esquinas del cuadrilátero de la política nacional(37). ¿Te sorprendo? Si piensas en montañas y en neblina, puede que recuerdes una vez, como se quemaban los cirios ante un retablo de oro macizo, allá lejos, en el silencio oscuro de un templo del altiplano andino y recordarás que en la penumbra, escuchamos el canto triste de la Pachachoca y como al fondo resonaba el gemido dulce de una quena y luego al dejar la capilla, nos salimos, sí, así saldrás, has de salir a la luz y a la vida para vislumbrar de nuevo, estando en el sitio sagrado, como asoman los balcones entre las piedras de resquicios impenetrables, allí donde los incas las ensamblaron antes de la Colonia, con matemática precisión, en cualquier callejuela del Cuzco, con sus moscas y el berrenchín a trapitos inmundos, allí veras gotear constantemente los balcones, desde siempre, sutuspa, sutsiaka(38), y masticarás tus hojitas verdes de coca y darás gracias al Señor milagroso porque tú no necesitaste trabajar en la minas. ¿Has viajado acaso en el ferrocarril de Oruro?, pues te aseguro que tienes mucha suerte de no laborar bajo la tierra, aunque pudieses vivir en el techo de América. En aquellas alturas, si planeas cual cóndor, verás las nieves del Chimborazo, o te encandilará ya en la llanura el resplandor del límpido cielo de Cipaquirá, o súbitamente, puede que te halles en la región más transparente del planeta(27), en la atalaya de Chitchenitza, o bajo la tierra de Xochicalco en un observatorio tolteca, bajo tierra, sí, como en las minas del Potosí, o con más fresco y los marullos sonando en un palafito de la laguna de Sinamaica, o ¿qué tal en la cima del Aconcagua?, ¿y en el lago de Guanaco?, el de tu tierra donde siempre brilla el sol. Creo que habrá luz para rato. Siempre resplandecerá para nosotros los hispanoamericanos el sol de la libertad, porque somos un grupo de naciones muy grande con iguales raíces, y no te preocupes por ellos, pues siempre les hallarás en el camino, sobre todo en los sitios de singular riqueza más que belleza, donde existan riquezas naturales, pero no son ellos a quienes el poeta denominó, los nietos de Moctezuma, ni descienden de Pizarros ni de Almagros, no son cachorros ni son lobeznos del Libertador(39), son… En realidad tienen pinta de turistas. Descubriste en tu tierra a los guácharos hace ya muchos años con el barón germano(40) y aunque parezcas un mico y des aullidos en los manglares(41), te crees muy buen conocedor de arios, galos, gringos y sajones, de esos que han vivido cual Carlos en lides diplomáticas, o como el Javier de la batalla(42) y del corazón tan blanco(43), en las brumas del Támesis donde ahora se esconde, o se escuda el infante difunto(44) mientras se le vuelve humo (45) su prosa envenenada en el exilio(46). Es un fenómeno que existe, y algunos hasta se preocupan y posiblemente no es más que lo que Rosa Montero denominaba “el basurero intelectual” del escritor(47). Pero si hablamos del cuerpo diplomático, ¿has tomado un helado sangriento como postre en un castillo magiar?(48), porque para lidiar con tantos gringos viejos(49) hay que saber bastante de psicología, aunque sea para crear una gringa judía como la Elizabeth Ligea, la dragona, recuerdo cuando Carlos me llevó a espiarla bañándose en el mar Egeo y luego fue como un trance hipnótico al verla cambiarse de piel con su Javier y desaparecer entre los famélicos, aullantes, perros amarillos de la polvorienta Cholula(50). Si eres lector, cualquier cosa puede darse ante tus ojos, pero a mí, te juro que me hubiese gustado que Artemio me hablase de Regina y que lo hiciese con el corazón en la mano(14). Todos están allí, viven dentro de los libros, algunos muy criollos, tan vernáculos como a quien Israel le dijo que saliese bien temprano para matar al presidente(51), o cuando Emidgio escribe desde exilio sobre la vida de Lucidio y de Crisanto, sus amigos(52), otros pues serán más extranjeros que los Belzares pero valen para las letras tanto como una luna sangrienta para un casto Felipe(53) y si quieres un mejor ejemplo lee El Cuervo de Edgar Allan traducido por Pérez Bonalde(54). Pero no espero que hayas buceado en el archivo de Indias para indagar sobre Don José Oviedo y Baños(55), ya no se vuelve a los viejos textos, no hay más perlas de Enrique Bernardo(56) ni de aquel pasado tejido por Don Isaac quien nos mostrara las bellezas de la tierra de gracia frente al mar Caribe(57). Olvidamos a Santos Luzardo(23) y casi ni queremos saber de Robinsones(58) ni de Urogallos(59), porque ahora se trata de que nos debemos sentir avergonzados de Los amos del Valle(60), pero no es mal de morir, presiento que estas tormentas son cosas pasajeras, sin duda alguna, no es lo mismo la desgracia de una solapada dictadura, que la literatura, y siempre será mejor vivir en democracia, aunque aves agoreras presagien negras nubes de desgracia.
Por todas estas cosas de las que te he venido hablando es que quisiera que compartiésemos más el gusto por la relectura de los textos literarios y para ello he tratado de referirme a nuestros autores, los más cercanos a lo nuestro, y no es que me haya metido a indigenista, pero vale la pena releer a Arguedas y que te haga sentir las profundas corrientes de los quechua(38), o a Rulfo que te dio a conocer a Anacleto Morones y a Lucas Lucatero(61), si así lo quieres, cabalgarás como un jinete insomne por las riberas del lago de Chaupihuaranga(62) y te detendrás en el pueblo de Rancas, quien sabe si para visitar a Chacón(63) y sabrás por boca de Scorza del guerrillero Nicolás Centenario(64), y si de guerrillas te hablan, siempre te acordarás de la mujer habitada en Nicaragua(65) y del tiempo aquel del fulgor(66) en la tierra de Darío cuando se invocaba el castigo divino para los envenenadores(67), o de la figura del dictador y Chepito sin tenerle miedo a la sangre(68), todas estas historias relatadas por Sergio quien ha revivido a la hija del sabio Debayle(69), seguro estoy de que al leerlas, en el alma sentirás una alondra cantar; su acento y volverás a pensar que vale la pena a Margarita, contarle un cuento(70). Dime si conociste a Jorge Amado… Es que recuerdo una vez en Salvador, Bahía, cuando visitamos su casa y revivimos la magia de Gabriela(71) y de los maridos de Doña Flor(72) y nos provocó cabalgar por las tierras del sin fin(73), tan vastas como el Gran Sertón de Guimaraes(74), tan plenas de contrastes como las hemos visto en las producciones de O´Globo, esas, las inmensas planicies brasileñas y sus gentes que parecieran estar listas para iniciar una guerra en el final del mundo(75). Pero una cosa nos ha faltado, si de guerras y de guerrillas hablamos, ¿Por qué no repasamos las atrocidades de los gobiernos populistas, literariamente hablando, digo, tal vez eso que tan bien ha desnudado Tomás Eloy(76), en la Argentina de Eva Duarte (77) o del régimen de los militares y del horror de sus iniquidades(78), los héroes y las tumbas que nos mostrara Sábato incluyendo su informe sobre los ciegos(79), tan impresionante como la ceguera blanca que inventó Saramago(80). Sobre estos temas, del vecino país largo de Don Pablo, una mujer pequeña de estatura crearía desde esta tierra de gracia, grandes novelas sobre otra terrible dictadura militar austral (81,82). Lo interesante de todo esto que te digo, es que si te dejas llevar por la magia de nuestros escritores, disfrutarás cual si estuvieras bajo el cielo de Ixtab y sin mucho esfuerzo lograrás ver jaguares danzando (83,84) y sabrás como unos años después de haber inventado los días(85), cuanto se padeció bajo nuestra dictadura de los cincuenta bajo la luna caraqueña(86). Ya lejanas, las ásperas hojas secas (87), reverdecerán en una eterna primavera(88) porque Milagros habrá matado al caracol(89) más no su vena de escritora, y de ellas, estoy aquí obligado a recordarte el perfume de Laura(90) y las cartas de María Eugenia Alonso(91) y como Antonia la genial maestra de Calicanto, nos mostró a una niña decente(92). ¡Qué te puedo decir sobre la experiencia hermosa de conocer la poesía en prosa con la mano en el timón del barco(92) bajo un cielo de esmalte(93) pleno de estrellas en fuego transformadas por Ramos Sucre!(94), y ver caer sus chispas en las aguas del Caribe (95)para crecer esponjadas cual Madréporas(96) en versos, y ondular con la brisa, como un soplo dorado sobre un campo de girasoles(97).
Mi sana intención con todos estos recuerdos ha sido una propuesta, para que puedas mirar siempre al cielo cuajado de estrellas y divisar un horizonte sin brumas, como una vez lo soñó en el mar de los sargazos el almirante Cristóforo, Cristovao o Cristóbal(98) y bien sea que vayas solo, o con una bruja y amarrado al tronco de un árbol, puedas siempre llegar con la corriente de regreso hasta el mar(99). Aunque venga a tu mente la chichería de la machorra Doña Felipa y resuene la música de un arpista Kimichú(38), aunque recuerdes de las montañas la neblina artera, solo espero que puedas siempre sentir las raíces de tu tierra(100), que percibas como te nutren ellas con la savia de tus ancestros, y entonces habrás de volver a cabalgar, libre, sobre el potro de tu imaginación y emerger entre las letras impresas, galopando hasta el finisterrae mismo de esta patria de gracia tuya, de esta terra nostra de Hispanoamérica.
Elogio a las letras de Hispanoamérica
Referencias
1-Cortazar, Julio. Rayuela
2-Cortazar, Julio. Bestiario.
3-Cortazar, Julio. Octaedro.
4-Fuentes, Carlos. Terra Nostra
5-Liendo, Eduardo. El mago de la cara de vidrio.
6-Garmendia, Julio. La casa de Muñecas.
7-García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad.
8-Romero Denzyl. Entrego mis demonios.
9-Gallegos, Rómulo. Sobre la misma tierra.
10-Bello, Andrés. La oración por todos.
11-Borges, Jorge Luis. El Aleph.
12-Borges, Jorge Luis. Funes El Memorioso (Ficciones)
13-Borges, Jorge Luis. El jardín de los senderos que se bifurcan (Ficciones )
14-Fuentes, Carlos. La Muerte de Artemio Cruz.
15-Pocaterra, José Rafael. Memorias de un Venezolano de la decadencia.
16-Blanco, Andrés Eloy. La renuncia.
17-Silva, Miguel Otero. Casas muertas.
18-Silva, Miguel Otero. Fiebre.
19-Silva, Miguel Otero. Cuando quiero llorar no lloro.
20-Silva, Miguel Otero. Lope de Aguirre, príncipe de la libertad.
21-Silva, Miguel Otero. La piedra que era Cristo.
22-López, Castor Fulgencio. Lope de Aguirre, el peregrino.
23-Gallegos, Rómulo. Doña Bárbara.
24-Blanco, Andrés Eloy. El río de las siete estrellas.
25-Gallegos, Rómulo. Canaima.
26-Díaz Rodríguez, Manuel. Ídolos rotos.
27-Fuentes, Carlos. La región más transparente.
28-Fuentes, Carlos. Zona Sagrada.
29-García Márquez, Gabriel. La increíble historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada.
30-García Márquez Gabriel. El amor en los tiempos del cólera
31-Vargas Llosa, Mario. La casa verde.
32-Vargas Llosa, Mario. Pantaleón y las visitadoras.
33-Garmendia, Salvador. La mala vida.
34-Brito García, Luis. Abrapalabra.
35-García Tamayo, Jorge. Para subir al cielo…
36-González León, Adriano. País portátil.
37-Liendo, Eduardo. El round del olvido.
38-Arguedas, José María. Los ríos profundos.
39-Blanco, Andrés Eloy. Canto a España.
40-Martinez, Ibsen. Humbold & Bonpland, taxidermistas.
41-Martinez, Ibsen. El mono aullador de los manglares.
42-Marías, Javier. Mañana en la batalla piensa en mí.
43-Marías, Javier. Corazón tan blanco.
44-Cabrera Infante, Guillermo. La Habana para un infante difunto.
45-Cabrera Infante, Guillermo. Puro Humo.
46-Cabrera Infante, Guillermo. Mea Cuba.
47-Montero, Rosa. La loca de la casa.
48-Cortazar, Julio. 62 modelo para armar.
49-Fuentes, Carlos. Gringo viejo.
50-Fuentes, Carlos. Cambio de piel.
51-Centeno, Israel. El complot.
52-García Tamayo, Jorge. La Peste Loca.
53-Herrera Luque, Francisco. La Luna de Fausto.
54-Pérez Bonalde, José A . Traducción de “El Cuervo”, poesía de Edgar Allan Poe.
55-Oviedo y Baños, José. Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela.
56-Nuñez, Enrique Bernardo. Cubagua.
57-Pardo, Isaac. Esta tierra de gracia.
58-Uslar Pietri, Arturo. La isla de Robinson.
59-Herrera Luque, Francisco. Boves El Urogallo.
60-Herrera Luque, Francisco. Los amos del Valle.
61-Rulfo, Juan. El llano en llamas.
62-Scorza, Manuel. El jinete insonme.
63-Scorza, Manuel. Redoble por Rancas.
64-Scorza, Manuel. La danza inmóvil.
65-Belli, Gioconda. La mujer habitada.
66-Ramirez, Sergio. Tiempo de Fulgor.
67-Ramirez, Sergio. Castigo Divino.
68-Ramirez, Sergio. Me dio miedo la sangre.
69-Ramirez, Sergio. Margarita está linda la mar.
70-Darío, Rubén. A Margarita Debayle, en Poema del otoño y otros poemas.
71-Amado, Jorge. Gabriela clavo y canela
72-Amado, Jorge. Doña Flor y sus dos maridos.
73-Amado, Jorge. Tierras del sin fin.
74-Guimaraes Rosa, Joao. Gran Sertón.
75-Vargas Llosa, Mario. La guerra del fin del mundo.
76-Martinez, Tomás Eloy. La novela de Perón.
77-Martinez, Tomás Eloy. Santa Evita.
78-Sabato, Ernesto. Abaddón el Exterminador.
79-Sábato, Ernesto. Sobre héroes y tumbas.
80-Saramango, José. Ensayo sobre la ceguera.
81-Allende, Isabel. La casa de los espíritus
82-Allende, Isabel. De amor y de sombra.
83-Quintero, Ednodio. La danza del jaguar
84-Quintero, Ednodio. Bajo el cielo de Ixtab.
85-Noguera, Carlos. Inventando los días
86-Noguera, Carlos. Juegos bajo la luna.
87-Oropeza, José Napoleón. Las hojas más ásperas.
88-Mata Gil, Milagros. Memorias de una antigua primavera.
89-Mata Gil, Milagros. Mata al caracol.
90-Antillano, Laura. Perfume de gardenias.
91-De La Parra, Teresa. Ifigenia.
92-Palacios, Antonia. Ana Isabel una niña decente.
93-Ramos Sucre, José Antonio. La torre del timón.
94-Ramos Sucre, José Antonio. El cielo de esmalte.
95-Ramos Sucre, José Antonio. Las formas de fuego.
96-Lossada, Jesús Enrique. Madréporas.
97-Lossada, Jesús Enrique. El reloj de los girasoles.
98-Posse, Abel. Los perros del paraíso.
99-Donoso, José. El obsceno pájaro de la noche.
100-Díaz, Jesús. Las iniciales de la tierra.
NOTA: este artículo fue nuevamente publicado en el blog lapesteloca.blogspot.com el 10 de febrero del 2013
Maracaibo lunes 7 de febrero del año 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario