Serenella y Claudia
Serenella es una italiana maciza, de manos curtidas por el
trabajo y piernas gruesas con grandes pies acostumbrados a pisar las uvas
dentro de grandes toneles. Ella es campesina de los alrededores de Venecia, y
ahora es ella la que asciende hasta la popa por la escalerilla de la lancha en
la que flotamos raudos sobre el Danubio, y Hernando, siempre galante, es quien
la ayuda, ofreciéndole su mano. El marido de Serenella es un gigantón de casi
dos metros de altura, la ausencia de sus incisivos inferiores le dan una
apariencia descuidada, pero él bonachón, sonríe constantemente; ambos
forman parte de un nutrido grupo de campesinos italianos que viajan desde Viena
hacia Budapest sobre las aguas del Danubio azul.
Hernando y tú
ya han brindado con todos ellos. Salud. ¡Salute! Los vinicultores, vecinos de
la reina del Adriático, viajan a conocer la capital de Hungría y ya son vuestros
nuevos amigos quienes les llaman para que los acompañen. Han sacado varias
botellas de vino; es de la casa, les dicen y de inmediato les regalan una
botella, sin etiqueta, de un rose claro, muy suave. Vino de la campiña italiana
hecho en casa por amables hombres y mujeres del pueblo que parlotean riendo… Ellos,
como buenos italianos parlan a gritos, y, ya al identificarnos, comentan, inquieren,
desean saber cosas sobre Venezuela y sobre Colombia, en la muy lejana y para
ellos misteriosa Suramérica… ¿El vino, eh? E buono, delicioso...
Uno de los
signori le dice a Hernando. ¡Attenti! ¡Salute! Brinda levantando un vasito de
plástico lleno de vino y Hernando le comenta que es un bocatto di cardenale. ¿Come
di cardinale?, riposta el compañero de viaje... ¡E un bocatto di Papa! Tú te ríes con ellos admirando el rostro
curtido de un anciano, escaso de dientes, que te dice estar felice di parlare con dos personajes de
tierras tan lejanas. Se balancea suavemente la lancha mientras flota veloz
sobre el río, y Serenella quien está de nuevo en cubierta, les sonríe a ambos mientras
coqueta, se arregla el cabello recogiéndolo con una cinta y dejando ver el
vello de sus pobladas axilas. En el camarote, unas bolsas de papel reposan
entre las piernas de los italianos y del interior de ellas surgen como por arte
de magia el queso, unos grandes panes y la mortadela… ¿Mangiamo?
Descorcharán
otras botellas, ¡más vino! Tú miras, a la jovencita que diligente les sirve a
todos. Ella no es italiana; desde que zarparon la atisbas con el rabo del ojo,
observando cómo se desplaza entre la gente, con suavidad y sonriente, todo el
tiempo. Es una rubita austriaca y va disfrazada de campesina húngara. Claudia
Hirsh tan solo tiene 21 años, en realidad parece una escolar, delgada, de nariz
respingona, ojos azules y hoyuelos en las mejillas. Observas como Claudia sonríe
de nuevo, y es que además, habla en perfecto español. Hernando y tú la
interrogan, y pronto averiguarán que Claudia también habla quechua, la lengua
madre de los Incas, y por si eso fuera poco, parla italiano espikea en inglés, en francés, alemán,
holandés y pare usted de contar…
Claudia tiene
explicaciones por demás para todo lo que se les pueda ocurrir a los viajeros
quienes en aquella lancha flotan como en un colchón sobre las aguas del
Danubio. Tú, escuchas como Hernando en actitud paternal le recrimina a Claudia por
fumar. Es solo cuando viajo se excusa ella. Es desagradable riposta él, y
complementa su impresión sobre el olor de la nicotina en una joven tan bella.
Tú piensas que siendo supremamente bella habría precisamente de llamarse
Claudia, como la cantante del fraterno país, y desde luego tú estás impactado,
¡cuando no!, porque definitivamente te impresionas ante cualquier escoba con
trapos. No es el caso, lo piensas dubitativo e imaginas que quizás es un grave
problema... Asciendes de vuelta a la popa, con tu vasito de vino blanco en la
mano, y quedas expuesto, y es que allí el viento, pareciera fabricar heladas
agujas.
Piensas en tu
tierra, en Saudy tan lejos, y entonces tarareas, murmuras y terminarás por
cantar... “Mi canción de amor, viene a
turbar, la calma y el silencio, y mi pobre voz, alzándose en la noche te
despierta”. Es la serenata que aprendiste desde niño, “debes perdonar y comprender mi corazón tan necio, que por arrullar al
azul de tus ojos, te desvela”... Hernando decide entonar con mucho
sentimiento una canción que a ti te suena muy colombiana, y que luego él te
dirá que se titula “Amapola”. Sorprendido estarás, pues no sabías que existiese
otra Amapola que no fuera la que adoras
en los hierros de su reja, aquella que escuchó la triste queja… Al escuchar a Hernando,
luego, él te explicará que es una vieja canción de la época colonial, pues él,
como tú, también se ha transportado a su infancia lejana, a su niñez en Ibagué…
Ambos admiran la
juventud de Claudia quien por la puerta de madera se ha asomado sonriente y los
ve en cubierta, friolentos. Claudia con su disfraz de húngara parece una
tarjeta postal para estimular el turismo. “Viaje por el Danubio hacia Hungría
con Claudia Hirsch”. ¿De que signo del zodíaco será ésta catirita sangre
liviana? Piensas en piscis y luego en escorpiones. Hernando y tú, son Sagitarios
limítrofes del 21 y del 22 de noviembre y te pones a analizar el asunto de las
coincidencias, para concluir que si hubiesen sido compatriotas no congeniarían
tan bien. La amistad no puede expresarse con palabras. Lo piensas y te parece
curioso que sea con un colega del hermano país con quien hayas encontrado tantos
puntos de identificación…
Hernando tiene
más de veinte años viviendo en los Estados Unidos, pero es a todas luces más
colombiano que el difunto Gaitán. Solo tenés que verlo mijito, y si lo oís, ya
no te cabe ninguna duda. Es corpulento mi estimado colega, y me dice: venga le
cuento y vea, e inquiere preguntándome. ¿Y cómo así? Él es un colombiano
exiliado, y tú piensas que también eres un exiliado… Pero en Caracas, y de
Maracaibo, de la República del Zulia. ¿Tendremos más cosas en común? La amistad
es también recíproca y por ello piensas que ha valido la pena viajar con
Hernando a Viena y flotar sobre el Danubio azul, rumbo a Budapest.
Al
regresar del viaje y ya, de vuelta, con Hernando estábamos citados por Claudia
Hirsh para vernos en
Hamburgergasse, una calle perdida de un barrio aledaño de la Viena de Strauss donde existía “Macondo”, el restaurante de un viejo chileno, y según nos
dijo ella, habría música todas las noches. Llegamos hasta allá atraídos por el
nombre del local, pero en realidad Claudia nunca apareció. Conversamos,
esperamos, cenamos, había una guitarra y un joven melenudo concentrado en ella quien
trataba de improvisar un cante jondo. Supimos que allí también en ocasiones se
escuchaba la quena y el tamborcito del altiplano andino y yo recordé algunas palabras
en quechua escuchadas en boca de la muñequita Claudia, quien, definitivamente, nos
embarcó...
Según Marisol, siempre podemos
encontrar algo especial en Macondo; ella nos sirve las cervezas y habla como chilenita.
Nos confiesa no tener idea de quien es nuestra misteriosa rubita que ha faltado
a la cita. Conocís a una jovencita y criís
que va a venir pues!, no seái bobos, huy no me vengai con cosas, pues!, queriís
decir que sois doctores,¿sí?, uy papito vengai a conocer los señores, yo lis
hubiera mostrado la guagüita pues, pucha qui honor sí? Macondo está en un barrio
lejano del ring de la Viena turística, donde no escuchamos los valses pero bebimos
cerveza, sin oír una cumbia, ni una quena, solo las cuerdas de la guitarra del
mechudo que intentaba decirnos cosas sobre el Barrio de Santa Cruz, con su
lunita plateada...
El periplo habría de cerrarse unos días
después cuando en el salón inmenso del Palacio de los Habsburgos, el mismo
donde la emperatriz María Teresa recibía las delegaciones extranjeras, bajo una
treintena de lámparas con millares de lágrimas de cristal de Bohemia, sobre una
gruesa alfombra púrpura para proteger la madera del piso, entre columnas de
capiteles dorados, nosotros, los profesores invitados, Karen, Pepe, Kostianovky
y yo, presentamos nuestros casos, y con ello, no hicimos otra cosa que darle un
espaldarazo a nuestro colega y amigo Hernando que había inventado toda aquella
aventura. Entonces, satisfechos, pudimos decirnos y decirle: Misión cumplida.
NOTA: el texto pertenece a mi novela “La Entropía Tropical”(Maracaibo,
Ediluz, 2003).
Maracaibo,
martes 26 de mayo, del 2020
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