Catalina La Grande
Simon Sebag Montefiore, el autor
del best-seller "Catalina la Grande y Los Romanov” señalaría que los Romanov
forjaron un gobierno autoritario y despiadado que afianzaría la dinastía más
exitosa en Asia desde los tiempos de Gengis Kan (https://bit.ly/3c3zyzx). Era aquella una dinastía salvaje y homicida que crearía una saga de horror
y crueldad dinástica. Según Montefiore, los comunistas que vinieron después,
llegarían a un grado de opresión y crueldad mayor. Sabemos que Putin y su entorno han expresado admiración
por los poderosos zares Romanov y adaptándose a la época actual, Putin,
parece querer aparecer como un emperador al estilo Romanov mientras no disimula
su rol como un eficiente secretario general de carácter marcadamente estalinista.
Así, podemos
iniciar esta crónica sobre “una
pequeña y gruesa niña que con el tiempo pasaría a la historia como una de las
máximas representantes del despotismo ilustrado”, y sería conocida como
Catalina la Grande, quien asumiría como “un centinela al que no se releva nunca”,
la sucesión de la dinastía Romanov y
la dirección del imperio ruso entre 1729 y 1796.
Federica
Augusta Sofía
había nacido en Pomerania el 2 de mayo de 1729. Su padre, Cristián Augusto, era
príncipe de Anhalt-Zerbst y ejercía su cargo como gobernador en Stettin, en la
actual Polonia, donde nació, y su madre era Juana de Holstein-Gottorp. En ese
entonces la emperatriz de Rusia era Isabel Petrovna, hija de Pedro el Grande y
a ella le correspondía escogerle una esposa a su sobrino y heredero, Pedro
Ulrico. La emperatriz confiaba así, en afianzar la dinastía de los Romanov y
así fue como Isabel Petrovna se fijó en la joven Sofía Augusta quien se
convertiría por mediación de la iglesia ortodoxa en Catalina Alexeievna. De esta manera la nueva Catalina comenzó a vivir en el Palacio de Oraniembaum con su
marido, el futuro Pedro III, y en
1762, a la muerte de la emperatriz Isabel, los nuevos zares se trasladarían al
Palacio de Invierno de San Petersburgo.
El gran duque Pedro Ulrico era
poco inteligente, parecía estar alcoholizado y con ciertos aires de locura, no
se había ganado el apoyo del pueblo ni de la nobleza. La inteligencia,
tenacidad y capacidad de trabajo de su esposa Catalina contrastaba con las
excentricidades y borracheras de su marido quien al llegar al poder y
convertirse en el zar Pedro III, tan solo pediría le dejasen vivir en una
residencia tranquila con su tabaco y su vino, donde esperaba llevar así su vida
como zar de Rusia de la que tan sólo podría disfrutar cuatro días...
Lo cierto es que Catalina II (1762-1796)
protagonizaría para asumir su cargo de emperatriz, un golpe de palacio que
acabó con el asesinato de su propio marido, el emperador Pedro III. Moriría así el pasajero zar Pedro
III, en extrañas circunstancias, pero según los detractores de Catalina sería
ella misma la ejecutora del asesinato. A Catalina,
se la acusaría también de quitarse de en medio a otros pretendientes al trono
como Iván VI o una extraña princesa Tarakanova (https://bit.ly/2SH6BBO)
que aseguraba ser nieta del mismísimo Pedro el Grande.
A falta de herederos reales,
además de aquellos quienes le dieron descendencia, fueron muchos los personajes
que se convirtieron en amantes de Catalina, algunos llegarían a ser reconocidos
gracias a ser sus amantes, tantos que sus adversarios le dieron el apelativo de
“Mesalina del norte”. Muchos otros
hablaron de ella como la asesina de sus adversarios políticos. Durante 34 años, Catalina modernizó al gigante ruso
y gobernó rodeada de amantes poco discretos A su débil marido Pedro III de Rusia le derrocó con una
revolución palaciega; mientras que la relación con el supuesto hijo en común de
ambos, el futuro, y breve, Pablo I, se vio envenenada por las luchas
cortesanas. Catalina se rodeó de una camarilla de íntimos, entre las que estaba
la condesa Praskovia Bruce, quien
se dijo compartía con la emperatriz el entusiasmo sexual y se convirtió en
“catadora de amantes”. Catalina descubrió los placeres del sexo y se dejó
querer, en un principio, por el apuesto Sergéi
Saltikov que parece
haber sido “invitado” a la cama de Catalina por la emperatriz Isabel Petrovna
quien por aquel tiempo aún vivía y al parecer, según confesó Catalina en su correspondencia, tuvo al futuro Pablo I
tras varios abortos, de modo que Sergei
Saltikov fue el padre del poco amado Pablo quien pasaría a ser el zar de Rusia
a la muerte de su madre.
Catalina mantuvo contactos con
Voltaire, Diderot y otros ilustrados y eruditos de Europa, llegando incluso a
intentar llevar a la práctica las ideas políticas de Montesquieu y crearía una
gran Comisión de 652 diputados con ese fin, aunque al final demostraría ser
inoperante. Aunque estuvo inspirada en los grandes ilustrados de la Francia
pre-revolucionaria, Catalina no realizó cambios que favorecieran a los más
necesitados. La emperatriz tuvo que enfrentar a importantes revueltas como el
levantamiento campesino liderado por Pugatchev quien, aunque no consiguió nada
para los insurgentes puso de manifiesto su profundo descontento de los siervos.
La emperatriz también se preocupó de la creación de centros educativos y
asistenciales. Catalina fundó el instituto Smolny, para la educación de las
jóvenes. Su colección de arte privada fue el inicio del hoy conocido como Museo
del Hermitage. Conocedora de los últimos avances médicos, accedió a ser la
primera de su reino en ser vacunada para introducir este nuevo modelo de
medicina preventiva en su reino.
Catalina
mantuvo el país bajo su autoridad durante 34 años. Stanislav
Poniatowski le dio una niña que moriría poco tiempo después. Alexei, su tercer
hijo, fue fruto de su relación con Gregorio Orlov uno de los instigadores del
golpe de estado contra el gran duque ya a finales
de 1760, Catalina había comenzado a frecuentar la compañía de Grigori Orlov, un
teniente herido tres veces en combate, de estatura gigantesca y rostro
angelical. Con él tuvo también un niño, Alexéi
Bobrinski, que fue escondido en casa de uno de sus cortesanos. Su
marido, Pedro III firmó su propia abdicación antes de morir alcoholizado, para
esa época, Orlov, tenía sus aposentos encima de la cámara de
la zarina, que se mostraba abiertamente
cariñosa con él y hacía la vida marital que nunca había realizado con
Pedro.
Orlov, fue objeto de varios intentos de asesinato
dada su posición política, pero, la zarina se casó de él, aunque era algo
limitado de inteligencia y de maneras torpes. Sería reemplazado por Grigori Potiomkin, a quien los
hermanos de Orlov habían alejado de la Corte. En realidad le arrancaron el ojo
izquierdo para evitar que sedujera a Catalina, por lo que era apodado el
«cíclope. Potiomkin compartía con Catalina la pasión por el arte y la cultura,
pero Catalina era ordenada, germánica, mesurada y fría, mientras que Potiomkin
era desordenada, eslavo e impulsivo por lo que no congeniaban. Así, después de
su romance con Potiomkin, Catalina
mantuvo una relación con un joven que recogía a la vez belleza física y
facultades mentales, llamado Aleksandr
Dmítriev-Mamónov, que era
un edecán de ojos almendrados y una nariz chata, apodado “el Negro Blanco” y cuando
le despacharon en el verano de 1786, recibió un pago de 130.000 rublos, y es que
cada amante que pasaba por la cama de la zarina se marchaba con los bolsillos
llenos de rublos.
Potiomkin no perdió su posición en la Corte, pero
otros amantes como Semión Zórich, un comandante serbio de húsares, o un
burócrata llamado Piotr Zavadovski,
que también ocuparon su lugar en la cama de Catalina, pasaron de moda. Su último amante, el príncipe Platón
Zúbov, 40 años menor que ella, resultó ser el más caprichoso y
extravagante de todos. Con 22 años, era apodado “El Negrito”, e inició una relación con Catalina cuando ella
estaba bastante gorda, con las piernas hinchadas, aquejada de dispepsia y
flatulencia. Catalina, estuvo antes con el hermano pequeño de Zúbov, de 18
años, apodado “El Niño”, pero Platón Zúbov se impuso a su hermano, y
tras la muerte de Potiomkin, en 1787, durante las negociaciones de paz con
Turquía, Zúbov también asumió el protagonismo político.
Sucedió que Zúbov se enamoró de la esposa del nieto
de Catalina, el futuro Alejandro I, el hombre al que la zarina quería entregar
la Corona rusa por delante de su hijo Pablo, que le recordaba con horror a su
difunto marido. La intervención de Catalina llegaría
decisiva para terminar con el imprudente
encaprichamiento de su amante y ya no habría mucho tiempo más para proseguir la
secuencia de escándalos. El 17 de noviembre de 1796 Catalina la Grande se
disponía a tomar un baño cuando sufrió un derrame cerebral que acabó con su
vida. Fue enterrada en la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo con gran solemnidad entre los nobles a los que tanto
favoreció.
Maracaibo, domingo 10 de mayo 2020
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