Don César… (2)
La noche cuando César llevó a su
señora esposa al Club del Comercio, tomada de su mano, ella ascendió por las
escaleras hacia los altos del elegante edificio donde funcionaba el Club desde
hacía un par de años. Paredes verdes y amarillas con una orla ocre, con
entradas por la calle Comercio y el frente hacia la avenida Libertador. Después
de más de treinta años de vida social activa en la Plaza Baralt, el Club del
Comercio estrenaba su nuevo local que había sido transformado en un dechado de
elegancia, buen gusto y refinamiento. Lucía amplios salones, aristocrático
mobiliario y alfombras sobre el piso de parquet. Todo parecía estar de acuerdo
con el cachet de los socios y el prestigio que iban tomando las
consuetudinarias reuniones sociales. En aquella ocasión revivida en las
fotografías, Maracaibo estuvo disfrutando de la primera función de cine parlante,
en privado, solo para los socios del Club.
Esa noche el equipo de cine
maravilló a César. La Directiva lo había contratado en alquiler a la Casa
MacGregor y sus grandes carretes plateados, la negra película de 16 milímetros,
el mecanismo de sus pequeñas piezas niqueladas, cautivó su imaginación hasta el
punto de apasionarse desde aquel instante por el cine, llevando más adelante su
locura hasta planificar argumentos de películas, hasta buscar los sitios donde
realizar sus filmaciones. César llegó a soñar con la posibilidad de crear las
bases para el desarrollo de una industria nacional de cine, cuyas películas habrían
de competir en los mercados internacionales. Estos planes, acariciados, fueron medidos
y pesados durante muchas horas de su vida, pero nunca se materializaron por causas
ajenas a su voluntad. Clara Rosa, quien vivió la magia del cine sonoro por
primera vez, tuvo aquella noche el privilegio de conocer en persona al General
Vicencio Pérez Soto, Presidente del Estado y eximio representante del
Benemérito.
Clara Rosa fue presentada con la
zalamera galantería característica de su marido, y departiría con la esposa y
con las hijas del General Pérez Soto toda la noche, esperando crear vínculos de
afecto y lealtad, mayores que los que ya por todos lados sostenían a César.
Allí, con su nueva cámara de cajón, su orgullo para el momento, él tomó muchas
fotografías. De la amistad surgida entre su mujer, Clarita, y las hijas del
General Pérez Soto, se producirían varias nuevas oportunidades sociales y sería
la esposa de don César quien prepararía el homenaje a Herminia y a Maruja, casi
un año después, poco antes de la caída del régimen del General Gómez, cuando el
General Pérez Soto se despidiera de la Presidencia del Estado.
Entonces Clara Rosa con las damas
de la sociedad marabina adornarían el Club de una manera exquisita para tan
significativa ocasión. Admirando la grácil figura de su esposa en las fotografías
de aquellos días, César se quedó extasiado en sus recuerdos y suspiró al captar
la dulzura de la mirada juvenil y dichosa de Clarita. Don César en su estudio
rememoró los últimos meses del gobierno gomecista. Las fotografías hablaban por
sí solas. En Diciembre del año treinta y cinco, cuando murió el General Gómez,
él se encontraba en los Estados Unidos viajando para afianzar los contactos con
los gringos en varios negocios. Malos ratos pasó ante el telégrafo pensando en
Clara Rosa y en sus hijos, preocupado ante las noticias que le llegaron sobre
las vicisitudes de muchos amigos del gobierno. Se enteró de lo acaecido, cuando
hordas de vándalos deseaban arrasar con el patrimonio de las familias decentes.
¿Cómo se pudo permitirles atentar
contra quienes por años fueron el baluarte de la cultura nacional? Pero su
familia no corrió ningún peligro y él regresó de su viaje, incólume, con
mejores perspectivas y mayor campo para sus negocios. De esa época datan gran
número de fotografías. Nevadas en Nueva York, envuelto en su bufanda en Búfalo,
con amigos en Rochester y en Atlantic City. César sonriente acaricia ahora un
nuevo paquete que está señalado en la cinta como "Virginia". La playa
Virginia había sido adquirida por el Club del Comercio, a orillas del Lago para
esparcimiento de los socios y sus familiares y allí incansablemente, los
sábados y domingos, retrató a su esposa, a sus hijos y a sus amigos. En una de
las fotos se veía Clara Rosa con los cinco hijos y a su lado Doña María Teresa
de López Contreras. César la volteó para leer la fecha. Veintiocho de Marzo de
mil novecientos treinta y siete. Ese año el Club le daría un agasajo muy
especial al nuevo General-Presidente y las posiciones comerciales, sociales y
políticas del distinguido comerciante de la ciudad del lago mejorarían aún más.
Después vino la época de
cosechar. Los hijos creciendo estudiarían en los Estados Unidos, él aceptaría
una posición diplomática en Bélgica y en Luxemburgo. Los mayores se harían
cargo de una parte del negocio, crecerían sus bienes con las privaciones de la
segunda guerra y las posibilidades de beneficiarse de la importación de
vehículos y de maquinarias, amén del petróleo. El destino le recompensaría con
creces, amplificando la venta de refrigeradoras y rockolas y llegaría el
momento de abrirse en la línea de las estaciones de gasolina. Fue en ese
entonces cuando el Nuevo Ideal Nacional era más que una consigna, un deber
patriótico y el regionalismo zuliano que se le había metido en los huesos,
llevó a César a la locura de hacer algunos comentarios ante el
General-Presidente Marcos Pérez. Allí sufrió la pérdida de sus aspiraciones
gasolineras.
Así, también fue marginado en las
negociaciones de los planes de vialidad y a pesar de estar enterado de todo lo
concerniente al puente y a la inclusión del mismo en un sistema ferroviario
para todo el Estado. Fue catastrófica la entrevista con el Señor Presidente. Al
referirse peyorativamente a la tacita de plata capitalina conocida como la
sucursal del cielo, fue más allá. César, envalentonado tenía que estar cuando
se atrevió a decirle al Presidente que aunque estuviese en el poder, el General
era tan provinciano como él mismo y que los andinos y todos los olvidados
zulianos que él sentía representar en ese fatídico momento, sufrían una gran
desazón al ver a Caracas cuidada con tanto afán en tanto que sus olvidados
pueblos provincianos, interioranos, cordilleranos o costeños estaban en un
estado de abandono total.
En su mullido sillón César revivió
aquella metida de pata. Valió la pena… Lo pensó, cuando recapituló su
alejamiento del sector oficial y lo proverbial que resultara aquella situación,
ya que muy poco tiempo después, gracias a estas penosas circunstancias, él se
autodenominaría, otra víctima de la dictadura. Entonces recordó a Lucidio Soto
y esbozó una amplia sonrisa. El régimen democrático, el pueblo y tantas cosas,
como había tenido que escucharle esa mañana, tantos disparates dichos por el
joven locutor de la radio en tan corto tiempo. Un muchacho, eso era tan solo,
un joven inexperto y además, ¡estudiante de periodismo! Todo aquello era su
versión, era como veía él a su tierra, otra visión, inversión, reversión,
revulsión, revolución...
Eran las ideas de ahora, el
enfoque era diferente, equivocado totalmente, los problemas y la manera de ser
de la gente no parecían contar para el muchacho ante la entelequia creada por
las letras. Letras y más letras. ¡Craso error! Sobre todo, más que todo, por
encima de todo, eso de los estudios de periodismo en la universidad, quizás o seguramente,
tendría que ver con esas ideas… Al muchacho lo están influenciando con todo el
palabrerío del Marxismo y del Leninismo. ¡Socialistas!¡Qué diferente es la
mentalidad de quien no ha tenido que luchar para obtener las cosas! ¡Creen que
se merecen mucho estos jóvenes de ahora, que les deben todo, que todo se
consigue fácilmente, que del cielo llueven las cosas, que el país les debe dar,
les tiene que dar, las cosas, y… ¡Carajo! ¿Es ésta la juventud de ahora? ¡Cómo están
de equivocados. ¡Cónchale! ¡Que diferentes son las cosas! ¡Están bien pelados y
fuera de contexto!
Lucidio no pasa de ser un
muchacho, es un iluso. Tal vez así hubiera sido su padre, el negro Eusebio. Por
tonto lo liquidaron. Con gente asumiendo esa actitud, dándole oídos a los
discursos de nuestros comunistas tropicales y esperando la protección del
Estado para la solución de sus problemas, el país no va a progresar nunca. Por
tener ideas como esas fue por lo que a Eusebio Soto lo desapareció la
Seguranal… ¿Quién sabe si hasta de verdad tendría ideas comunistoides? Digan lo
que digan, nadie puede negar que el General fuera un hombre de ideas
progresistas... Fue el único Presidente que trató realmente de desarrollar al
país... Aunque quizás es cierto, él le dedicó demasiada atención a la capital.
Ese fue su error. El centralismo es un mal entronizado en este país...
NOTA: Aquí, así finaliza el relato sobre don César (1 y 2) que es copia textual de parte de mi novela “La Peste Loca” escrita en la década de
los años 80 y publicada en Maracaibo, por la Secretaría de la Gobernación del
Zulia en 1997.
Maracaibo, domingo 24 de mayo, 2020
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