domingo, 24 de mayo de 2020

Don César… (2)


Don César… (2)
La noche cuando César llevó a su señora esposa al Club del Comercio, tomada de su mano, ella ascendió por las escaleras hacia los altos del elegante edificio donde funcionaba el Club desde hacía un par de años. Paredes verdes y amarillas con una orla ocre, con entradas por la calle Comercio y el frente hacia la avenida Libertador. Después de más de treinta años de vida social activa en la Plaza Baralt, el Club del Comercio estrenaba su nuevo local que había sido transformado en un dechado de elegancia, buen gusto y refinamiento. Lucía amplios salones, aristocrático mobiliario y alfombras sobre el piso de parquet. Todo parecía estar de acuerdo con el cachet de los socios y el prestigio que iban tomando las consuetudinarias reuniones sociales. En aquella ocasión revivida en las fotografías, Maracaibo estuvo disfrutando de la primera función de cine parlante, en privado, solo para los socios del Club. 

Esa noche el equipo de cine maravilló a César. La Directiva lo había contratado en alquiler a la Casa MacGregor y sus grandes carretes plateados, la negra película de 16 milímetros, el mecanismo de sus pequeñas piezas niqueladas, cautivó su imaginación hasta el punto de apasionarse desde aquel instante por el cine, llevando más adelante su locura hasta planificar argumentos de películas, hasta buscar los sitios donde realizar sus filmaciones. César llegó a soñar con la posibilidad de crear las bases para el desarrollo de una industria nacional de cine, cuyas películas habrían de competir en los mercados internacionales. Estos planes, acariciados, fueron medidos y pesados durante muchas horas de su vida, pero nunca se materializaron por causas ajenas a su voluntad. Clara Rosa, quien vivió la magia del cine sonoro por primera vez, tuvo aquella noche el privilegio de conocer en persona al General Vicencio Pérez Soto, Presidente del Estado y eximio representante del Benemérito. 

Clara Rosa fue presentada con la zalamera galantería característica de su marido, y departiría con la esposa y con las hijas del General Pérez Soto toda la noche, esperando crear vínculos de afecto y lealtad, mayores que los que ya por todos lados sostenían a César. Allí, con su nueva cámara de cajón, su orgullo para el momento, él tomó muchas fotografías. De la amistad surgida entre su mujer, Clarita, y las hijas del General Pérez Soto, se producirían varias nuevas oportunidades sociales y sería la esposa de don César quien prepararía el homenaje a Herminia y a Maruja, casi un año después, poco antes de la caída del régimen del General Gómez, cuando el General Pérez Soto se despidiera de la Presidencia del Estado.

Entonces Clara Rosa con las damas de la sociedad marabina adornarían el Club de una manera exquisita para tan significativa ocasión. Admirando la grácil figura de su esposa en las fotografías de aquellos días, César se quedó extasiado en sus recuerdos y suspiró al captar la dulzura de la mirada juvenil y dichosa de Clarita. Don César en su estudio rememoró los últimos meses del gobierno gomecista. Las fotografías hablaban por sí solas. En Diciembre del año treinta y cinco, cuando murió el General Gómez, él se encontraba en los Estados Unidos viajando para afianzar los contactos con los gringos en varios negocios. Malos ratos pasó ante el telégrafo pensando en Clara Rosa y en sus hijos, preocupado ante las noticias que le llegaron sobre las vicisitudes de muchos amigos del gobierno. Se enteró de lo acaecido, cuando hordas de vándalos deseaban arrasar con el patrimonio de las familias decentes. 

¿Cómo se pudo permitirles atentar contra quienes por años fueron el baluarte de la cultura nacional? Pero su familia no corrió ningún peligro y él regresó de su viaje, incólume, con mejores perspectivas y mayor campo para sus negocios. De esa época datan gran número de fotografías. Nevadas en Nueva York, envuelto en su bufanda en Búfalo, con amigos en Rochester y en Atlantic City. César sonriente acaricia ahora un nuevo paquete que está señalado en la cinta como "Virginia". La playa Virginia había sido adquirida por el Club del Comercio, a orillas del Lago para esparcimiento de los socios y sus familiares y allí incansablemente, los sábados y domingos, retrató a su esposa, a sus hijos y a sus amigos. En una de las fotos se veía Clara Rosa con los cinco hijos y a su lado Doña María Teresa de López Contreras. César la volteó para leer la fecha. Veintiocho de Marzo de mil novecientos treinta y siete. Ese año el Club le daría un agasajo muy especial al nuevo General-Presidente y las posiciones comerciales, sociales y políticas del distinguido comerciante de la ciudad del lago mejorarían aún más. 

Después vino la época de cosechar. Los hijos creciendo estudiarían en los Estados Unidos, él aceptaría una posición diplomática en Bélgica y en Luxemburgo. Los mayores se harían cargo de una parte del negocio, crecerían sus bienes con las privaciones de la segunda guerra y las posibilidades de beneficiarse de la importación de vehículos y de maquinarias, amén del petróleo. El destino le recompensaría con creces, amplificando la venta de refrigeradoras y rockolas y llegaría el momento de abrirse en la línea de las estaciones de gasolina. Fue en ese entonces cuando el Nuevo Ideal Nacional era más que una consigna, un deber patriótico y el regionalismo zuliano que se le había metido en los huesos, llevó a César a la locura de hacer algunos comentarios ante el General-Presidente Marcos Pérez. Allí sufrió la pérdida de sus aspiraciones gasolineras. 

Así, también fue marginado en las negociaciones de los planes de vialidad y a pesar de estar enterado de todo lo concerniente al puente y a la inclusión del mismo en un sistema ferroviario para todo el Estado. Fue catastrófica la entrevista con el Señor Presidente. Al referirse peyorativamente a la tacita de plata capitalina conocida como la sucursal del cielo, fue más allá. César, envalentonado tenía que estar cuando se atrevió a decirle al Presidente que aunque estuviese en el poder, el General era tan provinciano como él mismo y que los andinos y todos los olvidados zulianos que él sentía representar en ese fatídico momento, sufrían una gran desazón al ver a Caracas cuidada con tanto afán en tanto que sus olvidados pueblos provincianos, interioranos, cordilleranos o costeños estaban en un estado de abandono total. 

En su mullido sillón César revivió aquella metida de pata. Valió la pena… Lo pensó, cuando recapituló su alejamiento del sector oficial y lo proverbial que resultara aquella situación, ya que muy poco tiempo después, gracias a estas penosas circunstancias, él se autodenominaría, otra víctima de la dictadura. Entonces recordó a Lucidio Soto y esbozó una amplia sonrisa. El régimen democrático, el pueblo y tantas cosas, como había tenido que escucharle esa mañana, tantos disparates dichos por el joven locutor de la radio en tan corto tiempo. Un muchacho, eso era tan solo, un joven inexperto y además, ¡estudiante de periodismo! Todo aquello era su versión, era como veía él a su tierra, otra visión, inversión, reversión, revulsión, revolución...

Eran las ideas de ahora, el enfoque era diferente, equivocado totalmente, los problemas y la manera de ser de la gente no parecían contar para el muchacho ante la entelequia creada por las letras. Letras y más letras. ¡Craso error! Sobre todo, más que todo, por encima de todo, eso de los estudios de periodismo en la universidad, quizás o seguramente, tendría que ver con esas ideas… Al muchacho lo están influenciando con todo el palabrerío del Marxismo y del Leninismo. ¡Socialistas!¡Qué diferente es la mentalidad de quien no ha tenido que luchar para obtener las cosas! ¡Creen que se merecen mucho estos jóvenes de ahora, que les deben todo, que todo se consigue fácilmente, que del cielo llueven las cosas, que el país les debe dar, les tiene que dar, las cosas, y… ¡Carajo! ¿Es ésta la juventud de ahora? ¡Cómo están de equivocados. ¡Cónchale! ¡Que diferentes son las cosas! ¡Están bien pelados y fuera de contexto! 

Lucidio no pasa de ser un muchacho, es un iluso. Tal vez así hubiera sido su padre, el negro Eusebio. Por tonto lo liquidaron. Con gente asumiendo esa actitud, dándole oídos a los discursos de nuestros comunistas tropicales y esperando la protección del Estado para la solución de sus problemas, el país no va a progresar nunca. Por tener ideas como esas fue por lo que a Eusebio Soto lo desapareció la Seguranal… ¿Quién sabe si hasta de verdad tendría ideas comunistoides? Digan lo que digan, nadie puede negar que el General fuera un hombre de ideas progresistas... Fue el único Presidente que trató realmente de desarrollar al país... Aunque quizás es cierto, él le dedicó demasiada atención a la capital. Ese fue su error. El centralismo es un mal entronizado en este país...

NOTA: Aquí, así finaliza el relato sobre don César (1 y 2) que es copia  textual de parte de mi novela “La Peste Loca” escrita en la década de los años 80 y publicada en Maracaibo, por la Secretaría de la Gobernación del Zulia en 1997.
Maracaibo, domingo 24 de mayo, 2020

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