Don César… (1)
Un relato dividido en dos partes,
sobre el Maracaibo de ayer y sus personajes…
Fue en aquellos tiempos ya idos, en los
días del comercio de café entre Maracaibo y los Estados Mérida y Trujillo… Él
recuerda a su tío, cuando se apersonaba en la casa... Era una de tantas tardes
calurosas, en su pueblo eternamente olvidado de Dios, y así fue como César se
encontró otra vez soñando con la Sabana de Mendoza y las tierras que se
extienden hasta el lago, con sus montañas bajas, llenas de piedras blancas y
arenisca bermeja. Entonces a él le pareció volver a ver la enteca figura de su
tío Arquímedes sobre la mula rucia...
Seguro estaba, que fue ese mismo día
cuando él le oyó hablar por primera vez de los alemanes. En boca de su tío,
escuchó las maravillas del trabajo incansable que ejecutaban unos hombres a
quien su tío denominaba, los teutones de Maracaibo. Su tío, era un eterno
viajero trashumante… Había venido un día muy lejano desde la ciudad del lago
para conversar con su padre sobre negocios nunca efectuados, para invitarlo a
regresar a aquella ciudad del fuego, la del lago de cristal, y para hablarle
interminablemente acerca de historias de esperanzas idas o de oportunidades muy
lejanas, que él según decía, aún estaban vivas. Eran prolongadas conversaciones,
mientras asentados en sendos taburetes de cuero de chivo, tal vez esperaban
enderezar el destino.
César escuchaba hablar a los hombres
sobre tantas cosas inalcanzables cuantas podrían existir para los habitantes de
aquel, puñado de casas grises y de calles de tierra, adornadas por cochinos,
perros y gallinas, donde sólo existía algo de verdor gracias a las aguas
cercanas de un arroyuelo afluente del Motatán, el gran río, donde lavaban la
ropa las mujeres, entre las aguas claras, llenas de gigantescas piedras blancas
como huevos de dinosaurio. Allí aprendió César a crecer y a leer, en el regazo
de su madre, rodeado por sus hermanos, viendo a su padre trabajar de sol a sol en
el campo. Allí supo, oyendo las historias de su tío Arquímedes, sobre quienes
eran los alemanes de Maracaibo.
Cuando el viento del sur infló las velas
y se llevó al joven César, sobre el agua, en la piragua “Luisa Cecilia”, ese habría
de ser para él un acontecimiento crucial. En la piragüita de plátanos llegaría
hasta las playas marabinas y de la mano de su tío Arquímedes conocería la
ciudad de las palmeras. Muy lejos quedaría su madre, sus pequeños hermanos y su
padre, quien meses antes descendiera en una caja de madera hasta el fondo de
una fosa profunda. Atrás quedó la mirada de su viejo tiritando por las fiebres
palúdicas y su madre, rodeada siempre de pequeñuelos. El recuerdo de las
paladas de tierra polvorienta, cubriendo poco a poco la fosa del cementerio del
pueblo, ante un cura de sotana raída, en una tarde con el cielo encapotado de
gris y lleno de tristes nubes sucias; todo quedó atrás para César. La brisa de
la mañana con los marullos del lago acariciando el casco de la piragua “Luisa
Cecilia”, parecieron lavar en su rostro todos aquellos ingratos recuerdos.
César cruzó la Plaza Baralt y ya
en la calle Colón divisó los altos arcos de la Casa Blohm. Entre los
transeúntes que convergían tempraneros hacia el mercado, se sintió desvalido
por unos segundos. Esforzándose, se llenó de bríos, levantó el rostro y avanzó
de frente a encontrarse con cualquier cosa que el destino le tuviera preparada.
César desde su sillón con los ojos entornados recordó la mirada del señor
Behnke. Desde lo alto el gigante rubio lo escrutaba cuando creyó oírse él mismo
decir con un hilito de voz. Soy César Cuello a sus gratas órdenes señor. El
alemán observó con benevolencia la esmirriada humanidad de aquel muchacho
sobrino de Arquímedes Cuello, el agente viajero ejemplar de Blohm. Después le
sonrió.
Todo eso fue en un principio,
pues ya a la edad de dieciocho años, César Cuello se había transformado en otro
activo agente viajero de la afamada Casa Blohm. Desde esa época, la cual César
siempre asociaba a la muerte de su tía Aminta, todo comenzaría a cambiar en el
Zulia. El 14 de Diciembre en La Rosa de Cabimas, el pozo “Barroso Número 2”
haría erupción y pautaría el inicio de la explotación petrolera. Este hecho
vendría a modificar el comercio de la región y la vida toda del país, para
siempre. Al principio, él iba a visitar, en compañía del señor Hamman, los
recién fundados campos petroleros de la Paz y La Concepción, para ampliar las
ventas de Blohm. Luego volvería a sus viajes por los Andes y las tierras del
sur del lago, donde comenzaron todos a conocerle como, el compañero del alemán,
mister Hamman, y muy pronto como, mister Cuellio.
Como él no
aparentaba la mocedad de sus años, comenzó a viajar solo y en pocos meses era
el portador de los encargos más importantes de los alemanes. Él llevaba las
encomiendas de mayor responsabilidad y en unos años pasó a ser un joven de gran
valor para los enlaces comerciales de la Casa Blohm. Con un bozo poblado sobre
su delgado labio superior, César se transformó en un personaje conocido de todos.
Habría adquirido por su propio interés y su constancia, durante el curso de las
largas noches en sus viajes, las nociones de inglés y de alemán que lo
capacitaban para hacerse entender por los musiues y los maifrenes en sus
propias lenguas. En las piraguas y sobre el lomo de las mulas leía todo el
tiempo y muy pronto aprendió a conocer a su gente: a los marineros, y a los
pilotos, los caleteros, los trujillanos, los corianos, los merideños o los
tachirenses, la idiosincrasia de los mestizos e indígenas, de los recolectores
de caña y de café, de los mulatos y los negros de Gibraltar y de Bobures. Él sabía
de pendencieros y de tramposos, de tontos y de vivos, a quién debía y a quién
no debía tratar y sobre todo como escurrir el bulto para evitar problemas con
Jefes Civiles, con policías de peinilla y con camorristas profesionales.
César sabía cuándo darse a
conocer y como engatusar a los Presidentes de Estado. Su habilidad personal le
había granjeado la amistad de mucha gente y siendo aún un joven y eficiente
viajero de Blohm, comprendió muy pronto la importancia del petróleo. Presto se
ofreció para servir de enlace como mensajero, entre Los Andes y Maracaibo, para
la Caribbean Petroleum Company y luego para la Standard Oil Company. En poco
tiempo la amistad con los americanos y su inglés cada vez más perfeccionado lo
llevó a introducirse en el comercio de vehículos automotores y en la venta de
repuestos que estaba en manos de las casas comerciales Sosa Altuna Company y El
Automóvil Universal y Sucs.
En el año 1926 la llegada al
poder en la presidencia del Estado del General Vicencio Pérez Soto contribuiría
a mejorar su situación. A César le costó poco esfuerzo el montar su negocio
propio. Era una especie de venta de neumáticos, de piezas automotores y de
ferretería. Gracias a sus estrechos vínculos con los agentes aduanales progresó
rápidamente, sin pasar apuros durante la grave recesión económica que azotó al
mundo por aquellos años. Él estaba abastecido y además con su trabajo próspero,
ayudaba a su familia y a muchos amigos y clientes, quienes gozaban de un
excelente servicio de ferretería y repuestos para los maracaiberos y los
interesados de varios Estados vecinos.
El 18 de Octubre de 1929, César
Cuello con solo veinticinco años de edad era ya un floreciente empresario
privado, miembro de la Cámara de Comercio de la ciudad capital del Estado. Le
tocó a él, ser uno de los organizadores del homenaje que la municipalidad le
ofreciera al benemérito General Juan Vicente Gómez para conmemorar la efemérides
libertadora. La recepción constituyó todo un éxito y le demostró cómo había
adquirido todas las habilidades para moverse en la sociedad marabina, pues a
pesar de su origen humilde, el dinero lo estaba levantando como pompa de jabón.
En esos años frecuentó el Club del Comercio y comenzó a tener una activa vida
social. Su galantería y conocimiento de las gentes lo llevaron muy pronto a
contraer matrimonio con una de las hijas del señor Rosell Estrada, familia de
origen hebraico, venidos de Curazao, quienes eran dueños de casi todo el
comercio de importación de telas así como de todas las farmacias de la ciudad.
Cuando comenzó a tener familia,
César pasó a ser conocido entre la gente bien como el señor don César. Sentado
cómodamente en su sillón, ahora ojea las viejas fotografías regadas sobre su
escritorio. Ha separado un grupo y en una de las cintas escribe con cuidado
1930- 1935. Se retira un poco para ver el efecto de la tinta sobre el verde de
la tela y piensa. ¡Cómo han pasado los años! Meticulosamente selecciona una de
ellas y lee en el respaldo amarillento. Dieciocho de Abril de mil novecientos
treinta y cuatro. Haciendo memoria dice para sí: ese fue un buen año. Recuerdo
que ya Clara Rosa había salido de la cuarentena del segundo hijo...
NOTA: Hasta aquí la primera parte de
Don César… Continuará y concluirá mañana.
Maracaibo, sábado 23 de mayo, 2020
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