Taguara mesopotámica
Por la puerta abierta se metía el
sol de los venados. Brillaba anaranjeando el piso de cemento pulido mientras la
brisa vespertina penetraba por la ventana través de multicolores cilindros de
madera. Venía desde el patio, un tierrero cundido de matas de mango, cuando
atardecía... Tomábamos cerveza en aquel botiquín cuando mi entrañable Alonso se
empeñó en que teníamos que irnos a que las putas. Estábamos en una taguarita
tranquila, popular, como casi todas las de nuestro sector preferido de
Babilonia. Era una covacha no visitada por mujeres, un cubil creado
estrictamente para beber y beber tarros con cerveza espumosa mientras
conversábamos interminablemente, sin atenderle al tiempo... Pero así era
Alonso, y además allí estaba Clavelo, siempre listo para secundar sus ideas
locas. Ambos andaban en la misma temática, tranquilizate, aguantate, esperate,
andate, parate de una vez y todas esas esdrújulas no acentuadas y rematadas en
ate, esas que uno dice tan solo para dilatar el momento y que parecían no valer
de mucho en esa ya casi noche...
Ninibiones estaba inspirado...
Levantó su jarra y nos miró fijamente mientras decía. ¡Coño, Toño! Tu lucha por el
Santo Grial es una pérdida de tiempo asquerosa y no te llevará a nada bueno.
Yo pensé que ya estaba en trance, como era su costumbre inveterada, tan
reiterativa como la manía de una supuesta putería en mi entrañable Alonso. Nini
prosiguió su discurso. Me recuerdas a Gilgames, el que buscó la
planta de la inmortalidad con mucho afán, pero nunca pudo hallarla. Mas vaina vamos a echar a que las putas,
insistió Alonso interrumpiendo a mi inspirado amigo quien como si estuviese
sordo continuó. No obstante, en su vano empeño, Gilgames nos dejó una muestra de lo que
vale el hombre, la amistad, la lealtad... Bueno, si somos realmente amigos tendremos que acompañar a Alonso a que
las putas, insistió Clavelo tapándole la boca a Ninibiones. Mi entrañable
me miró sonriente. Vai pues Toño, tenéis
que ser un leal y buen amigo... ¡Vamonós
par co ño pues!
Lo cierto era que todos sabíamos
que Ninibiones con un par de cervezas tomaba el tema filosófico y eso era tan
preciso como el número de tarros que ameritaba Alonso antes de coger su otra
maña y comenzar a decir, tengo que matar a mi mujer y me quiero ir pa que las
putas y de allí en adelante tendríamos que complacerle, o soportar ese
sonsonete toda la pea. Al final sabíamos que sus impulsos no lo llevaban a nada
pues él era, sencillamente un frijolillo, pero me parecía a mí que su momento
no había llegado aún, por lo que continué silente, e insistí en escuchar a
Ninibiones, quien sonriendo prosiguió como si nada. Lo terrible es que la muerte es
lo único que tenemos por seguro, ella es ineludible, inexorable, tan segura es
como decirles que en las manos de cada uno de nosotros está la posibilidad de
ser inmortales...
Alonso y Clavelo se pusieron de
pie, y le informaron a Nini que ni media bola más le pararían, y nos conminaron
a seguirles. Así fue como de repente me encontré apoyándome en aquella pared de
mosaicos azules y blancos, sin que lo hubiese presentido ni un instante, ni tan
siquiera cuando comenzábamos a beber cerveza y estábamos lúcidos. Percibí como
mis sandalias se adherían a la tierra cenagosa de aquella calle oscura
encerrada entre muros rústicos de arcilla, y si hubieras sido vos, te lo juro
por Dios y mi madre que no hubieras podido entender la situación, porque era
como un sueño, pero de esos sueños donde te interesa el desarrollo de la trama
por lo que en el fondo vos mismo ni te queréis despertar, ¿me entendéis? Sin
embargo, a la vez era estar seguro de que no hubieras podido hacerlo, y estaba
en esa especie de confusión cuando me llegó de pronto como una hedentina.
Estoy seguro de que vos la hubieras captado allí mismo, era el
olorcito ese que exudan las sombras mismas cuando hay basura pudriéndose,
porque era un olor demasiado obvio, si vos querías podrías imaginarte andar
brincando entre una zamurada, y es que en la oscuridad casi que vos podías oír
el aleteo de los avechuchos girando y girando encima y el zumbido de miríadas
de moscas tropezándose entre los canales putrefactos y vos, porque vos sois
machete en eso, estoy tan seguro y casi que te lo puedo jurar, que vos, ese
mosquero te lo imaginarías en los ojos de tus enfermos, o rodeando a los
leprosos, en las afueras de la ciudad, cuando te los tropezáis en grupos, vos
sabéis, ya me lo habías explicado antes, pero, ¿cómo te digo?, yo estaba que no
sabía con exactitud donde andaba y solo veía aquella pudrición circulando por
los canales en medio de la oscurana…
Al saberme entre casas de paredes
de arcilla, al palparlas, entonces me ubiqué ¡De bola que yes mijo! Eso me dije
y pensé... Puede que vos no reconozcáis el sitio, pero yo… ¡Bértica! Yo lo
tenía clarito. Tengo que estar en Babilonia, en el mero centro. Este tipo de
jaibas solo se ven cuando bajáis pal centro... Así pues, yo tenía ese rebullicio
en la cabeza pensando que había sido un error táctico, que no debía haber
cambiado mi turno de la guardia, que quien sabe cómo estaría en ese momento la
emergencia de niños, seguramente repleta de alaridos y oliendo a berrenchín y a
trapitoechina, que si aquello, que si esto, que si lo otro, que si acaso eso
sería lo que llamaban, vulnerar el concepto de la responsabilidad, y yo en medio
de ese desideratum, andaba dando más vueltas que mamón en bocaevieja, casi peor
que un perro paecharse pero ¿qué podéis hacerle?
Ante la mesa llena de botellitas
ambarinas, de nuevo hablaba el Toño y volvía a la carga. Discutía con
Ninibiones, enfrascado en su empeño de relacionar el arca de Noe con la Nave
fabricada por Upnapistin. Mi
amigo quizás no le comprendía pues le replicaba en voz alta.
Pero Toño, retoño der coño!
Entendeme que no habría podido ser de otra manera, de no haber sido por el Dios
Ea se rejoden, y te dejo dicho de paso, los traicionó par coño, el plan de los
Dioses nunca le hubiera sido develado a Upnapistin, entonces la simiente de los
seres humanos no hubiese podido ser llevaba a la gigantesca nave y todas las
criaturas habrían muerto ahogadas y sería un punto final.
Eso es lo que yo mismo te vengo diciendo, le respondió Antonio. Para mí esa jaiba no es más que el mismo
Diluvio Universal de la Biblia, ¿me entendéis?
Toño y Clavelo admiraban los
conocimientos histórico-literarios de nuestro compañero, pero Clavelo no era
amigo de seguirle todo el tiempo la corriente a Ninibiones, sobre todo cuando
se enfrascaba en aquellos temas esotéricos, y especialmente cuando habían
salido tan solo a beber cerveza y era que ya lo que le estaba provocando a
Alonso era matar a su mujer. Clavelo para ese momento estaba en una onda
erótica empeñado en que debían conocer una casa de placer recomendada por unos
primos. En realidad, las historias de como Gilgames el rey de Uruk había
derrotado al demonio usurpador Kunibaba, no le interesaban en lo absoluto. Por
eso y por bastante más, todos dejamos la taguarita ya anocheciendo, y cuando
enfilamos por el callejón del Amparo hacia la casa de Astarted presentí que todos
estábamos sin duda alguna, parcialmente confundidos por la cerveza.
Al trasponer el zaguán oscuro,
revestido de mosaicos azules con dibujos amarillos se encontraron todos en un
cálido y reconfortante ambiente. Blandas alfombras se hundían suavemente bajo
sus sandalias, grandes lámparas en el techo que emitían una tenue luz
amarillenta con destellos rojizos, en una de las esquinas se adivinaban varias
jóvenes mujeres semidesnudas con los brazos teñidos de púrpura. Ellas tocaban
flautas y cítaras y reposaban entre grandes cojines y almohadones tapizados con
seda roja. Los amigos con la alegría del hígado provocada por los incontables
tarros de cerveza casi no percibieron el aroma de los dulces ungüentos que
despedían los incensarios y se dejaron conducir en la penumbra ambarina del
recinto.
Tomaron asiento en una de las
mesas mientras erámos rodeados por las mujeres. Ellas se movían en una bruma
amostazada y todos quedamos atendiéndole a sombras que emitían voces. Desde
todos los ángulos nos llegaban ruidos con risas y comentarios soeces de borrachos. Se iban repitiendo y multiplicando
entre las columnas, los jarrones con palmeras y los incensarios ocultos en
algún lugar secreto. De la base misma de cada columna, se desprendía aquel olor
característico, fluía de braseros con la imagen de Ishtar con muchos pechos
trabajada en bronce, emergía con un picor denso y el aroma se extendía por todo
el ambiente, y nos penetraba en la piel y nos impregnaba las túnicas...
La mirada brillante de Clavelo
escrutaba entre las sombras de un lado a otro mientras en su rostro se pintaba
una sonrisa de tonto. Alonso ya se había aferrado a un muslo y a una cintura y
no la quería soltar mientras en voz baja mascullaba ininteligibles disparates
al oído de una muchacha. En la penumbra, Antonio admiró unos ojos rasgados de
extraño fulgor y notó como su larga cabellera lacia le tapaba los pechos.
Ninibiones ya había ordenado más cervezas y comenzaba de nuevo a hablar sobre
Gilgames cuando ella con gestos felinos se acercó hasta la mesa. Sus ojos eran
muy grandes y muy verdes, alrededor de ellos se había pintado líneas de color
azul y violeta, los dientes parecían blancas perlas en su boca carnosa del color
de la sangre. Iba vestida con una túnica adornada con hilos de plata que llegaban
hasta sus pies y que parecía nacer desde sus pechos descubiertos, como es
costumbre en las mujeres cretenses, los pezones estaban pintados de rojo
púrpura y la piel recubierta con fino polvo de oro, la cintura estaba ceñida
por dos correas con cientos de campanitas de plata que tintineaban quedamente y
ante todos, ella inclinó su cabeza tocada con un extraño peinado lleno de
cintas de colores que recogían su cabellera negra, sedosa y abundante.
Todos habíamos enmudecido. Soy
Astaned, nos dijo y se acercó hasta Antonio para tomarle la cara entre sus
manos con largas uñas pintadas de azul. Mirando profundamente sus ojos
ronroneó. Tú me gustas, vente conmigo
ahora y dame tus frutos, sé mi hombre y yo seré tu hembra, yo te regalaré un
carro de oro y lapislázuli, con ruedas de plata y ejes de diamantes, yo soy la
hija de Anú y si entras en mí, serás el más sabio, el más dichoso y el más
afortunado de los hombres. Ninibiones quien conocía el curso de todas las
historias, sintió miedo porque estaba seguro de que el Toñito quién era como
Alonso con su ridícula manía de la castidad y demás vainas que continuamente
constreñían sus acciones, ante la propuesta de aquel supuesto sexo débil
rehusaría el pedido amoroso de la diosa Ishtar y al final como siempre y eso le
constaba a él quien era su amigo de verdad verdaita, les tocaría a él y a todos
los demás compañeros de palos, padecer el horror de los maleficios
demoníacos.
Así pude
entenderlo. Todos sufrirían como Enkidu, y se verían arrojados al reino arcano,
a la región donde todos van y de donde nadie vuelve y entonces, en aquel
momento supremo, seguro estaba yo, y es que casi puedo jurarte que Ninibiones
también lo sabía, ambos estábamos convencidos de qué se cumpliría el designio
de los Dioses, igual cómo cuándo vieron regresar a la serpiente mordiendo la
planta y luego sin escapatoria volvería a suceder lo mismo, otra vez, y ella se
iría, desaparecería par coño, al igual que la serpiente, sí… Entonces ella
sonrió y en un instante, ante la sorpresa de todos, se sumergió en las
profundidades del abismo; como la culebra, ella también habría de esfumarse y
así, presos del destino cruel e inextricable comprendimos que sin remedio
alguno, todos envejeceríamos y moriríamos.
NOTA: con algunas modificaciones pntuales, este
texto es extraído de mi novela “La Entropía Tropical” publicada por Ediluz
Edits, Maracaibo, Venezuela, 2003.
Mississauga, Ontario, lunes 9 de septiembre del 2019
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