La mujer del Metro
Este
breve relato, nacido en 1993 como un ejercicio en un Taller de Narrativa, se lo
dedicaría a mi maestro, el escritor Eduardo Liendo y surgía de una frase de
Henry Miller en “Sexus”, la cual dejaría yo, como epígrafe, y que decía: “esa
mujer del Metro a la que has seguido, un fantasma anónimo que reaparece ahora
de repente”.
Percibes el calor de su
mano, mas sientes sorprendido que te empuja, imaginas sus dedos largos e
intentas atraparlos y notas que se escapan sin remedio, los sentiste clavados
en el pecho con el impulso de su cuerpo todo, su palma y dedos en tu costillar
cuando esperabas tierna caricia tibia y ese tu asombro al inclinarte y
trasponer la línea amarillenta que se pierde en la boca iluminada por el
destello parpadeante de la máquina que crece prontamente.
Trataste de agarrarla,
sí, mas ya vas torciéndote de angustia y tratas de voltear pero tu cuerpo cae
antes de dar la espalda, sin posibilidad alguna de apoyarte, y entonces
distingues aún su mano, pálida, sus uñas escarlata y hasta su rostro crees
detectar entre el gentío, cuando ya has comenzado a descender iluminado todo tú
por el monstruo creciente que emite su mugido agudo y te eclipsa el rumor y los
gritos de la muchedumbre estática, petrificada en el andén.
Te alejas de ellos sin
asidero, sin balance, sin remedio y sabes que era ella. Entiendes que es esa la
mujer del metro, la que has seguido hasta la calle, hermosa y misteriosa, es
esa joven, la del guiño amable, cuando colgabas de la abrazadera, tú, ser anónimo
y te sonrió con su mirada cómplice, guindando tú con tantos otros cuerpos y
aquel multiplicarse de su sonrisa reflejada en las puertas, ¡tantas! Esa, la mujer del metro, la que casi se
pierde entre el tropel a la salida de la calle y tropezarse y empujar y correr
desesperadamente y la impotencia en la escalera atiborrada de figuras inermes,
interminable la escalera eléctrica, ascendiendo.
Esa, la mujer del metro
que desapareció en el resplandor incandescente de la calle, colmado de
empujones e improperios y en el espacio caes y casi ya no ves el brillar de sus
ojos, mas otra vez, quizás muy al final logras atisbar su sonrisa. Esa, la
mujer del metro, la que has seguido hasta la calle, la que has perseguido desde
lejos sin entender por qué tenías que hablarle, se esfumó tras un auto antes de
desaparecer tragada por la esquina, ¡es ella!
Tú captaste el mensaje y
corriste como loco escaleras abajo, ese fantasma anónimo se ha materializado, y
carne y huesos, y sonrisa, y aquel guiño achinado y amable, estuvo por segundos
a tu alcance, hasta tocarla casi, cuando ella colocó su hermosa mano con largos
dedos de uñas esmaltadas de un rojo sangre sobre el pecho tuyo, y la sorpresa,
el fuerte ramalazo y tu trastabillar en el asombro.
Esa, la mujer del metro
te entregó todo el peso de su hermosa figura y tú te fuiste más allá de la
línea amarilla y no obstante, todavía lograste detectarla entre la gente,
arriba, desde el abismo, sin retorno ya, ante la máquina que gruñe y pita y
bufa encandilándote.
Esa mujer del metro,
seguro estás, proviene de esa tú pesadilla reiterada, la de un sinfín de
madrugadas sudorosas, de tantísimos despertares crispados, corazón al galope
tendido, de angustias sostenidas, toda una vida de búsqueda infructuosa, hasta
encontrarla, ¡al fin!, ¿después de cuantos años?, ya casi de cabeza lo
entiendes todo, ¡claro!, es tú fantasma anónimo que reaparece ahora de repente
cuando la máquina acezante ruge casi encima de ti...
Mississauga, Ontario, periferia de Toronto en Canadá, el viernes
13 de septiembre del 2019
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