viernes, 13 de septiembre de 2019

La mujer del Metro



La mujer del Metro
Este breve relato, nacido en 1993 como un ejercicio en un Taller de Narrativa, se lo dedicaría a mi maestro, el escritor Eduardo Liendo y surgía de una frase de Henry Miller en “Sexus”, la cual dejaría yo, como epígrafe, y que decía: “esa mujer del Metro a la que has seguido, un fantasma anónimo que reaparece ahora de repente”.

Percibes el calor de su mano, mas sientes sorprendido que te empuja, imaginas sus dedos largos e intentas atraparlos y notas que se escapan sin remedio, los sentiste clavados en el pecho con el impulso de su cuerpo todo, su palma y dedos en tu costillar cuando esperabas tierna caricia tibia y ese tu asombro al inclinarte y trasponer la línea amarillenta que se pierde en la boca iluminada por el destello parpadeante de la máquina que crece prontamente.
 
Trataste de agarrarla, sí, mas ya vas torciéndote de angustia y tratas de voltear pero tu cuerpo cae antes de dar la espalda, sin posibilidad alguna de apoyarte, y entonces distingues aún su mano, pálida, sus uñas escarlata y hasta su rostro crees detectar entre el gentío, cuando ya has comenzado a descender iluminado todo tú por el monstruo creciente que emite su mugido agudo y te eclipsa el rumor y los gritos de la muchedumbre estática, petrificada en el andén. 

Te alejas de ellos sin asidero, sin balance, sin remedio y sabes que era ella. Entiendes que es esa la mujer del metro, la que has seguido hasta la calle, hermosa y misteriosa, es esa joven, la del guiño amable, cuando colgabas de la abrazadera, tú, ser anónimo y te sonrió con su mirada cómplice, guindando tú con tantos otros cuerpos y aquel multiplicarse de su sonrisa reflejada en las puertas, ¡tantas!  Esa, la mujer del metro, la que casi se pierde entre el tropel a la salida de la calle y tropezarse y empujar y correr desesperadamente y la impotencia en la escalera atiborrada de figuras inermes, interminable la escalera eléctrica, ascendiendo.

Esa, la mujer del metro que desapareció en el resplandor incandescente de la calle, colmado de empujones e improperios y en el espacio caes y casi ya no ves el brillar de sus ojos, mas otra vez, quizás muy al final logras atisbar su sonrisa. Esa, la mujer del metro, la que has seguido hasta la calle, la que has perseguido desde lejos sin entender por qué tenías que hablarle, se esfumó tras un auto antes de desaparecer tragada por la esquina, ¡es ella!

Tú captaste el mensaje y corriste como loco escaleras abajo, ese fantasma anónimo se ha materializado, y carne y huesos, y sonrisa, y aquel guiño achinado y amable, estuvo por segundos a tu alcance, hasta tocarla casi, cuando ella colocó su hermosa mano con largos dedos de uñas esmaltadas de un rojo sangre sobre el pecho tuyo, y la sorpresa, el fuerte ramalazo y tu trastabillar en el asombro.

Esa, la mujer del metro te entregó todo el peso de su hermosa figura y tú te fuiste más allá de la línea amarilla y no obstante, todavía lograste detectarla entre la gente, arriba, desde el abismo, sin retorno ya, ante la máquina que gruñe y pita y bufa encandilándote.

Esa mujer del metro, seguro estás, proviene de esa tú pesadilla reiterada, la de un sinfín de madrugadas sudorosas, de tantísimos despertares crispados, corazón al galope tendido, de angustias sostenidas, toda una vida de búsqueda infructuosa, hasta encontrarla, ¡al fin!, ¿después de cuantos años?, ya casi de cabeza lo entiendes todo, ¡claro!, es tú fantasma anónimo que reaparece ahora de repente cuando la máquina acezante ruge casi encima de ti...

Mississauga, Ontario, periferia de Toronto en Canadá, el viernes 13 de septiembre del 2019


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