Historia Sagrada
Las láminas estaban dibujadas cuidadosamente e iluminadas por colores
intensos. Aquel rollo de papel brillante era interminable y lo hacían girar las
dos monjitas con una lentitud exasperante. Ellas nos iban mostrando la
tentación de Adán y Eva, siempre desnudos pero ocultos detrás de unas ramas con
grandes hojas. Vuelta y vuelta y en el tronco nudoso del árbol gigantesco
estaba allí presente la serpiente, gruesa, negra, con vetas amarillas y los
ojitos rojos, muy brillantes, con destellos de fuego.
Vuelta y vuelta, se enrollaba la culebra aquella en la mata y luego,
aparecía Adán con la manzana. Después daba una nueva vuelta, venía mordiéndola,
roja y turgente y ese mordisco al instante provocaba los comentarios de la
Madre Superiora, sus serias advertencias sobre el terrible pecado de la
desobediencia. Luego giraba el rollo nuevamente y venía el ángel con sus alas
rosadas y plumosas, tenía una espada de fuego en la diestra y vuelta y vuelta,
les señalaba el camino de salida del Paraíso.
Era algo impresionante, el entender con una claridad pasmosa, a los
cinco años, lo terrible del pecado de la desobediencia. Tan solo un par de días
después, pletórico de incontenible energía, brincaba sobre los pupitres y de
inmediato, la sobrecogedora sensación aquella, como una cachetada, tan solo
provocada por el huesudo y largo dedo de la Madre Superiora señalando mi
frente, recordándome el pecado de Adán y la serpiente. Si, la desobediencia es
cosa mala, pero, ¿que iba yo a hacerle?
Transcurrirían los días y otra vez un arrebato de energía, alegría
rebosante, genuina furia, incontrolable, arremetiendo contra mi paliducho
compañero de pupitre, él con sus siete años, se atrevió, ¡que osadía!, a
quitarme mi lápiz. Después del empujón y al verlo allí tirado, patas arriba,
debajo de las sillas, berreando como un chivo, nuevamente sonreí triunfante, un
instante después el huesudo dedo de marfil me señalaba. ¡Qué mala es la
desobediencia! Otra vez, era muy necesario un escarmiento.
Entonces fui conducido a rastras hasta el cuarto oscuro, el foso bajo
el escenario, entre máscaras, escobas y cientos de misteriosos harapos y
rastrojos, allí quedé, tumbado. Podía, sin duda, presentir el caminar de las
arañas, el riquichiqui de las cucarachas, ruñentes incisivos de las ratas, siseo
de víboras reptando, y con seguridad se acercarían gordotas y peludas las
tarántulas. El forcejeo fue grande, con gritos y cientos de patadas para llorar
al fin ya sin remedio, entre tantos fantasmas, con el horror de poseer aquel
estigma, estaba señalado por ser un niño malo.
En la penumbra repleta de medrosas sombras, respirando el aliento de
brujas verrugosas, yo acurrucado, ¡niño desobediente!, y asimilar la situación,
exactamente como les ocurriera a Adán y a Eva. La espada fue aquel huesudo dedo
que me expulsó a la oscuridad. Arriba los telones coloreados, abajo yo, en el
escenario, en un teatro que rebosaba cachivaches, en mis cinco años lloré
enfrentando espectros y fieras alimañas, muecas grotescas me hacían entre las
sombras algunos diablos. ¿Minutos u horas? ¿Quién podría adivinarlo? Duró hasta
que el Colegio entero no pudo soportar mis alaridos. Después, con el fluir del
chorro de la vida, pasaron unos días y yo sobreviví.
Volvió a girar el rollo, y me gustó bastante saber cómo era el mundo
antes del diluvio, ver a Noé con su gran barba, siempre risueño, rodeado de
animales, y llovía a cántaros y era como cuando nos quedábamos en la casa, sin
que valieran los conjuros a San Isidro Labrador, vencido por La Virgen de la
Cueva. Cuando escampaba, y nos obligaban a regresar a la escuela, en el rollo
se nos aparecía Caín con la quijada de burro en una mano. Vuelta y vuelta, las
miradas de todos giraban convergiendo sobre mi pequeña humanidad. Había querido
la maldita casualidad que el flacuchento, bobalicón y catirrucio idiota, a
quién con los años bautizaríamos con el mote de Pavoahorcado, se llamara nada
menos que Abel, el condenado!, y de nuevo a la carga, el pecado y la lección in
vivo, allí, patente, un engendro del mal.
Era una sabandija más, y yo consideraba seriamente el asunto y le veía
sentido al regresar a pie por las calles del centro, iba con mi hermano mayor,
conducidos de vuelta a casa por un empleado del negocio de mi padre, Aponte era
su apellido, larguilucho y desgalichado, me tomaba de su mano y yo me imaginaba
rodeado de serpientes, se desprendían horrendos gárgolas desde el más alto
campanario, el del convento, y desde la torre de Santa Lucía, de Santa Bárbara
también, ellos bajaban, veloces, como flechas, con alas de murciélago,
descendían rasantes, decididos estaban a enseñorearse en mí, tierna semilla de
maldad.
Tal vez la culpa residía en aquel remolino en mi cabeza, verticilios
de pelo entrecruzados en la coronilla, producto de la luna, o quizás de algún
gnomo maléfico, uno de los lucífugos esbirros de Luzbel, o menos serio, puede
que fuese algún diablillo de menor jerarquía, no necesariamente Lucifer, un
diablito pequeño, mas no por eso ajeno a mis temores infantiles, tal vez un
gnomo bien simpático, un habitante de los tupidos bosques, de esos plenos de
zarzas que llegan hasta el foso de los castillos, hasta el límite del agua
burbujeante donde cualquiera puede ver patas arriba reflejadas las torres y
almenares, siempre cubiertas de espesa hiedra que asciende hasta los ventanales
de la fortaleza, y tras las rocas negras, los dragones!, con sus siete cabezas,
eternamente vigilantes…
¡Bien sabía yo que todo se debía al encantamiento de las hadas
maléficas!, las brujas que te aturden al levantar su vuelo, chillando a carcajadas,
cuando se van en sus escobillones sobre los techos de las casas, con sombrero
picudo y sus medias de rayas, tan diferentes a las hadas madrinas, las buenas,
transparentes. Parece ser que existen algunos dragones protectores, son como
las iguanas, largos verdosos, con escamas y una barriguita prominente, lanzan
su fuego sin calor de hoguera, ¡nunca como las llamas de aquel purgatorio!, al
del rollo me refiero yo, ellos, los dragoncitos, si, emiten simples fogonazos y
un breve eructo humeante de dragón buenazo, en ocasiones más chiflado que
bonachón, deja salir una llamita fucsia, medio verdosa y ríe.
En el rollo, dándole vuelta y vuelta, siempre llegábamos, casi al
final, afortunadamente, a las chisporroteantes escenas del colorido purgatorio.
Girando se asomaban los hombres y las mujeres, retorcidos por un dolor
terrible, todos llorando, mientras se iban quemando, consumiéndose en aquel
candelero para purgar los pecados, ¡los de ellos y los de nosotros!, muy
coloreados todos en el rollo, cuadro
tras cuadro, brillante el rollo vuelta y vuelta de la historia sagrada…
¿Temores serios?, sí señor, pocas veces a esa edad tan temprana se resuelve el
asunto del génesis, y a pesar de Goliat,
y Sansón y Dalila, las preguntas acosan y preocupan, pero no hay problemas,
sobre todo si se cumple el axioma, aquel que asevera que muchacho no es gente,
casi nunca...
Puede que sí, en las noches, cuando la suave voz de mi madre me echaba
cuentos, ¿o era Eloísa?, sí, creo que era ella, la jovencita de la crineja
gruesa quien me cuidaba y me contaba sus mejores historias, los cuentos de su
tierra, sobre espantos, y los aparecidos. Eló quien se extasiaba en las
evocaciones de su niñez, preñada de recuerdos lejanos, entremezclados con las
oscuras tradiciones de pueblitos andinos, con el nublado descendiendo, en
tardes grises, lluviosas y muy frías, difuminadas en mi mente infantil,
mientras Eló me murmuraba y yo le repetía, a veces mentalmente, con San Vicente
mi pariente, él alante y yo atrás de él, estando yo con mi Dios, que me puede
suceder.
Los ojitos de niño van rondando entre las sombras del cuarto, ángel de
mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día y él allí, de
pie, entre la cama y la pared, guárdame en tus alas... Pesa el cansancio y otro
bostezo... Los párpados son de puro plomo y la mano se abre poco a poco y cae
la pelota al suelo y se va rodando sobre el piso y ahora llegará todo, envuelto
en la oscuridad de los sueños y afortunadamente se olvidará...
NOTA: este
texto, que quizás ya antes lo publiqué en este blog (¿), es tomado de
“Trípticos” mi libro todavía inédito con 36 relatos variados.
Mississauga, Ontario, el sábado 14 de septiembre del 2019
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