La salida Julen
Lopetegui de la selección española a sólo horas del primer partido de La
Roja en Rusia 2018, tumba el cartel de favorito de una de las oncenas más
sólidas del clasificatorio europeo. Fernando Hierro asumió tras una novela
digna de los mejores culebrones de los 80’s y 90’s
Pablo A. García Escorihuela
En 1990, España se
paralizaba por muy pocas cosas. Pero nada causaba el furor y la efervescencia
que tenía Cristal, una novela venezolana, el cluebrón por antonomasia, la
primera gran teleserie que congelaba a los españoles frente a los aparatos de
televisión.
Por aquellos días, Julen
Lopetegui era apenas el tercer arquero del Real Madrid. El Gipuzkoano, oriundo
de un pueblito cercano a San Sebastián llamado Asteazu, no pudo ser
protagonista en la Casa Blanca. No en aquella época. Jamás se imaginó lo que el
futuro le depararía, 28 años después.
En aquel tiempo, Fernando
Hierro ya había debutado con la selección de España. Era compañero de Lopetegui
en el Real Madrid, a donde llegó después de un par de temporadas en su querida
Málaga. De hecho, por aquellos meses de junio, Hierro era de los jóvenes
valores que se había ganado un lugar en la oncena española que disputó el
Mundial de Italia, en 1990, cayendo eliminada en los octavos de final. Eran los
días de “la Furia”. Nada que ver con el tiqui-taka. Y menos para el recio
zaguero. Eso no iba con sus formas.
Durante esos días, Luis
Rubiales era apenas un chavalillo, un imberbe de 13 años que soñaba en Motril
con jugar al fútbol. Lo hizo, eventualmente, con más penas que glorias. Una
carrera plagada de lesiones le rodilla le valió el apodo de “Pundonor
Rubiales”, por su insistencia, que lo llevó a jugar unas pocas veces en Primera
División, después de ayudar al Levante a ascender, en un ya mucho más cercano
año 2007.
Rubiales vivió las penurias
que no atravesaron Hierro y Lopetegui. Fue victima de la otra cara del fútbol
español, la de la segunda B, la de los impagos, la que lo motivó a dedicarse a
la política dentro del deporte en lugar de seguir arriesgando sus maltrechas
rodillas, con un retiro temprano a sus 32 años de edad. Se volvió sindicalista,
ayudando a sus colegas, y de ahí, en diez años, se convirtió nada más y nada
menos, que en el presidente de la Real Federación Española de Fútbol que
sucedió al sempiterno Ángel María Villar.
Sin estar tan pendientes de
las novelas como en España, un año antes, en 1989, en Estados Unidos se vivió
un culebrón de aquellos, como Cristal, esos que fascinan a las audiencias
españolas. Llegaba la hora de la disputa del campeonato nacional de baloncesto
universitario. Los Wolverines de Michigan llegaban al torneo de eliminación
directa como el mejor equipo del país. Eran el favorito. Pero a su coach, Bill
Frieder, le llegaron con una oferta de otra universidad, que no pudo rechazar.
Fireder le anunció a su
grupo que una vez finalizado el campeonato, no seguiría como su coach y pasaría
a llevar las riendas de Arizona State. Aquello fue una afrenta insalvable para
el director del programa deportivo de la Universidad, Bo Schembechler, quien
iracundo le dijo a Frieder que recogiera sus cosas, que su equipo no sería
entrenado “por un hombre de Arizona, sino por uno de Michigan”.
Schembechler despidió a
Frieder, y designó a Steve Fischer, uno de los asistentes del coach, como el
nuevo entrenador.
El vergonzoso culebrón tuvo
un final feliz. Ganaron el campeonato nacional de la NCAA, y en la Universidad
de Michigan, el crédito se lo reparten entre Frieder y Fischer.
Lopetegui y Hierro ya
habían vuelto a coincidir. 28 años después, el ex arquero era ahora el
seleccionador español, y el otrora defensor central era el Director Deportivo
de la Federación. El destino los puso a todos en contra, en una retahíla de
despropósitos que terminó dinamitando la candidatura de España para ganar el
Mundial de Rusia 2018.
Real Madrid tocó la puerta
de Lopetegui, y 28 años después de aquellos días de suplencia, no pudo decirles
que no. Aparentemente, nunca se lo dijo a Rubiales, al menos eso alega él. El
presidente de la RFEF se habría reunido con Florentino Pérez, y se habría
acordado decir que el vasco se iría a Madrid una vez terminado el Mundial.
Pero la noticia se filtró.
El Madrid no quiso más incertidumbre, y Lopetegui tampoco. Se hizo el anuncio,
y “Pundonor Rubiales” sacó su lado más moralista, aunque duro e inadecuado.
Decidió desde las vísceras e hizo como Schembechler. “Que Lopetegui, se vaya a
Madrid”.
Poco importaron para todos,
los dos años y los 20 partidos invictos del DT, que tenía plena confianza de un
grupo de jugadores que ahora se aferran a la historia de Michigan, y a que
Hierro, aquel que en algún momento dijo que prefería entrenar juveniles
en Málaga que a la selección, y que además de ser un magnifico motivador como
icono merengue, tuvo el récord de más tarjetas rojas en la historia de La Liga
(que hoy ostenta el capitán de España, Sergio Ramos) sea un Steve Fischer, para
que la novela española de Rusia 2018, tenga un final feliz. El destino parece
marcado, y todo les juega en contra. Un culebrón cómo para taparse los ojos, y
no verla más.
En Twitter: @PabloAGarciaE
Para los aficionados al football desde
Maracaibo el 14 de junio de 2018
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