viernes, 29 de abril de 2022

El sueño de Napoleón

El sueño de Napoleón

Se dice que una noche de agosto de 1799 cambió el curso de la historia del mundo cuando Napoleón Bonaparte se encontraba dentro de la Gran Pirámide de Giza, donde experimentaría un secreto que alteraría para siempre su destino. Pero como esto “se dice” y no hay pruebas fehacientes de ello, lo relataremos como otra de las supuestas “historias de la historia”.

 

Como muchos de sus contemporáneos, Napoleón también se sintió atraído por el exotismo oriental y había leído una obra muy popular para entonces, The Journey to Egypt and Syria de Constantin Volney, publicada en 1787, que hablaba de numerosos misterios de las civilizaciones de la zona. Durante su campaña, Napoleón viajó a Tierra Santa y se enfrentó al ejército turco y, de paso, descansó por una noche en Nazaret. Este viaje tuvo lugar el 14 de abril de 1799. Durante el mismo año, en agosto, Napoleón regresó a El Cairo cuando se cuenta que decidió dormir dentro de la Gran Pirámide de Giza. . .

 

Iniciándose el año 1798, Napoleón Bonaparte era un joven y popular general recién llegado de una exitosa campaña en Italia. Su carisma y ambiciones políticas eran tales que inquietaban al Directorio que regía Francia. De modo que para alejarle de los círculos conspiradores de la capital, el Directorio le propuso proyectar la invasión de Gran Bretaña pero Napoleón desestimó el plan por la superioridad naval del país vecino, pero decidiría estudiar la forma de debilitarlo, al menos económicamente, una idea a la que no dejaría de dar vueltas en su mente por el resto de su vida.

 

Gran Bretaña, había perdido sus colonias americanas, y dependía en gran medida de las materias primas procedentes de la India, por lo que Napoleón pensó que si lograba cortar la comunicación con su colonia asiática, el Imperio británico acabaría estrangulado. Se produjo así la expedición militar francesa llevada adelante por el general Napoleón Bonaparte denominada también “Campaña de Egipto y Siria (1798-1801) la cual tenía como objetivo conquistar Egipto para cerrar el camino a la India a los británicos en el marco de la lucha contra Gran Bretaña, en aquellos años la única potencia hostil a la Francia revolucionaria. Aunque la expedición terminó siendo un fracaso, gracias a ella Europa redescubriría las maravillas de la antigüedad faraónica.

 

Egipto era entonces una provincia del imperio otomano, sumisa a las disensiones de los mamelucos había escapado al estricto control del sultán; además Egipto estaba de moda en Francia y Napoleón Bonaparte soñaba con seguir los pasos de Alejandro Magno. Para su misión, contaba con los mejores generales del momento: Berthier, Caffarelli, Kléber, Desaix, Lannes, Dumas, Murat, Andréossy, Belliard y Zajączek, entre otros y con un ejército de 38.000 hombres, un millar de cañones y setecientos caballos. Además de ayudas de campo como su hermano Louis Bonaparte, Duroc, Eugène de Beauharnais y el noble polaco Sulkowski.

 

Al contingente se unieron un millar de civiles, entre ellos 167científicos y especialistas pues Napoleón quería convertir Egipto en un protectorado francés; no solo debía conquistarlo, sino que también debía ganarse la confianza de su población, para lo cual entraban en juego los científicos, conocidos como “los sabios”, que incluía a numerosos historiadores, botánicos y diseñadores quienes debían llevar a un país casi medieval los últimos avances técnicos de la Europa de la Ilustración. Matemáticos, físicos, químicos, biólogos, ingenieros, arqueólogos, geógrafos, e historiadores, formaron la Comisión de las Ciencias y de las Artes de Oriente. Entre ellos figuraban el matemático Gaspard Monge (uno de los miembros fundadores de la École Polytechnique), el también matemático Jean-Baptiste Joseph Fourier, el físico Étienne-Louis Malus, el químico Claude Louis Berthollet (inventor de la lejía), el geólogo Déodat de Dolomieu o el barón Dominique Vivant Denon, años más tarde director del Museo del Louvre por lo que se conoce como Expedición de Egipto cuando se considera su lado científico, menos marcial.

En un mes,  Napoleón se había hecho con el control del país: de sus hombres, Kléber dominaba el delta del Nilo, Menou había tomado el puerto de Rosetta, Desaix perseguía a los mamelucos en el Alto Egipto; mientras los sabios, remontando el río, exploraban Asuán, Tebas, Luxor y Karnak. Pero como temía Napoleón, el Almirante Nelson sorprendió en Abukir a la flota francesa, cuyos marineros se hallaban en tierra. La flota de Nelson la formaban catorce navíos de línea, trece de 74 cañones y uno de 50. Cuando el almirante Brueys d'Aigalliers ordenó el embarque y zafarrancho de combate contaba con trece navíos de línea: el buque insignia, Orientc con 120 cañones, tres buques de 80 cañones y nueve de 74, más cuatro fragatas. Con la idea de arriesgar solo un flanco al fuego enemigo, aunque con el inconveniente de que podría usar la mitad de sus cañones, Brueys había alineado sus barcos en paralelo a la costa. Se daba la Batalla del Nilo y Nelson, al ver la situación, alineó sus barcos en doble fila y los lanzó contra el flanco izquierdo francés. Cada navío galo fue emparedado, recibiendo las andanadas de al menos dos buques británicos. Sobrepasaron las líneas francesas y les atacaron por su flanco desprotegido. El viento del norte impidió al resto de la flota francesa maniobrar para acudir en ayuda de los atacados. En un principio, el Orient de Brueys y el Guilleaume Tell de su adjunto Villenueve quedaron fuera de la batalla. A las tres horas de combate, la mitad de los buques galos había sufrido daños irreparables. El resultado final fue desastroso para los franceses. Murieron 1700 marinos -entre ellos el propio Brueys-, 600 resultaron heridos y 3000 fueron hechos prisioneros. Las bajas británicas, en cambio, ascendieron a 218 muertos y 600 heridos. De la flota francesa solo escaparon al desastre dos buques de línea y dos fragatas. Tras la batalla, Nelson puso rumbo a Nápoles con sus tropas y la noticia de la victoria tardó en llegar a Londres, porque el barco que regresaba a la capital británica con los despachos de Nelson fue capturado por un navío francés.

Tras la derrota naval de Abukir la situación se complicaría ya que el imperio otomano pactaría con los británicos y le declaró la guerra a Napoleón, mientras el creciente rechazo egipcio desembocó en una sangrienta sublevación en El Cairo que costó la vida a 300 franceses. Revuelta que terminó cuando Bonaparte apuntó sus cañones contra la mezquita de El-Azhar. Había vencido, pero los pillajes, las violaciones y las ejecuciones masivas solo sirvieron para aumentar el odio contra los franceses.

Napoleón se hallaba aislado. Al no disponer de su flota no podía recibir suministros de la metrópoli. No obstante su ejército estaba intacto y decidió seguir con sus planes de conquistar Palestina y Siria como paso previo en su camino hacia la India, donde tenía previsto llegar en la primavera de 1800. En febrero del año anterior, poco después de que Desaix redujera los últimos focos mamelucos en Asuán, Napoleón partió hacia Siria al frente de 13 000 hombres. Su primer objetivo era acabar cuanto antes con Djezzar Pacha —que estaba formando un ejército para reconquistar Egipto—, porque había recibido noticias de que los británicos pretendían desembarcar en su retaguardia a un contingente otomano. Pero no lo iba a tener fácil. Atravesar el desierto del Sinaí supuso una difícil prueba que mermó la fuerza de sus hombres. El-Alrich fue tomada, pero tras diez días de combate. Poco después, en Jaffa volvieron a retrasarse sus planes por la fuerte resistencia de la guarnición otomana. Cuando esta se rindió, los franceses comprobaron que era la misma que dejaron libre en El-Alrich bajo promesa de no volver a tomar las armas. Por si fuera poco, se desató una epidemia de cólera que empezó a causar estragos entre la tropa francesa.

Una vez tomada Haifa sin resistencia, Napoleón, camino de Damasco, se dirigió a San Juan de Acre, viejo fortín de los cruzados. De nuevo los hombres de Djezzar Pacha ofrecieron resistencia. Napoleón sitió la ciudad. Los franceses pudieron atravesar los muros y entrar en San Juan de Acre, pero las tropas de Djezzar repelieron el ataque. Los defensores contaban con el apoyo de la flota británica, que les suministraba víveres y munición. Uno de los hechos dramáticos del asedio fue que Djezzar Pacha, apodado el carnicero, mandó degollar a los cristianos de la ciudad como venganza.

Mientras combatía en San Juan de Acre, Napoleón desplegó distintas unidades por Palestina para hacerse con los puntos vitales de la región. Junot tomó Nazaret, pero tuvo que abandonarla para acudir en ayuda de Klébar, sitiado en el monte Tabor. Su apoyo iba a servir de poco, porque ambos contingentes sumaban 2000 hombres frente a 25 000 árabes. Durante seis horas soportaron con valor sus ofensivas. Por suerte, cuando todo parecía perdido, irrumpió Napoleón con sus cañones y caballería y resolvió el peligro en media hora y se lanzó en un nuevo ataque contra San Juan de Acre. Logró atravesar la primera línea de murallas, pero la segunda resultó infranqueable. En la acción estuvo a punto de morir el general Lannes. La falta de víveres y la desmoralización obligaron a Napoleón a levantar el cerco tras 62 días de asedio. El camino de vuelta a Egipto fue muy duro, por falta de agua y el continuo hostigamiento de las partidas árabes. Tuvo que abandonar a una treintena de sus hombres en estado terminal.



El año 1799, en agosto, Napoleón regresó a El Cairo haciendo noche supuestamente en el interior de la Pirámide de Keops. Su séquito habitual y un religioso musulmán le acompañaron hasta la Cámara del Rey, sin ningún tipo de iluminación más allá de las insuficientes antorchas. Se le acompañó hasta la Cámara del Rey, que en ese momento era de difícil acceso, con pequeños y difíciles pasajes que no llegaban ni al metro y medio de altura. El acceso era complicado debido a la falta de luz y a que unas antorchas no encendieron. La experiencia de Napoleón dentro de la Pirámide La Cámara del Rey se produjo dentro de la Pirámide en una sala rectangular de unos 10 metros de largo y 5 metros de ancho conformado por losas de granito, paredes y techo lisos, sin decoración, y únicamente contiene un sarcófago vacío de granito, sin inscripciones, depositado allí durante la construcción de la pirámide, puesto que es más ancho que los pasadizos. El general corso pasó siete horas rodeado solo de murciélagos, ratas y escorpiones en la pirámide. Justo al amanecer, brotó de la laberíntica estructura, pálido y asustado. A las preguntas de inquietud de sus hombres de confianza sobre lo qué había ocurrido allí dentro, Napoleón respondió con un enigmático: “Aunque os lo contara no me ibais a creer”.

Resulta imposible saber qué es lo que vio o sintió exactamente Napoleón en esas siete horas, o incluso si el episodio llegó a tener lugar, aunque parece probable que en todo caso el corso creyera sufrir alguna clase de experiencia mística inducida por la soledad, la oscuridad, las temperaturas extremas y los ruidos distorsionados por el eco. La gran pirámide de Giza es en sí misma un lugar místico y mágico. Según Peter Tompkins en su libro Secrets of the Great Pyramid, “Bonaparte quería quedarse solo en la Cámara del Rey, como Alejandro el Grande antes que él”. Pero todo lo que Napoleón experimentó y vio entre las paredes de la Cámara del Rey es un secreto que se llevó a la tumba.

En obras de ficción, como la novela de “El Ocho” (1988) de Katherine Neville o “El Secreto Egipcio de Napoleón” (2002), de Javier Sierra, coinciden en que la noche de Napoleón dentro de la Gran Pirámide pareció cambiar su carácter para siempre. Pese a regresar derrotado militarmente a Francia, políticamente en los siguientes meses se activaría y en noviembre de ese año organizó el golpe de Estado del 18 de brumario que acabó con el Directorio, última forma de gobierno de la Revolución francesa, e inició el Consulado con Napoleón Bonaparte como líder.

Maracaibo, viernes 29 de abril del año 2022

 

No hay comentarios: