Para
regularizar mi situación, mientras se daban los llamados trámites de
“homologación”, que debe ser un sencillo papeleo entre dos universidades
nacionales, no sé porque, pero duró tres largos años, y me tocaba vivir con un
sueldo de instructor, y tenía 5 hijos en colegios privados, por lo que no tuve
más remedio que ponerme a pintar. Lo hacía por las noches. Pinté muchos cuadros
al óleo con espátula, muy coloridos, muchas guajiras y paisajes de mi tierra
que se vendían bien. Hacía exposiciones y llegué a vender más de un centenar de
ellos, para sobrevivir… y funcionó. En el Instituto Anatomopatológico de
la UCV, fui incorporado con el nuevo ME. Allí pasaría 29 años de mi vida, muy
productivos. Allí ascendería a Profesor Titular y durante 12 años, me tocaría
la responsabilidad de ser el director de aquel Instituto.
Les
cuento que en aquellos años comencé a escribir novelas. Supongo que buscaba una
manera de relatar tantas vivencias, muchas de ellas contradictorias y
disparatadas. Quizás lo hacía tratando de entender al escribirlas cómo me iba
tocando resolver las cosas. La primera novela de las 8 publicadas, la escribí
en los años 80, y sin embargo demoró para publicarse hasta el año 2003, quizás
por estar parcialmente escrita en “maracucho”. La novela lleva por título una
expresión que le escuché una vez a Fernández Morán quien me dijo que nosotros
teníamos que luchar y vencer “La Entropía Tropical”. En esta novela,
plasmé un verso de nuestro poeta Idelfonso Vázquez, quien también era médico y
se encontraba, como me sentía yo en aquellos años… Viviendo en el
exilio… Él, decía:
“¡Adiós, adiós, inculto paraíso/ do el goce halló mi juventud
dichosa! Ay, en mal hora arrebatarme
quiso/ de tu seno la
suerte veleidosa... Hoy otro campo más estéril piso, / por otra senda
voy, más enojosa/ Cruzo el triste sendero de la ausencia /trillo el árido campo
de la ciencia.”
Ya
en Caracas, en el Instituto de la Universidad Central, contaba con el ME
Hitachi 500 donado por CONICIT y con la colaboración de José Esparza en el
IVIC, iniciamos una labor de investigación durante años que se apoyó en muchas
publicaciones en diversas revistas indexadas, con la que lograríamos nuestro
cometido, demostrando experimentalmente usando ratas Sprage Dawley
inoculadas con el virus de la encefalitis equina venezolana (EEV) cual era la
patogenia del daño cerebral intrauterino, relacionándolo con la replicación del
virus en la placenta.
Pero
no todo habría de ser perfecto. En 1997 mi esposa, quien era muy joven, enfermó
de cáncer. Tuve que pedir mi jubilación de la UCV. Al
dejar la dirección, el uso del ME del Instituto se me limitó, y me centré más
en la inmunohistoquímica de los tumores. Aunque seguimos haciendo investigación
y docencia activa, y hasta pudimos publicar con el Instituto Canario de
Investigación sobre el Cáncer, una colección actualizada de libros, (5 tomos),
titulada “Avances en Patología”, por primera vez me vi obligado a hacer
práctica privada. Desde 1998 por iniciativa de mi esposa, fundamos un
laboratorio para diagnóstico por inmunohistoquímica, el mismo que actualmente
me ha permitido continuar trabajando aquí, a diario, y para todo el país. Tras
cuatro años de batallar contra el cáncer, mi esposa fallecería en marzo del año
2001.
En
el año 2005 decidí regresar a Maracaibo y le ofrecí mis servicios a la
Universidad del Zulia. Así fue, y tempranamente dicté por la Escuela de
PostGrado de la facultad de Medicina un Curso de Inmunohistoquímica para
patólogos, pero curiosamente no asistió ninguno de mis colegas especialistas de
la ciudad. Después, algunos me darían algunas explicaciones que me parecieron
absurdas… Más tarde, mi Alma Mater me distinguió con un doctorado Honoris
Causa, que agradezco profundamente, pero ciertamente, hubiese querido
contribuir mucho más con mí universidad… y desde mi regreso, hace ya 12 años, nunca
fue posible.
Desde
entonces he tratado de hacer algo a través de la Academia de Medicina del
Zulia, he sido Secretario en dos Juntas Directivas, y aquí estoy sumamente
agradecido por esta oportunidad. He intentado hoy, no caer en el terrible tema
de hablar de nuestra caótica situación actual y de las dificultades que
padecemos… Espero excusen mi atrevimiento por haber tomado la
libertad de desvelar fragmentos de mi vida para ustedes, quizás queriendo
señalar que hacer investigación en nuestro país, tampoco ha sido una tarea
fácil.
Siento
que debo repetir algo que dijera en un discurso, de hace ya casi 30 años. Sería
en el año 1991, cuando traté de explicarles en la capital a mis colegas
patólogos, que era ya tiempo de abandonar el exilio y de regresar a mi tierra.
Ellos no querían aceptarlo… Recuerdo les hablé del lago, con sus ondas; “la ola
medio caliente, entumecida, coronada de espuma”, que, para mí, flotaba
melancólica y me llamaba… Bien. Al final concluiría diciendo y lo repito ahora,
que lo importante es trabajar y es ideal poder hacerlo en lo que a uno le
gusta, pero especialmente, hacerlo siempre, con amor, para ser más humanos
todavía, y poder dormir así, tranquilos, y apaciblemente, vislumbrar en las
madrugadas, bajo un cielo preñado de luceros, como florece cada día, en el
solar de cada quien, un limonero.
Muchas
gracias.
Hace ya nueve años que esta conferencia fue dictada
en la Academia de Medicina del Zulia, y la estoy poniendo de nuevo en el blog hoy cuando se habla de un repunte de COVID 19 como un homenaje a los muchos colegas académicos que fallecieron en la pasada pandemia
del COVID 19 (https://surl.li/jiacxg
) en Maracaibo.
Maracaibo, sábado 7 de
junio del año 2025
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