Con el correr de los
acontecimientos, él se persuadió, llegó a la conclusión, con toda la seguridad
del mundo, de que no estaba viviendo una horripilante pesadilla. Allí, ante él,
se encontraba la cortina verde que se desprendía plegada desde un tubo blanco y
además revoloteaban ellas, coño!, ese cortejo de mujeres almidonadas de blanco,
con sus rostros que se le acercaban y se retiraban, con sus olores y sus
colores y sus volúmenes y sus texturas y el tono de sus voces, todas tan
diferentes, flotando, alrededor de su cama, iban y venían y lo movían y lo
manoseaban y le decían pendejadas y lo lavaban y lo volteaban, a su edad era un
irrespeto, y él solo podía lograr que brotara alguna lágrima tibia que él
sentía hirviendo de la arrechera que lo embargaba.
Porque… ¡Carajo!, lo
punzaban y lo palmeaban y le metían sondas y termómetros y le ponían chatas y
almohadones y le decían estupideces en los momentos más inoportunos, los menos
adecuados, cuáles serían los menos inútiles?, los más inesperados, los
instantes insospechados, dentro de lo interminable de su incontrolable
situación que transcurría ante la cortina verde plegada y a su vez dentro de él
mismo, percibiendo su propia respiración, profunda en ocasiones, con períodos
de calma para recomenzar, aspirando una vez tras otra y el bun dum, bun dum
internamente , como un reloj, que parecía no querer detenerse nunca para no
dejarlo escapar de aquella maldita prisión interior...
De pie ante la puerta de la
Unidad de Terapia Intensiva, él volteó a mirar hacia el fondo del pasillo y con
su vista recorrió los jarrones con las grandes hojas de uñas de danta y los
sillones de semicuero llenos con los familiares y amigos. Se detuvo en los ojos
llorosos de su madre. Doña Angela estaba sentada entre Evaristo y Ennio quien
le había tomado una de sus manos a Julita su esposa. Todos ellos parecían
vigilarlo de reojo. El obligadamente, pensaba en Yolanda, ausente. Después se
acordó de sus hijos. Esa mañana había recibido una llamada telefónica de
Emiliano, el mayor, le dijo que llegarían los tres hermanos, por avión, en la
noche. Vendrían desde Caracas. Ahora todos estudiaban bachillerato en el
Colegio San Ignacio. Decidieron venir a ver al abuelo Evanán Jesús. Entonces Emidgio
abstraído recordó que había prometido irlos a buscar al aeropuerto esa anoche.
En ese momento se abrió la puerta de vidrio y salieron dos enfermeras con batas
azules y gorro y él pudo atisbar por la hendidura una parte de la cama
parcialmente oculta tras las cortinas verdes. En el monitor el fosforescente
trazado ondulante del ritmo cardíaco, corría sinuoso y repetitivo… Él lo miró
hasta que la puerta se cerró completamente.
¡Era éter! A eso le olía,
desde hacía rato. Ese aroma de antisepsia, ese perfume malévolo, le pegaba en
la nariz y ahora cuando las mujeres de cofia estaban revoloteando sobre él, lo
aspiraba, y aunque trataba de olvidarse del olor, de no pensar en ese hálito
hospitalario, no se le iba de las ñatas. Le palparon el abdomen, le hundieron
unas manos, casi garras, en el bajo vientre y después cuchichearon en derredor.
Alcohol y jabón, ahora le duele, pero siguen estrujándolo, hasta que se le
confunden las voces y siente el frío entre las piernas, le han colocado otra
vez el artefacto. ¿Qué dicen? Le molesta, si, le duele, siente que puede
estallar y le tiemplan con dolor. Es la negra de la cofia, ella huele a jabón
Las Llaves, ¡y se lo agarra!, ¡lo está acomodando!, canturrea, casi con toda
seguridad le meterá un tubo y le dolerá mucho, pero lo asume sin protestar, ¡sin
poder decir un carajo!, ni pío, y al cerrar los párpados todo es opaco, siente
las manos jurungando, quiere pensar en ella y aprieta los ojos, duele y solo ve
culebritas rojas y verdes y todo se torna rojo y luego como flores anaranjadas.
Con el canturreo de la
negra, viene el chorro tibio y se va desinflando el globo, le llega un nuevo
olor, como a comida pasada, fermentada, o es ¿a vómito?, y se le mezcla con un
sabor casi olvidado, ese gusto. ¡Si es eso! Es ella, otra vez, su lengua… ¡Oh
la humedad! ¡Ah! Como gotas las siente resbalando y el sabor que es de algo muy
frío y de cristales, cuando siente el mismo vaivén del chinchorro, ¿lo estarán
volteando? Pensar en ella, es mejor, a horcajadas, los dos desnudos, los
separan, pero les quedan las lenguas, late sí, bun dum bun dum y percibe el
canturreo, y huele a talco, ahora lo están moviendo, a un lado y ahora del otro
lado. Desnudo si, él y ella, su cuerpo tibio... Ha descubierto que puede
percibir el correr de la sangre en sus venas, lo siente, lo han desinflado,
pero late, bun dum, bun dum, hasta la lengua late y él la siente, es un moco
con sabor a cobre, a centavito, almeja lejana, pero le llega, lo percibe, es su
perfume, ella debe estar cerca. ¡Cómo no poder ahora explorar su geografía,
recorrer los ríos y las cumbres de su cuerpo! Otra vez, nuevamente y quedarse
allí, unido a ella para siempre, en la muerte chiquita, sin poder entender si
es la gran muerte este cansancio que lo embarga…
Los ojos lagañosos son una
herida supurada, hendidura de luz, grieta, brecha y desgarro que le deja
entrever la humanidad almidonada de la negra con su cofia blanca terciada sobre
su pelambre de pan quemado y ese canturreo, discurriendo, fluyendo musical de
sus carnosos labios que los ve brillar fragmentados. Él los observa, blandos y
violáceos, velados por sus propias lagañas. Evanán Jesús mira esa boca, la ve crecer,
de oreja a oreja y nota como aflora un tuqueque, ¿sale de ella? ¡Si, es un
tuqueque! De un tono pardo, y asoma su cabeza entre la cuarteada línea de luz, entre
sus tetas, y brilla su blanca dentadura, ¡le da risa!, un tuqueque con
estriaciones transversales, lagartija enfranelada, e inicia un proceso lento de
deshabillé, se va quitando su ropaje escamado, medio transparente, se escapa
fuera de su traje, estuche, camisón, ¿flux acaso?, brilla por las lentejuelas y
cae en el abismo que se abre entre las grandes tetas de la enfermera, y entonces
desciende hasta allá…
Ese vaho de peces, algas y
mariscos, regresa toda una humedad hecha aroma, es ella, sal del amor de
auroras, el sabor y el estremecimiento que lo recorre todo y lo llena de
fosforescencias hasta rodearse de cientos de machorros, temblorosos, lagartijos
celestes, canaguaritas atornasoladas, hay algunas azules, otras verde turquesa,
corren sobre las sábanas, y el olor no se va, permanece, ese perfume sabroso,
lo toman entonces del brazo y crece en él una presión que le provoca hormigas
en las manos, en una mano más que en la otra, la mano del brazo que no puede
mover, ¡como si pudiese menearse a gusto!, debe ser por la tensión arterial, se
la están registrando, tomando, ¿bebiendo?, sorbiendo, escuchando, atendiendo,
indagando, esculcando, ¿requisando?
Él está en una estación, si
vas a Calatayud, ¡que dolor en el brazo!, preguntá por ella, ya, es el dolor,
la Dolores, entreabre las grietas, no hay iguanitas ni canaguaritas, solo unos
rostros cetrinos, ¡estos jóvenes!, hombres y mujeres de blanco, curioseando, y
lo miran, ¿escépticamente?, y entre ellos, conversan, debe ser sobre la hora, o
sobre la estación, es el tren que parte ¿o el que llega? Se irá pronto, esto lo
comentan entre ellos… Huele a mango, él siente que están cerca los guayabales,
los copudos aceitunos, los cotoprices, él sabe que se aproxima a los cientos de
miles de matas, al bosque de mangos y divisa los asoleados rieles hasta que se
le pierden de vista. Absurdamente todo, y con un ronroneo irrespetuoso ellos
conversan…
Los detalla, uno tiene el
perfil de Coronado, otro de bigotes, se parece, ¿a quién?, ¡ese olor! ¡Ajaá si!
¡Y comerse un mango entero! Ahora con esta falta de aire, bun dumm, bun dumm, más
rápidamente, le llega ese son, el sonsonete este, ¡tralalá que tralalá!, pero
lo que más me gusta, bun dumm, bun dumm, ¡que risa me vas a dar!,
unmangoentero, y ¿dejar luego el reguero? Se escucha el silbato, nítidamente lo
percibes, se acerca el tren… Ahora él está seguro de que es la hora señalada,
él espera desnudo, embadurnado todo su cuerpo de mango, cubierto de hilachas
húmedas, hebras anaranjadas, ¡amiga de hacer favores!, desnudo, pero oliendo a
trementina, con un frío estremecimiento en la piel, ¿por el viento será?, el
que le llega, ¿de dónde?, o tal vez por el alcoholado tropical, ¿es loción
Marazul?, hasta cuando tendrá que esperar por ese tren...
Fin de ACV 1 y de ACV 2 para el
Blog lapesteloca con mínimas
modificaciones, copiado del original en le novela homónima.
En Maracaibo, el viernes 27 de junio del año
2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario