El viejo prior, anegado en el
estercolero del foso no deseaba escuchar más el maldito tam tam tam y aullaba
dando órdenes a diestra y siniestra.
-Venid a mí, ¡azotazd a estas negras
brujas,¡farfollas!, que entiendan que yo soy el Orden Divino, marranas, brujas
cornudas, mulatas espolonas, eructazd vuestro condumio... Es la carne, murmuraba airado
mientras su mirada libidinosa recorría los cuerpos. Se sentía rijoso el vejete
y entretenido acariciaba el foete cuando apretando el cuero lo esgrimió en alto
y chilló a todo pulmón.
-Arrancazdles esos trapos, dejazd en cueros a estas mujerucas pedorras, azotazd a los machos, es la hora de Lucifer, diablas ladinas, degollzdlos si es preciso, escuchazd como gruñen, ¿graznan?, ¿que hacéis?, ¿cantáis si?, por San Vito ¡Bribones! Fueteazdlos ya, quiero una danza macabra, zambos inmundos, mestizos chivatos, ¡pero coños!, es que quiero verlas sangrar, ¡así coños!, así, ¡cricas de sus madres!
El tam tam llegaba siseante, escindía
la oscuridad del sótano, hendía con espasmos el aire opaco del foso. El prior
lo sentía latir sin remedio y se enfurecía más aún...
-Negro, ¿qué me miras?, ¿es que acaso me
entiendes?, ¡ojos de basilisco! ¿Cuál lengua del infierno habláis? Por Belcebú.
¿Confesaréis acaso? ¿Habréis de explicarme como es que estabais todos en esta
conjura? ¡Oh greñudas! ¡Ah posesas de Satán! Yo os he visto remontar el vuelo
por las noches, yo os conozco negras brujas del demonio, os escondéis bajo la
carne de Satanás. ¡Sabandijas! Confesad de una buena vez. ¡Jolines! ¡Hablazd
ya!
El tam tam murmuraba tropezando y
devolviéndose entre los resquicios pétreos de las fétidas galerías y llegaba
acezante al foso. Asombrado el prior miraba a sus bestezuelas de color,
aquellas sus mujerucas infernales capturadas por lebrel, podencos y
arcabuceros, ellas… ¡Pardiéz!... ¡Las brujas y los bribones
zambos se abrazaban! Los cimarrones rasgados por el foete se restregaban contra
ellas, se unían a ellas...
El prior les veía
apelotonarse… ¡Los corpulentos mandingas se fusionaban con ellas! Y ya no
emitían quejidos por efecto de los latigazos, gemían con tibios suspiros, ellos
las protegían con sus anchas espaldas y perlados todos de sudor se besaban, se
daban largos besos, se intercambiaban tibios besos, besos húmedos, ellas les
besaban sin pudor alguno, allí, frente al prior quien observaba todo
boquiabierto, veía las caricias, como les lamían sus heridas, como los
succionaban con sus lenguas rosadas, sorbían con estrépito sus partes
endurecidas, se tropezaban entre ellos y poco a poco procedían a chuparlos con
arrobadora ternura y suavidad insólita en medio del tumulto mientras el prior
trataba de gritar espantado, llamaba en silencio a sus arcabuceros, pero tan
solo escuchaba dentro de sí el tam tam, tam tam, tam tam y él musitaba silente…
-Venid a mí garduños cagados
hideperras.
Sin emitir ni un
ronquido, vacilaba estremeciéndose cuando reviró para convocar a sus
alguaciles, más ellos en un solo embeleco no hacían ni decían cosa alguna, tan
solo escuchaban el tam tam y procedían a estrujarse, rascándose sus verijas.
Los órdagos del Oficio babeaban desorbitados cual súcubos indigestos sintiendo
como latían sus ingles y se reventaban sus cojones y se chorreaban sus jubones
y sus bartolas de mezclilla, contemplando alelados, cual si algún poder oculto
les obligase a ello, sin desear otra cosa en el fondo que ser un conjurado en
el foso y poder participar en el apelotonamiento de carne húmeda y sudorosa, y
poder sentirse oliendo a sábila, henchidos de dolor y de deseo…
- ¡Idemil cagadas! ¡Al aire los trinquetes y tirazd a matar! ¡Disparazds ya coños! ¡Por mil cojones!
Más nadie actuaba.
Existía una parálisis petrificante y muy pronto estuvieron los arcabuces por el
suelo y en un instante una media docena de tonsurados reventaron felices
salpicándose entrellos la esperma luciferina en tanto que escalofriantes
aullidos retumbaban dentro de la cabeza del anciano prior de la Santa Orden.
El tam tam y la
miel, el tam tam y la leche, decía, y anegadas en un charco ambarino, las
siete cabezas languidecían. El tam tam estremecía a los seniles cachondos
calóndrigos y monaguillos y sacristanes que venían de atiborrarse en el refectorio y
ruidosos eructaban zaheridos por el tam tam maldito, mientras descendieron
pasitrotando por las escalinatas hasta el foso para quedar asombrados y en
autos. Rápidamente fueron los prebendados ahogándose cual zamacucos de mierda y
los más bisoños se comportaban como una mismísima chusma de las mil leches,
erizados y enhiestos o flácidos ya, no cesaban de contemplar la gemidora
turbamulta que suspiraba escuchando aquel tam tam inclemente, tam tam
incesante, tam tam susurrante, tam tam, tam tam, tam tam.
Su ilustrísima,
irguiéndose entre los cojines se enredó en su roja batola de seda y casi
gateando salió del refectorio para descender renqueando hasta las profundidades
del foso. Cuando sintió el característico aroma del estercolero ya había
comprendido la sinrazón de los designios del Maligno y racionalizó el cómo y él
porqué era el tam tam el Alfa y el Omega del orbis revolutionibus.
Ante todo aquel
absurdo desatino, especie de broma del destino y expuesto frente a él aquel
espectáculo grotesco del desencajado inquisidor, se fue deapatrás, literalmente
hablando se cayó de culo y no obstante, a pesar del golpe de su mullida
chocozuela con el duro pisopetreo, su edéntulo rostro se
hendió de oreja a oreja y comenzó
a carcajearse con espasmos cuasiorgásmicos ante la dicha de los cimarrones y de
sus mujeres, frente el temblor empegostado de los calóndrigos y la complacida
apariencia de los acólitos, sacristanes y monaguillos, y era tal su dicha, que
se ahogaba de la risa con emocionada opresión precordial al ver la desmadejada
figura del prior con su faz cetrina, la pelambre en desorden, su mirada
extraviada y sobre todas las cosas, el verle llorar copiosamente emitiendo
lúgubres y desgarradores gimoteos.
-Hideputas,
gilipollas, upf, pazguatos de la mierda, ¡hipff!, ¿que no veis acaso que es
Lucifer quien os ciega? ¡Groof! Os da un soponcio por cualquier pipirijaina que
inventa Luzbel. ¡Hupff! Que la peste os lleve a todos, por Belcebú. ¡Hipf! ¡Que
se os transmute en pus hirviente toda vuestra leche! ¡Froff! ¡Que os llenéis de
incordios! ¡Orghf! ¡Mil cagadas, que un rayo del coño os parta y os achicharre!
¡Arghf! Hidecricas malparidos… ¡Hipf, hupf, ofgssz!...
A lo lejos, el
golpe de la kukurbata comenzó a ceder. El latido lentamente fue palideciendo
con el amanecer y sonreída la bestia satisfecha margullose rebulléndose en las
profundidades de la mar océana.
Cuando amainó la
tormenta, un fino rocío de plata sustituyó la espesa lluvia y bruñó los negros
riscos que orlados de espuma brotaban en la orilla. Sin cesar, el tam tam
siguió sonando per omnia secula...
En
Maracaibo, el viernes 20 de junio de 2025
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