viernes, 20 de junio de 2025

Ordalías (2)

 

El viejo prior, anegado en el estercolero del foso no deseaba escuchar más el maldito tam tam tam y aullaba dando órdenes a diestra y siniestra.

 

-Venid a mí, ¡azotazd a estas negras brujas,¡farfollas!, que entiendan que yo soy el Orden Divino, marranas, brujas cornudas, mulatas espolonas, eructazd vuestro condumio... Es la carne, murmuraba airado mientras su mirada libidinosa recorría los cuerpos. Se sentía rijoso el vejete y entretenido acariciaba el foete cuando apretando el cuero lo esgrimió en alto y chilló a todo pulmón.

 

-Arrancazdles esos trapos, dejazd en cueros a estas mujerucas pedorras, azotazd a los machos, es la hora de Lucifer, diablas ladinas, degollzdlos si es preciso, escuchazd como gruñen, ¿graznan?, ¿que hacéis?, ¿cantáis si?, por San Vito ¡Bribones! Fueteazdlos ya, quiero una danza macabra, zambos inmundos, mestizos chivatos, ¡pero coños!, es que quiero verlas sangrar, ¡así coños!, así, ¡cricas de sus madres!

 

El tam tam llegaba siseante, escindía la oscuridad del sótano, hendía con espasmos el aire opaco del foso. El prior lo sentía latir sin remedio y se enfurecía más aún...

 

-Negro, ¿qué me miras?, ¿es que acaso me entiendes?, ¡ojos de basilisco! ¿Cuál lengua del infierno habláis? Por Belcebú. ¿Confesaréis acaso? ¿Habréis de explicarme como es que estabais todos en esta conjura? ¡Oh greñudas! ¡Ah posesas de Satán! Yo os he visto remontar el vuelo por las noches, yo os conozco negras brujas del demonio, os escondéis bajo la carne de Satanás. ¡Sabandijas! Confesad de una buena vez. ¡Jolines! ¡Hablazd ya!


 

El tam tam murmuraba tropezando y devolviéndose entre los resquicios pétreos de las fétidas galerías y llegaba acezante al foso. Asombrado el prior miraba a sus bestezuelas de color, aquellas sus mujerucas infernales capturadas por lebrel, podencos y arcabuceros, ellas… ¡Pardiéz!...   ¡Las brujas y los bribones zambos se abrazaban! Los cimarrones rasgados por el foete se restregaban contra ellas, se unían a ellas...

 

El prior les veía apelotonarse… ¡Los corpulentos mandingas se fusionaban con ellas! Y ya no emitían quejidos por efecto de los latigazos, gemían con tibios suspiros, ellos las protegían con sus anchas espaldas y perlados todos de sudor se besaban, se daban largos besos, se intercambiaban tibios besos, besos húmedos, ellas les besaban sin pudor alguno, allí, frente al prior quien observaba todo boquiabierto, veía las caricias, como les lamían sus heridas, como los succionaban con sus lenguas rosadas, sorbían con estrépito sus partes endurecidas, se tropezaban entre ellos y poco a poco procedían a chuparlos con arrobadora ternura y suavidad insólita en medio del tumulto mientras el prior trataba de gritar espantado, llamaba en silencio a sus arcabuceros, pero tan solo escuchaba dentro de sí el tam tam, tam tam, tam tam y él musitaba silente…

 

-Venid a mí garduños cagados hideperras.

 

Sin emitir ni un ronquido, vacilaba estremeciéndose cuando reviró para convocar a sus alguaciles, más ellos en un solo embeleco no hacían ni decían cosa alguna, tan solo escuchaban el tam tam y procedían a estrujarse, rascándose sus verijas. Los órdagos del Oficio babeaban desorbitados cual súcubos indigestos sintiendo como latían sus ingles y se reventaban sus cojones y se chorreaban sus jubones y sus bartolas de mezclilla, contemplando alelados, cual si algún poder oculto les obligase a ello, sin desear otra cosa en el fondo que ser un conjurado en el foso y poder participar en el apelotonamiento de carne húmeda y sudorosa, y poder sentirse oliendo a sábila, henchidos de dolor y de deseo…

 

- ¡Idemil cagadas! ¡Al aire los trinquetes y tirazd a matar! ¡Disparazds ya coños! ¡Por mil cojones!

Más nadie actuaba. Existía una parálisis petrificante y muy pronto estuvieron los arcabuces por el suelo y en un instante una media docena de tonsurados reventaron felices salpicándose entrellos la esperma luciferina en tanto que escalofriantes aullidos retumbaban dentro de la cabeza del anciano prior de la Santa Orden.

 

El tam tam y la miel, el tam tam y la leche, decía, y anegadas en un charco ambarino, las siete cabezas languidecían. El tam tam estremecía a los seniles cachondos calóndrigos y monaguillos y sacristanes que   venían   de   atiborrarse en  el  refectorio  y ruidosos eructaban zaheridos por el tam tam maldito, mientras descendieron pasitrotando por las escalinatas hasta el foso para quedar asombrados y en autos. Rápidamente fueron los prebendados ahogándose cual zamacucos de mierda y los más bisoños se comportaban como una mismísima chusma de las mil leches, erizados y enhiestos o flácidos ya, no cesaban de contemplar la gemidora turbamulta que suspiraba escuchando aquel tam tam inclemente, tam tam incesante, tam tam susurrante, tam tam, tam tam, tam tam.

 

Su ilustrísima, irguiéndose entre los cojines se enredó en su roja batola de seda y casi gateando salió del refectorio para descender renqueando hasta las profundidades del foso. Cuando sintió el característico aroma del estercolero ya había comprendido la sinrazón de los designios del Maligno y racionalizó el cómo y él porqué era el tam tam el Alfa y el Omega del orbis revolutionibus.  

 

Ante todo aquel absurdo desatino, especie de broma del destino y expuesto frente a él aquel espectáculo grotesco del desencajado inquisidor, se fue deapatrás, literalmente hablando se cayó de culo y no obstante, a pesar del golpe de su mullida chocozuela con el duro pisopetreo, su edéntulo  rostro  se hendió   de oreja a oreja   y  comenzó a carcajearse con espasmos cuasiorgásmicos ante la dicha de los cimarrones y de sus mujeres, frente el temblor empegostado de los calóndrigos y la complacida apariencia de los acólitos, sacristanes y monaguillos, y era tal su dicha, que se ahogaba de la risa con emocionada opresión precordial al ver la desmadejada figura del prior con su faz cetrina, la pelambre en desorden, su mirada extraviada y sobre todas las cosas, el verle llorar copiosamente emitiendo lúgubres y desgarradores gimoteos.

 

-Hideputas, gilipollas, upf, pazguatos de la mierda, ¡hipff!, ¿que no veis acaso que es Lucifer quien os ciega? ¡Groof! Os da un soponcio por cualquier pipirijaina que inventa Luzbel. ¡Hupff! Que la peste os lleve a todos, por Belcebú. ¡Hipf! ¡Que se os transmute en pus hirviente toda vuestra leche! ¡Froff! ¡Que os llenéis de incordios! ¡Orghf! ¡Mil cagadas, que un rayo del coño os parta y os achicharre! ¡Arghf! Hidecricas malparidos… ¡Hipf, hupf, ofgssz!...

 

A lo lejos, el golpe de la kukurbata comenzó a ceder. El latido lentamente fue palideciendo con el amanecer y sonreída la bestia satisfecha margullose rebulléndose en las profundidades de la mar océana.

 

Cuando amainó la tormenta, un fino rocío de plata sustituyó la espesa lluvia y bruñó los negros riscos que orlados de espuma brotaban en la orilla. Sin cesar, el tam tam siguió sonando per omnia secula...

En Maracaibo, el viernes 20 de junio de 2025

No hay comentarios: