Jorge García Tamayo: dos novelas, dos retratos
Víctor
Vielma Molina
Artículo publicado en lapesteloca el viernes, 8 de marzo de 2013
Un texto literario
es un llamado singular de una o varias intenciones nacidas de su autor. Leerlo
es un acto re-creativo. Pero, “…escribir sobre un texto es producir otro texto;
desde la primera frase que el comentador articula queda falseada la tautología
que sólo podía subsistir al precio de su silencio”.[1]
Relatar es darle vida
a la existencia de algo. La existencia, pareciera tender una inevitable celada
a los seres humanos. Su rostro enfático los lanza a ser partícipes de su
tragicomedia. Y éstos, acosados por el empuje de las circunstancias,
toman decisiones, que habrán de marcar sus destinos. Y ante este acontecer
ineludible, el escritor, siempre está a la caza de la trayectoria y del
resultado de estas decisiones. Jorge García Tamayo, como novelista, no es una
excepción. Cumple este papel a cabalidad. Producto de esta caza y bajo el sello
de la Editorial:
elotro@elmismo; nos entrega dos nuevas novelas: Ratones desnudos y El año
de la lepra.
La novela Ratones
desnudos, empieza por relatar el viaje a Ciudad Bolívar del periodista Hernando
Salazar. Busca al testigo clave que pueda informarle de las causas de la
desaparición del Instituto de Neurología y Psiquiatría creado en la “ciudad de
fuego”. Va al encuentro del científico Eduardo Soriano y sólo halla a un
anciano hundido en sus pesares y el alcohol. Al parecer en Soriano: “(…) existía una extraña historia sobre unos
ratones desnudos, sin pelos.”[2]
Hernando Salazar, a través de lo que queda de este personaje; viaja a otros,
que van dando pistas, testimonios y puntadas hasta pegar, retazo a retazo, la
historia del INP. Y, todo aparece, a manera de interesantes y excitantes
biografías, de relatos amenos, sustanciados con inusitada belleza literaria.
Así es, esta magnífica novela.
En la novela: El
año de la Lepra,
Jorge García Tamayo nos presenta al inseguro escritor Alejo Plumacher, que
tiene en mente una o varias historias por narrar. Plumacher, busca los aportes
de las narrativas de escritores reconocidos como: Carlos Fuentes, Julio
Cortázar, Stefan Zweig, Sergio Ramírez, Ednodio Quintero, Auster, Puig, Oswaldo
Trejo, entre otros. Los analiza y conoce de sus variadas técnicas y
conocimientos; hasta que por fin, después de dudas y escarceos del cómo iniciar
la narración de esta novela, se lanza a contarnos la historia o, para mejor
decir, las historias que se entrecruzan en un festín narrativo sin par.
La novela Ratones
desnudos, está narrada con claridad y corrección. Sus personajes aparecen
descritos bajo el expresivo retrato de lo contextual y situacional. El
controvertido doctor Carloni-Corso, médico, que escala la posición de
presidente del Instituto de Investigaciones en Neurología y Psiquiatría (INP),
embriagado por el poder político, deja al instituto, gana la senaduría de la República, para terminar
enredado en su propia trampa, en detrimento de sí mismo y del INP.
Seguidamente, aparece el doctor Diego Carías, quien lo sustituye como director
del INP. Diego Carías, después de estar con su equipo, cercanos al éxito de la
investigación científica en torno a lo ratones desnudos, lo encontramos
secuestrado en la cajuela de un coche. Allí, se nos aparece como la
conciencia que va surgiendo y revelando pormenores, de los por qués, de su
situación comprometida y sufriente. En esta novela, algunos personajes
parecieran decirnos que hay que vivir para la vida. Hay que verla, olerla
y saborearla en su médula, en su goce espléndido. Otros, aparecen hundidos en
problemas, errores personales, intrigas políticas o en la esclavitud de sus
sentidos. Son como seres desgastados, echados al rincón kafkiano, mascullando
la frustración y la soledad frente a una botella de licor para anestesiar la
memoria y al pasado. El viejo científico Eduardo Soriano, se nos presenta como
consciente evidencia, de lo que pudo suceder con el Instituto de Investigaciones
en Neurología y Psiquiatría (INP), de los escándalos y del caso de las
investigaciones científicas sobre ratones desnudos y festeja la visita del
periodista Hernando Salazar, diciéndole: “Estamos
vivos, sí. (…) Cada uno con su drama, ha podido ver como todo ha desaparecido,
se ha hecho escombros, ruido, moho. Hemos llegado a un deterioro abominable, y
con nosotros como si fuéramos chatarra, más de un centenar de costosísimos
equipos supersofisticados, todos ahora inservibles, hum, ¡jajá! Sí, pero estamos
vivos ¡Maldita sea! Sí. Respiramos, y al menos esta
vaina de sobrevivir, vale para que le pueda relatar esta historia…”[3] Más adelante, el doctor Soriano, nos narra las vicisitudes
que sufrió el científico Fernández Morán, a causa del sin sentido de las
diatribas políticas, la incomprensión y del exilio que acabaron con los
sueños y proyectos, de este venezolano ejemplar, a favor de la medicina
investigativa del país.
El año de la lepra,
es un recorrido subyugante, acarreado por las experiencias de médicos
investigadores y de sus vidas henchidas de inusitadas historias personales. Es
el prodigioso y tortuoso viaje, hacia los procesos investigativos del
paludismo, la fiebre amarilla y la lepra. Estos personajes están imbuidos
dentro de la atrayente narración de los impredecibles amores entre el médico
judío-polaco Silvestre Korzeniowski y Nadja Kovac. La vida azarosa de los
amores de la médico zuliana Ruht Romero y del frustrado escritor Alejo
Plumacher. O la insultante conspiración del espía bielorruso Dimitri Yakolev,
quien quiere apropiarse, para fines bélicos, de los resultados de las
investigaciones de médicos venezolanos en torno al micobacterium leprae.
Toda la obra es un viaje que nos lleva de la caribeña isla de Guadalupe a
la isla Kaow, situada en la región oriental de la Guyana Inglesa.
Desde El Esequibo al lago Coquivacoa, justo al Leprocomio de la isla de
Providencia. Del Zulia a Caracas. De Caracas a Táriba, la “Perla del Torbes” o
a Ciudad Bolívar. Y en estas singladuras, bajo apasionantes descripciones y
narraciones literarias de gran esplendor, atraviesa, entre otras ciudades
europeas, a Polonia, Roma, Venecia o París. Así, este magistral relator
venezolano, narra la conflagración de hombres que vivieron de la II Guerra Mundial, el
Holocausto judío y a los grandes sacudones psíquicos que estos
acontecimientos causan. En consecuencia, esta novela, relata la trayectoria
fascinante de personajes, que al huir de sus propias tragedias, llegan a
confundirse con la idiosincrasia de los pueblos; en entrega abnegada y
pasión a favor de la humanidad.
En El año de la
lepra, aparecen personajes, marcados por lo trágico. Pareciera, que
cada uno fabricara sus propias trampas, para caer en ellas. Como el caso del
cura Omar Yagüe Oliva ante el inconveniente general retirado Alcides
Henares. En este tráfago, en esta agonía, encontramos la conspiración y el
espionaje del bielorruso Dimitri Yakolev. Al enigmático Jaim Grudzinsky, agente
de la CIA,
traficante de armas, desleal amigo y rival del doctor Silvestre
Korzeniowski. O la sublime, dolorosa y seductora historia de amor del
joven oficial Monsieur ¨Papillón¨ y Cristina, ocurrida en la paradisíaca isla
de Guadalupe.
La novela, El año
de la lepra, está promediada de personajes que se dan al trabajo creador, al
servicio del prójimo y crecen como seres auténticamente útiles. Y los menos,
desde la perfidia, destacan por su ambición y codicia. Esto es, se aprovechan
de la dominante “ética del individuo”, de la que nos habla el filósofo Franz
Hinkelammert. Enfermedad social del sujeto que se abre para destruir nuestras
formas de ser, dar campo al egoísmo, al delito y al desarraigo, “que tienen como principio axial aquello de:
yo vivo si te derroto a ti.”[4]
Pero seguidamente, surgen los personajes, que por su ejemplo moral, militantes
del amor y de las virtudes, confrontan lo antiético. Qué como figuras
emblemáticas, se sitúan en “La ética del sujeto”.[5]
Que no es más que aquella virtud que rompe el “ensimismamiento del individuo y
su ética” con el depurativo actuar del: “yo vivo si tú vives”.[6]
Así se centran los casos de los médicos investigadores: Luis Daniel Beauperhuy,
conocido como: “el médico de Cumaná”, del judío Silvestre Korzeniowski, de
Arístides Sarmiento, de Víctor Pitaluga y la doctora Ruth Romero. Su tiempo
narrativo se desplaza desde el primer tercio del siglo XIX al presente, donde
muchos personajes de la vida real saltan al espacio novelesco por sus
atrayentes ejecutorias. Pero, hemos de advertir, que en la atmósfera y espacio
donde se mueven los personajes, está la tentación de un sistema político
corrompido que impele al vicio. Allí no está la realidad al calco. Y con ello,
pretendemos decir, que si la realidad es inimitable, ésta, sólo en la ficción
novelesca, puede, con el ímpetu de la imaginación del narrador, ser superada.
Así es la virtud narrativa de García Tamayo. Puesto que una novela es, como
quererse mirar al espejo, mirando a los demás. Es un espejo que se busca
inagotablemente; para verse instalado en otro mundo. Es, a su vez, un cambio de
espejo; que acepta la alteridad. Es una total búsqueda para despertar
despierto. Para decir verdad, toda novela, de algún modo, plantea una utopía;
para llegar a la topía, que es el mundo del autor; que jamás será el narrador.
En las novelas
Ratones desnudos y El año de la lepra, la intriga se hace una infatigable
presencia en la trama. Ésta navega sin dejar incólumes a sus personajes. Pasa
por el minucioso quehacer de los seguidores de Hipócrates y los avatares de la
investigación científico-médica. Allí, donde unos buscan, desde el resultado
del avance de sus investigaciones, servir a la humanidad. Por paradoja, otros,
están a la saga, para la burla previa ante el éxito o el fracaso de los avances
científicos; porque es cuesta arriba sopesar que el vecino sea un genio. Los
más perversos buscan sus resultados para utilizarlos como arma bacteriológica.
Y quienes no pueden resolver sus conflictos personales, se precipitan en el
paroxismo de la caída cierta de sus destinos. Pero aparecen, aquellos que,
desde sus investiduras políticas, militares, sociales o religiosas se
aprovechan del desorden gubernamental, para atesorarse de lo indebido. O para
hundirse en la molicie, el vicio y los desdenes de no llegar a nada como muchos
de los personajes de la novela Ratones desnudos, que al entrar al cargo del
Instituto de Investigaciones, se van perdiendo entre la política mal asimilada,
sus debilidades y problemas personales, hasta propiciar el estancamiento o
destrucción de lo que administran.
El autor, en cada
novela inserta varios relatos, que pudieran por sí mismos, ser una novela; De
esta manera se conjugan en lo medular, hasta constituirse en un solo cuerpo
literario. Así, son las estructuras de: Ratones desnudos y El año de la lepra.
En ellas van de la mano la ficción y la supuesta realidad. Cruce de
intrigas amorosas y políticas. Espionaje, conspiraciones, vidas refutables de
tránsfugas y saltimbanquis de la política y de la iglesia. Buscadores de
fortuna fácil en connivencia con políticos y burócratas laxos y proclives a la
complicidad maleva. Y entre la mixtura de traidores, estafadores y operadores
de la corrupción, -todo no está perdido-. En ese marasmo de disolutos, crápulas
y licenciosos, surgen otros personajes, que a duras penas, viven en la virtud
del término medio, casi aristotélico, sin caer en la decadencia. En otras
palabras: en medio del lastre y las miserias humanas encontramos personajes de
alto contenido ético, amantes de la vida, el trabajo, el estudio y la
investigación, que intentan pasar el pantano sin mácula y ser útiles al
prójimo. Son la expresión de la “Ética del sujeto”[7]
El año de la lepra,
es ficción que recoge el acontecer socio-político nacional y mundial, sin
desprenderse del registro literario. Si la realidad es comparable a novela; la
ficción la sustrae. Allí, la ficción es un girar, un ir y venir por la tragedia
y las grandes conflagraciones mundiales y los asuntos domésticos del hombre
dentro de su entorno social. Donde algunos personajes, parecieran quedarse
debajo de un cedazo y pocos lo atraviesan para ascender a otro escenario. A
ese, casi imposible escenario, donde milagrosamente se puede salir indemne y
resurgir desde las mismas cenizas. La ficción, juega a los vericuetos de
la cicuela, que es ese juego venezolano, donde el narrador se coloca a
distancia, para atinar a que la bola creativa entre en la abertura que tiene el
número más alto de los andamios de la imaginación. Es justo allí, donde la
narración, lo reiteramos, se hace más que la realidad. Este es el estilo
narrativo de Jorge García Tamayo.
En las novelas
Ratones desnudos y El año de la lepra, los personajes lastiman las llagas del
cuerpo político-social. Puesto que, los personajes, al encontrarse con la
deflagración de sus vidas, van más allá de su propio infierno e impactan al
lector. Todo su cuerpo literario, es recuperación de la memoria o, simplemente,
rememoración y reconocimiento. En otros casos la narración se torna en acerba
denuncia contra los grandes proyectos gubernamentales que no llegan a nada. Los
personajes virtuosos demuestran, desde sus vidas ejemplares, que en mucho, son
víctimas de quienes viven de la apariencia y de la perversidad. Señalan, los
meandros sociales y políticos que siembran la decadencia.
Parte de la
tragedia de los escritores está, en no poder eludir en sus reacciones, el
acontecer de sus vidas personales con su entorno vital. Nuestro novelista, en
su bienaventurado semblante como narrador, no deja de desvelar lo
autobiográfico ni de simular la ocultación de personajes que se movieron o
moran en su realidad, sumidos en el olvido o en el anonimato. Por ello, el
mismo novelista expresa, que todo:
¨... conviene catalogarlo como una novela y por
lo, tanto, en su mayor parte pertenece al territorio de la ficción.¨
El novelista Jorge
García Tamayo, a lo largo de su vida como médico, científico, cuentista,
columnista, pintor, cinéfilo y melómano. Sabe, como J.A. Greimas, “que las estructuras lingüísticas del relato
resultan ser, en el plano de las manifestaciones narrativas, la
transposición o el correlato de las estructuras narrativas
fundamentales.”[8]
Por ello, no hace más que valerse de la narración, para contarnos, a través de
sus personajes, el mundo que ama y el infierno que rechaza. Como en el caso de
su galardonada novela Escribir en La
Habana (1994), o en su intrincada obra, La peste loca (1977).
La vida de investigador científico y médico en ejercicio, de docente y pintor
destacan en su laureada obra Para subir al cielo… (1998). La condición de
cronista de la medicina, escritor y amante de la historia política del país son
contenido en El Movedizo encaje de los uveros (2003), la Entropía tropical (2003),
y en estas dos novelas recientes, Ratones desnudos (2012) y El año de la lepra
(2012), todos los hechos se encuentran concertados al mundo del novelista Jorge
García Tamayo.
Referencias:
[1] TODOROV, Tzevetan.
Literatura y significación. Editorial Planeta. S. A. 1971. Barcelona. España.
Pág. 175.
[2] GARCÍA TAMAYO,
Jorge. Ratones desnudos. Ediciones El otro, el mismo. Colección Salvador
Garmendia. 2012. Colombia. Páginas 13-14.
[3] GARCÍA TAMAYO,
Jorge. Ratones desnudos. Ediciones El otro, el mismo. Colección Salvador
Garmendia. 2012. Colombia. Pág. 97.
[4]HINKELAMMERT, Franz. Hacía una crítica de la razón mítica.
El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión. Fundación
Editorial el perro y la rana. Caracas. 2008. Pág. 46.
[7] HINKELAMMERT,
Franz. Hacía una crítica de la razón
mítica. El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión.
Fundación Editorial el perro y la rana. Caracas. 2008. Pág. 46.
Maracaibo, 13 de
julio del 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario