Francia alzó su segundo título Mundial en el estadio Luzhniki de Moscú
aplicando una máxima psicológica que a muchos les disgusta, pero que es
coherente con su forma de ver el juego. El fútbol eficiente también gana
campeonatos
Pablo A. García Escorihuela
Didier Deschamps
tenía ocho años de edad, y no le gustaba el fútbol. Prefería un reto superior
para su endeble cuerpo pequeño, que después de la adolescencia llegó apenas al
1.72 metros de estatura. Su pasión era el rugby, un deporte de extrema dureza
física, típico del pensamiento de los vascos como é, donde la estrategia de un
jugador de tamaño menor al habitual tiene una importancia capital. Después, sus compañeros en Francia 98,
cuentan sobre Deschamps que cuando era parte de aquella generación que revivió
al fútbol francés tras la buena participación del cuadro galo en la Eurocopa de
Inglaterra en 1996, era un técnico más dentro del campo. Una extensión de Aimé
Jaquét. Metódico. Comedido. Un general.
Era el punto de equilibrio entre la locura de Zinedine Zidane (genio para jugar
y con malas pulgas a ratos), Fabián Barthez, Laurent Blanc, o la juventud de
Thiery Henry o David Trezeguet.
Deschamps, oriundo
de Bayona, un pueblo de hermosos castillos antiguos en el suroeste francés,
pegado a Los Pirineos, a media hora de San Sebastián, en España; terminó
forjándose la personalidad de un estratega dentro y fuera del campo. Tuvo
varios tropiezos como entrenador, con poco brillo a pesar de su capacidad
estratégica. Necesitó de tiempo. Llegó de apagafuegos en 2012 para clasificar a
Francia al Mundial de Brasil 2014, y a partir de ahí, comenzó a instaurar una
filosofía interesante en un equipo mixto, lleno de la misma multi culturalidad
que tuvo el plantel de 1998.
En la Serie A, el
vasco se nutrió de conocimientos. Como jugador, primero, con la Juventus, y
también como entrenador, cuando le tocó ascender al cuadro transalpino a la
máxima categoría tras el descenso forzado a la segunda división en 2006, el
mismo año de la última vez que Francia llegó a la final del Mundial para perderla
ante la Italia de Marcello Lippi, su técnico en la etapa como jugador en los
alpes italianos. Es por esto que su estilo es familiar. Doce años después,
Francia ganó con la misma fórmula que acuño Lippi en 2006. La ley del mínimo
esfuerzo y el máximo rendimiento.
Así, esta Francia
que tiene a un hijo de Lyon (Antoine Griezmann) que se siente uruguayo, un
nacido en Camerún (Samuel Umtiti) que juega en Barcelona, un chico de 19 años
de edad (Kylian Mbappe) que no había nacido cuando Deschamps alzó el título en
Saint Denis en 1998, o a 14 jugadores de distintos antecedentes entre africanos
y árabes, se encontró extrañamente cómoda con el planteamiento del estratega. Ya en 2014 avisó. Llegó a cuartos de final
del Mundial de Brasil para caer con Alemania, en un equipo en el que estaban
Karim Benzema y Mathieu Valbuena, expulsados antes de la Euro 2016 por un
escándalo con prostitutas. Así es la disciplina del vasco. Tan férrea como su
carácter, y a la vez tan simple como la visión que tiene del juego.
Se parte de anular
las virtudes del rival (teniendo en Ngolo Kanté a la mejor arma posible para
esto), y a partir de ahí, construir el ataque de su oncena. Con esa fórmula
llegó a la final de la Euro en 2016, y perdió en Saint Denis, algo que dijo
Deschamps en la rueda de prensa posterior al partido, los ayudó. “Es
muy posible que esa derrota sea la que nos haya hecho quedar campeones hoy”,
dijo el estratega. En aquella noche contra Portugal, la ansiedad se llevó al
equipo francés, que quiso ser más protagonista de lo que le acomodaba, y
terminó cediendo. Quiso hacer más esfuerzo del que le requiere la fórmula de
trabajo del DT.
Deschamps es lector
de Depak Chopra, propulsor de la ley del mínimo esfuerzo y el máximo
rendimiento. Apertrechados contra su área cuando lo requieren, también son
capaces de hacer magia cuando el partido lo pide. Pero sólo cuando esto es así.
Nunca antes. No les nace ser los propulsores de algo, teniendo a Griezmann,
Pogba y Mbappe. No lo necesitan. Su programa es otro. Es pragmatismo puro.
Prima el valor práctico de su estrategia, anular al rival, por encima de lo
estético. Es lo que requiere el fútbol ahora para vencer. Francia lo entendió y
será, por cuatro años y algo más, hasta noviembre de 2018, el modelo a seguir.
Copiado de “Pase en
corto” 15 de julio, 2018
Maracaibo 15 de julio 2018
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