En lugar de empezar esta historia con su protagonista, un esclavo de 12 años, voy a comenzar por el botánico francés Jean Michel Claude Richard, quien trató de atribuirse el mérito del hallazgo de un niño. ClaudeRichard era un prestigioso botánico honrado con la Legión de Honor, la distinción francesa más importante, y Albius quien todavía no se afeitaba, era un esclavo de una remota isla. Pues el hallazgo de Edmundo, y así lo clarificó el botánico francés Fereol Bellier-Beaumont, quien al liberarlo lo había llamado Edmundo (Edmond, en francés) para ponerle un nombre al imberbe esclavo protagonista a quien antes le conocían como Albius, y quien habría de poner en marcha la multimillonaria industria de la vainilla.
Pero regresemos varios siglos atrás, en “el nuevo mundo”, cuando el emperador Moctezuma Xocoyotzin tomaba una bebida preparada a base de cacao y maíz, y aromatizada con un particular perfume. Los indígenas la llamaban “la bebida de los dioses” y solo podía ser ingerida por la élite del imperio azteca. El aroma que desprendía el brebaje cautivó a los españoles que quedaron fascinados al descubrir que emanaba de una varita negra: la vainilla.
Hace 500 años, consumir vainilla era todo un privilegio. La vainilla es el fruto de una planta de igual nombre (vainilla, por ser una vaina delgada y larga), de la familia de las orquídeas, arbusto trepador, originario de México y utilizada como saborizante gastronómico y como aromatizante en cosmética. Francisco Hernández de Toledo (1514-1517) médico del rey Felipe II de España, la llamó una droga milagrosa que podría “calmar el estómago, curar la mordedura de una serpiente venenosa, reducir la flatulencia y hacer que la orina fluya admirablemente”.
En 1570 fue enviado a América con su hijo Juan y desde 1571 a 1576 iniciaría una intensa actividad científica en México, pese a sus problemas económicos, en 1576 le envía carta al rey Felipe II, haciendo un resumen de su trabajo y de los métodos empleados. Esta carta formará parte de cuatro libros. En 1577 Hernández regresaría a España.
Ya fuese por su sabor, por mear más lejos o por su poder vigorizante el médico alemán Bezaar Zimmerman afirmó en un tratado del año 1762 que, “no menos de 342 hombres impotentes, al beber infusiones de vainilla, se han convertido en amantes asombrosos”. Entonces la demanda se disparó por las nubes y se llevaron plantas desde México a los jardines botánicos de París y Londres para ver si la planta crecía en Europa, y más tarde a las Indias Orientales y a las colonias de África.
Vanilla es una flor perteneciente al género de orquídeas con alrededor de 110 especies distribuidas por todas las regiones tropicales y subtropicales: América tropical, Asia tropical y África Occidental. Las plantas y sobre todo sus frutos son conocidos comúnmente como vainillas. La especie más conocida es la Vanilla planifolia, de la que se extrae la vainilla. Es la única especie de orquídea cultivada para el uso industrial; utilizada como saborizante en alimentos y bebidas y como aromatizante en cosmética.
Ahora sí que regresamos a la actualidad, para certificar como es que hoy en día, el llamado “oro fragante” proviene principalmente de Madagascar (entre el 80% y 85% del cultivo de la planta en el mundo), donde fue introducida por los franceses en el siglo XIX, cuando por allí andaba aquel niño de apenas 12 años (Edmundo o Edmond) quien tenía una manera especial de cultivar las flores de vainilla.
Edmundo, a quien llamaremos Edmond nació esclavo en 1829, en St. Suzanne, en la isla Reunión, una isla del archipiélago de las Mascareñas situado al este de Madagascar. Su madre murió durante el parto y él nunca conoció a su padre. En su juventud fue enviado a trabajar a las plantaciones del botánico francés Fereol Bellier-Beaumont. Además de otras muchas especies, el botánico tenía vainilla, y aunque la planta crecía y florecía normalmente, era estéril. Al no polinizarla ningún insecto de la zona (en México, normalmente abejas y colibríes), no daba frutos.
En 1841, Edmond paseaba junto a Beaumont por las plantaciones, cuando el botánico descubrió una vainilla que, milagrosamente, tenía sus vainas colgando. Edmond se acercó y le explicó que no era cuestión de suerte sino de su intervención ya que Edmond la había polinizado manualmente. Había estudiado cuidadosamente la planta y encontró la parte de la flor que producía el polen y también el estigma, que era la parte de la planta que necesitaba ser espolvoreada con el polen. Usó una brizna de hierba para «abrir» la pequeña tapa que las separaba y fertilizó la planta.Edmond había resuelto el misterio de la polinización de la vainilla. No es que Edmond fuese un pionero en la polinización manual, ya que el método se utilizaba hacía tiempo en otras especies, pero sí era un hecho, que Edmond había descubierto cómo hacerlo con la vainilla y sería gracias a este descubrimiento, como la isla de Reunión se convirtió en el mayor productor mundial de vainilla durante el siglo XIX.
Muy agradecido, Beaumont le dio la libertad y el apellido a Edmond Albius (los esclavos no tenían apellidos). Además, le escribió al gobernador francés pidiendo para Edmond una gratificación económica por su descubrimiento que sería el responsable de la puesta en marcha de un negocio exageradamente lucrativo. La respuesta gubernamental fue como es de esperarse: ninguna.
Ya libre, Edmond se mudó a St. Denis y, se vio involucrado en un robo de joyas por lo fue condenado a diez años de prisión. Beaumont se enteró, y le volvió a escribir al gobernador intercediendo por él y, esta vez sí, recibió respuesta; se redujo la pena y al poco tiempo recuperó la libertad. Edmond se mudó a una casa cerca de la plantación de su mentor, se casó y allí vivió el resto de sus días. Murió el 9 de agosto de 1880 a los 51 años.
Maracaibo,
miércoles 28 de agosto de año 2024
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