jueves, 12 de octubre de 2023

Retazo de una novela


Como la re - lectura es un sano placer les ofrezco para leer o re leer un segmento breve de una novela ya antes ya amplia mente comentada...


“Sentado frente a las cuartillas, otra vez en la penumbra de mi habitación encendí la lámpara. Salí de la cama y me acerqué a la mesita cavilando. Pensé en Natasha de quien casi no he escrito nada todavía y luego me imaginé la figura de Anabella quien plácidamente duerme en la planta baja de esta mansión protocolar.

Hace un momento, envuelto aún entre las sábanas, estaba recapitulando mis recientes experiencias en la fiesta, con música de la pequeña pero sonora orquesta de charanga, cuando sentí el frescor del agua. Me desplazaba raudo, yo sumergido como un Tarzán Weismuller en un clásico crawell australiano, pensaba en la lejana Escarpa Mutia. Siempre presente, mi puñal al cinto, tenerlo a mano porsiacaso para cualquier artero cocodrilo. Bajo el agua, glublublu, podía escuchar los monos chillando allá arriba entre las ramas y la Chita haciendo cabriolas y berreando en la orilla. Entretanto yo burbujeaba blublublu, ella brincaba haciendo morisquetas. Iba ascendiendo, nadaba hacia la superficie braceando a un lado y al otro, ya divisaba el techo reluciente, espejo fulgurante, las burbujas brotaban por mi nariz y las largaba por la boca hasta que finalmente lo astillé en mil pedazos. Tomé aire y me vi bajo un cielo límpido. Estaba bañado por húmedos fragmentos de luz, chorreando y salpicando en derredor.

De pie frente al espejo irisado. Ante la resma de papel, sentado. El espejo ovalado geográficamente pringado de cinabrio, dejaba ver mi figura reflejada de espaldas y de frente, estaba yo multiplicado al infinito, inexorablemente. La visión del pasillo compactado de florecillas grises me perseguía. Yo miraba las hojas en blanco y logarítmicamente los espejos urdían copias y copias. Era un ser desdoblado en imágenes.

Transformado. ¿Quizás, como La Habana misma? Caleidoscopio de palabras volteadas. Lo pasado y el presente, imagen en espejo. ¿Lo verdadero y lo falso? ¿Sueño o quizás, realidad? Son las letras me dije... En un principio era el verbo, la verborrea, la verborragia, la...


¡Óyeme tú! Yo lo escuché con toda claridad. Ese dejo con sabor habanero. La música, la risa, el son de pura azúcar... Te digo que eran dos, eran dos Habanas, óyelo bien! El fumaba tabaco y escupió directo a una de las esquinas del salón. Te digo que eran dos Habanas, con mucha precisión el salivazo de un sepia muy certero. ¿Y ahora? Él se encogió de hombros. Nuevamente acertó en el ángulo con increíble puntería. Ya pasó mucho tiempo, demasiado tal vez. ¿Fue cuando Prío? Aspiró su tabaco.

Escúchame, hace unos cuantos años existían dos Habanas. La Habana de los blancos y la otra Habana... La de los blanquitos era La Habana de los gringos. Gintonic, música con clarinete, güisky on di rocks, avisos luminosos, Bacardi y los dólares corriendo como kilos. La otra Habana era de pura música soneando con una orquesta en cada esquina, bajo las arcadas y los portales radiantes de luz en la noche y de sombras frescas en el día. Era La Habana de plazas y calzadas, con gentes que sabían vivir despreocupadamente bajo un cielo despejado, con ese resplandor de malva que lo circunda todo desde el amanecer.

Era la ciudad hecha ritmo y sabor, era subir uno a uno los escalones de mármol de cada zaguán empinado, ir escaleras arriba, detrás de ella, hasta el sitio de las cortinas batiendo en la ventana abierta, con lo alisios del noroeste refrescando el cuarto. Y ella allá en lo alto, echada boca arriba, o la mirabas y te volvías de espaldas desde donde veías los techos salpicados de rojo y negro y las azoteas con ropa ondeando al viento como motas blancas y los ventanales con persianas o con vitrales multicolores, con visillos que se entreabrían para dejar escapar la música que iba impregnándolo todo con esencias de son y de rumba. El son, la yerbabuena, el ron, la albahaca y ese aroma dulzón de las frondosas pitihayas eran pura vainilla regada en el ambiente.

Ella en la cama y tú mirando hacia La Habana toda llena de azulejos y rejas y balaustres y pórticos y plintos y como la malanga se retorcía el estuco en los techos. Tú percibías el latir del son en esa Habana sostenida por capiteles dóricos y jónicos, por cornisas, archivoltas decoradas y triglifos, toda la ciudad colonial romántica y soleada del viejo Carpentier, arquitecto melómano y el guataque andando y tú veías como iban sonriéndote entre las columnas de recargados capiteles corintios los Mercurios de aladas sienes, te miraban mientras sostenían e iban enmarcando los balcones, atisbándose de frente, alternándose como en un pentagrama entre rejas y tiestos de flores reventando en colores, la bachata plena de luz y ritmo, ondeando como el son, repicando de un farol a otro, musitando resplandores trémulos y repitiéndose en todas las esquinas.

La Habana era pasear por la plaza de las Ursulinas, era ir al parque Martí o ir al parque Maceo y caminar a lo largo del Malecón. Era llegar a tu casa para escuchar en la CMQ los folletines novelescos. Era dejarte ir solo o tomarte la mano y caminar embrujados por las calles, más allá de San Lázaro, más allá hasta desembocar en la Gran Galiano con sus farolas enrolladas. La Habana era irnos al Paseo del Prado y a la Calzada del Cerro, o era llegar hasta la Ciénaga para quedarnos en el zoológico del bosque y en la tarde regresar por la orilla del Almendrares para reaparecer en el Vedado.

La Habana aquella, la de los cafés al aire libre y las luces de colores, donde te ibas al cine a cualquier hora y siempre veías unas películas del carajo! ¿Dónde está aquella Habana? ¿Que tú tienes ahora? Te enfrentas con incontables colmenas de pobreza que exudan un acre y espeso aroma. Tú te dices, es el olor de un pueblo austero y sufrido que no se rinde... Ese aroma profundo pareciera nacer del pebetero de metal que incuba desperdicios en la esquina de cada cuadra, en la vecindad de cada sede del comité de vigilancia de la revolución.

El pueblo padece por el acoso de los que quieren decidirle su destino, quieren hacerlo desde afuera... En la navidad comíamos tamales y buñuelos, nos deleitábamos con el sabor de las masas de puerco, el aroma del quimbombó, del guiso y del lechoncito. La carne, existía antes, ahora pocas veces la vemos, tenemos los frijoles pintos, el boniato y la malanga, si... ¿Y la carne? Algunas veces la hay, te lo repito, es escasa, por cierto, no es de masitas el aroma que viene y se mueve con el norte, es salado y amargo, como un sudor espeso y salitroso. Se hace dulzón este airecillo. Viene cuajado de perfume, por la miel de la caña y cuando aclara es cristalino o translúcido. Es aromático, el ocoró, es puro ron...

En navidad al impregnarse toda la casa con el bizcochuelo almendrado en la cocina tú probabas, los hojaldres y las natillas y los manjares espolvoreados con canela o con azúcar candé. Ahora tenemos ocoró nimbá y cerveza de quince o de dieciocho grados. ¿Será acaso que existen demasiados ñáñigas? Ofrescámosle otí a Changó y sentémonos a escuchar el senseribó mientras el ireme baila, salta y se estremece queriendo aplacar el hambre... Pero, que cojones te pasa a ti negro? ¿Tú tás loco? Antes era otra Habana. La Havana de los blanquitos y las gringas y tú quizás eras rumbero o bongocero, tu vida era la salación! Orishá, Obatalá, Otolú. El conmigo y yo atrás de él, él alante y yo con él.

El largo requinto repica desde lejos, marímbulas de latón sonando y el montuno allí. El son, que son y son son, que son y son. Al aire las dieciocho conchas marinas, cuatro veces para que el mayombero te pueda nombrar una a una las siete potencias, Obatalá, Yemayá, Oshúm, Eeguá, Oggúm, Ommilá y claro está, esa no, esa es Changó, Santa Bárbara bendita, la corona, la capa roja y la espada...

La ciudad era pura pajarería y rumba candente. Mulatas habaneras cimbreando las caderas, cinturas de avispa contoneando la grupa amplia y muy firme. Eso, dime, eso es lo que tú añoras compañero? Mulata fina, Ave María, déjame decirte, vamo a la esquina y ahitulaverá, ventepacá, vamosacaminá... ¿Y el negro sudando en los cañamelares? ¿Y la oscuridad del batey en el ingenio y aquella oscura pobreza maloliente? ¿Tú no lo sá? Tú andabas en el Club, tú ibas de dril blanco, tú no faltabas en la revista musical, ella trinaba en tu ventana, agitaba las sábanas y tú lo oías cantar en tu CMQ, lo pintaban con betún, con la bemba colorá, se la dibujaban de un blanco blanco, como lodelatiendas, como lo de lo café, con faralao y la patapelá, como los de la Havana nais, dale al bongó, la Havana goryeous, dale al timbal, la otra Habana...


NOTA: es textual de mi novela “Escribir en La Habana” (Euskadi 1995, -Maracaibo 1997, - Fuerteventura, Canarias 2011).

Maracaibo, jueves 12 de octubre del año 2023

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