El Budismo Zen (chán en chino) es una escuela de budismo mahāyāna que se originó en China durante la dinastía Tang.
El budismo chán se convirtió en varias otras escuelas, incluidas muchas escuelas zen japonesas, a las que a veces se refiere el término “zen”, palabra que es la abreviación de zenna pronunciación japonesa de la palabra china (chánnà), que a su vez proviene de la palabra sánscrita dhyāna, que significa ‘meditación’.
El zen enfatiza la rigurosa práctica de la meditación sentada (zazen), la comprensión de la naturaleza de la mente y la expresión personal de esta visión en la vida diaria, especialmente en beneficio de los demás. Como tal, desestima el mero conocimiento intelectual y favorece la comprensión directa a través de la práctica espiritual y la interacción con un maestro consumado.
Los lectores de Julio Cortázar, han encontrado en sus obras temas recurrentes que se han constituido en característicos del “estilo cortazariano” y se ha sugerido que algunas ideas del escritor estén relacionadas con el llamado budismo zen. Se ha dicho que “Rayuela”, la famosa novela de Cortázar, es “una novela zen”. Lo cierto es que algo hay en Cortázar y en el Zen es su rigor conceptual y su condición de praxis, que plantea tocar este tema en este blog (lapesteloca) y me parece podría ser de interés detectar en qué modo Cortázar es zen (si es que lo es) o, desde otro lado del asunto, en qué sentido el Zen es cortazariano (si es que lo es).
Jung define estos asuntos afirmando que tanto el Yoga indio como el Buddhismo chino trabajan sobre el intento de escapar de las ataduras de ciertos estados de conciencia que se consideran incompletas. En el misticismo occidental hay un camino similar ya que todos sus textos instruyen sobre cómo ha de librarse el hombre de la “yoidad” de su conciencia. Es decir que, al Zen lo podemos considerar como una especie de religión “natural” y no religión “revelada”.
Cuando el budismo comenzó a extenderse por las vías de comercio hacia el Oriente de Asia, surgió en la Gran India y es una religión dhármica, pues se basa en el concepto de dharma (la conducta o ley natural que cada uno tiene) y surge de escisiones a lo largo de los siglos dentro del hinduismo. Además el budismo tibetano, mezclado con otras religiones antiguas del Tíbet, puede ser de dos tipos: El hinayana que trata de seguir de la forma más cercana las enseñanzas de Buda. Principalmente en Tailandia, Myanmar y Malasia. El mayahana o budismo más compasivo que considera que la salvación, y el entendimiento ha de ser colectivo, donde toda la humanidad debe contribuir a llegar a la elevación. Se propagó en China donde es conocido como budismo chan y en Japón donde se le llamó budismo zen.
Según palabras del mismo Julio Cortázar: “Acabaremos siempre aludiendo al centro, el Eje, razón de ser, Omphalos, nombres de la nostalgia indoeuropea. Incluso esta existencia que a veces procuro describir, este París donde me muevo como una hoja seca, no serían visibles si detrás no latiera la ansiedad axial, el encuentro con el fuste. Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto. A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho es la locura o un perro, o, lo que es peor: “no había que plantear la realidad en términos metódicos, el elogio del desorden la hubiera escandalizado tanto como su denuncia”…
Existen muchas preguntas sobre el momento cuando le llegaría a Cortázar el Zen y sobre la manera como lo recibiría una vez que estos conocimientos hubiesen llegado a él… ¿Cómo se reflejaría en su vida y en su obra? Sería el propio Cortázar quien respondería estas interrogantes en un reportaje, donde señalaba que durante muchos años siguió el Zen a través de los textos de Suzuki, que habrían llegado a él en la época cuando escribía Rayuela. Aquellos textos que llegaron a Cortázar en ese entonces podían ser leídos en inglés y en francés, y su lectura según sus palabras: “significó para mí una tremenda sacudida de tipo existencial” .
Se ha descrito que originariamente Rayuela se iba a llamar Mandala, ya que Cortázar estaba obsesionado con la idea y la práctica del mandala, y en esos momentos leía además obras de antropología y especialmente sobre la religión tibetana. Él había estado en la India y en el Japón y había profundizado en que el mandala es un laberinto místico dividido de modo similar a la rayuela.
Se ha informado igualmente, que este juego de mandala, donde todo se muerde como un ouroboros su propia cola, se muestra también en el capítulo inicial de Rayuela. Hablamos de un capítulo suprimido que nunca fuera publicado con la novela, ya que Cortázar se daría cuenta a casi dos años de haber empezado a escribirla que, en el final de la obra, uno de los personajes centrales realizaba los mismos actos que otro en ese hipotético primer capítulo, y se dice que entonces Cortázar comprendería súbitamente que el ya viejo primer capítulo se volvía reiterativo, y de hecho la intención era buscar precisamente lo contrario, por lo que entonces decidiría eliminar una mediación posible entre el discípulo, el monje y “Dios”.
El zen encumbra como las dos vías más importantes del Óctuple Camino a la visión y a la concentración. En la profundización de la filosofía de esta espiritualidad, uno de los más grandes informadores para el Occidente ha sido el escritor japonés Daisetsu Teitaro Suzuki, a quien Julio Cortázar atribuye sus primeros acercamientos en la materia. Cortázar recuerda que en sus tiempos de estudiante de Letras y Magisterio en Argentina se había interesado por los presocráticos y Platón. Posteriormente y durante muchos años, se dedicaría con entusiasmo a la lectura de Suzuki y además estudiaba en círculos de metafísica oriental. Es evidente que en su obra aparece el zen en muchos niveles.
En Rayuela se observan particularidades en el lenguaje: en lugar de fabricar silogismos, la narración corre a cargo de la “ilógica” como el budismo zen. El capítulo con Madame Trépat no tiene sentido y el absurdo puente que construyen Horacio y Traveler para intercambiar yerba mate y clavos tampoco. No hay simbolismo posible que oriente al lector si no es a través de la irracionalidad.
De manera que lo anterior obliga a nuestro entendimiento a tratar de comprender en medio del absurdo, lo mismo que sucede con el koan del zen. La iluminación en el zen se llama satori. Su objetivo es romper con los límites del propio pensamiento para llegar a un punto límite donde se puede estudiar el zen y así alcanzar el satori. El zen no enseña nada, y a través de esa nada está el camino.
Maracaibo, lunes 16 de octubre del año 2023
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