Con Telefito Aponte, el veterano empleado “multiutiliti” de “el negocio de papá”, marchaba a diario con mi hermano mayor Fernando al salir del kínder del Colegio del Pilar, e íbamos a pie por calles soleadas, rumbo a la Casa MacGregor en la Plaza Baralt. Ahora, muchos años después, puedo situar las calles que transitábamos y recuerdo pasábamos por El Salón Violeta que era la barbería donde nos cortaba el pelo, a mis hermanos y a mí, el señor barbero Belarmino Guerra.
En “el kínder” del Colegio de El Pilar (https://tinyurl.com/39t4p55j) estudiamos Fernando y yo, todo esto antes de pasar ya al primer grado de primaria para estudiar formalmente en un colegio que no estaba en “el centro” de la ciudad, sino en la avenida las Delicias. El “Gonzaga” recién creado por los padres jesuitas. En aquel entonces si regreso a las calles de Maracaibo, recuerdo las visitas a mi doctor “de la garganta” y supongo que “por su culpa” seguramente nos habían “sacado las agallas” en el Hospital Quirúrgico a mi hermano mayor y a mí.
Durante años pude revivir el olor característico del éter aspirado cuando me comenzaron la anestesia y solo me enteré de que “estábamos operados” al despertar cuando comprobaríamos que el helado de vainilla del Alfa, era además un calmante muy sabroso, después de haber padecido la operación de “amigdalotomía” en manos de los cirujanos. El helado que era un premio que valía también para enfriarnos la garganta. Antes de graduarme de médico, creía que iba a ser cirujano…
Llegaba al consultorio del doctor Oropeza llevado por mi mamá; frecuentemente era su paciente ya que “mis faringitis” eran problema serio en una época cuando afortunadamente ya se había vencido la Difteria, pero donde había otros males menores, “los catarros” alrededor de la rinofaringe. De la consulta con el doctor Oropeza, salíamos siempre con recetas de tocamientos de Solunovar o medicado con granulados de “maleato de cloroprofenpiridamida” que ahora intuyo, serían para aplacar algún tipo de “rinofaringitis alérgica”.
Un par de años después, en el hotel Guadalupe de La Puerta, ya en 1950 conocimos a las hijas del doctor Oropeza, y recuerdo a la mayor, Altagracia, quien más tarde se casaría con quien fuera nuestro amigo “el tacho” Orlando Arrieta. Éramos ya colegas, en los inicios de la década de los 70, cuando fuimos casi vecinos viviendo en la misma calle que desembocaba hacia la Plaza del Indio Mara donde estaba “El Palladium”, especial sitio para las noches decembrinas y escuchar al conjunto “Santanita” con la reina de la gaita Gladys Vera y con Astolfo Romero el parroquiano, quienes cantaba al ritmo de “los bocachicos en sus furros”…
Lo cierto es que cuando mi hermano mayor decidió, sin aviso previo, que estudiaría Medicina yo estaba finalizando mi vida de estudiante de bachillerato en el Gonzaga y recién había pasado al Liceo Baralt. Aunque compartíamos el cuarto, un radio y los numerosos libros, igualmente fui sorprendido como todos en la familia por la decisión de mi hermano. ¡Medicina! Era una curiosidad, pero me imagino que no me parecería nada raro pues Fernando a quien sus compañeros apodaban “Chiva” y quien de por si era muy poco comunicativo, me impresionaba siempre pues era buen lector y un gran filatelista que se carteaba con gentes alrededor del mundo y hasta estaba estudiando ruso…
La biblioteca con los grandes libros de historia del Mundo de Espasa Calpe -y recuerdo en particular el tomo de “la Edad Media hasta el final de los Stauffen”-, ante las dos camas muchos libros, el radio con sus programas, y el closet al lado lleno de secretos, el baño con dos ventanas que daban al lavadero y al patio central que lucía en la pared del garaje un hermoso mural en ladrillos representando la mexicana iglesia de Taxco. Recuerdo cuando nuestra prima Marina, venida del norte hablo con Fernando sobre Edgar Allan Poe, entonces me entere yo de “el Cuervo”… Poco comunicativo era Fernando definitivamente, tan introvertido, tanto que le decíamos “el cartujo”.
Curiosamente, al salir del Liceo también yo decidiría estudiar Medicina y como Fernando lo haría en nuestra Universidad del Zulia. Era aquella una época cuando las cosas se sucedían demasiado apresuradamente, y en esos días, el doctor Jesús Ramón Amado, me operaría de emergencia por apendicitis aguda. Vivíamos tan solo a unos meses de la caída del régimen del general Marcos Evangelista Pérez Jiménez y como estudiantes veríamos interesantes cambios en el profesorado universitario al finalizar la dictadura, y las diferencias radicales que se produjeron en algunos “profes” en la manera de tratar a los estudiantes, muy notoria en nuestros más severos maestros y vimos cómo “se ablandarían” después de 23 de enero…
Bajo el chirrido de mis “tiníticas-chicharras” he querido analizar ahora otras cosas en la búsqueda de antecedentes sobre aquellas nuestras curiosas derivaciones médicas, que proseguirían su curso con Ernesto quien era por demás era nuestro vecino, primo-hermano, un verdadero hermano y compañero de travesuras desde niño. No tuve que darle muchas vueltas pues existían demasiadas evidencias para creer en simples coincidencias, cosa que me lleva a hablar de Ricardo, apodado “Rico”, el hermano mayor de Ernesto quien había estudiado varios años de Medicina en la Universidad Javeriana del hermano país y al abandonar sus estudios regresaría a su ciudad natal, con un cargamento de libros, y de huesos humanos…
Presiento que esta historia ya la he relatado antes, soy “cuentero” o suena mejor si digo “cuenta cuentos” pero el asunto es que nosotros vivíamos en “Los Arrayanes” y la casa de mis primos era “La Alquería”, separados tan solo una estrecha calle de uso común que comunicaba BellaVista con SantaRita, curiosamente, todavía existe, detrás de lo que fue una agencia de autos, ya arruinada como casi todo en este siglo XXI y detrás, lo que quedó de “La Alquería”; digo esto para recordar que no es un sueño todas las cosas se sucedieron cuando éramos unos niños o casi adolescentes.
Aprendimos mucho sobre la medicina mirando reiteradamente los libros de mi primo Ricardo hasta olvidarnos del “Consejero Médico del Hogar” que era el único gran libro de la casa, lleno de enseñanzas sobre higiene y consejos de salud. Llegaríamos a reconocer de memoria las láminas en colores de las más variadas patologías y a familiarizarnos con personajes como Gregorio Marañón, Testut Latarjet, y E.Forgue.
Siento que desde allí recibimos la inoculación primaria. Leíamos hasta el libro de un tal psiquiatra López Ibor, y sobre sobre el tema de los huesos, varios cráneos y muchos huesos largos hermosamente barnizados, y de lo que a la postre sucedería con ellos, existe una historia que merecería ser relatarla aparte pues resultaría muy larga para contarla ahora.
Maracaibo, miércoles 4 de octubre del año 2023
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