El 5 de abril del año 2015 con el título de “Ictus”, publicaría en este blog (lapesteloca) un artículo que hoy reproduciré para comentar detalles curiosos sobre nuestra literatura; luego de haber logrado publicar, nueve (9) novelas sin “beneficios crematísticos” (aclaratoria para quienes comercializan libros en estos años de crisis económica y sueldos minimos de hambre para la mayoría de los ciudadanos del país), se me antojo de tocar “de refilón” el tema de la literatura zuliana…
“¡Era éter! A eso olía, desde hacía rato. Ese aroma de antisepsia, ese perfume malévolo, le pegaba en la nariz y ahora cuando estaban revoloteando sobre él, lo aspiraba, y aunque trataba de olvidarse del olor, de no pensar en él, ese hálito hospitalario no se le iba de las ñatas. Le palparon el abdomen, le hundieron unas manos, casi garras, en el bajo vientre y después cuchichearon en derredor. Alcohol y jabón, ahora le duele y siguen estrujándolo hasta que se le confunden las voces y siente el frío entre las piernas, le han colocado otra vez el artefacto. ¿Qué dicen? Le molesta, duele, siente que puede estallar y le tiemplan con dolor.
Es la negra de la cofia, ella huele a jabón Las Llaves. ¡Se lo agarra!, lo está acomodando, canturrea, casi con toda seguridad le meterá un tubo y le dolerá mucho, sin protestar, ¡sin poder decir un carajo!, ni pío y al cerrar los párpados todo es opaco, siente las manos jurungando, quiere pensar en ella y aprieta los ojos, duele y solo ve culebritas rojas y verdes y todo se torna rojo y luego como flores anaranjadas.
Con el canturreo de la negra, viene el chorro tibio y se va desinflando el globo, con un nuevo olor, como a comida pasada, fermentada, ¿o es a vómito?, y se le mezcla con un sabor casi olvidado, ese gusto. ¡Si es eso! Es ella, otra vez, su lengua. ¡Oh la humedad! ¡Ah! Como gotas resbalando y el sabor que es de frío y de cristales y siente el mismo vaivén del chinchorro, ¿lo estarán volteando? Pensar en ella, a horcajadas, los dos desnudos, los separan pero les quedan las lenguas, late sí, bun dum bun dum
Bun dum, bun dum, y el canturreo, huele a talco y lo están moviendo a un lado y ahora al otro lado. Desnudo si, él y ella, su cuerpo tibio... Ha descubierto que puede percibir el correr de la sangre en sus venas. Lo han desinflado y late, bun dum bun dum, hasta la lengua late y él lo siente, es un moco con sabor a cobre, a centavito, almeja lejana, pero le llega, lo percibe, es su perfume, ella debe estar cerca, como no poder ahora explorar su geografía, recorrer los ríos y las cumbres de su cuerpo, otra vez y quedarse allí, unido a ella para siempre, en la muerte chiquita, sin poder entender si es la gran muerte este cansancio...
Los ojos lagañosos son una herida supurada, hendidura de luz, grieta, brecha y desgarro que le deja entrever la humanidad almidonada de la negra con su cofia blanca terciada sobre su pelambre de pan quemado y ese canturreo, discurriendo, fluyendo de sus carnosos labios que brillan fragmentados. Él los observa blandos y violáceos, velados por sus propias lagañas. Evanán Jesús mira esa boca de oreja a oreja y nota como aflora un tuqueque, sale de ella, pardo, asoma su cabeza entre la cuarteada línea de luz, su blanca dentadura, ¡da risa!, un tuqueque con estriaciones transversales, lagartija enfranelada, inicia un proceso lento de deshabillé…
Se va quitando su corteza escamada y transparente, se escapa fuera de su traje, estuche, camisón, ¿flux acaso?, brilla por las lentejuelas y cae en el abismo que se abre entre las grandes tetas de la enfermera y desciende hasta, ese vaho de peces, algas y mariscos, humedad hecha aroma, es ella, sal del amor de auroras, el sabor y el estremecimiento que lo recorre todo y lo llena de fosforescencias hasta rodearse de cientos de machorros, temblorosos, lagartijos celestes, lemniscatus, canaguaritas atornasoladas, unas azules, otras verde turquesa, sauria teidae, corren sobre las sábanas…
El olor no se va, permanece, ese perfume sabroso, lo toman entonces del brazo y crece en él una presión que le provoca hormigas en las manos, en una mano más que en la otra, la mano que no puede mover, debe ser por la tensión arterial, se la están registrando, tomando, ¿bebiendo?, sorbiendo, escuchando, atendiendo, indagando, esculcando, ¿requisando? Él está en una estación, si vas a Calatayud, ¡que dolor en el brazo!, preguntá por ella, el dolor, la Dolores, entreabre las grietas, no hay iguanitas ni canaguaritas, solo unos rostros cetrinos, ¡estos jóvenes!, hombres y mujeres de blanco, curiosamente le miran, escépticamente…
Entre ellos conversan, debe ser sobre la hora, o sobre la estación, ¿es el tren que parte o el que llega?, se irá pronto, huele a mango, siente que están cerca los guayabales, los copudos aceitunos, los cotoprices, sabe que se aproxima a los cientos de miles de matas, al bosque de mangos y asoleados los rieles se le pierden de vista. Absurdamente con un ronroneo irrespetuoso ellos conversan, uno tiene el perfil de Coronado, otro de bigotes, se parece, ¿a quién?, ¡ese olor!
Comerse un mango entero, ahora con esta falta de aire bun dumm, bun dumm, llega ese son, el sonsonete ese, tralalá que tralalá, pero lo que más me gusta, bun dumm, bun dumm, ¿y dejar luego el reguero? Se escucha el silbato, se acerca el tren y él está seguro de que es la hora señalada, a comerse un mango entero, él espera desnudo y embadurnado todo su cuerpo de mango, cubierto de hilachas húmedas, hebras anaranjadas, ¡amiga de hacer favores!, desnudo oliendo a trementina, dejar luego el reguero, con un frío estremecimiento en la piel, ¿por el viento será?, el que le llega, ¿de dónde?, o por el alcoholado tropical, ¿es loción Marazul?, hasta cuando tendrá que esperar por ese tren.
NOTA: esta “reláfica” es parte de un conciliábulo introspectivo que vive un personaje de mi novela “La Peste Loca” en su Capítulo IV., y la he traído nuevamente para estimular el interés por “nuestra literatura”. Esta novela se editó en la Dirección de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia en 1997 gracias a la ayuda de Jesús Ángel Semprún Parra. A pesar de haber solicitarlo en Caracas, una segunda edición con la editorial Monte Avila Eds, la novela no fue aceptada. Después, usando mis cuotas personales de Cadivi, logré hacer una 2da edición en California, EUA, con Windmills Edits, la cual distribuye Amazon sin que se me haya nunca aportado regalía alguna por su venta. Quise usar esta historia como una muestra palpable del escaso interés que existe por “nuestra literatura”.
En la Biblioteca Pública de Maracaibo, la Universidad del Zulia abrió hace ya un par de años un Librería con el nombre del Dr Jesús Enrique Lossada para tratar de comercializar las obras literarias y científicas producidas por sus profesores, pero su limitada actividad -pese al esfuerzo del poeta Carlos Ildemar Pérez encargado de EdiLuz- va acorde con el desinterés del público en general, y resulta otra demostración de la escasa importancia por la lectura y por la producción literaria en el Zulia. Confiaremos en que vendrán tiempos mejores, aunque es difícil de creer en el sistema de gobierno actual que rige desde el comienzo de este siglo XXI.
Maracaibo, domingo 22 de octubre del año 2023
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