Estaba
recordando aquel maravilloso microscopio electrónico de alta resolución, JEM 7A, instalado en el Sanatorio Antituberculoso de
Maracaibo el año 1989. Aquel año pasó como un torbellino. El trabajo estaba
todo por hacerse. Enviamos a Chucho Vivas a la capital para que se entrenara en
la parte técnica mientras llegaban los equipos, que al fin llegarían…
Con
el compresor de un congelador olvidado en la cocina del hospital fabricamos un
tanque de refrigeración y utilizando un gigantesco lavaplatos de acero
inoxidable, con una tubería de cobre hicimos una especie de serpentín, circuito
cerrado de agua helada que quedó listo para refrigerar el agua que habría de
circular enfriando el microscopio electrónico. Así, de la nada parecían irse
creando las cosas y se transformaban aquellos ambientes que hasta hacía pocas
semanas no eran más que unos depósitos de materiales inservibles, abandonados y
afortunadamente olvidado por casi todos. La manufactura criolla, era producto
de la imaginación del jefe de mantenimiento del hospital, y de sus eficientes
obreros. Era un entusiasmo desbordante.
Las
mesas de fórmica se pegaban en nuestra carpintería, las losas de las paredes
palmo a palmo, la pintura de aceite para que nunca se ensuciasen los ambientes,
el piso era de vinilo azul... Para el ultra micrótomo y las balanzas fabricamos
mesas de concreto, aisladas en cuartos con paredes de vidrio y rejillas en las
puertas para mantener la presión, Ideamos una campana extractora e instalamos
ductos y tuberías que pintamos de los colores que tenían que ser y con
entusiasmo se instaló el sistema del aire acondicionado. No sé de cuantos
“Beteues” era, pero, ¡como refrigeraba! El equipo principal - el ME - estaría
separado del piso, era necesario e hicimos un gran hueco después de despegar el
linóleo del piso y aislamos el centro con láminas de anime y rodeamos con
cabillas y concreto para crear una gran base que habría de soportar el gigantesco
aparato.
Allí
iba a crecer, a florecer y fructificar, el más hermoso laboratorio para hacer
investigación con un microscopio electrónico de alta resolución, un aparato que
habría de llegar desde el lejano Japón, y nos visitarían los señores Takahashi
y el técnico Asao Komine, quienes compartirían la experiencia de la instalación
del ME de JEOLCo.
Con
la ayuda de Enrique Murcia el fotógrafo de los eventos sociales del Sanatorio,
a quien el doctor Iturbe mantenía muy activo, fue una persona clave. Él y yo, íbamos
a organizar una sección de fotografía anexa al laboratorio. Enrique, era
fotógrafo, especie de arma secreta de mi padrino quien era, nada más y nada menos
que el maravilloso doctor Pedro Iturbe, el director del hospital. Enrique corría
tras él y detrás de sus invitados y en un santiamén se encerraba en el cuarto
de revelado y tenía listas las fotografías de las entrevistas con los
visitantes, algunas veces las preparaba como en un librito para los visitantes
quienes siempre se llevaban aquel recuerdo.
Era
que, venía mucha gente a conocer la maravilla del Sanatorio y eran visitas, tanto
a los eventos científicos o socioculturales de aquel hospital pleno de
actividades volcadas hacia la laborterapia y rehabilitación de los enfermos
crónicos de tuberculosis pulmonar. Desde esos corre-corres venía Enrique y se
encerraba en el cuarto oscuro y cuando ya existía el microscopio electrónico (ME)
habilitamos un cuarto oscuro al lado del JEM7A e íbamos pesando la
hidroquinona, el elón, el hiposulfito, gramo a gramo, en una vieja balanza
hasta obtener las fórmulas químicas ideales para los más perfectos revelados y
las fotografías ultraestructurales comenzarían a surgir óptimas, e iban todas
pasando y saliendo reveladas y copiadas en nuestra vieja y eficiente ampliadora
Omega.
A
los dos años de estar trabajando en esto, en 1971, nos visitó quien era como “el padre de la criatura”, nuestro genial
sabio, el Dr Humberto Fernández Morán y quedó gratamente impresionado y
complacido por el ME del Dr Pedro Iturbe su amigo y compañero de diatribas y
calumnias desde los tiempos del perezjimenismo. Ese año 1971 también fuimos
capaces de montar una exposición de fotografías hechas con casos examinados en el
microscopio electrónico en noviembre dentro del Congreso Latinoamericano de
Patología, que se dio en el hotel del Lago, donde ya habíamos en abril,
instalado el Primer Simposio Venezolano de Patología Ultraestructural. Después,
seguimos trabajando…
Tuvimos
que trabajar con las uñas y mucha gente ni se enteró porque afortunadamente
éramos pocos los interesados en este tipo de trabajo, porque para la mayoría
era tan solo un pasatiempo de locos. Echamos las bases de nuestro laboratorio
de microscopía electrónica, contra viento y marea, en un sótano olvidado del
viejo hospital para tuberculosos que dirigía mi padrino. Corito, Sierra
Maestra, Sabaneta Larga, La Pomona y San Francisco eran los barrios que giraban
alrededor de nuestro laboratorio.
Fueron
años difíciles y si me lo preguntan, no vacilaría en afirmar que aquella lucha
fue titánica. Mis colegas y amigos patólogos no creían en lo que hacíamos y
dudaban de la utilidad del microscopio electrónico. Me espetaban cosas como:
“no es rentable”, “con eso no vais a comer”, “es irresponsable de tu parte
perder el tiempo en eso”, “preocúpate
por lograr una buena clientela entre los cirujanos porque de las biopsias de
ellos es que vais a tener que vivir”, y un montón de cosas más que durante
muchos años preferí no recordar.
El
jefe del Servicio de Anatomía Patológica, pronto bautizo el microscopio como “el
elefante gris”. Desde el mismísimo momento en que vio como descargábamos
aquella inmensa caja bajo la canícula del mediodía y con horror observó cómo
tuvimos que derribar una pared para poder ubicar el equipo en el sitio destinado
para protegerlo de vibraciones periféricas, aquello fue para el Jefe, como una
maldición cual si un rayo lo hubiese fulminado. Para él, aquel era un juguete
caro que me había regalado mi padrino, un artefacto sin utilidad alguna y para
su desagrado, ocurría en su territorio, ya que él, era el mero Jefe del
Servicio de Patología.
Los
comentarios llegaban ensayando una sonrisita meliflua, chispeando sus ojos
iridiscentes y levantando sus cejas flechudas, sin que hubiese un ser capaz de
lograr una modificación de su diagnóstico in pectore y evacuado ante sus
colegas. No fue posible hacerle creer en el prestigio que adquiriría su
Servicio con el nuevo aparato, ni con la publicación futura de trabajos
científicos, ni con la investigación o el enfoque diagnóstico aplicado a
problemas de salud pública, la posibilidad de mejorar el diagnóstico de los
tumores o de las biopsias del riñón tampoco fue posible. Aquello era, una
endemoniada terquedad.
Tratamos
de incorporar a otros colegas patólogos a nuestra aventura, pero fracasamos
rotundamente, y quedábamos estrellados ante la mirada oblicua y centellante del
jefe. Era impresionante ver como los aspirantes a ingresar en nuestro laboratorio
de ME, aunque hubiesen solicitado tan solo ser pasantes, rebotaban; los de
fuera por foráneos, los de la casa para que no perdieran su tiempo. El interés
era ir sacando biopsias, las cuales por otra parte las pagaban bastante bien
produciendo pingües dividendos repartibles aunque a partes desiguales. Todo esto,
tan solo para que no se distrajeran jugando a la investigación.
Esos
criterios obtusos fueron objeto de múltiples discusiones. No existía una
pasividad de parte nuestra, ni mucho menos. En aquellos tiempos no se hablaba
de bozales de arepa y uno ni disecaba muy bien las situaciones, quizás porque
había mucho de ilusión o de tonterías en todas las actuaciones de los que
éramos todavía unos soñadores. No sospechábamos que podían darse toda una gama
de desviaciones psico crematísticas entre los queridos colegas…Eramos ingenuos.
Con el devenir del tiempo, estas anomalías iban a demostrar hasta la saciedad,
ser el modus vivendi de casi toda una nación obcecada por la conquista del
dinero fácil, pero esa es otra historia...
Para
finalizar, debo acotar un hecho: no estoy con esta manera de conversar que
puede sonar de pocos pelos en la lengua, repito que no estoy “descubriendo el agua tibia” como decía
mi admirado colega José Ángel Suárez, ya todo está escrito antes y publicado
desde hace ya muchos años en la novela “La
Entropía Tropical”.
Maracaibo, sábado 1 de
noviembre del año 2025