sábado, 1 de noviembre de 2025

La instalación


Estaba recordando aquel maravilloso microscopio electrónico de alta resolución, JEM 7A, instalado en el Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo el año 1989. Aquel año pasó como un torbellino. El trabajo estaba todo por hacerse. Enviamos a Chucho Vivas a la capital para que se entrenara en la parte técnica mientras llegaban los equipos, que al fin llegarían…

Con el compresor de un congelador olvidado en la cocina del hospital fabricamos un tanque de refrigeración y utilizando un gigantesco lavaplatos de acero inoxidable, con una tubería de cobre hicimos una especie de serpentín, circuito cerrado de agua helada que quedó listo para refrigerar el agua que habría de circular enfriando el microscopio electrónico. Así, de la nada parecían irse creando las cosas y se transformaban aquellos ambientes que hasta hacía pocas semanas no eran más que unos depósitos de materiales inservibles, abandonados y afortunadamente olvidado por casi todos. La manufactura criolla, era producto de la imaginación del jefe de mantenimiento del hospital, y de sus eficientes obreros. Era un entusiasmo desbordante.

Las mesas de fórmica se pegaban en nuestra carpintería, las losas de las paredes palmo a palmo, la pintura de aceite para que nunca se ensuciasen los ambientes, el piso era de vinilo azul... Para el ultra micrótomo y las balanzas fabricamos mesas de concreto, aisladas en cuartos con paredes de vidrio y rejillas en las puertas para mantener la presión, Ideamos una campana extractora e instalamos ductos y tuberías que pintamos de los colores que tenían que ser y con entusiasmo se instaló el sistema del aire acondicionado. No sé de cuantos “Beteues” era, pero, ¡como refrigeraba! El equipo principal - el ME - estaría separado del piso, era necesario e hicimos un gran hueco después de despegar el linóleo del piso y aislamos el centro con láminas de anime y rodeamos con cabillas y concreto para crear una gran base que habría de soportar el gigantesco aparato.

Allí iba a crecer, a florecer y fructificar, el más hermoso laboratorio para hacer investigación con un microscopio electrónico de alta resolución, un aparato que habría de llegar desde el lejano Japón, y nos visitarían los señores Takahashi y el técnico Asao Komine, quienes compartirían la experiencia de la instalación del ME de JEOLCo.

Con la ayuda de Enrique Murcia el fotógrafo de los eventos sociales del Sanatorio, a quien el doctor Iturbe mantenía muy activo, fue una persona clave. Él y yo, íbamos a organizar una sección de fotografía anexa al laboratorio. Enrique, era fotógrafo, especie de arma secreta de mi padrino quien era, nada más y nada menos que el maravilloso doctor Pedro Iturbe, el director del hospital. Enrique corría tras él y detrás de sus invitados y en un santiamén se encerraba en el cuarto de revelado y tenía listas las fotografías de las entrevistas con los visitantes, algunas veces las preparaba como en un librito para los visitantes quienes siempre se llevaban aquel recuerdo.

Era que, venía mucha gente a conocer la maravilla del Sanatorio y eran visitas, tanto a los eventos científicos o socioculturales de aquel hospital pleno de actividades volcadas hacia la laborterapia y rehabilitación de los enfermos crónicos de tuberculosis pulmonar. Desde esos corre-corres venía Enrique y se encerraba en el cuarto oscuro y cuando ya existía el microscopio electrónico (ME) habilitamos un cuarto oscuro al lado del JEM7A e íbamos pesando la hidroquinona, el elón, el hiposulfito, gramo a gramo, en una vieja balanza hasta obtener las fórmulas químicas ideales para los más perfectos revelados y las fotografías ultraestructurales comenzarían a surgir óptimas, e iban todas pasando y saliendo reveladas y copiadas en nuestra vieja y eficiente ampliadora Omega.

A los dos años de estar trabajando en esto, en 1971, nos visitó quien era como “el padre de la criatura”, nuestro genial sabio, el Dr Humberto Fernández Morán y quedó gratamente impresionado y complacido por el ME del Dr Pedro Iturbe su amigo y compañero de diatribas y calumnias desde los tiempos del perezjimenismo. Ese año 1971 también fuimos capaces de montar una exposición de fotografías hechas con casos examinados en el microscopio electrónico en noviembre dentro del Congreso Latinoamericano de Patología, que se dio en el hotel del Lago, donde ya habíamos en abril, instalado el Primer Simposio Venezolano de Patología Ultraestructural. Después, seguimos trabajando…

Tuvimos que trabajar con las uñas y mucha gente ni se enteró porque afortunadamente éramos pocos los interesados en este tipo de trabajo, porque para la mayoría era tan solo un pasatiempo de locos. Echamos las bases de nuestro laboratorio de microscopía electrónica, contra viento y marea, en un sótano olvidado del viejo hospital para tuberculosos que dirigía mi padrino. Corito, Sierra Maestra, Sabaneta Larga, La Pomona y San Francisco eran los barrios que giraban alrededor de nuestro laboratorio.

Fueron años difíciles y si me lo preguntan, no vacilaría en afirmar que aquella lucha fue titánica. Mis colegas y amigos patólogos no creían en lo que hacíamos y dudaban de la utilidad del microscopio electrónico. Me espetaban cosas como: “no es rentable”, “con eso no vais a comer”, “es irresponsable de tu parte perder el tiempo en eso”,  “preocúpate por lograr una buena clientela entre los cirujanos porque de las biopsias de ellos es que vais a tener que vivir”, y un montón de cosas más que durante muchos años preferí no recordar.

El jefe del Servicio de Anatomía Patológica, pronto bautizo el microscopio como “el elefante gris”. Desde el mismísimo momento en que vio como descargábamos aquella inmensa caja bajo la canícula del mediodía y con horror observó cómo tuvimos que derribar una pared para poder ubicar el equipo en el sitio destinado para protegerlo de vibraciones periféricas, aquello fue para el Jefe, como una maldición cual si un rayo lo hubiese fulminado. Para él, aquel era un juguete caro que me había regalado mi padrino, un artefacto sin utilidad alguna y para su desagrado, ocurría en su territorio, ya que él, era el mero Jefe del Servicio de Patología.

Los comentarios llegaban ensayando una sonrisita meliflua, chispeando sus ojos iridiscentes y levantando sus cejas flechudas, sin que hubiese un ser capaz de lograr una modificación de su diagnóstico in pectore y evacuado ante sus colegas. No fue posible hacerle creer en el prestigio que adquiriría su Servicio con el nuevo aparato, ni con la publicación futura de trabajos científicos, ni con la investigación o el enfoque diagnóstico aplicado a problemas de salud pública, la posibilidad de mejorar el diagnóstico de los tumores o de las biopsias del riñón tampoco fue posible. Aquello era, una endemoniada terquedad.

Tratamos de incorporar a otros colegas patólogos a nuestra aventura, pero fracasamos rotundamente, y quedábamos estrellados ante la mirada oblicua y centellante del jefe. Era impresionante ver como los aspirantes a ingresar en nuestro laboratorio de ME, aunque hubiesen solicitado tan solo ser pasantes, rebotaban; los de fuera por foráneos, los de la casa para que no perdieran su tiempo. El interés era ir sacando biopsias, las cuales por otra parte las pagaban bastante bien produciendo pingües dividendos repartibles aunque a partes desiguales. Todo esto, tan solo para que no se distrajeran jugando a la investigación.

Esos criterios obtusos fueron objeto de múltiples discusiones. No existía una pasividad de parte nuestra, ni mucho menos. En aquellos tiempos no se hablaba de bozales de arepa y uno ni disecaba muy bien las situaciones, quizás porque había mucho de ilusión o de tonterías en todas las actuaciones de los que éramos todavía unos soñadores. No sospechábamos que podían darse toda una gama de desviaciones psico crematísticas entre los queridos colegas…Eramos ingenuos. Con el devenir del tiempo, estas anomalías iban a demostrar hasta la saciedad, ser el modus vivendi de casi toda una nación obcecada por la conquista del dinero fácil, pero esa es otra historia...

Para finalizar, debo acotar un hecho: no estoy con esta manera de conversar que puede sonar de pocos pelos en la lengua, repito que no estoy “descubriendo el agua tibia” como decía mi admirado colega José Ángel Suárez, ya todo está escrito antes y publicado desde hace ya muchos años en la novela “La Entropía Tropical”.

Maracaibo, sábado 1 de noviembre del año 2025