sábado, 8 de noviembre de 2025

El siglo pitagórico(1)

 

Quisiera que en dos partes,- hoy y mañana -, conversemos sobre El siglo pitagórico, y la vida de Don Gregorio Guadaña” [1644] una novela escrita por Antonio Henríquez Gómez (1600-1663), originalmente publicada en Roan, en la imprenta de Laurens Maurray en 1644 y reproducida en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de Alicante, en 2015.

 

Hubo de aparecer en el Siglo de Oro la novela que se tituló El siglo pitagórico (1644), cuyo autor, era descendiente de judíos conversos, razón por la que el autor, vivió entre la sospecha y la delación en tiempos de la Inquisición Española. Este dato modula la obra entera de Henríquez Gómez quien imprimiría la novela en Rouen, para regresar a España bajo “un alias” apareciendo como Fernando de Zárate para vivir en una existencia semiclandestina. 

 

Hoy en día, El siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar más visible en la historia literaria, y en la novela y es apreciada como una joya oculta del Siglo de Oro que viene a representar el testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España imperial. Por los tiempos tan actuales que resultan ser tan complicados para quienes pretenden ejercer críticas a gestiones gubernamentales o a algunas de las muchas anormalidades sociales que vivimos, va esta revisión en dos partes de aquellos lejanos tiempos del barroco español…  

 

Cuentan las leyendas del Siglo de Oro, que el autor asistió oculto a su propio “auto de fe” cuando lo quemaron en efigie. Siguiendo exilios, seudónimos, y una permanente censura, nacería este libro que es una verdadera sátira cifrada, y mientras tanto el autor se protegería con máscaras para relatar la curiosa historia de una metamorfosis y una delación.

 

El título de la obra hace alusión a Pitágoras y a su doctrina sobre la transmigración de las almas. Se sabe muy poco sobre la vida y las actividades del sabio Pitágoras de Samos, a quien se le atribuyen invenciones y descubrimientos tan importantes como ofrecer una explicación numérica y musical del cosmos, así como de la idea de que existe el alma y que es posible su reencarnación. Pero los textos que nos hablan de Pitágoras se escribieron mucho después de que el sabio muriera (su biografía más antigua ya es de la época del Imperio Romano), por ello, la vida de este personaje sigue envuelta en la leyenda.

Henríquez Gómez recoge estas ideas muy antiguas para armar la estructura narrativa de una novela donde el protagonista será un espíritu que, tras la muerte, va reencarnando sucesivamente en distintos personajes de la sociedad de su época, y cada “transmigraciónse presenta como un capítulo o un episodio, con entidad propia, sin embargo, el autor le dará un giro moral a esta filosofía.


Más que las almas inocentes, parece ser los vicios los que se transfieren de un cuerpo a otro. En otras palabras, en cada persona en quien se va encarnando el protagonista, representa un defecto dominante, y pareciera que la maldad y la corrupción son las constantes que viajan a través del “siglo pitagórico”. La novela es una sátira total de la sociedad de su tiempo, y el protagonista (o mejor dicho, su alma itinerante) se pasea por múltiples estratos sociales y profesiones, sacando a la luz las lacras de cada ámbito.

 

La novela es típica y característica de la literatura barroca, combina la prosa y el verso, y va adoptando externamente la forma de una novela picaresca. “Entreténganse los curiosos leyendo, no la vida del Buscón (del insigne don Francisco de Quevedo), sino la de don Gregorio Guadaña”. El Buscón era la gran novela picaresca precedente, pero aquí, en esta, el protagonista es don Gregorio Guadaña, “un hijo de Sevilla y trasplantado en la corte”.

 

De Sevilla y de Madrid”,- nos dice el autor con sorna y recalca: “son las dos mejores universidades del orbe, donde se gradúan los hijos de vecino en la ciencia del bien y del mal.” Estas líneas cargadas de ironía anuncian el tono de la obra en la cual Henríquez Gómez va a describir un aprendizaje vital, el aprendizaje del corrupto, una cátedra de vicios en la que toda España funcionaba como escuela de picardía, engaño y desengaño.

 

La estructura de El siglo pitagórico se despliega a través del alma narradora que pasa a habitar sucesivamente a un ambicioso, a un malsín (un delator malicioso), a una dama frívola, a un valido todopoderoso, y en su quinta transmigración llega a encarnarse en don Gregorio Guadaña y la novela se detiene más extensamente, pues la “Vida de Don Gregorio Guadaña” ocupa un bloque central y da título a la segunda parte de la obra. 

 

Guadaña es en esencia un pícaro que recorre su propio camino de penurias y astucias, al estilo de los pícaros clásicos pero bajo la lente satírica particular de Henríquez Gómez quien nos narra las aventuras de Gregorio (episodios en Sevilla, en el camino y en Madrid, con jueces, alguaciles, damas y rufianes de por medio), en una narración que vuelve a retomar el hilo de las transmigraciones para mostrar el alma protagonista pasando aún por otros cuerpos simbólicos: el hipócrita (un religioso falso), el miserable avaro, el doctor pedante, el soberbio arrogante, el ladrón, el arbitrista charlatán, y el hidalgo ridículamente vanaglorioso…


En total, son doce las transmigraciones y retratarán doce tipos de mal moral, para finalmente culminar en una “transmigración última” en un hombre virtuoso. Este es un cierre que sorprende al lector con una nota de optimismo o, con una lección final, pues después de tanta maldad observada, parece que sí es posible encontrar un alma buena. No obstante, el mismo narrador se encarga de aclarar que no debemos tomar literalmente la fantasía pitagórica…

 

En un arranque de lucidez, declara que ha llegado la hora de despertar del sueño alegórico y al final nos sugiere corregir el “sueño pitagórico” y salir del engaño, porque no hay tales transmigraciones”, no son reales —lo que hay, implícitamente es la responsabilidad en esta vida de cada individuo por sus actos. El relato cierra con el alma habiendo aprendido que la Virtud es la rara avis de ese siglo lleno de vicios, un rayo de luz en medio de tanta oscuridad.

 

A pesar de su andamiaje fantástico, El siglo pitagórico fue concebido como una crítica mordaz a la realidad española de los tiempos del Barroco, donde Henríquez Gómez emplea la sátira como espada y escudo, y los utiliza para desenmascarar los abusos del poder y las falsedades morales, a la vez que la ficción alegórica le sirve de escudo para decir verdades peligrosas en un entorno de censura. Cada transmigración del protagonista es, en el fondo, un cuadro de costumbres degradadas o un alegato contra algún aspecto del orden establecido. 

 

El tono, no obstante, es ameno y a ratos humorístico, de modo que el autor recurre a la burla, la caricatura y la parodia constante, creando una mezcla de entretenimiento picaresco y de mensaje subversivo lo cual hace que la lectura funcione en dos niveles. El lector puede gozar de las disparatadas peripecias de Don Gregorio Guadaña -que incluyen enredos amorosos, trifulcas nocturnas, cárceles y engaños típicamente picarescos- mientras, por otro lado, siempre estará la segunda lectura, más profunda, donde Henríquez Gómez lanza dardos envenenados contra los pilares del sistema.

 

La sociedad barroca aparece, así como un mundo al revés, donde casi nadie ocupa el lugar que merece y donde los valores están trastocados por la avaricia y la falta de escrúpulos" y uno de los blancos principales de la sátira es, la hipocresía religiosa. No hay que olvidar que el autor, como criptojudío, había sufrido de cerca la intolerancia y sospecha del Santo Oficio.

 

En la novela retrata a clérigos y devotos fingidos, quienes predican virtud, pero ocultan inmoralidad. En una escena particularmente incisiva describe a un obispo hipócrita saliendo con su mitra, recibiendo la pleitesía superficial de sus fieles, mientras a sus espaldas solo cosecha desprecio. El escritor hace una crítica velada a la Iglesia oficial y a la Inquisición, mostrando cómo una sociedad aparentemente devota está carcomida por la falsedad y la delación interesada. Estas denuncias nunca son directas -sería impensable hacerlo abiertamente en 1644- pero el lector barroco astuto podía leer entre líneas la audacia de Henríquez Gómez.

 

El otro gran objeto de sátira es la corrupción del poder político. La novela fue escrita en el contexto del declive del reinado de Felipe IV, cuando las guerras, los impuestos y los favoritismos de “el conde-duque de Olivares” tenían al país en crisis. Henríquez Gómez se atreve a satirizar la figura del valido real mediante su personaje transmigrado lo retrata como un símbolo de la ambición y la tiranía que arruina al reino.

 

Esta historia continuará y concluirá mañana…

 

En Maracaibo, el sábado 8 de noviembre del año 2025

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