viernes, 7 de noviembre de 2025

Manuel Enrique Pérez Díaz

 

El año 1987, flotando sobre el rio Danubio al regresar de vuelta a la popa, donde el viento seguía siendo el mismo fabricante de heladas agujas que en la proa, iba cuidadoso con un vasito de plástico, pero lleno con vino blanco, y fue entonces cuando tarareando, murmuraría algo que llegaba a mi mente, y decidido cantaría... “Mi canción de amor, viene a turbar, la calma y el silencio, y mi pobre voz, alzándose en la noche te despierta”… Era aquella, la “Serenata” que me aprendería desde niño… “debes perdonar y comprender mi corazón tan necio, que por arrullar al azul de tus ojos, te desvela”... 

 

                                           En

1911, nació en Puerto Cabello, Carabobo, el guitarrista, músico, pedagogo y compositor venezolano Manuel Enrique Pérez Díaz. Esposo de la actriz chilena-venezolana Amalia Muñoz, que luego adoptaría para siempre el apellido de su esposo, por lo que todos la conocimos como Amalia Pérez Díaz. Manuel Enrique ejerció la docencia en la Escuela de Música y Declamación, impartiendo clases de guitarra clásica. Se casaría en 1940 años con la actriz de cine, teatro y televisión de origen chileno, Amalia Muñoz Davagnino, nacida en Valparaíso, Chile, el 15 de junio de 1923. Manuel Enrique y Amalia se casaron en Lima, Perú, cuando él ya era un guitarrista, compositor y profesor carabobeño, y el enlace tuvo 3 hijos: Amalia, Carlos y Manuel Antonio. Amalia se residenció en Venezuela desde 1952 y fue una actriz muy importante en el teatro, cine y televisión. La actriz de teatro, docente, y locutora falleció en Caracas, el 26 de diciembre de 2003.


Manuel Enrique fue el compositor de numerosas canciones, entre las que destacan, Ahnelos (valse venezolano), En la negra espuma (serenata), La palabra amor (serenata), Llanto, Serenata y Serenata pueblerina. Compuso guasas y merengues, entre otras. El guitarrista, compositor y músico-pedagogo Manuel Enrique Pérez Díaz murió el 31 de mayo de 1984. La hermosa canción venezolana, que mencione al inicio de este breve artículo, aunque se le conoce popularmente como Serenata, tiene el título poco conocido de “Serenata pueblerina”:


“Mi canción de amor, viene a turbar la calma y el silencio./
Y mi pobre voz, alzándose en la noche te despierta.//
Debes perdonar, y comprender mi corazón tan necio,/
que por arrullar el sueño de tus ojos te desvela.

La luna en el azul, oyendo está mi ardiente serenata./
Y, de la noche de tul rasgando va con su puñal de plata.//
Para bañarte de luz cuando, asomada a tu balcón florido/
escuchas a tu amado cantor enamorado/
que tu sueño turbó, con su gemido”.

 

Existe ya publicada la biografía de Manuel Enrique Pérez Díaz, en la Colección Guitarras de Venezuela, volumen N° 7, a color o en blanco y negro, de la Editorial La Castalia, de Mérida. Si bien, como intérprete Manuel Enrique no tuvo el prestigio de Alirio Díaz y Rodrigo Riera, ni una obra como la de Antonio Lauro, fue quien heredó tanto la cátedra como la tradición pedagógica instaurada por Raúl Borges. Esto fue fundamental, pues además de haber estudiado con él, en el Conservatorio Nacional de Santa Capillas, que hoy se llama, la Escuela de Música José Ángel Lamas (que aunque «reparada», todavía debe ser recuperado su sentido histórico) se fue a Argentina a recibir lecciones de María Luisa Anido, la gran compañera de Miguel Llobet y discípula de la escuela de Francisco Tárrega, cuya verdadera presencia está en Latinoamérica.

 

Pérez Díaz combinó ambas experiencias y además dirigió la que se llamaría Escuela de Música Lino Gallardo. De sus clases surgiría la mayor cantidad de guitarristas profesionales del país y sus discípulos son mayoría en la historia nuestra del instrumento. Esto no sólo en la guitarra de concierto (Leopoldo Igarza, Ricardo Iznaola, Álvaro Álvarez, Valmore Nieves, Alejandro Vásquez y muchísimos otros), sino en el jazz (los hermanos Planchart, los primeros, y Alex Rodríguez, además compositor), y en la música popular (por ejemplo, Arturo Terán y Luis Ferrebús, famosos requintistas y miembros de tríos románticos importantes).

 

Su importancia pedagógica es tan significativa que, si se toma la labor de su maestro Borges, y se suma la de su discípulo Igarza, es el más relevante seguidor de su labor docente, tenemos casi 90 años de enseñanza de la guitarra en Venezuela en una sólo genealogía. Además, fue miembro de Cantores del Trópico, acompañante y guía de Alfredo Sadel, y compositor de obras que se convirtieron en referencias, como "Serenata", el valse "Anhelos", y quizás todavía por reconocerse, su canción "En la negra espuma". Queda de él un disco con Sadel (quien lo llamaba “Su guitarra”, que contiene su amor por la guitarra. De nuestros guitarristas locales, me place mencionar a mi colega y gran amigo, Rafael “Rafito” Molina Vilchez.

 

Hernando, mi amigo entrañable, quien me acompañaba sobre el Danubio, entonaría con mucho sentimiento una canción que en mis oídos sonaba muy colombiana, y que luego, al finalizarla, él me diría que esa era su Amapola. Tú le dirías sorprendido, que no sabías que existiese otra Amapola que no fuera la que tú adoras en los hierros de su reja, aquella, la del, que escuché la triste queja, pero él te explica que es una muy vieja canción de la época colonial… 

 

Él, como tú, vivía un episodio fortuito, cuando en el año 1987, cantando en la cubierta de aquella lancha rápida, se transportaron a la infancia lejana, recordando Hernando, su niñez en Ibagué, mientras ambos, él y vos, miran a Claudia quien se asoma por la puerta de madera de la nave que surca veloz las aguas del río, y aparece luciendo su disfraz de húngara que la hace parecer una verdadera tarjeta postal para estimular el turismo. “Viaje por el Danubio desde Viena hacia Hungría con Claudia Hirsch”.

 

Ella los ve en cubierta, friolentos, y se ríe… ¿De cuál signo del zodíaco será esta catirita sangre liviana? Entonces vos pensáis que curiosamente, el 21 de noviembre es el cumpleaños Hernando y que, por tanto, son sagitarios limítrofes él y los del 22 de noviembre como vos, y así, analizareis el asunto de las coincidencias, y pensáis que quizás si hubiesen sido compatriotas, no congeniarían tan bien. La amistad no puede expresarse con palabras, y te parece curioso que sea, con un colega del hermano país, con quien hayáis encontrado tantos puntos de identificación, y para colmo, él tiene más de veinte años viviendo en los Estados Unidos, pero es a todas luces más colombiano que el difunto Gaitán.

 

Vos solo tenéis que verlo: mijito, y si lo oís, ya no te caben más dudas. Venga le cuento y vea, ¿y cómo así?, yo no se lo digo, pero él es un colombiano exiliado, y entonces piensas que también eres un exiliado… Es que vives en la capital, pero eres de Maracaibo, de la República del Zulia… Exilio.  ¿Más cosas en común? La amistad es también recíproca y por ello estás convencido de que ha valido la pena viajar con Hernando sobre el Danubio azul, rumbo a Budapest.

 

En 1594 el Papa Gregorio XIII nombró a Santa Cecilia, patrona de los músicos. Se celebra los 22 de noviembre y se dice que ella había demostrado una atracción irresistible hacia los acordes melodiosos de los instrumentos y así, su espíritu sensible y apasionado por este arte convirtió su nombre en símbolo de la música.

 

Pero es que todas estas cosas, o casi todas, ya las había comentado en este blog (lapesteloca) en unos días de mucho frio, vividos con Julita, “a que Belén”, en Mississauga, Ontario, justamente un 21 de noviembre del año 2018.

 

En Maracaibo, el viernes 7 de noviembre del año 2025

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