jueves, 6 de noviembre de 2025

De pintura y películas

 

Voy a proseguir en mi onda de relatar detalles vividos que quizás no son del dominio público y como ya dije, vengo haciéndolo desde el pasado mes de octubre cuando decidí que era mejor hablar sin tapujos para relatar algunas situaciones curiosas por las que he transitado en mi vida.

Desde niño me gustaba dibujar y cuando tuve pinturas a mi alcance, mi madre estimulaba estas tareas, algunas veces poniéndola marco a mis “cuadritos” con incipientes pinturas; nunca estuve en escuelas de arte ni mucho menos, pero me gustaba pintar. Ya he dicho en ocasiones que en el Liceo Baralt gané un concurso “Espontáneos Obligados” que promovía el profesor Ramos (Chichí) y aprovecho para mostrar la pintura. Usaba inicialmente oleo con pinceles y años más tarde decidí usar el óleo con la espátula.

Al iniciarme en el IAP de la UCV en 1976, venía de cumplir un año sabático en LUZ trabajando como neuropatólogo en el hospital Vargas y debería haber ingresado en la UCV homologando mi cargo de Profesor Asistente en LUZ, sin embargo, esa gestión se demoró casi tres años en hacerse efectiva por lo que mi sueldo era el mínimo correspondiente al de un instructor y con 5 hijos en colegios privados el dinero no me alcanzaba. Esta situación iba a prolongarse durante mis primeros tres años en el IAP de la UCV … Fue entonces cuando decidí “ponerme a pintar”.   

Llegaría a vender más de un centenar de cuadros, los cuales lucían marcos dorados que conseguía a muy bajo precio y que hacían vistosas mis pinturas, de paisajes con guajiras, o montañas andinas, pero usualmente con personajes que caracterizaban situaciones locales; recuerdo uno titulado “A que Rosa…” que posee mi amigo Héctor Rincones… También pintaría una “pelea de gallos” muy colorida que reconocería años después en el Colegio de Médicos del DF, donde en un par de ocasiones expuse mis pinturas y siempre el Colegio se reservaba una de ellas. En un viaje a Maracaibo, monté una exposición en el Colegio de Médicos del Zulia y vendí todos los cuadros.

He dicho por allí que “yo viví de mi arte” aunque no suene bien, pero fue muy cierto. Pintaba en las noches en la tranquilidad de mi apartamento donde con los años nacerían mis dos hijos menores, pero en aquellos años de precariedad, la pintura se dio para poder pagar los colegios y la gasolina de mi auto, un Dodge usado… Cuando se reorganizó mi salario, pasaría a ser nombrado subdirector y dos años después director del IAP, un cargo reelegido del 84 al 95, que sirvió para poder dedicarme a la docencia del postgrado y a la investigación en la patología ultraestructural; pero esa es otra historia…

Quien me haya leído en este, mi Blog (lapesteloca) sabe que soy cinéfilo y desde que estuve haciendo postgrado en EUA en cuanto pude, me compre una pequeña filmadora de 8 mm (Bell &Howell). Ya radicado en Caracas (período que he dado en llamar “mi exilio capitalino”) decidí mejorar mi equipo y me compré una filmadora Super-8 con un potente lente que tenía gran capacidad de acercamiento y que terminaría regalándosela a uno de mis hijos, a Francisco, conocido en el medio del cine y la TV como murmullo”.  

Pero esta historia que comencé por la pintura, y ahora mezclo con el tema de las películas, tiene una connotación particular, pues filmando y en contacto con familiares de mi joven esposa -me había casado en 1977- un aspecto sociológico me llamaba poderosamente la atención. No era mi gente la que habitaba en la capital, no existían los tipos que yo pintaba, con rasgos wuayuus, ni de yupkas o apreiras y sus mezclas marcaban para mí una diferencia notoria que me llevó a empaparme leyendo a Miguel Acosta Sainges y sus estudios antropológicos y así terminaría filmando las fiestas de San Juan y los bailes de tambor recorriendo poblaciones desde Barlovento hasta diversos pueblos en los alrededores de la capital.

Es una lástima que todas aquellas películas, algunas realmente maravillosas, rollos de Super-8 que filmara con gran devoción (excusen mi inmodestia) ya no existan. Me quedaron los recuerdos y las experiencias al entender en una breve frase la pluralidad del gentilicio venezolano cuando se dice que: “en toda familia, quien no tira flechas toca el tambor”.

A pesar de tener culturas e idiomas diferentes, las 28 etnias que siguen habitando en el territorio nacional, hoy tienen una participación en la llamada sociedad civil y forman parte de la mezcla racial venezolana diluyéndose entre la inmigración absorbida de diversos países en la tierra de gracia, y la marcada por los negros traídos de África con la de los originales conquistadores venidos de la península.

Desde las selvas amazónicas a las ardientes planicies goajiras, la incompetencia del socialismo en este cuarto de siglo ha sumido en una tragedia a todo un país que proclamaba revoluciones, pero que no ha sido capaz de mejorar la vida diaria de sus ciudadanos. Lamentablemente vemos constantes ejemplos de asaltantes y bandidos que esculcan el tesoro público, mientras cómplices y testaferros, tratan de aprovecharse de la población inerme que padece con salarios cada día más miserables.

En Maracaibo, el jueves 6 de noviembre del año 2025

No hay comentarios: