Estábamos esperando que comenzara la función y la
gente se acomodaba en sillas de paleta y en unos taburetes debajo del limonero,
pero había espacio abierto para todos quienes venían y con su silleta se
acomodaban… El piso era el tierrero que todo el día era abonado por los patos,
gallinas, yaguazas y las dos guacharacas de Argimiro Gómez. Cuando llegaba
diciembre y en enero, el cielo se llenaba de estrellas y la proyección
cinematográfica pareciera detenerse cada vez que surca el firmamento un astro
incandescente, fulgor sucedido de tres deseos que casi nunca se materializarían.
En otros meses el techo si venteaba era cubierto por tumultuosos nubarrones, que pueden aparecer desgarrados y descubren resplandores precursores de lluvia y cuando llega, viene en inmensas gotas heladas y hay una obligada súbita interrupción de la función. En ciertas y determinadas noches se le ocurre asomarse a la arepa de luz y henchida tras algodonosas motas grises, brilla tanto en las sábanas de la mujer de Argimiro que fastidia a los asistentes quienes esperan el reacomodo de las nubes para disfrutar otra vez de las imágenes en blanco y negro en el fondo del solar.
En la noche de "Aquí está el detalle", sin lluvia ni luna, el doctor en medio
de familiares y amigos de sus pacientes se carcajeó hasta más no poder con las
interminables reláficas de Cantinflas. En la oscuridad se le apelotonaban entre
el chirrido de las chicharras los recuerdos de su infancia y adolescencia... Al
final de la película, los bombillos incandescentes se hallaban rodeados por
hormigas voladoras y había sonrisas...
Véngase doctor y échese un palo. Abrazo cálido de
hombres sencillos. Tengo que volver a la
medicatura. ¡Solo un lamparazo! De pie en la tierra de la media calle. -Gracias Cheo, es que tengo trabajo pendiente.
-¡Damos una vueltica hasta la pulpería de Lucio Portillo! -Bueno vamos.
Febril pasión la de la investigación, lo esperaba su microscopio... -Paqueche su conversaíta no más... Láminas
de vidrio coloreadas y unos frotis estaban esperándolo. -¡No me se haga rogar mi doctorcito! El doctor debería olvidarse por
un rato de su microscopio. Sonrió y les dijo… -Solo un rato compá Ramón, un rato nomás amigos. Vacuolas en los
leucocitos, y conteo de células blancas… -¡Ese
si es mi gallo! -Sin palitos, eso sí… Es que hoy tengo trabajo. ¡Anjá!
Mascada y salivazo sepia que se arropa de arena.
Disfrutaron todos de aquella noche con los
comentarios sanos de su gente, casi todos en alpargatas. ¡Es que eran tantas
cosas vistas en las sábanas de la mujer de Argimiro! Otra vez a discutir sobre "El peñón de las ánimas".
Tres semanas en eso y ni los chistes de Cantinflas daban fin a la contienda.
Inquebrantable posición, sin tregua, los extrapoladores insistían… -¡Anja! Lo que habían visto unos días
atrás en las sabanas de Argimiro, eran hechos calcados de la vida del pueblo.
La contrariedad del grupito más serio les parecía que era impúdico andar buscando
semejanzas. Peligroso mezclar el prestigio de las hermanas y de las sobrinas,
nunca de las hijas ni esposas…
El honor de las mujeres no era un tema que debían
conversarlo en la pulpería. Resquemores de familias enteras, y alusiones
veladas. Rancheras, huapangos y corríos lo atestiguaban. Aquello de “El péñon”, era una historia del cine
que parecía real para unas gentes de carne y hueso. Pero aquel era un pueblo de
machos y Jorge Negrete estaba bien respaldado. -Nunca me haga ustéuna comparación. En la rockola de Brinolfo
Morales se escuchaba… “De piedra ha de
ser la cama, de piedra la cabecera”...
Podía haber hembras en los botiquines de las
carreteras, pero las mujeres del pueblo: en sus casas. No habría nada que
discutir. -¡No me joda no joda, si viene busté y me jode yo lo jodo, no joda!
Emidgio sonriendo, se empinó su botella de refresco casi a temperatura
ambiente. Luego, en el camino hacia la medicatura, meditó sobre la afinidad
peculiar de su gente para con aquella música. Venidos del lejano piedemonte,
muchos de ellos eran muy andinos en el fondo. En el decir de Don Rafael
Maldonado, emigrado de las montañas muchos años atrás, la explicación radicaba
en la identificación de la idiosincrasia cordillerana con todo aquello que
cantaban las rancheras y los corríos mexicanos.
Esos son, pensó Emidgio, valores fundamentales en
sus vidas. El honor, el amor por la tierra, la defensa de sus mujeres y el
suspirar por las hembras. -¡Por ellas,
aunque mal paguen y venga y nos echamos el otro! Cariño por el aguardiente.
Sombrero de paja de ala ancha, mascada de tabaco, en las malas y en las
piores...
Sentado en el oasis que
había creado en la medicatura, aquella noche le costó trabajo al doctor el
sumergirse en sus frotis teñidos con Giemsa y con Wright. Pensaba en Crisanto
Navarro y en Yolanda, lejos en su ciudad del lago. Por la ventana llegaba como
un susurro la música lejana, era valiente
y arriesgado en el amor... Bostezo y restregar de ojos. Un día domingo que se andaba emborrachando,
la oferta de Don César Cuello, se lo
echaron a montón, no le había dicho nada a Yolanda, él también quería
casarse, pero ella nunca se vendría a un pueblo como Casigua, con una beca la
cosa cambiaría, podrían irse a estudiar, tal vez afuera…
... En una choza muy humilde llora un niño y las mujeres se aconsejan y se van, Yolanda podría especializarse en obstetricia, eso le gustaría a ella, y él… Soñaba con prepararse en investigación. Ilusión codiciada por años, mirando a Crisanto… de Juan ranchero charrasqueado y burlador, bostezó nuevamente, retiró sus ojos de los oculares del microscopio. Terminó el corrío. Emidgio pensó en Rafael Rangel. Acariciando la platina del microscopio, pensó…
¡Cuánto le gustaría ser un
investigador de verdad! El bachiller Rangel había nacido el siglo pasado, era
trujillano, y había estudiado bachillerato en Maracaibo… A comienzos del siglo
veinte se fue a Caracas y nunca se graduó de médico. Tampoco Louis Pasteur
había sido médico... Pero al bachiller lo acosaron, el único investigador de
verdad que había tenido el país... ¡La política! Unos decían que eran cosas de
racismo. No.
Era la política, eterna mala
compañera. Yolanda esperaba por él. ¿Hasta cuándo ese afán? Casarse, tener
hijos, tal vez sentar cabeza. La voz del hombre del mechón blanco llegó con el
viento. Tú y las nubes me traen muy loco,
tú y las nubes me van a matar. Me voy a dormir. Yo parriba volteo muy poco tú pabajo no sabes mirar. Con otro
bostezo apagó la luz de la lámpara.
NOTA:
Con mínimas modificaciones, tomado de mi novela “La Peste Loca” (Maracaibo, 1979).
Maracaibo, jueves 20 de
noviembre del año 2025
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