En un pasaje notable, de su novela el narrador Henríquez Gómez arremete
contra un poderoso ministro con inusitada fiereza, llegando a llamarlo “el
más mal hombre de la tierra, la hambre, peste y guerra de la especie mortal…
hidra cruel de toda monarquía, cabeza que alentó la tiranía.” La
dureza de estas palabras, puestas en boca de un personaje de ficción, demuestra
la magnitud del atrevimiento por la crítica política que subyace en la obra del
autor, lo que convierte su novela en un espejo deformante pero revelador.
La ambición desmedida del favorito, la injusticia de jueces venales, la
codicia de los nobles y la ineptitud de los supuestos sabios (médicos,
letrados) desfilan por las páginas con sus vergüenzas al aire. La sociedad
barroca aparece, así como un mundo al revés, donde casi nadie ocupa el lugar
que merece y donde los valores están trastocados por la avaricia y la falta de
escrúpulos. "El mensaje de Henríquez Gómez, envuelto en humor y fantasía, debió de resultar incómodo
para las autoridades. No es de extrañar que la obra quedase relegada y que su
autor acabase siendo blanco de la censura más implacable".
Importa subrayar que esta crítica global está filtrada por la
sensibilidad particular de un autor converso. La identidad criptojudía de Henríquez
Gómez aporta a la novela un trasfondo alegórico interesante: Don Gregorio
Guadaña y las diversas encarnaciones del alma pueden interpretarse como figuras
marginales o perseguidas que, en distintos ambientes, ven con claridad la
hipocresía de los “cristianos viejos” y poderosos. La similitud con muchas
circunstancias que vemos en el presente, llaman a la reflexión.
El autor escribe desde los márgenes, disfrazando sus propias reflexiones
en una fábula, pero su visión moral es la de quien ha probado la injusticia en
carne propia, y por ello condena el fanatismo y el dogmatismo con especial
vehemencia. El Barroco español fue una época de rígido control ideológico; sin
embargo, El siglo
pitagórico se cuela por las rendijas de ese sistema
opresivo, usando la sátira y el ingenio para cuestionar, por ejemplo, por qué
en un mundo supuestamente cristiano triunfan los vicios y sufre la
virtud.
Es inevitable comparar El siglo pitagórico y vida de Don Gregorio Guadaña con
otra gran obra alegórica de su tiempo: El Criticón de
Baltasar Gracián. Ambas novelas, surgidas en la década de 1640-1650,
comparten el espíritu del desengaño barroco, esa visión desencantada de la vida
y de la sociedad tras el esplendor ilusorio. Es como para pensar en lo que nos
sucede como país…
Sin embargo, Henríquez y Gracián difieren en estilo y en enfoque. Gracián,
era como jesuita, un hombre inserto en el grupo de poder eclesiástico, y cuando
compuso El
Criticón (publicado en tres partes entre 1651 y 1657) lo
mostraría como una alegoría filosófica de la existencia humana. Su obra es un
viaje simbólico protagonizado por dos personajes -Critilo y Andrónico- quienes
representan la razón y la naturaleza, y a través de sus peripecias el autor realiza
profundas reflexiones morales.
El Criticón está escrito en un estilo conceptista, denso de aforismos e imágenes
intelectuales, y su crítica a los vicios humanos es más universal y abstracta. Gracián codifica
su mensaje de forma sutil para sortear la censura, aunque terminó teniendo
problemas con sus superiores por la audacia de algunas ideas.
Henríquez Gómez incluso satiriza eventos y figuras
reconocibles bajo pseudónimos, mientras que Gracián se mueve en un plano
alegórico más general. Henríquez Gómez adopta un tono más satírico y directo, y así, El siglo pitagórico es
más festivo y novelesco en la superficie, ya que recurre a la tradición
picaresca y a la exageración caricaturesca, haciendo reír al lector con las
situaciones estrafalarias de las distintas reencarnaciones.
Su crítica social es inmediatamente reconocible tras el disfraz
humorístico. Don Gregorio Guadaña y los demás personajes alegóricos hablan con
el lenguaje del pueblo, con refranes, chanzas y hasta versos burlescos, en un
estilo accesible y vivaz. Donde Gracián lanza enigmas
morales para ser meditados, Henríquez Gómez lanza pullas para ser celebradas
con una carcajada amarga. Esto no significa que El siglo pitagórico sea
una obra menor o superficial -al contrario, bajo su capa popular es
profundamente inteligente-, ya que utiliza un registro más popular y satírico
frente al tono elevado y erudito de El Criticón.
Otro contraste está en la perspectiva del autor: Gracián critica la
sociedad desde dentro, con la mirada de un moralista cristiano preocupado por
la virtud en términos casi atemporales; Henríquez Gómez critica desde fuera,
con la mirada de un outsider que ha
sufrido la marginación. Por
eso, en El siglo pitagórico se palpa una indignación
más personal y concreta hacia la España de su momento.
Los abusos que denuncia el autor no son solo ejemplos de la “miseria de la condición humana” (como
en Gracián), sino auténticas referencias a la realidad histórica: la
negligencia de los gobernantes, la ruina económica, la caza de brujas de la
Inquisición, el hambre del pueblo. Henríquez Gómez incluso satiriza eventos y
figuras reconocibles bajo pseudónimo, mientras que Gracián se mueve en un plano
alegórico más general.
Así, podríamos decir que El Criticón es un gran fresco filosófico sobre
la vida y la condición humana, mientras que El siglo pitagórico es un esperpento satírico
sobre la España del siglo XVII. Ambos conducen al lector al desengaño —ese
despertar de las ilusiones tan caro al Barroco— pero por caminos distintos:
Gracián lo hace por la vía de la meditación intelectual y la alegoría seria; Henríquez
Gómez, por la vía de la risa sardónica y la fábula mordaz.
"Hoy en día, El
siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar más visible en la
historia literaria, y es apreciada como joya oculta del Siglo de Oro y como
testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España imperial"
Curiosamente, ambas obras tuvieron destinos muy diferentes en cuanto a la
fama. El Criticón llegó
a ser considerada una de las cumbres de la literatura española, ampliamente
estudiada y leída (aunque en su día también fue controvertida). En
cambio, El siglo
pitagórico, tras algunas ediciones en el siglo XVII, cayó en un
silencio prolongado. El hecho de que su autor fuera un converso proscrito
contribuyó a ese olvido: su nombre no figuraba en el panteón de escritores
ilustres que la cultura oficial promovía. Además, la misma rareza híbrida de la
novela —mitad picaresca, mitad alegoría— pudo desconcertar a lectores
posteriores menos familiarizados con las claves de la sátira barroca.
No sería hasta el siglo XX cuando los estudiosos
rescataron la obra de Henríquez Gómez, reconociendo su originalidad y su valor
testimonial. Hoy en día, El siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar
más visible en la historia literaria, apreciada como joya oculta del Siglo de
Oro y como testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España
imperial.
¿Por qué leer El siglo pitagórico y vida de
Don Gregorio Guadaña en pleno siglo XXI? En primer lugar, podríamos
decir que por el puro placer de descubrir un relato entretenido, ingenioso y sorprendentemente moderno en su ironía.
La novela, con sus cambios constantes de escenario y persona, tiene un ritmo
casi cinematográfico: atrapa con situaciones cómicas que podrían, salvando las
distancias, recordar a las sátiras contemporáneas donde un personaje
camaleónico va exhibiendo las taras de la sociedad.
El autor despliega un abanico de tipos humanos reconocibles en cualquier
época: el político corrupto, el falso devoto, el rico avaro, el noble
presumido, el charlatán estafador… Al leerlo, uno no puede evitar sonreír al
ver cuán poco han cambiado ciertas conductas en trescientos años. La crítica a la hipocresía y al abuso de poder que
late en la novela resuena con fuerza hoy, en un mundo donde seguimos viendo
líderes arrogantes, fanatismos irracionales y desigualdades que se perpetúan.
La literatura satírica barroca, en ese sentido, se hermana con la actual, de
quienes se atreven en los espacios que puedan, ambas buscan sacudir la
conciencia del lector riendo.
Finalizo este doble repaso literario por el Siglo de Oro del barroco
español diciendo que “Igual
que el protagonista despierta del sueño pitagórico y reconoce la necesidad de
enmendar la realidad, el lector es llamado a despertar de sus propios
engaños"
En Maracaibo, el domingo 9 de noviembre del año
2025
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