domingo, 9 de noviembre de 2025

El siglo pitagórico(2)


En un pasaje notable, de su novela el narrador Henríquez Gómez arremete contra un poderoso ministro con inusitada fiereza, llegando a llamarlo “el más mal hombre de la tierra, la hambre, peste y guerra de la especie mortal… hidra cruel de toda monarquía, cabeza que alentó la tiranía.” La dureza de estas palabras, puestas en boca de un personaje de ficción, demuestra la magnitud del atrevimiento por la crítica política que subyace en la obra del autor, lo que convierte su novela en un espejo deformante pero revelador.

 

La ambición desmedida del favorito, la injusticia de jueces venales, la codicia de los nobles y la ineptitud de los supuestos sabios (médicos, letrados) desfilan por las páginas con sus vergüenzas al aire. La sociedad barroca aparece, así como un mundo al revés, donde casi nadie ocupa el lugar que merece y donde los valores están trastocados por la avaricia y la falta de escrúpulos. "El mensaje de Henríquez Gómez, envuelto en humor y fantasía, debió de resultar incómodo para las autoridades. No es de extrañar que la obra quedase relegada y que su autor acabase siendo blanco de la censura más implacable".

 

Importa subrayar que esta crítica global está filtrada por la sensibilidad particular de un autor converso. La identidad criptojudía de Henríquez Gómez aporta a la novela un trasfondo alegórico interesante: Don Gregorio Guadaña y las diversas encarnaciones del alma pueden interpretarse como figuras marginales o perseguidas que, en distintos ambientes, ven con claridad la hipocresía de los “cristianos viejos” y poderosos. La similitud con muchas circunstancias que vemos en el presente, llaman a la reflexión.

 

El autor escribe desde los márgenes, disfrazando sus propias reflexiones en una fábula, pero su visión moral es la de quien ha probado la injusticia en carne propia, y por ello condena el fanatismo y el dogmatismo con especial vehemencia. El Barroco español fue una época de rígido control ideológico; sin embargo, El siglo pitagórico se cuela por las rendijas de ese sistema opresivo, usando la sátira y el ingenio para cuestionar, por ejemplo, por qué en un mundo supuestamente cristiano triunfan los vicios y sufre la virtud. 


 

Es inevitable comparar El siglo pitagórico y vida de Don Gregorio Guadaña con otra gran obra alegórica de su tiempo: El Criticón de Baltasar Gracián. Ambas novelas, surgidas en la década de 1640-1650, comparten el espíritu del desengaño barroco, esa visión desencantada de la vida y de la sociedad tras el esplendor ilusorio. Es como para pensar en lo que nos sucede como país…

 

Sin embargo, Henríquez y Gracián difieren en estilo y en enfoque. Gracián, era como jesuita, un hombre inserto en el grupo de poder eclesiástico, y cuando compuso El Criticón (publicado en tres partes entre 1651 y 1657) lo mostraría como una alegoría filosófica de la existencia humana. Su obra es un viaje simbólico protagonizado por dos personajes -Critilo y Andrónico- quienes representan la razón y la naturaleza, y a través de sus peripecias el autor realiza profundas reflexiones morales. 

 

El Criticón está escrito en un estilo conceptista, denso de aforismos e imágenes intelectuales, y su crítica a los vicios humanos es más universal y abstracta. Gracián codifica su mensaje de forma sutil para sortear la censura, aunque terminó teniendo problemas con sus superiores por la audacia de algunas ideas.

 

Henríquez Gómez incluso satiriza eventos y figuras reconocibles bajo pseudónimos, mientras que Gracián se mueve en un plano alegórico más general. Henríquez Gómez adopta un tono más satírico y directo, y así, El siglo pitagórico es más festivo y novelesco en la superficie, ya que recurre a la tradición picaresca y a la exageración caricaturesca, haciendo reír al lector con las situaciones estrafalarias de las distintas reencarnaciones.

 

Su crítica social es inmediatamente reconocible tras el disfraz humorístico. Don Gregorio Guadaña y los demás personajes alegóricos hablan con el lenguaje del pueblo, con refranes, chanzas y hasta versos burlescos, en un estilo accesible y vivaz. Donde Gracián lanza enigmas morales para ser meditados, Henríquez Gómez lanza pullas para ser celebradas con una carcajada amarga. Esto no significa que El siglo pitagórico sea una obra menor o superficial -al contrario, bajo su capa popular es profundamente inteligente-, ya que utiliza un registro más popular y satírico frente al tono elevado y erudito de El Criticón.

 

Otro contraste está en la perspectiva del autor: Gracián critica la sociedad desde dentro, con la mirada de un moralista cristiano preocupado por la virtud en términos casi atemporales; Henríquez Gómez critica desde fuera, con la mirada de un outsider que ha sufrido la marginación. Por eso, en El siglo pitagórico se palpa una indignación más personal y concreta hacia la España de su momento.

 

Los abusos que denuncia el autor no son solo ejemplos de la “miseria de la condición humana” (como en Gracián), sino auténticas referencias a la realidad histórica: la negligencia de los gobernantes, la ruina económica, la caza de brujas de la Inquisición, el hambre del pueblo. Henríquez Gómez incluso satiriza eventos y figuras reconocibles bajo pseudónimo, mientras que Gracián se mueve en un plano alegórico más general.

 

Así, podríamos decir que El Criticón es un gran fresco filosófico sobre la vida y la condición humana, mientras que El siglo pitagórico es un esperpento satírico sobre la España del siglo XVII. Ambos conducen al lector al desengaño —ese despertar de las ilusiones tan caro al Barroco— pero por caminos distintos: Gracián lo hace por la vía de la meditación intelectual y la alegoría seria; Henríquez Gómez, por la vía de la risa sardónica y la fábula mordaz.



"Hoy en día, El siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar más visible en la historia literaria, y es apreciada como joya oculta del Siglo de Oro y como testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España imperial"

 

Curiosamente, ambas obras tuvieron destinos muy diferentes en cuanto a la fama. El Criticón llegó a ser considerada una de las cumbres de la literatura española, ampliamente estudiada y leída (aunque en su día también fue controvertida). En cambio, El siglo pitagórico, tras algunas ediciones en el siglo XVII, cayó en un silencio prolongado. El hecho de que su autor fuera un converso proscrito contribuyó a ese olvido: su nombre no figuraba en el panteón de escritores ilustres que la cultura oficial promovía. Además, la misma rareza híbrida de la novela —mitad picaresca, mitad alegoría— pudo desconcertar a lectores posteriores menos familiarizados con las claves de la sátira barroca. 

 

No sería hasta el siglo XX cuando los estudiosos rescataron la obra de Henríquez Gómez, reconociendo su originalidad y su valor testimonial. Hoy en día, El siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar más visible en la historia literaria, apreciada como joya oculta del Siglo de Oro y como testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España imperial.

 

¿Por qué leer El siglo pitagórico y vida de Don Gregorio Guadaña en pleno siglo XXI? En primer lugar, podríamos decir que por el puro placer de descubrir un relato entretenido, ingenioso y sorprendentemente moderno en su ironía. La novela, con sus cambios constantes de escenario y persona, tiene un ritmo casi cinematográfico: atrapa con situaciones cómicas que podrían, salvando las distancias, recordar a las sátiras contemporáneas donde un personaje camaleónico va exhibiendo las taras de la sociedad.

 

El autor despliega un abanico de tipos humanos reconocibles en cualquier época: el político corrupto, el falso devoto, el rico avaro, el noble presumido, el charlatán estafador… Al leerlo, uno no puede evitar sonreír al ver cuán poco han cambiado ciertas conductas en trescientos años. La crítica a la hipocresía y al abuso de poder que late en la novela resuena con fuerza hoy, en un mundo donde seguimos viendo líderes arrogantes, fanatismos irracionales y desigualdades que se perpetúan. La literatura satírica barroca, en ese sentido, se hermana con la actual, de quienes se atreven en los espacios que puedan, ambas buscan sacudir la conciencia del lector riendo. 

 

Finalizo este doble repaso literario por el Siglo de Oro del barroco español diciendo que “Igual que el protagonista despierta del sueño pitagórico y reconoce la necesidad de enmendar la realidad, el lector es llamado a despertar de sus propios engaños"

En Maracaibo, el domingo 9 de noviembre del año 2025

No hay comentarios: