Comienzo este relato y repito en la onda que estoy
“desenrollando”, habiendo decidido hablar
hace ya un tiempo, sin pelos en la lengua (o
“a calzon quitao” si así lo prefieren), y en este caso, lo hago regresando
a el tema de la amistad ya frecuentemente comentado en este blog (lapesteloca): vg en febrero 2019, cuando
me referí a una “mancheta” de El
Nacional que rezaba “Amigo, el ratón del queso”.
He
acuñado un dicho que está escrito en mi novela “LaPesteLoca”: “…a
los amigos hay que quererlos no con sus defectos, sino por sus defectos”. Es
mi opinión con la cual yo planteaba, que los
defectos eran precisamente lo que los hacían a los amigos, especiales,
diferentes… Luego, en el mes de julio de 2020, personalmente quise hablar sobre
mis amigos en un artículo intitulado “Amigos”, al que se puede localizar en el “buscador”
del Blog…
Ocasionalmente
he hablado sobre profesores universitarios y hoy, siento tener que regresar para
mencionar a un personaje de cuyo nombre no quiero acordarme; un “profe” que
yo creía que era mi amigo, pero como sabiamente decía Rubén el cantautor
panameño “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, sí
señor.
Así pues,
y a pesar de todo, aquel relato fue escrito para honrar la memoria de uno de mis más queridos
escritores (https://bit.ly/3vWTXiV), uno de mi muy
lejana infancia y juventud, el recordado Robert Louis Stevenson, y cuando pensé en el
escritor, decidí ponerle un nombre al “profe”; (ahora lo llaman
“doctor” ) pero yo lo denominaría como Jekyll... No es doctor, como el
personaje de Stevenson: a Dios gracias...
Lo conocí
un par de años después de mi regreso a Maracaibo tras largo exilio. En 2006 o
2007, no recuerdo bien la fecha, pero la asociaré siempre con reuniones
relacionadas con mi interés como “escribidor” de novelas y con la literatura.
Su apariencia era de lo que llamamos ser “buena gente” por lo que nunca dudé de
que era mi amigo...
Stevenson
trata en su novela sobre el desdoblamiento de la personalidad, un aspecto que
ya había sido literariamente examinado por otros autores, como el alemán, E.T.A.
Hoffmann quien, impresionado por El Monje, de Matthew Lewis
publicaría su novela gótica Los elixires del Diablo. Stevenson
decidió incorporar en su famosa novela un brebaje que doctor Jekyll se bebería...
Resulta
que se me antojó comentarle a nuestro vernáculo Jekyll que había terminado de
escribir una nueva novela y de inmediato él me ofreció publicarla, en tanto que
yo, con cierta suspicacia pensé, que era mejor que no, pues sabía que su
editorial estaba cerrada y no quería ponerlo en un compromiso, de modo que
preferí ofrecerle una colección de narraciones que tenía represada desde hacía
varios años, la cual le hice llegar a su e-mail.
“El Dr Jekyll midió unas gotas de la tintura rojiza
y añadió una medida ínfima de polvos. La mixtura, que en un comienzo tenía un
tinte rojizo, comenzó a oscurecerse conforme los cristales se deshacían, a
burbujear audiblemente y a arrojar pequeñas nubes de vapor. De pronto, en un
instante, la ebullición cesó y la mezcla adquirió un color púrpura oscuro que
poco a poco fue convirtiéndose en verde acuoso”...
Eran 39
relatos ya todos antes publicados y “el profe” pronto los
revisó y les calculó unas 350 páginas asegurándome que él podría hacer 10
ejemplares en papel bond. Yo sabía que su editorial no estaba funcionando, pero
él sin pausa, pero con prisa me dijo que sí, que trabajaría sobre el asunto y
sin haber acordado un presupuesto total, ni tener nada por escrito, me dio
instrucciones para que comenzara a cancelarle, por partes (al estilo de “Jack
el destripador”) y “vía-pronto-pago” directamente depositándole dinero en su
cuenta de ahorros...
Jekyll se dijo: “Tú que has negado la existencia de la medicina transcendental, tú que te has reído de los que te superaban en saber, ¡mira! Y diciendo esto se llevó el vaso a los labios y se bebió el contenido de un golpe”.
Mi esposa quien es profesora titular jubilada de la universidad, -situación que compartimos ambos-, me advirtió que “ese negocio” era una irregularidad y quiso ver el presupuesto de la empresa u otro inexistente documento para precisar el trabajo de la casa editorial. –Cancelaciones, nunca puede ser a título personal- me dijo, y yo le entendí, pero pensé... Es que Jekyll es mi amigo... ¿Sabes cuál es el costo total? Me lo preguntó ella, pero en realidad ni siquiera eso lo habíamos precisado... Él me pide cancelarle por partes, le dije, y ella de nuevo insistió en que aquello era algo terriblemente irregular...
En las
dos semanas siguientes y -por partes- llegué a cancelarle a Jekyll en cuotas de
50 US dólares, la cantidad de 6.417,00 Bs que puede no parecer mucho dinero, (actualmente
son cifras ridículas) pero… ¡Para un profesor universitario que vive de su
sueldo, y de los minúsculos bonos del gobierno, era una suma considerable! Aquello
ameritaba una mayor seriedad o claridad, más allá de repetirme: “Deposita
otros 50 dólares más”... El profe se ausentó durante una semana y regresó
diciendo que necesitaba le cancelara otros 50 US$ que tenía pendientes “para pagarle a sus trabajadores”...
Ya en
otro tono recibí esta misiva por wasup: “Me preocupa que haya mandado a
imprimir una novela y ahora no quiera pagar la edición. Pague su vaina”...
Eso sucedería el mismo día de mi cumpleaños 84 en aquel año 2023, ya post
pandemia… Recibí una llamada telefónica y entonces ya “el profe” no era Jekyll, era el propio mister Hyde, quien aullaba
gritándome textualmente -“Me pagáis mi verga, viejo coñoemadre”... Escuchando
aquel lenguaje prostibulario es difícil comentar mi sorpresa, pero como todo ha
quedado escrito -al igual que los comprobantes de los depósitos bancarios-
puedo regresar para releer mi respuesta: “Quedará en tu conciencia lo de
decirme “me pagais mi verga viejo coñoemadre” cuando traté de explicarte
decentemente que leyeras lo escrito... Si lees todo lo escrito verás que nunca
has dado un monto total de lo que costarían los 10 libritos. Jamás me lo
informaste, (revisa antes de insultar histericamente como lo has hecho)”...
Entonces
pensé... Hay mucho malandro... Andan por ahí que juegan garrote, hasta disfrazados de promotores culturales y
hasta de profesores, y ahora hasta les dicen doctores...
Dos días
después me escribiría amenazándome de que iba a destruir los 10 libros, -como
si aquello tuviese alguna importancia, como si no fuese mucho más grave el
haber desvelado en un rapto de insania su personalidad oculta-... ¡Haberme
tocado a mí presenciar el fenómeno de Stevenson! Aquella lamentable
transfiguración, al ver a Jekyll transformándose en un basilisco para desvelar
su oculta calaña de Hyde, en aquella ocasión, sin mediar brebajes burbujeantes,
era como para demostrarle al mundo que Stevenson cuando ideó su novela, no
estaba lejos de conocer la existencia de estos seres.
La desagradable
experiencia de comprobar como el profe Jekyll se transformaba en el malandro
Hyde, sin necesidad aparente de beberse ninguna poción burbujeante, aquel era
un desdoblamiento que se daba solo por “unos cobres”. Muy triste resultaría
para mí el espectáculo de ver como aquel “prestigioso profesor” –quien yo
juraba era mi gran amigo- sin brebajes -o sea, bueno y sano- era incapaz de
controlar su humana condición, e ingresaba al nutrido grupo de los malandrines
de oficio.
En Maracaibo,
el lunes 10 de noviembre del año 2025
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