El genocidio en nuestro
país
Dubenson
Manzanilla como escritor invitado comenzando
diciembre del año 2019, señaló que era necesario asumir que en
Venezuela se está llevando a cabo un exterminio sistemático de nuestros
pueblos. Recordar
lo sucedido es necesario en estos trágicos tiempos, es un ejercicio al cual
recurrimos con frecuencia y debemos recordar, con dolor, como abordar nuevas
acciones para evitar que hechos trágicos se sigan suscitando y se hagan
cotidianos. El 22 de noviembre pasado, otra masacre en la comunidad indígena
Pemón del poblado de Ikabarú, en la frontera con Brasil, sujetos
vestidos de negro dejaron un saldo de 8 muertos. En ese sector se ejerce
tradicionalmente la minería, pero el
control y el orden siempre habían sido ejercidos por los indígenas, siguiendo
su ancestral modo de convivencia pacífica; es el caso contrario de lo que
ocurre en otros sectores mineros al sur del país, controlados por grupos
armados, que se hacen llamar “sindicatos”, en donde masacres, mutilaciones y
desapariciones de personas son muy frecuentes.
Esa
tragedia que enlutó a la comunidad indígena Pemón forma parte de un exterminio
sistemático de nuestros pueblos indígenas. Justamente 9 meses antes, el
ejército de Venezuela, en el amanecer el día 22 de febrero, ejecutó una
masacre, que acabó con la vida de tres pemones y doce resultaron heridos, en
San Francisco de Yuruani, otra población indígena Pemón que vivía
principalmente del turismo. Todos, los fallecidos y los heridos por disparos de
los fusiles que los soldados accionaron alegremente, sin contemplación alguna,
siguiendo el patrón ya sistematizado de aniquilación utilizado contra la
disidencia por el régimen de Nicolás Maduro,
para luego, al día siguiente en 90 kilómetros más al sur, en la ciudad
fronteriza de Santa Elena de Uairén, otra sangrienta jornada de asesinatos,
sumando más heridos y más muertos.
Amparado
en el terror generado por estas masacres, desde el año pasado 2019, el régimen
aprovechó la ocasión para tomar el control del Parque Nacional Canaima,
declarado por la UNESCO Patrimonio Natural de la humanidad. Este territorio que
ha sido habitado ancestralmente por los pemones, quienes lo custodian y
protegen celosamente, y desde siempre había sido motivo de refriegas con los
cuerpos de seguridad del régimen, por los grandes yacimientos de oro y
diamantes que ahora la tiranía de Nicolás Maduro y sus secuaces explotan
libremente, para seguir financiando sus proyectos de subyugar a un país entero
y expandir sus macabras políticas a otros países de la región. Como resultado
de estas jornadas de terror se produjo el desplazamiento de 1300 pemones
venezolanos a las comunidades pemonas del lado de Brasil. El poblado de Tarau
Paru, que contaba con un poco más de 200 habitantes: de un momento para otro se
encontraron ante la emergencia de tener
que acoger a 900 de sus hermanos pemones, provenientes de distintos poblados
del lado de Venezuela como: Manak Kru, Wuaramasén, Santo Domingo, Maurak y
Kumaracapay.
La situación es muy difícil para los heridos y sus
familias sobrevivientes; los heridos fueron trasladados de emergencia al
hospital de la ciudad brasileña de Boa Vista (Roraima), y fue gracias a la
atención que les brindó el cuerpo médico de este centro médico, con el apoyo
del Estado brasileño, como se logró salvar la vida de muchos de los heridos.
Solo dos no pudieron superar su delicada situación y fallecieron en los días
posteriores. Algunas organizaciones humanitarias brindaron ayudas puntuales
para mitigar las necesidades de los heridos y sus familias que sumaban
aproximadamente unas 40 personas, pero se carecía de un plan sustentable para
mantenerlas bajo resguardo en territorio brasileño. Las múltiples
organizaciones indígenas que hacen vida en el Estado Roraima no han logrado
brindar apoyo quizás tratarse de víctimas de un régimen que se dice de
izquierda, intentando colocar algún vulnerados precisamente en el más sagrado,
el derecho a la vida.
Los heridos, después de haberse recuperado en los
hospitales de Boa Vista con sus
familias, tuvieron que regresar a sus comunidades en Venezuela. Con el apoyo de
un capitán indígena de otra comunidad Pemón del lado de Brasil, dos de los
sobrevivientes lograron establecerse; Dos de los que regresaron quedaron
discapacitados y uno parapléjico. Las condiciones económicas y la actividad
turística en la comunidad de San Francisco de Yuruaní han mermado después de la
masacre, hasta reducirse casi totalmente, al pensar que pueda suceder ya que
ante una nueva arremetida del régimen en este poblado, ellos serán los
principales blancos.
Así vive en la indefensión una población, ante la
falta de una respuesta. Ni el Presidente interino Guaidó, ni la comunidad
regional y hemisférica parece hacer nada efectivo para impedir a un régimen
criminal seguir operando con total impunidad y cometer estas masacres en las
comunidades indígenas al sur de Venezuela. Esto viene a sumarse a la crisis
humanitaria, que ha producido la mayor migración conocida en el continente en
tiempos modernos y que es parte de la mortandad de ciudadanos que se suman a
las cifras del genocidio poblacional. Los líderes que dicen oponerse al régimen,
mientras “conversan” no insisten ante sus aliados para convocar y activar el
artículo187, la R2P, el TIAR, o la Doctrina Monroe, ni para lograr una
intervención humanitaria, o una cooperación militar por lo que todo hace pensar
en que seguiremos igual o peor.
Las fuerzas armadas, lejos de garantizar el
cumplimiento de la constitución, la han trasgredido, reiteradamente ejerciendo
el sometimiento de la población de la mano con bandas criminales y Venezuela ha pagado un alto precio en vidas y
sacrificios. Pensar que los criminales, que han secuestrado a Venezuela y
amenazan con expandirse en la región, se puedan controlar a través de métodos
pacíficos es una entelequia. La cohabitación de politiqueros con aspiraciones
de enriquecerse con los verdugos del régimen lleva a una vergonzosa complicidad
que les responsabilizará igualmente por el genocidio y crímenes de lesa
humanidad.
Maracaibo, lunes 20 de enero 2020
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